REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN LUCAS, EVANGELISTA 18-10-22

Hoy celebramos la Fiesta de san Lucas, evangelista, y el Evangelio de hoy (Lc 10,1-9) nos narra una vez más el envío de los “setenta y dos” a los lugares que él pensaba visitar; una especie de “avanzada” como las que usan los políticos de nuestro tiempo, para ir preparando el camino para su llegada. Ese envío es precedido por la famosa frase de Jesús: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”.

Desde los inicios de su vida pública Jesús había dejado establecida su misión: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4,43). En el pasaje de hoy Jesús continúa su “subida” final a la ciudad Santa de Jerusalén en donde culminará su obra redentora. Tiene que adiestrar a los que va a dejar a cargo de anunciar la Buena Noticia del Reino, y los envía en una misión “de prueba”, para que experimenten la satisfacción y el rechazo, la alegría y la frustración; para que se curtan. Más adelante les dirá: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).

En la primera lectura (2 Tim 4,10-17) encontramos a Pablo, apóstol de los gentiles, continuando la obra misionera de Jesús, y repartiendo a sus discípulos y colaboradores. Solo Lucas permanece con él. La mies es abundante y los obreros pocos, así que hay que maximizar el rendimiento de cada uno de los “obreros”. Pablo sabe que los envía “como corderos en medio de lobos”, y les advierte de los peligros. Pero los despide con un mensaje de esperanza: “…el Señor me ayudó y me dio salud para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran los gentiles”. Jesús lo había prometido antes de su partida: “Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Especialmente a partir del Concilio Vaticano II, esa misión evangelizadora no está limitada al clero ni a los de vida consagrada; nos compete también a todos los laicos. Lo bueno es que el mismo Jesús nos dejó las instrucciones y, mejor aún, prometió acompañarnos. ¿Cómo podemos rechazar esa oferta? Con razón san Pablo decía: “¡Ay de mi si no evangelizo!” (1 Cor 9,16). ¿Quieres gozar de la compañía de Jesús? ¡Evangeliza!

El papa Francisco ha enfatizado el talante misionero de la Iglesia, exhortándonos a salir del encierro de nuestras iglesias y comunidades de fe hacia la calle: “Quiero agitación en las diócesis, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea clericalismo, de lo que sea comodidad (…) Si no salen, las instituciones se convierten en ONG (organizaciones no gubernamentales) y la Iglesia no puede ser una ONG”.

Tal como Jesús envió a los “setenta y dos” y Pablo a sus discípulos y colaboradores, hoy Francisco nos envía a todos a proclamar la Buena Noticia del Reino, y a continuar construyéndolo con nuestras obras, especialmente nuestro acercamiento a los marginados de la sociedad, para que ellos puedan experimentar el amor de Dios. Anda, ¡atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T.O. (2) 30-09-22

“Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”.

El Evangelio de hoy (Lc 10,13-16) nos presenta la conclusión del “envío” misionero de los setenta y dos, que hubiésemos leído ayer, de no haber coincidido la fecha con la Fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. En el pasaje de este envío cabe resaltar el uso del número doce, o múltiplos del mismo, siempre que hay envuelta una “elección”, pues para la cultura hebrea ese número significa precisamente eso. De ahí que sean doce las tribus del pueblo elegido y doce los apóstoles elegidos por Jesús, etc.

Ya Jesús había advertido a los discípulos que no iban a ser recibidos bien en todos lados, que los enviaba como corderos en medio de lobos; que si no eran bien recibidos en algún lugar siguieran su camino, no sin antes hacer el anuncio del Reino. Jesús es consciente que Él mismo no fue bien recibido entre los suyos (Cfr. Lc 4,24), es decir, contempla ese mismo fracaso entre las posibilidades de sus enviados. Pero a la misma vez sabe que hay que llevar a todos la Buena Nueva, y que la tarea evangelizadora es muy grande para Él solo, que necesita “obreros para la mies”.

