REFLEXIÓN PARA EL VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR 10-04-20

Hoy no se celebra la Santa Misa. En su lugar, a la “hora nona” (las tres de la tarde), se celebra la Pasión del Señor con la Liturgia de la Palabra y la Adoración de la Cruz. Luego de la Adoración de la Santa Cruz, se distribuye la comunión con el pan consagrado el día anterior durante la Misa de la Cena del Señor. Es día de ayuno y abstinencia. También en este día se meditan las “siete palabras” de Jesús en la cruz. El propósito es recordar la crucifixión de Jesús y acompañarlo en su sufrimiento.

La Liturgia de la Palabra para este día consta de la lectura del cuarto “Cántico del Siervo de Yahvé” (Is 52,13-53,12) – profecía del Mesías en su Misterio Pascual, el Salmo 30 (2.6.12-13.15-16.17.25) – con la invocación de Jesús en la cruz: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”, el pasaje de la Carta a los Hebreos donde se proclama el sentido sacerdotal de la vida de Jesús y especialmente en la Pasión (Hb 4,14-16;5,7-9) y, finalmente, el relato de esta según san Juan (18,1–19,42).

La primera lectura, que a mí siempre me conmueve, no solo profetiza, sino que explica el verdadero sentido de la Pasión redentora de Jesús: “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino?… El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación… Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores”.

Y todo fue por amor…

El salmo nos presenta la última de las siete palabras de Jesús en la cruz: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. En la sexta palabra Jesús anuncia al Padre que la misión que Él le había encomendado estaba cumplida (Jn 19,30). Ahora reclina la cabeza sobre su pecho y, estando ya próximo el sábado, llegó la hora de descansar, como lo hizo el Padre al concluir la creación (Cfr. Gn 1,31.2,2).

No sé exactamente qué pasaría por su mente en esos momentos, pero prefiero creer que su último pensamiento humano fue para su Madre bendita. Eso le hizo recordar aquellas palabras que había aprendido de niño en el regazo de su Madre, las palabras con que todos los niños judíos encomendaban su alma a Dios al acostarse: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.

Señor, ayúdame a comprender y apreciar el sacrificio supremo de la Cruz, ofrecido por Ti inmerecidamente para nuestra salvación. Amén.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 10-02-20

El relato evangélico que nos presenta la liturgia de hoy (Mc 6,53-56), nos muestra a Jesús y sus discípulos llegando a Genesaret, inmediatamente después del episodio en que Jesús caminó sobre las aguas. Una vez más, encontramos a Jesús curando enfermos: “cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos”. La fama de Jesús seguía creciendo, sobre todo después de la “primera multiplicación de los panes” (Mc 6,30-44), que había suscitado un entusiasmo desbordante.

El poder de la fe. Como hemos dicho en ocasiones anteriores, la fe es el “gatillo” que dispara el poder de Dios. Aquella gente creía, y actuaba conforme a su fe. Creían que con tan solo tocar el borde de su manto sanarían, pero no se conformaban con creer, hacían el esfuerzo hasta tocar el manto, y se obraba el milagro; como la hemorroísa (Mc 5,25-34), quien se arrastró hasta tocar el manto de Jesús, arriesgándose a ser apedreada si no era sanada. Aquella mujer, por padecer flujos de sangre era considerada “impura” y no podía tocar a ningún hombre, so pena de ser lapidada. Pero tuvo fe, y su fe la curó.

