REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO 16-12-15

Lc 7,19-23 med

“¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?” Con esa pregunta dirigida a Jesús envía Juan el Bautista a sus discípulos en la lectura evangélica que contemplamos en la liturgia para este miércoles de la tercera semana de Adviento (Lc 7,19-23).

Para entender la pregunta o, más bien, el porqué de la misma, tenemos que enmarcarla en su contexto histórico y en la misión profética del propio Juan, quien como todos los judíos de su tiempo, esperaba un Mesías libertador, uno que los iba a liberar y purificar con fuego: “Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego; tomará en su mano el bieldo, y limpiará su era, guardará después el trigo en su granero, y quemará la paja con fuego que no se apaga” (Lc 3,16b-17).

A pesar que él mismo había sido testigo de la teofanía que acompañó al bautismo de Jesús (Lc3, 21-22), todavía estaba latente en su interior el concepto mesiánico del pueblo judío.

A nosotros a veces nos pasa lo mismo. Nos preguntamos: ¿Dónde estás Señor? ¿Dónde los signos de tu poder? Nos cegamos buscando milagros portentosos, y esa ceguera nos impide ver su Misericordia que se manifiesta día tras día ante nuestros propios ojos.

Jesús, consciente de esa realidad, antes que contestar la interrogante, se limitó a actuar, a practicar la Misericordia. Así, “curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista”.

Entonces dijo a los mensajeros de Juan: “ld a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Con sus gestos, Jesús se inserta en la tradición judía, haciendo realidad las prefiguraciones del profeta Isaías (Is 29,18-19; 35,5-6). No hay duda, los tiempos mesiánicos han llegado. Pero se trata de un Mesías que demuestra su poder, no con signos de grandeza, sino con gestos de amor, de Misericordia; sirviendo a los demás, especialmente a los pobres. El que no vino a ser servido sino a servir… (Mt 20,28).

El tiempo de Adviento nos hace revivir la espera del Mesías; ese que viene a liberarnos de nuestras esclavitudes, de todo aquello que nos oprime, que nos aleja de Él, comenzando con nuestro egoísmo. Solo así podremos alegrarnos del bien que otros reciben, producto de la Misericordia de Dios, aunque nosotros sigamos en espera: “Dichoso (Bienaventurado) el que no se escandalice de mí”. ¿Una nueva Bienaventuranza?

Estamos en tiempo de Adviento. Y no podemos olvidar que Dios viene para todos. Él no hace distinción. Así nos lo dice Isaías en la primera lectura de hoy (45,6b-8.18.21b-25): “Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro… “Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua… “A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él”. (Cfr. Gn 22,18).

De eso se trata el Adviento; de la llegada del Cristo que cambia los corazones. ¿Estás preparado para recibirlo?

REFLEXIÓN PARA EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (C) 13-12-15

tercera semana adviento c

La liturgia de hoy reboza de alegría; el tipo de alegría que se contagia. Comenzamos esta tercera semana de Adviento encendiendo la vela rosada como símbolo de alegría. Por eso se le llama a ese tercer domingo de Adviento Gaudete que literalmente quiere decir “alégrense”, o “regocíjense”. La primera lectura (So 3,14-18a), al igual que el Salmo (Is 12,2-3.4bed.5-6) y la segunda lectura (Fil 4,4-7), nos transmiten ese gozo. “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén” (So 3,14).

El pasado domingo el Evangelio nos presentaba a Juan el Bautista predicar un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. En la lectura evangélica de hoy (Lc 3,10-18) Juan concretiza esa conversión en unas conductas específicas. Esto motivado por las preguntas: “¿Entonces, qué hacemos?” y “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?”

Juan contestó la pregunta a la gente en términos generales: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. También a unos publicanos: “No exijáis más de lo establecido”. En ocasiones anteriores hemos dicho cómo los publicanos eran tal vez los judíos más odiados por el pueblo pues, tras de cobrar impuestos para el imperio opresor, cobraban otro tanto de más para ellos. Finalmente contesta la pregunta a unos militares: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga”.

El pueblo intuía la llegada inminente de los tiempos mesiánicos tan esperados por el pueblo. La austeridad y la sabiduría de Juan los confunde y comienzan a preguntarse si no sería Juan el Mesías. La contestación de Juan no se hizo esperar: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Palabras poderosas y llenas de promesa, precedidas de una muestra de humildad absoluta que solo puede venir de un contacto, una relación estrecha con Dios que le hace reconocerlo en la persona de Jesús.

