REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE EPIFANÍA DEL SEÑOR 06-01-17

 

Hoy celebramos en Puerto Rico la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa “manifestación”. La Iglesia reconoce tres epifanías importantes: La Epifanía ante los Reyes Magos (que celebramos hoy), la Epifanía a Juan el Bautista en el Río Jordán cuando Jesús fue bautizado, y la Epifanía a sus discípulos en las Bodas de Caná. No obstante, cuando hablamos de Epifanía, siempre pensamos en la primera, que se celebra todos los años el 6 de enero.

Aunque en Puerto Rico la solemnidad se conoce con el nombre de los Tres Santos Reyes, el relato de Mateo (2,1-12), ni dice que eran tres, ni que eran reyes. Tampoco dice que llegaron en camellos. El número de tres se ha desarrollado en la tradición basado en los presentes que le presentaron al Niño: oro, incienso y mirra. El número de tres también se recoge en los evangelios apócrifos, al igual que sus nombres. El Evangelio armenio de la infancia de Jesús (5,10) nos dice: “Y los reyes de los magos eran tres hermanos: Melkon (Melchor), el primero, que reinaba sobre los persas; después Baltasar, que reinaba sobre los indios, y el tercero Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes”.

Lo de los camellos, también producto de la tradición, se basa probablemente en el pasaje del libro de Isaías (60,1-6) que la liturgia nos propone para hoy, que en el versículo 6 nos dice: “Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor”. La realeza de los visitantes probablemente se incorpora a la tradición al combinar este pasaje con el Salmo 71 que leemos hoy también: “Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan”.

Lo cierto es que esta visita y adoración de los magos representa la manifestación de Jesús a los pueblos gentiles (no judíos), incluyéndonos a nosotros. Esta manifestación y bendición de Dios a todos los pueblos, representa también el cumplimiento de la promesa de Yahvé a Abraham en el Antiguo Testamento: “por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Esa promesa la recibimos nosotros a través de la persona de Cristo Jesús (Cfr. Mt 1,1-17), según nos dice san Pablo en la segunda lectura de hoy (Ef 3,2-3a.5-6): “…también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Ut unum sint!

Los magos presentaron al Niño dones: oro que representa la realeza, incienso que representa la divinidad, y mirra que representa la humanidad. Hoy Dios se nos manifiesta; es para nosotros como una segunda Navidad. De hecho, en las Iglesias Orientales hoy se celebra la Navidad. Ahora el Niño pertenece al mundo, a toda la humanidad; ha rebasado el ámbito del pesebre, de Israel. Nosotros, ¿qué le vamos a ofrecer como don? Lo único que Él espera como regalo es a nosotros mismos, nuestra fidelidad y nuestro amor hacia Él en la persona de nuestros hermanos.

Te propongo algo: Dale un abrazo a la primera persona que veas después de leer esta reflexión. Estarás abrazando al niño Dios…

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR 25-12-16

La liturgia para hoy, 25 de diciembre, Solemnidad de la Natividad del Señor, nos presenta tres formularios, según la hora de la celebración: medianoche, aurora y día. Para nuestra reflexión de hoy hemos escogido las lecturas correspondientes a la celebración de día.

La primera lectura, tomada del libro de Isaías (52,7-10), profetiza el tiempo en que el pueblo puede finalmente ver cara a cara a Dios: “Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”. Los vigías de la ciudad no se limitan a dar un anuncio como lo harían rutinariamente, sino que lo transmiten con júbilo, con alegría contagiosa, tanto que lo hacen “a coro”. Algo importante ha sucedido: Finalmente “ven cara a cara al Señor”, algo que hasta entonces solamente Moisés había experimentado (Ex 33,11).

Como lectura evangélica, la liturgia nos ofrece el prólogo del Evangelio según san Juan (1,1-18), una lectura densa y llena de simbolismo que nos presenta el misterio de la encarnación: “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: ‘El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo’»”.