Encontramos un patrón que se repite: Jesús y sus discípulos tratando de encontrar un lugar donde descansar. En esta ocasión acababan de llegar de misionar, y para llegar a Genesaret habían tenido que remar largo rato contra un viento contrario. Necesitaban el descanso. Pero la gente se los impedía. Por más que trataran de pasar desapercibidos, siempre los encontraban. Y como siempre, Jesús se compadece. No puede permanecer ajeno al dolor y enfermedad ajenos. El descanso tendrá que esperar…

Nos llamamos discípulos de Jesús. Una de las características del discípulo es que sigue al Maestro. Este pasaje nos llama a hacer introspección. ¿Cómo reaccionamos ante el dolor, las necesidades, la soledad (¡cuántos de nuestros viejos mueren de soledad!) de nuestros hermanos? ¿Los atendemos, los acompañamos, los ayudamos, los escuchamos cuando lo necesitan, o lo hacemos cuando “podamos” o “tengamos tiempo”? ¿Anteponemos nuestra comodidad, nuestros placeres, nuestras “necesidades” por encima de la misericordia? ¿Cuántas veces, al encontrarnos ante la necesidad de un hermano nos hacemos de la vista larga o “damos un rodeo” para no enfrentarnos a la situación, como el sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37)?

En el Evangelio de ayer (Mt 5,13-16) Jesús nos llamaba a ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”, y en la primera lectura Yahvé, por voz del profeta Isaías, nos conminaba: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora” (Is 58,7-10).

Si nos llamamos discípulos de Jesús, ¡que se nos note!

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 08-02-20

“Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”.

La lectura del Evangelio que la liturgia nos propone para hoy (Mc 6,30-34) retoma la narración del primer “envío” que leíamos el pasado jueves (Mc 6,7-13). Hoy se nos presenta el regreso de los apóstoles de esa misión. El evangelista no nos dice cuánto tiempo estuvieron misionando, solo nos dice que “los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Me imagino el entusiasmo de los apóstoles contando todas sus peripecias durante la misión. Había llegado la hora del “informe”, de comparar notas con el Maestro, de recibir crítica constructiva de Él.

Así debería ser la Asamblea eucarística del domingo. Cada vez que terminamos la misa, con el rito de conclusión, el sacerdote nos “envía” a la aventura de la vida a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones, para que con nuestros quehaceres diarios alabemos y bendigamos al Señor. Así, después de nuestra “misión” durante la semana, nos reunimos nuevamente el siguiente domingo en torno a la mesa con Jesús, tal como lo hicieron los apóstoles en el pasaje evangélico de hoy. Cuando el Señor nos pregunte sobre la misión que nos encomendó, ¿qué le vamos a decir?

Jesús está consciente de que después del viaje misionero los apóstoles deben estar cansados y hambrientos. Por eso les dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El descanso y la alimentación son necesarios para mantenerse saludables y poder continuar predicando. En la celebración eucarística del domingo el Señor nos brinda un espacio de descanso de los trajines de la vida diaria, y nos alimenta con su Palabra y su Persona.

Continúa diciendo el relato que era tanta la gente que “no encontraban tiempo ni para comer”. Se montaron en una barca para ir a otro lugar tranquilo, pero la gente los siguió corriendo por la orilla del lago y se les adelantaron.

Al ver a la gente, Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Vio la necesidad, el hambre espiritual de aquella multitud, y se sintió conmovido, al punto del sacrificio. Aquí se destaca otra dimensión de Jesús. En este pasaje Marcos nos presenta, no tanto el gran hacedor de milagros, sino el Pastor que cuida de su rebaño, aludiendo a una figura que encontramos en el antiguo testamento para referirse al pueblo de Israel que se había descarriado: “He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17). Asimismo, nos lo presenta como el hombre sensible, que se compadece. Recordemos que Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús.

Trato de imaginar qué le diría Jesús a aquella multitud. Marcos no nos ofrece detalles sobre el contenido de la enseñanza de Jesús. Debemos suponer que les hablaba de la llegada del Reino, pues Marcos había establecido esto como la misión de Jesús, desde el comienzo de su Evangelio (1,14-15).

Esa es también nuestra misión (Mc 16,15). ¿Aceptas el reto?

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 09-02-19

La lectura del Evangelio que la liturgia nos propone para hoy (Mc 6,30-34) retoma la narración del primer “envío” que leíamos el pasado jueves (Mc 6,7-13). Hoy se nos presenta el regreso de los apóstoles de esa misión. El evangelista no nos dice cuánto tiempo estuvieron misionando, solo nos dice que “los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Me imagino el entusiasmo de los apóstoles contando todas sus peripecias durante la misión. Había llegado la hora del “informe”, de comparar notas con el Maestro, de recibir crítica constructiva de Él.