Entonces aprovecha la oportunidad para lanzar unas maldiciones sobre las tres ciudades en las cuales concentró su labor misionera: Corozaín, Betsaida, y Cafarnaún. Compara las primeras dos con Tiro y Sidón, ciudades paganas, advirtiendo que en “el día del juicio” le irá mejor a estas últimas. Entonces se muestra más severo aún con la ciudad que había convertido en su “centro de operaciones”, Cafarnaún, diciéndole: “Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”. Lo cierto es que en ningún otro lugar realizó más curaciones, milagros y portentos. De hecho, Cafarnaún es la ciudad más nombrada en el Evangelio. Y aun así, la acogida del anuncio, la respuesta, fue, a lo sumo, tibia. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).

Esas palabras fuertes de Jesús resuenan hoy. Y al igual que a aquellos primeros setenta y dos discípulos, Jesús le dice a los que vienen a traernos la Buena Nueva del Reino: “Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado”. Y lo que se vale para estos, vale también para nosotros, para nuestros pueblos: “Y tú,…., ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”. Pero la buena noticia es que Jesús no se cansa de llamar a nuestra puerta (Cfr. Ap 3,20).

Así, nos envía también a nosotros, los que nos acercamos a Él, a llevar a todas partes la Buena Nueva del Reino (como ovejas en medio de los lobos), cada cual según su carisma, puesto al servicio del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia (Cfr. 1 Cor 12,12). Hoy debemos preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a aceptar el reto, incluyendo las posibles consecuencias?

Que pasen todos un hermoso fin de semana; y no olviden visitar la Casa del Padre. Él les espera con los brazos abiertos y está dispuesto a ofrecerles a su único Hijo.

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN LUCAS, EVANGELISTA 18-10-21

Hoy celebramos la Fiesta de san Lucas, evangelista, y el Evangelio de hoy (Lc 10,1-9) nos narra una vez más el envío de los “setenta y dos” a los lugares que él pensaba visitar; una especie de “avanzada” como las que usan los políticos de nuestro tiempo, para ir preparando el camino para su llegada. Ese envío es precedido por la famosa frase de Jesús: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”.

Desde los inicios de su vida pública Jesús había dejado establecida su misión: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4,43). En el pasaje de hoy Jesús continúa su “subida” final a la ciudad Santa de Jerusalén en donde culminará su obra redentora. Tiene que adiestrar a los que va a dejar a cargo de anunciar la Buena Noticia del Reino, y los envía en una misión “de prueba”, para que experimenten la satisfacción y el rechazo, la alegría y la frustración; para que se curtan. Más adelante les dirá: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).

En la primera lectura (2 Tim 4,10-17) encontramos a Pablo, apóstol de los gentiles, continuando la obra misionera de Jesús, y repartiendo a sus discípulos y colaboradores. Solo Lucas permanece con él. La mies es abundante y los obreros pocos, así que hay que maximizar el rendimiento de cada uno de los “obreros”. Pablo sabe que los envía “como corderos en medio de lobos”, y les advierte de los peligros. Pero los despide con un mensaje de esperanza: “…el Señor me ayudó y me dio salud para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran los gentiles”. Jesús lo había prometido antes de su partida: “Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Especialmente a partir del Concilio Vaticano II, esa misión evangelizadora no está limitada al clero ni a los de vida consagrada; nos compete también a todos los laicos. Lo bueno es que el mismo Jesús nos dejó las instrucciones y, mejor aún, prometió acompañarnos. ¿Cómo podemos rechazar esa oferta? Con razón san Pablo decía: “¡Ay de mi si no evangelizo!” (1 Cor 9,16). ¿Quieres gozar de la compañía de Jesús? ¡Evangeliza!

