REFLEXIÓN PARA EL MARTES SANTO 30-03-21

“En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces”.

Continuando el camino hacia la Pasión, la Liturgia nos presenta hoy una lectura evangélica que abarca dos pasajes, el anuncio de la traición de Judas y el comienzo de la despedida de Jesús de sus apóstoles (Jn 13,21-33.36-38).

Comienza la lectura con una mención del estado emocional de Jesús: “Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: ‘En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar’.” Según se va acercando la hora, la naturaleza humana de Jesús comienza a rebelarse. Nadie quiere morir. Jesús no es la excepción. Siente temor ante lo que le espera. Y ese miedo natural se ve agravado por la traición de un amigo. Sabe que uno de los suyos lo va a entregar; peor aún, lo va a vender. En los momentos de crisis, buscamos el apoyo de los amigos, y si esos amigos nos traicionan, ¿de dónde vendrá el consuelo humano? Trato de imaginar cómo se sentiría Jesús en esos momentos, y se me forma un nudo en el pecho.

A pesar de su temor y el dolor de la traición, Jesús sabe que está aquí para cumplir la voluntad del Padre. “Lo que vas hacer, hazlo pronto”. El tiempo apremia, la hora está cerca: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará”.

El dolor de la traición se ve agudizado por el conocimiento por parte de Jesús de la deslealtad y falta de valentía que mostrará aquél a quien había instituido cabeza de Su Iglesia (Cfr. Mt 16,18). “Pedro replicó: ‘Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti’. Jesús le contestó: ‘¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces’.”

Vemos a un Jesús plenamente humano. Negarlo sería negar el carácter totalizante de la encarnación. Vemos cómo, especialmente en el Evangelio de Juan, aunque Jesús a veces parece saber por adelantado lo que va a ocurrir, Él no controla los eventos. Él confía plenamente en el Padre, en quien pone toda su confianza. Acepta la voluntad del Padre y sigue adelante, con la certeza de que no lo abandonará en la hora suprema. El Padre lo envió a cumplir una misión, anunciar la Buena Noticia del Reino, y Él la ha cumplido a cabalidad. Por eso con su último suspiro antes de expirar en la cruz podrá decir: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).

En esta Semana Santa, meditemos esta lectura y preguntémonos: ¿Cuántas veces he traicionado a Jesús después que Él depositó su confianza en mí? ¿Cuántas veces le he negado, o me he sentido cohibido o avergonzado de profesar mi amistad con Él? Tratemos de imaginar por un momento cómo se siente Él cada vez que le fallamos…

Poniéndonos ahora en Su lugar, cuando estoy en medio de la prueba, cuando el dolor de la traición y la incertidumbre me arropan, ¿confío plenamente en el Padre y me someto a Su voluntad después de haber hecho todo lo que está a mi alcance, o me rebelo y pretendo buscar soluciones humanas más compatibles con mis deseos?

La voluntad del Padre es solo una: nuestra salvación. Si nos sometemos a ella, Él nunca nos va a complacer en algo que pueda convertirse en un obstáculo para nuestra salvación. Piénsalo…

REFLEXIÓN PARA EL LUNES SANTO 29-03-21

“María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera”.

Luego de la entrada triunfal en Jerusalén que celebrábamos ayer, las lecturas de esta semana nos irán narrando la última semana de Jesús, y preparándonos para su Pascua. La lectura evangélica de hoy (Jn 12,1-11) nos ubica en tiempo: “seis días antes de la Pascua”; es decir, el lunes de la última semana de Jesús en la tierra.

Jesús sabe que está viviendo los últimos días de su humanidad y decide ir a pasar un rato agradable con sus amigos Lázaro, Marta y María, en el poblado de Betania, el lugar al que solía acudir cuando quería descansar. El autor enfatiza la proximidad de la Pascua, la presencia de Lázaro “a quien había resucitado de entre los muertos”, y el “perfume de nardo auténtico y costoso” con el que María, la hermana de Lázaro, le ungió los pies a Jesús. Este gesto de María es el que le da a este pasaje el nombre de la “unción en Betania”.