Así debería ser la Asamblea eucarística del domingo. Cada vez que terminamos la misa, con el rito de conclusión, el sacerdote nos “envía” a la aventura de la vida a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones, para que con nuestros quehaceres diarios alabemos y bendigamos al Señor. Así, después de nuestra “misión” durante la semana, nos reunimos nuevamente el siguiente domingo en torno a la mesa con Jesús, tal como lo hicieron los apóstoles en el pasaje evangélico de hoy. Cuando el Señor nos pregunte sobre nuestra misión, ¿qué le vamos a decir?

Jesús está consciente de que después del viaje misionero los apóstoles deben estar cansados y hambrientos. Por eso les dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El descanso y la alimentación son necesarios para mantenerse saludables y poder continuar predicando. En la celebración eucarística del domingo el Señor nos brinda un espacio de descanso de los trajines de la vida diaria, y nos alimenta con su Palabra y su Persona.

Continúa diciendo el relato que era tanta la gente que “no encontraban tiempo ni para comer”. Se montaron en una barca para ir a otro lugar tranquilo, pero la gente los siguió corriendo por la orilla del lago y se les adelantaron.

Al ver a la gente, Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Vio la necesidad, el hambre espiritual de aquella multitud, y se sintió conmovido, al punto del sacrificio. Aquí se destaca otra dimensión de Jesús. Marcos nos presenta, no tanto el gran hacedor de milagros, sino el Pastor que cuida de su rebaño, aludiendo a una figura que encontramos en el antiguo testamento para referirse al pueblo de Israel que se había descarriado: “He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17). Asimismo, nos lo presenta como el hombre sensible, que se compadece. Recordemos que Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús.

Trato de imaginar qué le diría Jesús a aquella multitud. Marcos no nos ofrece detalles sobre el contenido de la enseñanza de Jesús. Debemos suponer que les hablaba de la llegada del Reino, pues Marcos había establecido esto como la misión de Jesús, desde el comienzo de su Evangelio (1,14-15).

Esa es también nuestra misión (Mc 16,15). ¿Aceptas el reto?

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. 26-01-19

En los pasados días Marcos nos ha estado narrando cómo la fama de Jesús seguía creciendo, extendiéndose más allá de Palestina, hasta el mundo pagano. Donde quiera que iba la gente lo acosaba; querían ver sus portentos, u obtener para sí mismos un milagro. Ya no había un lugar donde pudiera pasar un rato tranquilo, ni aún en su casa. La lectura evangélica de hoy (Mc 3,20-21), una de las más cortas que leemos en la liturgia, dramatiza esa situación:

“En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales”.

Su familia está preocupada por él; lo ven acosado, cansado, agotado, sin posibilidad de descanso. Quieren llevárselo para que pueda disipar su mente, descansar su cuerpo.

Algunos, por otro lado, ven en ese gesto de la familia una falta de comprensión de parte ellos, que no pueden entender la grandeza del amor que mueve a Jesús a “dejar de ser de él” para entregarse por completo a los necesitados. Otros ven en sus familiares un desprecio hacia la persona de Jesús, quien con sus actos se estaba poniendo en peligro y los estaba poniendo en peligro a ellos. Recordemos que en tiempos de Jesús los lunáticos eran considerados como “endemoniados” o “poseídos” y eran apedreados; y que a veces esa condición era producto del pecado de sus padres o familiares. En otras palabras, la familia estaba actuado para protegerse ellos mismos.

Yo tiendo a pensar que en realidad el que dijeran que estaba “fuera de sus cabales” era más bien un subterfugio, un gesto de protección para llevarlo a un lugar donde pudiera descansar. No podemos olvidar que la persona más importante en esa “familia” era María, la madre de Jesús, la que “guardaba todas esas cosas en su corazón meditándolas”, la que aceptó desde el “hágase” la voluntad del Padre y la misión de su Hijo, la que lo apoyó y acompañó hasta el Calvario. María conoce y acepta la voluntad del Padre, pero su corazón de Madre la impulsa a velar por el bienestar de su Hijo.