Lo importante para nosotros, y la Solemnidad que estamos celebrando, es que ya no se trata de un Dios distante, extraño, misterioso, inalcanzable. Ahora encontramos a un Dios que se hace uno de nosotros, que “acampa” entre nosotros. Me encanta esta traducción, pues nos transmite esa sensación de compartir un campamento, en el cual los que están comparten una fogata que les proporciona luz y calor, comparten los alimentos, y dependen unos de otros para ayuda y protección mutuas. Se trata pues, de un Dios humanado, con las mismas necesidades que nosotros.

Un Dios que nació pequeño y frágil, como todos nosotros, que necesitó de los cuidados y el cariño de una madre, y las enseñanzas y disciplina de un padre. “Dios-con-nosotros”, Emmanuel. Hoy celebramos el nacimiento del Emmanuel, cuyo nacimiento fue anunciado a coro por los heraldos celestiales (Lc 2,13-14), tal como lo había profetizado Isaías en la primera lectura de hoy.

Ya el tiempo de espera gozosa del Adviento ha culminado, y si nuestra preparación para este gran día fue adecuada, podemos adorar y besar al Niño Dios. Pero, ¿sabes qué? ¡Todavía estás a tiempo! Si te postras ante el Niño y le adoras de todo corazón, notarás una sonrisa en su rostro, esa sonrisa que solo los niños pueden regalarnos, y con ella derramará su Gracia sobre ti, y podrás recibirlo en tu corazón. Entonces sabrás lo que es una Feliz Navidad.

¡Feliz Navidad a todos!

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C), Y CIERRE DEL JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA 20-11-16

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Hoy celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, último domingo el Año Litúrgico, ya que el próximo domingo comenzaremos el tiempo de Adviento que nos preparará para el nacimiento del Niño Dios; ese Dios que en el más sublime acto de misericordia quiso humanarse, hacerse uno con nosotros para enseñarnos que el camino al Padre está pavimentado con las obras de misericordia, y luego entregarse a sí mismo como víctima propiciatoria para hacernos acreedores a la Vida eterna.

Les invitamos a leer nuestra reflexión anterior para el Ciclo C en esta misma solemnidad.

Hoy también celebramos la clausura del Jubileo extraordinario de la Misericordia, que culminó con la clausura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.

Cuando el Santo Padre convocó al Año Jubilar de la Misericordia el año pasado, escogió dos fechas significativas para el comienzo y la conclusión del mismo. Dijo en aquél entonces el Papa: Este Año santo iniciará con la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción y se concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo y rostro vivo de la misericordia del Padre.

En la primera, 8 de diciembre de 2015, conmemorábamos los 50 años de la conclusión del Concilio Vaticano II. Pero más importante aún, en esa fecha celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, que marca el comienzo, la puesta en marcha del plan que el Padre, en su infinita Misericordia, tenía dispuesto desde la eternidad para devolvernos la Gracia, la dignidad de hijos de Dios que habíamos perdido en el momento de la caída (Cfr. Gn 3,15). Porque solo el seno virginal de la “llena de Gracia”, preservada de antemano de toda mancha de pecado por los méritos de Aquél que iba a concebir por obra del Espíritu Santo, podía ser el vehículo para traer al mundo al Hijo del Padre, al “rostro vivo de la Misericordia del Padre”.

La segunda fecha, hoy, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, nos recuerda que el reinado y señorío de Jesús no están cimentados en la riqueza y el poder, sino en la pobreza y en la Misericordia. De ahí que el lema escogido por el papa Francisco para este Jubileo extraordinario de la Misericordia haya sido: Misericordiosos como el Padre, una versión abreviada del versículo 36 del capítulo 6 del Evangelio según san Lucas en el que Jesús nos dice: “Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso”.