La lectura también nos presenta el ambiente. Un ambiente de fiesta: “Allí le ofrecieron una cena”. Por la forma en que Juan la describe, da la impresión de que no era una cena íntima con los amigos, se trataba de una fiesta en honor a Jesús, con muchos invitados. ¿Una fiesta de despedida, o una prefiguración de su gloriosa resurrección? No hay duda que todos querían verlo, pues estaban maravillados con los prodigios obrados por Jesús, especialmente por la revitalización de Lázaro. Esto se hace evidente por el comentario al final del pasaje de que muchos estaban allí, “no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos”.

El “perfume de nardo, auténtico y costoso” con el que María ungió los pies de Jesús y que hizo que la casa se llenara de su fragancia, nos presenta un marcado contraste con el mal olor que había en la tumba de Lázaro antes de que Jesús lo reviviera (Jn 11,39). Jesús es la resurrección y la vida.

Por otro lado, cuando Judas se quejó de que estuvieran desperdiciado un perfume tan caro en lugar de venderlo para repartir su importe entre los pobres, Jesús le dijo: “Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”. Algunos ven en la expresión de que María tenía reservado el perfume para el día de la sepultura de Jesús, un anticipo de que su cadáver no podría ser embalsamado el día de su entierro. La referencia a los pobres se refería a que, aunque se iba a separar físicamente de sus discípulos, permanecería siempre entre ellos, y entre nosotros, en la persona de estos, en el rostro de los pobres.

Mientras los sumos sacerdotes continuaban adelantado la conspiración para asesinar a Jesús, Él se mantiene en calma, disfruta de sus últimos momentos con sus amigos, y se dispone regresar al día siguiente a Jerusalén para culminar su misión.

Ayúdanos, Señor, a mantener la esperanza durante este tiempo de pandemia como lo hiciste Tú en Betania, a pesar de que sabías la proximidad de tu muerte en cruz, confiado en que al aceptar la voluntad del Padre, todo sería para nuestro bien (Rm 8,28).

REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR (B) 28-03-21

Hoy celebramos el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, y la liturgia nos ofrece como lectura evangélica para la Bendición de los ramos (Mc 11,1-10) la versión de Marcos de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, mientras la multitud le vitoreaba gritando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!”. Esa misma multitud anónima que recibió a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén es la misma que, en el Evangelio propio de la misa dominical (Mc 15,1-39), que nos presenta un adelanto de la Pasión, pide que liberen a Barrabás mientras todos gritan a viva voz: “¡Crucifícalo!; ¡Crucifícalo!”

Si comparamos la actitud de esa multitud anónima en ambas lecturas, vemos cuán volubles y manejables son las masas. Lo mismo podemos decir de nosotros. En un momento estamos alabando y bendiciendo al Señor mientras le recibimos en nuestros corazones, y al siguiente nos dejamos seducir por el maligno y terminamos dándole la espalda y “crucificándole”. Sí, cada vez que pecamos, estamos dando un martillazo en uno de los clavos que taladraron las manos y los pies de Jesús. Pero Él nos ama tanto que aun así ofreció su vida por los que lo asesinaron. “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8).

Esta Semana Santa que comienza hoy nos presenta otra oportunidad de hacer introspección, examen de conciencia sobre nuestra actitud hacia Dios. ¿A cuál de las dos multitudes pertenezco?

Este año será diferente pues, por las medidas sanitarias impuestas por la pandemia, no se nos entregarán ramos, sino que se bendecirán los ramos que llevemos a la celebración litúrgica. Unos ramos frescos, llenos de vida. Esos ramos eventualmente van a secarse, y luego serán quemados para convertirse en la ceniza que se nos va a imponer el miércoles de ceniza del próximo año. Así de efímera es nuestra vida, y en eso nos vamos a convertir. Hoy se nos brinda otra oportunidad. No sabemos si vamos a estar aquí el próximo año, el próximo mes, la próxima semana, mañana. Esta noche… ¿En cuál de las multitudes nos sorprenderá?