Los que decidimos seguir al Señor muchas veces nos sentimos agotados por la misión que hemos aceptado; y hasta acosados, ya mientras más trabajamos por el Reino, más se espera de nosotros y más trabajo se nos encomienda. Es en esos momentos que debemos mirar el ejemplo de nuestro Maestro, y recordar que cuando decidimos seguirlo sabíamos que la jornada iba a ser dura. “El que quiera seguirme…” (Lc 9,23; Mt 16,24). Nos anima la promesa de que Él no nos abandonará, que estará con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt. 28,20).

En la lectura de hoy vemos a un Jesús que deja de comer por atender a los que acuden a Él en busca de alivio. Ese mismo Jesús va un paso más allá; se deja “comer” por nosotros, los que decidimos seguirlo, cuando lo comemos en las especies eucarísticas. Ahí se hace patente su promesa; por eso podemos sonreír en medio del cansancio cuando le servimos.

¡Atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO CUARTO DOMINGO DEL T.O. (A) 09-07-17

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para este decimocuarto domingo del tiempo ordinario, es la misma que leímos recientemente para la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (Mt 1,25-30). En nuestra reflexión para ese día centramos nuestra atención en el versículo 28: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.

Las lecturas de hoy, sin embargo, nos hacen resaltar los versículos 25 y 29: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”; y “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso”.

Ambos versículos son un eco de las primeras dos bienaventuranzas (Mt 5,3-4): “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra”. La pobreza de espíritu, que es del desapego de las cosas materiales, nos lleva a la mansedumbre, a la humildad, a no creernos superiores a los demás, a depender de la Providencia Divina. Solo entonces podremos abrir nuestros corazones al Espíritu Santo, que es el Amor que se profesan el Padre y el Hijo que se derrama sobre nosotros.

En la segunda lectura (Rm 8,9.11-13) san Pablo nos dice: “Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros”. Por eso puede proclamar: “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gál 2, 20).

La primera lectura (Zc 9,9-10) nos presenta la figura del futuro Mesías entrando a Jerusalén, no como los reyes terrenales, que llegaban llenos de gloria y poder político y militar, al son de trompetas y acompañados de ejércitos, sino “modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica”. A pesar de esta, y tantas otras profecías, cuando llegó, los suyos no lo reconocieron (Cfr. Jn 1,11).

El pueblo judío, cansado y agobiado de ser presa de cuatro imperios (babilónico, persa, griego y romano) durante cuatro siglos, esperaba un libertador político, un rey guerrero que les devolviera su independencia. Pero Jesús vino a traerles una libertad mayor; la libertad del pecado y la muerte. Y para enfatizar su mensaje, optó por hacerlo desde la pobreza. Nació pobre, teniendo por cuna un pesebre, vivió su vida en la pobreza, en ocasiones sin tener dónde recostar la cabeza (Cfr. Mt 8,20), y murió teniendo como su única posesión su ropa y una túnica que se echaron a la suerte entre los soldados (Mt 25,35).

Cristo nos muestra el camino al Padre: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso”. Cfr. Sal 22,2.

Que pases un hermoso fin de semana, y no olvides visitar la Casa del Señor. Él te espera.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA DÉCIMO QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 14-07-16

cargar la cruz

En la primera lectura de hoy el profeta Isaías (26,7-9.12.16-19) cambia el género literario que había utilizado en los pasajes anteriores y entona lo que podemos catalogar como un salmo: “Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti, porque tus juicios son luz de la tierra, y aprenden justicia los habitantes del orbe. Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Señor, en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento”. Esta lectura, que nos evoca el Salmo 62, es una oración de anhelo, de esperanza.