Jesús nos invita a ser misericordiosos como el Padre, y en los pasados tres días el Papa nos lo ha recordado con unos mensajes tan cortos como profundos:

  • El jueves nos decía: No basta con experimentar la misericordia de Dios en la propia vida; también es necesario ser instrumento de misericordia para los demás.
  • El viernes nos añadió: ¡Si quieren un corazón lleno de amor, sean misericordiosos!
  • Y ayer, a horas de la clausura, recalcó: La misericordia de Dios para con nosotros está ligada a nuestra misericordia hacia el prójimo.

Durante el año jubilar de la Misericordia descolló la figura del padre misericordioso en la parábola del mismo nombre, mejor conocida como la parábola del hijo pródigo. Pero en esa parábola hay otros personajes de los que casi nadie habla: los siervos del padre. No hay duda que el padre fue misericordioso perdonando al hijo que regresaba arrepentido, pero encargó a sus siervos llevar a cabo los gestos, las obras de misericordia que le devolverían la dignidad a ese hijo: “Traigan aprisa el mejor vestido y vístanle, pónganle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies” (Lc 15,22). Es lo que Jesús nos pide continuamente a través de su Palabra; que nos convirtamos en instrumentos de Su misericordia.

Al finalizar cada año o evento importante en nuestras vidas acostumbramos “pasar balance”, hacer introspección, para identificar los frutos así como las fallas en que podamos haber incurrido.

No hay duda que hoy cerramos un año importante, tanto en la Iglesia como en nuestras vidas.

Les invito a hacer introspección preguntándonos: ¿Cómo he vivido el Año de la Misericordia? ¿Me he abierto a la Misericordia de Dios en el sacramento de la reconciliación? ¿He practicado las obras de misericordia, corporales y espirituales? ¿En qué fallé?

Sin duda muchos hemos fallado, pero lo mejor de todo es que la misericordia de Dios es eterna (Sal 136), que Él nunca se cansa de esperarnos (Cfr. Ap 3,20). Como nos dice el libro de las Lamentaciones: “La misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien se renuevan cada mañana” (Lm 3,22-23).

Por lo que, más que el “cierre” del Año de la Misericordia, hoy celebramos un envío a seguir trabajando en nuestra vocación a la santidad, esforzándonos cada día más en llegar a ser misericordiosos como el Padre, con la esperanza de que el día final, si no hemos alcanzado plenamente la santidad, al menos nuestro tiempo en el purgatorio sea un poco más corto.

Que pasen un hermoso día y una feliz semana.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA, MADRE DE LA DIVINA PROVIDENCIA 19-11-16

providencia23bHoy celebramos en Puerto Rico la Solemnidad de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona del archipiélago de Puerto Rico, declarada como tal por el papa beato Pablo VI hace cuarenta y siete años, el 19 de noviembre de 1969.

La lectura evangélica que nos propone la liturgia propia de la solemnidad es Jn 2,1-11, el pasaje de las Bodas de Caná. Y el pasaje es muy apropiado, pues nos muestra a María haciendo uso de su prerrogativa como madre de Dios, provocando así el primer milagro de su Hijo. Un milagro que es producto de la generosidad de la providencia divina. Recordemos que Dios es el único que puede obrar milagros; su Madre tan solo se limita a interceder por nosotros ante su Hijo, y guiarnos hacia su Palabra: “Hagan lo que él les diga”.

Es curioso notar cómo en el relato, María parecería estar más preocupada por los jóvenes esposos que por su propio Hijo, a quien ella refiere su preocupación. Él sigue siendo el foco de atención, como lo será durante toda la vida de su madre. Pero en ese momento ella, como mujer y madre, está pendiente a los detalles, a diferencia de su hijo, que está disfrutando de la fiesta con sus nuevos amigos (Cfr. Jn 1,35-51; 2,2). Por eso es ella quien se percata de la escasez del vino, una situación altamente embarazosa para una familia de la época. Y de la misma manera que tan pronto se enteró del embarazo de su prima salió a ayudarla sin pensarlo (Lc 1,39-45), emprendiendo un largo y peligroso viaje a pesar de su corta edad y su propio estado de embarazo, en esta ocasión actuó de inmediato para resolver el problema de los novios. Y aunque su Hijo le manifiesta que aún no ha llegado su “hora”, ella insiste y hace que esa “hora” se adelante.