Jesús nos ama con locura, con pasión; quiere relacionarse con nosotros; quiere nuestra salvación, para eso nos creó el Padre, por eso cuando le fallamos envió a su Hijo. Pero, como nos decía el P. Larrañaga, “Dios es un perfecto caballero”, es incapaz de imponerse. “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

Jesús se ofreció a sí mismo como víctima propiciatoria por todos los pecados de la humanidad, cometidos y por cometer; los tuyos y los míos. Pero para poder recibir el beneficio de esa redención tenemos que acercarnos a Él, reconocerle, y reconocer nuestra culpa como lo hizo el buen ladrón. Y para eso Jesús nos dejó el sacramento de la reconciliación, y se lo encomendó a Su Iglesia a través de los apóstoles (Jn 20,22-23).

Si no la has hecho aún, esta Semana Santa es el momento propicio; ¡reconcíliate!

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA 27-03-21

“Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera”.

La lectura evangélica de hoy (Jn 11,45-56), nos presenta al Sanedrín tomando la decisión firme de dar muerte a Jesús: “Y aquel día decidieron darle muerte”. Esta decisión estuvo precedida por la manifestación profética del Sumo Sacerdote Caifás (“Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera”), que prepara el escenario para el misterio de la Pasión que reviviremos durante la Semana Santa que comienza mañana, domingo de Ramos.

La primera lectura, tomada del profeta Ezequiel (37,21-28), nos muestra a Dios que ve a su pueblo sufriendo el exilio y le asegura que no quiere que su pueblo perezca. El pueblo ha visto la nación desmembrarse en dos reinos: el del Norte (Israel) y el del Sur (Judá), y luego ambos destruidos a manos de sus enemigos en los años 722 a.C. y 586 a.C., respectivamente, y los judíos exiliados o desparramados por todas partes. “Yo voy a recoger a los israelitas por las naciones adonde marcharon, voy a congregarlos de todas partes y los voy a repatriar. Los haré un solo pueblo en su país, en los montes de Israel, y un solo rey reinará sobre todos ellos. No volverán a ser dos naciones ni a desmembrarse en dos monarquías”.

Reiterando la promesa hecha al rey David (2 Sm 7,16), Yahvé le dice al pueblo a través del profeta: “Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos”. Para ese tiempo David había muerto hacía casi 400 años. Así que se refiere a aquél que ha de ocupar el trono de David, Jesús de Nazaret (Cfr. Lc 1,32b).

Mañana conmemoramos su entrada mesiánica en Jerusalén al son de los vítores de esa multitud anónima que lo seguía a todas partes (“¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” – Mt 21,9), para dar comienzo al drama de su pasión y muerte.

Las palabras de Caifás en la lectura de hoy (“os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera”) lo convierten, sin proponérselo, en instrumento eficaz del plan de salvación establecido por el Padre desde el momento de la caída. El mismo Juan nos apunta al carácter profético de esas palabras: “Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos”.

Ese era el plan que el Padre se había trazado desde el principio: reunir a los hijos de Dios dispersos, a toda la humanidad, alrededor del sacrificio salvador de Su Hijo, quien habría de morir por todos.

¡Cuánto le falta a la humanidad para poder alcanzar esa meta de estar “reunidos en la unidad”! Durante esta Semana Santa, en medio del mundo convulsionado que estamos viviendo, les invito a orar por la unidad de todas las naciones, religiones y razas, para que se haga realidad esa unidad a la que nos llama Jesús: Ut unum sint! (Jn 17,21).

Que la Semana Santa que está a punto de comenzar sea un tiempo de penitencia y contemplación de la pasión salvadora de Cristo, y no un tiempo de vacaciones y playa.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES SANTO 08-04-20

“Ellos se ajustaron con él en treinta monedas”.