El papa Francisco ha enfatizado el talante misionero de la Iglesia, exhortándonos a salir del encierro de nuestras iglesias y comunidades de fe hacia la calle: “Quiero agitación en las diócesis, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea clericalismo, de lo que sea comodidad (…) Si no salen, las instituciones se convierten en ONG (organizaciones no gubernamentales) y la Iglesia no puede ser una ONG”.

Tal como Jesús envió a los “setenta y dos” y Pablo a sus discípulos y colaboradores, hoy Francisco nos envía a todos a proclamar la Buena Noticia del Reino, y a continuar construyéndolo con nuestras obras, especialmente nuestro acercamiento a los marginados de la sociedad, para que ellos puedan experimentar el amor de Dios. Anda, ¡atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T.O. (1) 01-10-21

“Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”.

El Evangelio de hoy (Lc 10,13-16) nos presenta la conclusión del “envío” misionero de los setenta y dos, que leíamos ayer. Fíjense el uso del número doce, o múltiplos del mismo, siempre que hoy envuelta una “elección”, pues para la cultura hebrea ese número significa precisamente eso. De ahí que sean doce las tribus del pueblo elegido y doce los apóstoles elegidos por Jesús, etc.

Ya Jesús había advertido a los discípulos que no iban a ser recibidos bien en todos lados, que los enviaba como corderos en medio de lobos; que si no eran bien recibidos en algún lugar siguieran su camino, no sin antes hacer el anuncio del Reino. Jesús es consciente que Él mismo no fue bien recibido entre los suyos (Cfr. Lc 4,24), es decir, contempla ese mismo fracaso entre las posibilidades de sus enviados. Pero a la misma vez sabe que hay que llevar a todos la Buena Nueva, y que la tarea evangelizadora es muy grande para Él solo, que necesita “obreros para la mies”.

Entonces aprovecha la oportunidad para lanzar unas maldiciones sobre las tres ciudades en las cuales concentró su labor misionera: Corozaín, Betsaida, y Cafarnaún. Compara las primeras dos con Tiro y Sidón, ciudades paganas, advirtiendo que en “el día del juicio” le irá mejor a estas últimas. Entonces se muestra más severo aún con la ciudad que había convertido en su “centro de operaciones”, Cafarnaún, diciéndole: “Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”. Lo cierto es que en ningún otro lugar realizó más curaciones, milagros y portentos. De hecho, Cafarnaún es la ciudad más nombrada en el Evangelio. Y aun así, la acogida del anuncio, la respuesta, fue, a lo sumo, tibia. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).

Esas palabras fuertes de Jesús resuenan hoy. Y al igual que a aquellos primeros setenta y dos discípulos, Jesús le dice a los que vienen a traernos la Buena Nueva del Reino: “Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado”. Y lo que se vale para estos, vale también para nosotros, para nuestros pueblos: “Y tú,…., ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”. Pero la buena noticia es que Jesús no se cansa de llamar a nuestra puerta (Cfr. Ap 3,20).

Así, nos envía también a nosotros, los que nos acercamos a Él, a llevar a todas partes la Buena Nueva del Reino (como ovejas en medio de los lobos), cada cual según su carisma, puesto al servicio del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia (Cfr. 1 Cor 12,12). Hoy debemos preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a aceptar el reto, incluyendo las posibles consecuencias?

Que pasen todos un hermoso fin de semana; y no olviden visitar la Casa del Padre. Él les espera con los brazos abiertos y está dispuesto a ofrecerles a su único Hijo como alimento.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 09-07-21

“Por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas”.

La primera lectura de la liturgia para hoy (Gn 46,1-7.28-30) nos narra el desenlace de la historia de José, con la salida de Jacob y sus descendientes de la tierra de Canaán hacia Egipto, en donde se establecerán por cuatro siglos. Este pasaje sirve de preludio a la esclavitud en Egipto que dará paso a la figura de Moisés, que aparecerá al comienzo del libro del Éxodo.