Del mismo modo hoy María está pendiente de nosotros, de nuestras vidas, presta a venir en nuestro auxilio y presentar nuestros problemas y nuestras necesidades ante su Hijo. Tan solo nos pide una cosa: “Hagan lo que Él les diga”.

En las palabras de María en este pasaje encontramos un doble propósito: por un lado resolver el apuro material de los novios (“no tienen vino”), y por otro, dirigir a los que allí estaban (y a nosotros) a prestar atención y actuar conforme a la Palabra de su Hijo (“Hagan lo que él les diga”). Con esa última frase nos abre a la intervención de su Hijo para que se produzca el milagro. Así, de la misma manera que suscitó la fe de los que estaban aquel día en Caná de Galilea, hoy coopera para que nuestros corazones se abran a la fe en su Hijo y en la Divina Providencia.

En esta Solemnidad de nuestra patrona, pidámosle que nos lleve de su mano hacia su Hijo, y encomendémonos a su intercesión para que lleve ante Él  todas nuestras necesidades materiales y espirituales.

María, Madre de la Divina Providencia, ¡ruega por Puerto Rico; ruega por nosotros!

Precedencia de celebraciones litúrgicas

Compartimos con ustedes este interesante artículo sobre la precedencia de las celebraciones litúrgicas, cuando coinciden dos o más celebraciones el mismo día.

El mismo está tomado del muro de “Liturgia Papal” en Facebook:  https://www.facebook.com/liturgia.papal.1/

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Toda vez que el año litúrgico depende del calendario solar, del calendario lunar y de la forma en que se mueven los días por las semanas, puede haber concurrencia de dos celebraciones el mismo día.

Eso se daría cuando un mismo día es domingo del tiempo ordinario y, a la vez, solemnidad de San Pedro y San Pablo. O cuando la solemnidad de la Anunciación cae en Viernes Santo. Son solo dos ejemplos de los muchos que puede haber.

Para resolver estos problemas de concurrencias, la Iglesia ha elaborado una tabla de precedencias entre los días litúrgicos. Se trata de una tabla en la que se enumera del 1 al 13 las posibles celebraciones, apiñadas en tres grupos. Las que son enlistadas en un número inferior tienen precedencia sobre las que están mencionadas en un número superior.

Por ejemplo, si coincide la Solemnidad de San José con el Lunes Santo, tiene precedencia el Lunes Santo porque éste es número 2), mientras que San José es número 3). Pero si San José cae en un viernes de cuaresma, se celebra San José porque es 3), mientras que las ferias de cuaresma son 9).

Otra regla: si un año no puede celebrarse una solemnidad porque concurre con una celebración de mayor grado, la solemnidad debe de celebrarse en el día siguiente que no esté impedido. Por ejemplo, en 2016 la fecha en que habitualmente se celebra la Anunciación del Señor (25 de marzo) cayó en Viernes Santo. Por eso, se trasladó al día siguiente en que no haya impedimento, el 4 de abril, lunes de la II semana de Pascua.

Si no se trata de una solemnidad, la celebración que sea impedida por una de mayor rango se omite.