Ya estamos en el umbral de la Pasión. Es Miércoles Santo. Mañana celebraremos la Misa vespertina “en la cena del Señor”, y pasado mañana será el Viernes Santo. El pasaje evangélico que nos presenta la liturgia para hoy es precisamente la preparación de la cena, y la versión de Mateo de la traición de Judas (Mt 26,14-25). Pero el énfasis parece estar en la traición de Judas, pues comienza y termina con esta. Los preparativos y la cena parecen ser un telón de fondo para el drama de traición.

La lectura comienza así: “En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, se presentó a los sumos sacerdotes y les propuso: ‘¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?’ Ellos se ajustaron con él en treinta monedas (Mateo es el único que menciona la cantidad acordada de “treinta monedas” Marcos y Lucas solo mencionan “dinero”). Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo”.

La trama de la traición continúa desarrollándose durante la cena: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Luego sigue un intercambio entre Jesús y sus discípulos, que culmina con Judas preguntando: “¿Soy yo acaso, Maestro?”, a lo que Jesús respondió: “Tú lo has dicho”. Esto ocurría justo antes de la institución de la Eucaristía.

Siempre que escucho la historia de la traición de Judas, recuerdo mis días de infancia y adolescencia cuando en mi pueblo natal se celebraba la quema de una réplica de Judas. Era como si emprendiéndola contra Judas, el pueblo entero tratara de echarle a este toda la culpa por la muerte de Jesús; como si dijéramos: “Si yo hubiese estado allí, no lo hubiese permitido”.

La realidad es que la traición de Judas fue el último evento de una conspiración de los poderes ideológico-religiosos de su tiempo, que llevaban tiempo planificando la muerte de Jesús. La suerte de Jesús estaba echada. Judas fue un hombre débil de carácter que sucumbió ante la tentación y se convirtió en un “tonto útil” en manos de los poderosos.

Es fácil echarle culpa a otro; eso nos hace sentir bien, nos justifica. Pero se nos olvida que Jesús murió por los pecados de toda la humanidad, cometidos y por cometer. Eso nos incluye a todos, sin excepción. Todos apuntamos el dedo acusador contra Judas, pero, ¿y qué de Pedro? ¿Acaso no traicionó también a Jesús? ¡Ah, pero Pedro se arrepintió y siguió dirigiendo la Iglesia, mientras Judas se ahorcó! Esta aseveración suscita tres preguntas, que cada cual debe contestarse: ¿Creen ustedes que Dios dejó de amar a Judas a raíz de la traición? ¿Existe la posibilidad de que Judas se haya arrepentido en el último instante de su vida? De ser así, ¿puede Dios haberlo perdonado?

¿Y qué de los demás discípulos, quienes a la hora de la verdad lo abandonaron, dejándolo solo en la cruz?

No pretendo justificar a Judas. Tan solo quiero recalcar que él no fue el único que traicionó a Jesús, ni será el último. ¿Quiénes somos nosotros para juzgarlo? Hoy debemos preguntarnos: ¿Cuántas veces te he traicionado, Señor? ¿Cuáles han sido mis “treinta monedas”?

REFLEXIÓN PARA EL MARTES SANTO 07-04-20

«Señor, ¿quién es?». Le contestó Jesús: – «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».

Continuando el camino hacia la Pasión, la Liturgia nos presenta hoy una lectura evangélica que abarca dos pasajes, el anuncio de la traición de Judas y el comienzo de la despedida de Jesús de sus apóstoles (Jn 13,21-33.36-38).

Comienza la lectura con una mención del estado emocional de Jesús: “Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: ‘En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar’.” Según se va acercando la hora, la naturaleza humana de Jesús comienza a rebelarse. Nadie quiere morir. Jesús no es la excepción. Siente temor ante lo que le espera. Y ese miedo natural se ve agravado por la traición de un amigo. Sabe que uno de los suyos lo va a entregar; peor aún, lo va a vender. En los momentos de crisis, buscamos el apoyo de los amigos, y si esos amigos nos traicionan, ¿de dónde vendrá el consuelo humano? Trato de imaginar cómo se sentiría Jesús en esos momentos, y se me forma un nudo en el pecho.