En la lectura evangélica (Mt 10, 16-23), Jesús continúa las instrucciones a sus apóstoles (“los doce”) antes de enviarlos a proclamar la Buena Noticia del Reino. Jesús les advierte que no iban a ser recibidos bien en todos lados, que los enviaba como corderos en medio de lobos. Jesús es consciente que Él mismo no fue bien recibido entre los suyos (Cfr. Lc 4,24), es decir, contempla ese mismo fracaso entre las posibilidades de sus enviados.

Jesús es también consciente que el mensaje de amor que sus enviados van a predicar con entrega, con mansedumbre, será rechazado y hasta combatido con brutalidad y violencia por los adversarios de la Palabra. Los apóstoles serán de ese modo ejemplo de que el Reino de Dios se revela en la debilidad de Jesús y de sus enviados. San Pablo recogerá ese pensamiento cuando diga: “Él (Jesús) me respondió: ‘Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad’. Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,9-10).

Pero a pesar de que les asegura que no los dejará solos, e inclusive que el Espíritu les sugerirá lo que tienen que decir cuando los arresten, les instruye que sean “sagaces como serpientes y sencillos como palomas”, que no se fíen de nadie. La mansedumbre no quiere decir que sean incautos o tontos. Por el contrario, al utilizar el ejemplo de la serpiente y la paloma, les dice que tienen que ser hábiles, inteligentes, cautos como la serpiente para discernir la presencia de lobos y no provocarlos innecesariamente, pero manteniendo al mismo tiempo la candidez, la simplicidad de las palomas, sin dobleces ni complicaciones.

Jesús siempre es claro con los que llama a seguirlo. El camino va a ser difícil, lleno de obstáculos, persecuciones e insultos. El que sigue a Jesús tiene que estar consciente que su recompensa no será en este mundo, sino en la vida eterna: “el que persevere hasta el final se salvará”. Y esa recompensa es la “corona de gloria que no se marchita” de que nos habla san Pedro (1 Pe 5,4).

Esas instrucciones de Jesús a los apóstoles son también para todos los que aceptamos el llamado de Jesús a participar de la misión evangelizadora. El Concilio Vaticano II dejó claramente establecido el papel de los laicos como “nuevos evangelizadores”. Ya no es una misión reservada a los ministros ordenados o consagrados (Apostilicam actuositatem). Nos toca a todos; a ti y a mí. ¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN LUCAS, EVANGELISTA 18-10-19

Hoy celebramos la Fiesta de san Lucas, evangelista, y el Evangelio que nos ofrece la Liturgia (Lc 10,1-9) nos narra una vez más el envío de los “setenta y dos” a los lugares que él pensaba visitar; una especie de “avanzada” como las que usan los políticos de nuestro tiempo, para ir preparando el camino para su llegada. Ese envío es precedido por la famosa frase de Jesús: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”.

Desde los inicios de su vida pública Jesús había dejado establecida su misión: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4,43). En el pasaje de hoy Jesús continúa su “subida” final a la ciudad Santa de Jerusalén en donde culminará su obra redentora. Tiene que adiestrar a los que va a dejar a cargo de anunciar la Buena Noticia del Reino, y los envía en una misión “de prueba”, para que experimenten la satisfacción y el rechazo, la alegría y la frustración; para que se curtan. Más adelante les dirá: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).

En la primera lectura (2 Tim 4,10-17) encontramos a Pablo, apóstol de los gentiles, continuando la obra misionera de Jesús, y repartiendo a sus discípulos y colaboradores. Solo Lucas permanece con él. La mies es abundante y los obreros pocos, así que hay que maximizar el rendimiento de cada uno de los “obreros”. Pablo sabe que los envía “como corderos en medio de lobos”, y les advierte de los peligros. Pero los despide con un mensaje de esperanza: “…el Señor me ayudó y me dio salud para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran los gentiles”. Jesús lo había prometido antes de su partida: “Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Especialmente a partir del Concilio Vaticano II, esa misión evangelizadora no está limitada al clero ni a los de vida consagrada; nos compete también a todos los laicos. Lo bueno es que el mismo Jesús nos dejó las instrucciones y, mejor aún, prometió acompañarnos. ¿Cómo podemos rechazar esa oferta? Con razón san Pablo decía: “¡Ay de mi si no evangelizo!” (1 Cor 9,16). ¿Quieres gozar de la compañía de Jesús? ¡Evangeliza!