Les dejo la tabla de precedencias litúrgicas:

Grupo I

1) Triduo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor
2) Natividad del Señor, Epifanía, Ascensión y Pentecostés
Domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua
Miércoles de Ceniza
Semana Santa, desde el lunes al jueves, inclusive
Días de la Octava de Pascua
3) Solemnidades del Señor, de la Santísima Virgen María y de los santos inscritas en el Calendario general.
Conmemoración de todos los fieles difuntos
4) Solemnidades propias, a saber:
Solemnidad del patrono principal del lugar, sea pueblo o ciudad
Solemnidad de la dedicación y aniversario de la dedicación de la iglesia propia
Solemnidad del título de la iglesia propia
Solemnidad o del título, o del fundador, o del patrono principal de la Orden o Congregación

Grupo II

5) Fiestas del Señor inscritas en el Calendario general
6) Domingos del tiempo de Navidad y del tiempo ordinario
7) Fiestas de la Santísima Virgen María y de los santos inscritas en el Calendario general
8)Fiestas propias, a saber:
-Fiesta del patrono principal de la diócesis
-Fiesta del aniversario de la dedicación de la iglesia catedral
-Fiesta del patrono principal de la región o provincia, de la nación, de un territorio más extenso
-Fiesta o del título, o del fundador, o del patrono principal de la Orden o Congregación y de la provincia religiosa, quedando a salvo lo prescripto en el número 4
-Otras fiestas propias de alguna iglesia
-Otras fiestas inscritas en el Calendario de cada diócesis, o de cada -Orden o Congregación
9) Las ferias de Adviento desde el día 17 al día 24 inclusive
Días de la octava de Navidad
Las ferias de Cuaresma

Grupo III

10) Memorias obligatorias inscritas en el calendario general
11) Memorias obligatorias propias, a saber:
-Memoria del patrono secundario del lugar, de la diócesis, de la región o provincia, de la nación, de un territorio más extenso, de la Orden o Congregación y de la provincia religiosa
-Otras memorias obligatorias propias de alguna iglesia
-Otras memorias obligatorias inscritas en el Calendario de cada diócesis, o de cada Orden o Congregación
12) Memorias libres
13) Ferias de Adviento hasta el 16 de diciembre, inclusive
Ferias del tiempo de Navidad desde el día 2 de enero al sábado después de Epifanía
Ferias del tiempo pascual desde el lunes después de Octava de Pascua hasta el sábado antes de Pentecostés, inclusive

Ferias del tiempo ordinario

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS 01-11-16

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“Entonces oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero»” (Ap 7,2-4.9-14). Este pasaje, que forma parte de la primera lectura de hoy, es uno de mis favoritos de toda la Sagrada Escritura. Cada vez que lo leo no puedo evitar hacerme una imagen mental de la escena, con efectos audiovisuales y todo. Y como todo cristiano, mi aspiración, como debe ser la de todos, es llegar a formar parte de esa muchedumbre inmensa. Se me eriza la piel de tan solo imaginarlo.

Y esa lectura es muy apropiada para la Solemnidad de todos los Santos que celebramos hoy. Porque si bien la Iglesia nos propone como modelos y canoniza a unos que llamamos “Santos” y “Santas”, son cientos de miles los que componen esa multitud, “imposible de contar” que conforma el grupo de los elegidos, de los que han forjado su santidad a base de oración y amor al prójimo, a base del seguimiento de los pasos de Jesús.

Y de la misma manera en que la patria honra a los héroes anónimos de las grandes guerras con un monumento al “soldado desconocido”, así la Iglesia honra, mediante esta Solemnidad, la memoria de aquellos que vivieron y murieron en olor de santidad, y cuya obra pasó a veces desapercibida para la humanidad, mas no ante los ojos de Dios, quien recibió con agrado la oblación de sus vidas santas.

“Una sola cosa es necesaria” (Lc 10,42): la santidad personal. La santidad no es algo que está reservado a unas cuantas almas “privilegiadas”. Todos estamos llamados a ser “santos”. Dios no nos quiere buenos, nos quiere santos. Santa Teresita del Niño Jesús decía que “la santidad consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, y confiados -aun con nuestro cuerpo- en su bondad paternal”. Ya desde el Antiguo Testamento, Yahvé Dios dijo a su pueblo: “Ustedes serán santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo” (Lv 19,2). Pablo llama “santos” a todos los cristianos de esas primeras comunidades; así, por ejemplo, le dice a los Corintios “que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser santos, junto con todos aquellos que en cualquier parte invocan el nombre de Jesucristo, nuestro Señor, Señor de ellos y nuestro” (1 Cor 1,2).