A pesar de su temor y el dolor de la traición, Jesús sabe que está aquí para cumplir la voluntad del Padre. “Lo que vas hacer, hazlo pronto”. El tiempo apremia, la hora está cerca: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará”.

El dolor de la traición se ve agudizado por el conocimiento por parte de Jesús de la deslealtad y falta de valentía que mostrará aquél a quien había instituido cabeza de Su Iglesia (Cfr. Mt 16,18). “Pedro replicó: ‘Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti’. Jesús le contestó: ‘¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces’.”

Vemos a un Jesús plenamente humano. Negarlo sería negar el carácter totalizante de la encarnación. Vemos cómo, especialmente en el Evangelio de Juan, aunque Jesús a veces parece saber por adelantado lo que va a ocurrir, Él no controla los eventos. Él confía plenamente en el Padre, en quien pone toda su confianza. Acepta la voluntad del Padre y sigue adelante, con la certeza de que no lo abandonará en la hora suprema. El Padre lo envió a cumplir una misión, anunciar la Buena Noticia del Reino, y Él la ha cumplido a cabalidad. Por eso con su último suspiro antes de expirar en la cruz podrá decir: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).

En esta Semana Santa, meditemos esta lectura y preguntémonos: ¿Cuántas veces he traicionado a Jesús después que Él depositó su confianza en mí? ¿Cuántas veces le he negado, o me he sentido cohibido o avergonzado de profesar mi amistad con Él? Tratemos de imaginar por un momento cómo se siente Él cada vez que le fallamos…

Poniéndonos ahora en Su lugar, cuando estoy en medio de la prueba, cuando el dolor de la traición y la incertidumbre me arropan, ¿confío plenamente en el Padre y me someto a Su voluntad después de haber hecho todo lo que está a mi alcance, o me rebelo y pretendo buscar soluciones humanas más compatibles con mis deseos?

La voluntad del Padre es solo una: nuestra salvación. Si nos sometemos a ella, Él nunca nos va a complacer en algo que pueda convertirse en un obstáculo para nuestra salvación. Piénsalo…

REFLEXIÓN PARA EL LUNES SANTO 06-04-20

“María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera”.

Luego de la entrada triunfal en Jerusalén que celebrábamos ayer, las lecturas de esta semana nos irán narrando la última semana de Jesús, y preparándonos para su Pascua. La lectura evangélica de hoy (Jn 12,1-11) nos ubica en tiempo: “seis días antes de la Pascua”; es decir, el lunes de la última semana de Jesús en la tierra.

Jesús sabe que está viviendo los últimos días de su humanidad y decide ir a pasar un rato agradable con sus amigos Lázaro, Marta y María, en el poblado de Betania, el lugar al que solía acudir cuando quería descansar. El autor enfatiza la proximidad de la Pascua, la presencia de Lázaro “a quien había resucitado de entre los muertos”, y el “perfume de nardo auténtico y costoso” con el que María, la hermana de Lázaro, le ungió los pies a Jesús. Este gesto de María es el que le da a este pasaje el nombre de la “unción en Betania”.

La lectura también nos presenta el ambiente. Un ambiente de fiesta: “Allí le ofrecieron una cena”. Por la forma en que Juan la describe, da la impresión de que no era una cena íntima con los amigos, se trataba de una fiesta en honor a Jesús, con muchos invitados. ¿Una fiesta de despedida, o una prefiguración de su gloriosa resurrección? No hay duda que todos querían verlo, pues estaban maravillados con los prodigios obrados por Jesús, especialmente por la revitalización de Lázaro. Esto se hace evidente por el comentario al final del pasaje de que muchos estaban allí, “no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos”.