Isaías ve el sufrimiento de su pueblo, producto de sus infidelidades a la Alianza, y busca de Dios y su misericordia poniendo toda su esperanza en Él: “¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá”. Es un cántico de fe y esperanza ante el fracaso. Sabe que Dios, que lo envió a su pueblo, podrá castigarlo pero no abandonarlo porque está lleno de misericordia y comprensión, como una madre para con el hijo de sus entrañas.

Siglos más tarde, en esa corta lectura evangélica que contemplamos hoy, Jesús exclamaría: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán su descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11,28-30).

Jesús nos está haciendo una invitación (“Vengan a mi…”), y nos está diciendo que no importa lo fracasados, cansados o agobiados que podamos sentirnos por los azares de la vida, en Él encontraremos alivio. No nos está prometiendo milagros espectaculares, pero nos asegura que si confiamos a Él nuestros cansancios, nuestras angustias, nuestros sufrimientos, estos adquirirán un nuevo sentido; se convertirán en un “yugo llevadero”. Estaremos “tomando nuestra cruz” y siguiéndolo (Mt 10,38; Mc 8,34; Lc 9,23) y Él, fiel a su promesa, se convertirá en nuestro cirineo.

El secreto está en que aprendamos de Él a ser “mansos y humildes de corazón” en el espíritu de las Bienaventuranzas (Mt 5,4). Ahí encontraremos nuestro descanso. La invitación es tentadora. ¿Estamos dispuestos a aceptarla?

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 07-02-15

 

jesus sobre la barca enseñando

La lectura del Evangelio que la liturgia nos propone para hoy (Mc 6,30-34) retoma la narración del primer “envío” que leíamos el pasado jueves (Mc 6,7-13). Hoy se nos presenta el regreso de los apóstoles de esa misión. El evangelista no nos dice cuánto tiempo estuvieron misionando, solo nos dice que “los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado”. Me imagino el entusiasmo de los apóstoles contando todas sus peripecias durante la misión. Había llegado la hora del “informe”; de comparar notas con el Maestro, de recibir crítica constructiva de Él.

Así debería ser la Asamblea eucarística del domingo. Cada vez que terminamos la misa, con el rito de conclusión, el sacerdote nos “envía” a la aventura de la vida a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones, para que con nuestros quehaceres diarios alabemos y bendigamos al Señor. Así, después de nuestra “misión” durante la semana, nos reunimos nuevamente el siguiente domingo en torno a la mesa con Jesús, tal como lo hicieron los apóstoles en el pasaje evangélico de hoy. Cuando el Señor nos pregunte sobre nuestra misión, ¿qué le vamos a decir?

Jesús está consciente de que después del viaje misionero los apóstoles deben estar cansados y hambrientos. Por eso les dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El descanso y la alimentación son necesarios para mantenerse saludables y poder continuar predicando. En la celebración eucarística del domingo el Señor nos brinda un espacio de descanso de los trajines de la vida diaria, y nos alimenta con su Palabra y su Persona.

Continúa diciendo el relato que era tanta la gente que “no encontraban tiempo ni para comer”. Se montaron en una barca para ir a otro lugar tranquilo, pero la gente los siguió corriendo por la orilla del lago y se les adelantaron.

Al verles, Jesús sintió “lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Vio la necesidad, el hambre espiritual de aquella multitud, y se sintió conmovido, al punto del sacrificio. Aquí se destaca otra dimensión de Jesús. Marcos nos presenta, no tanto el gran hacedor de milagros, sino el Pastor que cuida de su rebaño, aludiendo a una figura que encontramos en el antiguo testamento para referirse al pueblo de Israel que se había descarriado: “He visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17). Asimismo, nos lo presenta como el hombre sensible, que se compadece. Recordemos que Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús.

Trato de imaginar de qué le diría Jesús a aquella multitud. Marcos no nos ofrece detalles sobre el contenido de la enseñanza de Jesús. Debemos suponer que les hablaba de la llegada del Reino, pues Marcos había establecido esto como la misión de Jesús, desde el comienzo de su Evangelio (1,14-15).

Esa es también nuestra misión (Mc 16,15). ¡Atrévete!