Hoy mi alma reboza de alegría, porque la Iglesia universal honra la memoria de mi santa madre y mi padre ejemplar, que estoy seguro se encuentran de pie, ante el trono del Cordero, con sus vestiduras blancas y palmas en las manos, alabando y bendiciendo al Señor, intercediendo por mí y mi familia, mientras gritan con fuerte voz: “La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero”. ¡Santa Milagros y San Ernesto, rueguen por nosotros!

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA 15-08-16

Asuncion Fano

“…[P]or la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”. Con esta declaración, contenida en la bula Munificentissimus Deus, del 1ro de noviembre de 1950, el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de Nuestra Señora la Santísima Virgen María.

Ese dogma, que le da vida a la solemnidad de la Asunción que celebramos hoy, es uno de cuatro “dogmas marianos” que forman parte de la doctrina católica, y el último en ser proclamado.

El Concilio Vaticano II nos enseña que María fue “enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores, y vencedor del pecado y de la muerte” (Lumen Gentium 59). En la cultura y tradición judía, el lugar de la Reina era ocupado por la madre del rey, la “Reina Madre”. La Reina Madre era reconocida como la abogada del pueblo. Todo el que quería lograr un favor del rey, recurría a la Reina Madre, quien siempre tenía el oído del rey. Los judíos se referían a ella como Gabirah, que quiere decir “gran señora”.

Habiendo Jesús ascendido en cuerpo y alma a los cielos luego de su gloriosa resurrección, y siendo Él el último rey del linaje de David (Lc 1,32), el lugar que corresponde a María, como Reina Madre, es en un trono a la derecha de su Hijo (Cfr. 1 Re 3,19). Su Hijo no podía esperar hasta la resurrección de los muertos en el día del juicio final. Por eso dispuso que su Madre fuera “asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”, lo que enfatiza el carácter totalizante y completo de su glorificación y encuentro definitivo con su Hijo.

Por otro lado, teniendo un cuerpo glorificado al igual que su Hijo, María puede continuar manifestando su maternidad divina a través de las múltiples apariciones, cuando su Hijo así lo permite, haciendo posible que los videntes puedan percibirla con características étnicas que les resultan familiares.

María vive ya plenamente lo que nosotros aspiramos a vivir un día en el cielo. Representa para nosotros un signo de esperanza. Ella es nuestra meta y nuestro ejemplo; nos conduce de su mano hacia su Hijo, que es su razón de ser, con quien aspiramos un día compartir su victoria sobre la muerte. ¡A Jesús por María! Ella es también nuestra Gabirah, nuestra abogada, la Reina Madre que intercede por nosotros ante su Hijo, Jesucristo Rey.

En esta solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, pidamos a nuestro Señor que nos colme de sus bienes para que bendigamos Su nombre como Ella lo hizo con el hermoso canto del Magníficat que leemos en la liturgia de hoy (Lc 1, 39-56). ¡Salve, llena de gracia!… Santa María, ruega por nosotros.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA 24-06-16

Isabel - Juan Bautista

Hoy celebramos la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, patrono de la Arquidiócesis de San Juan, Puerto Rico. La Iglesia habitualmente recuerda el día de la muerte de los santos y santas. Esta fiesta es una de dos excepciones (la otra es la Virgen María, cuyo nacimiento celebramos el 8 de septiembre). Estos dos nacimientos, junto al de Jesús el 25 de diciembre, son los únicos nacimientos que la Iglesia celebra.