El “perfume de nardo, auténtico y costoso” con el que María ungió los pies de Jesús y que hizo que la casa se llenara de su fragancia, nos presenta un marcado contraste con el mal olor que había en la tumba de Lázaro antes de que Jesús lo reviviera (Jn 11,39). Jesús es la resurrección y la vida.

Por otro lado, cuando Judas se quejó de que estuvieran desperdiciado un perfume tan caro en lugar de venderlo para repartir su importe entre los pobres, Jesús le dijo: “Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”. Algunos ven en la expresión de que María tenía reservado el perfume para el día de la sepultura de Jesús, un anticipo de que su cadáver no podría ser embalsamado el día de su entierro. La referencia a los pobres se refería a que, aunque se iba a separar físicamente de sus discípulos, permanecería siempre entre ellos, y entre nosotros, en la persona de estos, en el rostro de los pobres.

Mientras los sumos sacerdotes continuaban adelantado la conspiración para asesinar a Jesús, Él se mantiene en calma, disfruta de sus últimos momentos con sus amigos, y se dispone regresar al día siguiente a Jerusalén para culminar su misión.

Ayúdanos, Señor, a mantener la calma durante este tiempo de amenaza de esta pandemia del COVID-19, como lo hiciste Tú en Betania, a pesar de que sabías la proximidad de tu muerte en cruz, confiado en que al aceptar la voluntad del Padre, todo sería para nuestro bien (Rm 8,28).

REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DE SEÑOR EN TIEMPOS DEL COVID-19 (CICLO A) 05-04-20

“La misma multitud que recibe a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén en el Evangelio correspondiente a la bendición de los ramos (Mt 21,1-11) ahora pide que le crucifiquen”.

Hoy celebramos el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, y la liturgia nos ofrece como lectura evangélica la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (26,14–27,66), un adelanto de lo que le espera a Jesús. En esta lectura la “multitud” anónima juega un papel importante. La misma multitud que recibe a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén en el Evangelio correspondiente a la bendición de los ramos (Mt 21,1-11) ahora pide que le crucifiquen.

Si comparamos la actitud de esa multitud anónima en ambas lecturas, vemos cuán volubles y manejables son las masas. Lo mismo podemos decir de nosotros. En un momento estamos alabando y bendiciendo al Señor mientras le recibimos en nuestros corazones, y al siguiente nos dejamos seducir por el maligno y terminamos dándole la espalda y “crucificándole”. Sí, cada vez que pecamos, estamos dando un martillazo en uno de los clavos que taladraron las manos y los pies de Jesús. Pero Él nos ama tanto que aun así ofreció su vida por los que lo asesinaron.

Esta semana Santa que comienza hoy nos presenta otra oportunidad de hacer introspección, examen de conciencia sobre nuestra actitud hacia Dios. ¿A cuál de las dos multitudes pertenezco?

Hoy no podremos recibir los ramos benditos como acostumbramos, pero nuestros pastores nos han exhortado a bendecir en familia y colocar en nuestras puertas una rama palma, o de cualquier árbol o planta verde como signo de nuestra fe. Unos ramos frescos, llenos de vida. Esos ramos eventualmente van a secarse. Así de efímera es nuestra vida. Hoy se nos brinda otra oportunidad. No sabemos si vamos a estar aquí el próximo año, el próximo mes, la próxima semana, mañana, esta noche… Cuando venga el Hijo de hombre, ¿en cuál de las multitudes nos sorprenderá?

Jesús nos ama con locura, con pasión; quiere relacionarse con nosotros; quiere nuestra salvación, para eso nos creó el Padre, por eso cuando le fallamos envió a su Hijo. Pero, como dice el P. Larrañaga, “Dios es un perfecto caballero”, es incapaz de imponerse. “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

Jesús se ofreció a sí mismo como víctima propiciatoria por todos los pecados de la humanidad, cometidos y por cometer; los tuyos y los míos. Pero para poder recibir el beneficio de esa redención tenemos que acercarnos a Él, reconocerle, y reconocer nuestra culpa como lo hizo el buen ladrón. Y para eso Jesús nos dejó el Sacramento de la reconciliación, y se lo encomendó a Su Iglesia a través de los apóstoles (Jn 20,22-23).