El papa Francisco ha enfatizado el talante misionero de la Iglesia, exhortándonos a salir del encierro de nuestras iglesias y comunidades de fe hacia la calle: “Quiero agitación en las diócesis, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea clericalismo, de lo que sea comodidad (…) Si no salen, las instituciones se convierten en ONG (organizaciones no gubernamentales) y la Iglesia no puede ser una ONG”.

Tal como Jesús envió a los “setenta y dos” y Pablo a sus discípulos y colaboradores, hoy Francisco nos envía a todos a proclamar la Buena Noticia del Reino, y a continuar construyéndolo con nuestras obras, especialmente nuestro acercamiento a los marginados de la sociedad, para que ellos puedan experimentar el amor de Dios. Anda, ¡atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMO SEXTA SEMANA DEL T.O. (1) 04-09-19

El Evangelio de hoy (Lc 10,13-16) nos presenta la conclusión del “envío” misionero de los setenta y dos, que leíamos ayer. Fíjense el uso del número doce, o múltiplos del mismo, siempre que hay envuelta una “elección”, pues para la cultura hebrea ese número significa precisamente eso. De ahí que sean doce las tribus del pueblo elegido y doce los apóstoles elegidos por Jesús, etc.

Ya Jesús había advertido a los discípulos que no iban a ser recibidos bien en todos lados, que los enviaba como corderos en medio de lobos; que si no eran bien recibidos en algún lugar siguieran su camino, no sin antes hacer el anuncio del Reino. Jesús es consciente que Él mismo no fue bien recibido entre los suyos (Cfr. Lc 4,24), es decir, contempla ese mismo fracaso entre las posibilidades de sus enviados. Pero a la misma vez sabe que hay que llevar a todos la Buena Nueva, y que la tarea evangelizadora es muy grande para Él solo, que necesita “obreros para la mies”.

Entonces aprovecha la oportunidad para lanzar unas maldiciones sobre las tres ciudades en las cuales concentró su labor misionera: Corozaín, Betsaida, y Cafarnaún. Compara las primeras dos con Tiro y Sidón, ciudades paganas, advirtiendo que en “el día del juicio” le irá mejor a estas últimas. Entonces se muestra más severo aún con la ciudad que había convertido en su “centro de operaciones”, Cafarnaún, diciéndole: “Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”. Lo cierto es que en ningún otro lugar realizó más curaciones, milagros y portentos. De hecho, Cafarnaún es la ciudad más nombrada en el Evangelio. Y aun así, la acogida del anuncio, la respuesta, fue, a lo sumo, tibia. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).

Esas palabras fuertes de Jesús resuenan hoy. Y al igual que a aquellos primeros setenta y dos discípulos, Jesús le dice a los que vienen a traernos la Buena Nueva del Reino: “Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado”. Y lo que se vale para estos, vale también para nosotros, para nuestros pueblos: “Y tú,…., ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”. Pero la buena noticia es que Jesús no se cansa de llamar a nuestra puerta (Cfr. Ap 3,20).

Así, nos envía también a nosotros, los que nos acercamos a Él, a llevar a todas partes la Buena Nueva del Reino (como ovejas en medio de los lobos), cada cual según su carisma, puesto al servicio del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia (Cfr. 1 Cor 12,12). Hoy debemos preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a aceptar el reto, incluyendo las posibles consecuencias?

Que pasen todos un hermoso fin de semana; y no olviden visitar la Casa del Padre. Él les espera con los brazos abiertos y está dispuesto a ofrecerles a su único Hijo.