Para este día la liturgia nos presenta como primera lectura el “segundo canto del Siervo” del libro del profeta Isaías (49,1-6), uno de los cantos vocacionales más hermosos de la Biblia, y que puede muy bien referirse al llamado particular de cada uno de nosotros.

“Antes de que mis padres escogieran mi nombre, Dios ya lo tenía en su pensamiento. Me llamó por mi nombre, y existí; me dio mi nombre, y gracias a él los demás pueden dirigirse a mí, y yo puedo responder, ser responsable. Dios sigue pronunciando mi nombre, y de ese modo me llama a ponerme incesantemente en marcha, a estar en continuo crecimiento”. Cada vez que leo el evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 1,57-66.80), viene a mi mente este pasaje tomado de uno de mis libros favoritos, Te he llamado por tu nombre, de Piet Van Breemen.

Desde la eternidad, Dios ya nos había pensado y, más aún, sabía nuestro nombre; y ese nombre va atado a una misión que Él mismo ha encomendado a cada uno de nosotros. Por eso somos únicos, irrepetibles; y por eso nuestra misión, aunque parezca sencilla, forma parte de ese plan maestro de Dios que llamamos historia de la salvación.

Ese fue el caso de Juan el Bautista. Al igual que ocurre muchas veces hoy día, pretendían poner al niño el mismo nombre de su padre: Zacarías. Pero Dios tenía otros planes. “¡No! Se va a llamar Juan”, exclamó su madre Isabel, inspirada tal vez por el Espíritu Santo con que María la había contagiado en la Visitación (Lc 1,39-56); el mismo nombre que el Ángel le había anunciado a Zacarías al informarle que su esposa, la que llamaban estéril, iba a dar a luz un hijo. Por eso Zacarías escribe en una tablilla: “Juan es su nombre”; y en cumplimento de lo profetizado por el ángel (1,20) recupera su voz.

El nombre escogido por Dios para el niño, Juan, significa “Dios es propicio” (o misericordioso), y también “Don de Dios”, y apunta a la inminencia y la importancia del camino que Juan habrá de preparar: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”, porque Jesús llega (Cfr. Lc 3,4). Cuando Dios piensa nuestro nombre, en el mismo va implícita la misión que tenemos que desempeñar en la vida, es decir nuestra vocación.

En esta solemnidad de San Juan Bautista, pidamos al Señor que nos ayude a discernir cuál es la misión que Él tenía en mente para cada uno de nosotros el día en que nos llamó por nuestro nombre, y existimos…

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS 03-06-16

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Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. La Iglesia celebra esta solemnidad el viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés. En la piedad cristiana todo el mes de junio está dedicado al Corazón de Jesús.

Se ha dicho que los elementos esenciales de esta devoción “‘pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia’, pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado ‘el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo’”.

Esta devoción encuentra su fundamento en el misterio de la Encarnación. Por eso adoramos el corazón de Cristo; porque es el corazón del Verbo encarnado, del cual brotó sangre y agua en la culminación del sacrificio máximo, el gesto de amor más formidable en la historia de la humanidad. Ese Corazón que fue capaz de sentir y prodigar el amor más profundo imaginable, Dios encarnado (Cfr. 1 Jn 4,8). Dios-Amor que, cumpliendo la voluntad del Padre se ofreció a Sí mismo para nuestra salvación. Sí; porque la voluntad del Padre es que todos nos salvemos.

Las lecturas para hoy nos presentan una vez más la figura del Buen Pastor. Con esta figura se quiere representar lo incapaces que somos de alcanzar la salvación sin la ayuda de Dios-Buen Pastor. Dios nos ama con amor infinito y está empeñado en que ninguna de sus ovejas se pierda. En la primera lectura, tomada de la profecía de Ezequiel (34,11-16), se nos presenta a Dios-Buen Pastor, buscando Él mismo “en persona” a las ovejas dispersas: “Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido”. Vemos la ternura, el amor, reflejado en esta figura. Recordemos que la voluntad de Dios es que todos nos salvemos.