Este año muchos nos vemos privados del sacramento de la reconciliación. El papa Francisco, consciente de la situación extraordinaria que estamos atravesando, nos ha explicado cómo confesar en ausencia de un sacerdote: Haces lo que dice el Catecismo. Si no encuentras un sacerdote para confesar, habla con Dios y pídele perdón con todo el corazón. Y prométele: “Más tarde confesaré, pero perdóname ahora”. E inmediatamente volverás a la gracia de Dios.

Por Su Dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero…

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA 04-04-20

Que la Semana Santa que está a punto de comenzar en la cuarentena que nos ha tocado vivir, se convierta para todos en un verdadero “retiro espiritual” que nos lleve a la unidad en la oración.

La lectura evangélica de hoy (Jn 11,45-47), nos presenta al Sanedrín tomando la decisión firme de dar muerte a Jesús: “Y aquel día decidieron darle muerte”. Esta decisión estuvo precedida por la manifestación profética del Sumo Sacerdote Caifás (“Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera”), que prepara el escenario para el misterio de la Pasión que reviviremos durante la Semana Santa que comienza mañana, domingo de Ramos.

La primera lectura, tomada del profeta Ezequiel (37,21-28), nos muestra a Dios que ve a su pueblo sufriendo el exilio y le asegura que no quiere que su pueblo perezca. El pueblo ha visto la nación desmembrarse en dos reinos: el del Norte (Israel) y el del Sur (Judá), y luego ambos destruidos a manos de sus enemigos en los años 722 a.C. y 586 a.C., respectivamente, y los judíos exiliados o desparramados por todas partes. “Yo voy a recoger a los israelitas por las naciones adonde marcharon, voy a congregarlos de todas partes y los voy a repatriar. Los haré un solo pueblo en su país, en los montes de Israel, y un solo rey reinará sobre todos ellos. No volverán a ser dos naciones ni a desmembrarse en dos monarquías”.

Reiterando la promesa hecha al rey David (2 Sm 7,16), Yahvé le dice al pueblo a través del profeta: “Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos”. Para ese tiempo David había muerto hacía casi 400 años. Así que se refiere a aquél que ha de ocupar el trono de David, Jesús de Nazaret (Cfr. Lc 1,32b).

Mañana conmemoramos su entrada mesiánica en Jerusalén al son de los vítores de esa multitud anónima que lo seguía a todas partes (“¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” – Mt 21,9), para dar comienzo al drama de su pasión y muerte.

Las palabras de Caifás en la lectura de hoy (“os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera”) lo convierten, sin proponérselo, en instrumento eficaz del plan de salvación establecido por el Padre desde el momento de la caída. El mismo Juan nos apunta al carácter profético de esas palabras: “Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos”.

Ese era el plan que el Padre se había trazado desde el principio: reunir a los hijos de Dios dispersos, a toda la humanidad, alrededor del sacrificio salvador de Su Hijo, quien habría de morir por todos.

¡Cuánto le falta a la humanidad para poder alcanzar esa meta de estar “reunidos en la unidad”! Durante esta Semana Santa, en medio del mundo convulsionado que estamos viviendo, les invito a orar por la unidad de todas las naciones y razas, para que se haga realidad esa unidad a la que nos llama Jesús: Ut unum sint! (Jn 17,21).

Que la Semana Santa que está a punto de comenzar en la cuarentena que nos ha tocado vivir, se convierta para todos en un verdadero “retiro espiritual” que nos lleve a la unidad en la oración.

Demos gracias a Dios por esta oportunidad única que nos brinda. ¡Bendito seas por siempre, Señor!