En el Evangelio según san Lucas (15,3-7) que nos brinda la liturgia de hoy, Jesús retoma esa alegoría del Antiguo Testamento, con la parábola de la oveja perdida: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?”

Desde la antigüedad, hemos relacionado el corazón con el amor, porque cuando experimentamos un amor profundo sentimos cómo el corazón late con más intensidad, al punto que a veces sentimos que se nos quiere salir del pecho. Así late el Corazón humano de Jesús cada vez que se encuentra con uno de nosotros después de habernos descarriado; como latió el corazón del padre misericordioso en la parábola del hijo pródigo al verlo acercarse a la distancia y salir corriendo a su encuentro: “Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.

Ese es el corazón de Jesús que nosotros adoramos, y cuya devoción celebramos hoy. “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (C) 29-05-16

CorpusChristi

Hoy celebramos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, conocida por su nombre el latín: Corpus Christi. Esta solemnidad surge en la Iglesia universal mediante la bula Transiturus firmada por el papa Urbano IV el 8 de septiembre  de 1264, que la fijó para el jueves después de la octava de Pentecostés (en Puerto Rico y en otros países, por consideraciones pastorales, se celebra el domingo siguiente). No obstante, el origen de la celebración se relaciona con un Movimiento Eucarístico originado en la Abadía de Cornillón (Bélgica), de donde surgieron otras costumbres eucarísticas, como la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento y el uso de campanillas en la Santa Misa durante la elevación.

La liturgia para hoy nos presenta tres lecturas, todas relacionadas con la Eucaristía, el sacramento alrededor del cual gira toda la liturgia de la Iglesia, y en la que se hace presente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, quien antes de marcharse de este mundo, quiso dejarnos el regalo de su presencia (Cfr. Mt 28,20).

La primera lectura (Gn 14,18-20) nos presenta a Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, celebrando un rito de bendición con pan y vino en favor de Abram (todavía Yahvé no le había cambiado el nombre por “Abraham”). Muchos ven en este pasaje una prefiguración del sacrificio que Jesús ofrecería siglos más tarde.

La segunda lectura (1 Cor 11,23-26) nos presenta la narración más antigua que conocemos sobre la institución de la Eucaristía, cuyas palabras todavía conservamos en nuestra liturgia eucarística: “Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía’”.

Jesús fue claro y directo en sus palabras: “Esto es mi cuerpo”; “la nueva alianza sellada con mi sangre”. Por eso hoy celebramos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no como algo que ocurrió en el pasado, sino como algo vivo, presente entre nosotros en las especies eucarísticas. ¡Jesús está vivo! Es una presencia “real y efectiva”, no simbólica ni metafórica. Por eso se puede reservar en el tabernáculo, y puede ser objeto de adoración, y llevada a los enfermos. Esto es un dogma de fe de nuestra Iglesia, algo que nos caracteriza como cristianos-católicos.

La liturgia ha escogido como pasaje evangélico para hoy la versión de Lucas de la multiplicación de los panes (Lc 9,11b-17), un episodio que aparece en los sinópticos y en Juan. Y aunque hay algunas variaciones menores en los cuatro relatos, todos coinciden en la multitud de personas, en la escasez de los alimentos, en la actitud de los discípulos, en el número de personas y, sobre todo, en el hecho de que Jesús, al igual que haría después en la última cena, antes de repartir los alimentos, pronunció la bendición sobre ellos.

Jesús satisfizo el hambre física de aquella multitud. Hoy en día, cada vez que el sacerdote, actuando “in persona Christi” pronuncia la bendición sobre las especies eucarísticas, Jesús mismo, su cuerpo, sangre, alma y divinidad, se “multiplica” para saciar nuestra hambre de Él y hacerse uno con nosotros.

Oremos para que el Espíritu Santo nos dé una auténtica hambre del Señor.