No podemos olvidar que Juan sintió la presencia del Espíritu con toda su fuerza cuando aún estaba en el vientre de su madre Isabel, al recibir la visita de la “llena de gracia”. Isabel fue la primera en recibir en su casa al Salvador, cuando este todavía se encontraba en el vientre de María. Y esa visita provocó que Isabel se llenara del Espíritu Santo (Lc 1, 41) y, con ella, la criatura que llevaba en su vientre. Estoy convencido que esa infusión de Espíritu marcó la vida de Juan para siempre con las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo.

“No merezco desatarle la correa de sus sandalias”. En el mundo de la época desatar las sandalias era tarea de esclavos. Ante la presencia del Mesías, Juan reconoce su pequeñez, se declara sencillamente sin derechos. Durante su gestación en el vientre de Isabel, al recibir la visita de la “esclava del Señor” (Lc 1,38), Juan se “contagió” de la gracia de María, esa gracia que nos hace comprender que la verdadera libertad, la verdadera grandeza, está en hacerse “esclavo” del Señor.

Y desde ese momento Juan comenzó a vivir su Adviento. Adviento que culminaría al bautizar a Jesús en el Jordán y serle revelado por el Espíritu que ese era el Hijo de Dios, lo que le hizo exclamar lleno de júbilo ante todos al encontrase más tarde con Jesús: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,24-34).

Y tú, ¿te has encontrado con Jesús? ¿Estás dispuesto a confesar tu fe en Él ante todos como lo hizo Juan? Todavía nos quedan doce días para el nacimiento del Niño Dios en el pesebre, en nuestros corazones. Aún estamos a tiempo para “preparar el camino del Señor, allanar sus senderos” (Lc 3, 4), y recibirle con los brazos abiertos. Anda, ¡anímate!… ¡alégrate! Él está esperando.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO 01-12-15

tronco de jese

El profeta Isaías continúa dominando la liturgia durante este tiempo que nos prepara para la Navidad. La primera lectura de hoy (Is 11,1-10) nos anuncia que “una rama saldrá del tronco de Jesé (es decir, del linaje de David). Para el pueblo de Israel esta imagen del tronco seco (a diferencia del árbol floreciente), representa la desgracia. Pero Isaías nos brinda un mensaje de esperanza: “de su raíz florecerá un vástago”. Un retoño que sale de un árbol seco, esperanza de nueva vida; un vástago floreciente, símbolo de felicidad.

Isaías describe al Mesías como una persona fascinante, alguien que despierta interés, expectativa (Adviento). Lo primero que dice es que “Sobre él se posará el espíritu del Señor”. Jesús echará mano de esa profecía y se la aplicará a sí mismo al pronunciar su “discurso programático” en la sinagoga de Cafarnaúm: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lc 4,18).

Ese Mesías esperado será más grande que David, y mostrará preferencia por los pobres, los sencillos los humildes: “juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados” (Cfr. Bienaventuranzas). Será el faro hacia el cual alzarán la vista todos los pueblos, según leíamos en la lectura de ayer, y que hoy Isaías nos plantea de otro modo: “Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada”. Así se dará cumplimiento también a la promesa de Yahvé a Abraham: “por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra” (Gn 12,3).

El profeta nos describe esos tiempos mesiánicos como tiempos de paz, justicia, armonía: “Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente”. Tiempos de alegría desbordante.

Esa alegría la vemos reflejada en la lectura evangélica de hoy (Lc 10,21-24), que nos describe a Jesús como “lleno de la alegría del Espíritu Santo”, cuando exclamó: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”. De nuevo la opción preferencial de Jesús por la gente sencilla, como los pastores a quienes se les reveló antes que a nadie el nacimiento del Mesías. Jesús nos está enseñando que para llegar a Él, para entrar en el Reino, tenemos que hacernos sencillos, como niños (Mt 18,3-4), reconocer nuestras debilidades, nuestra incapacidad de llegar a Él por nuestros propios méritos. Como decía santa Teresa de Ávila: “Teresa sola es una pobre mujer; Teresa con Dios, una potencia”.

Señor, durante este tiempo de Adviento, concédeme la sencillez de un niño, para poder recibirte en mi corazón con la misma humildad y alegría que te recibieron los pastores.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA 17-03-15

Agua viva

El simbolismo del agua “inunda” la liturgia de hoy. La primera lectura, tomada del libro de Ezequiel (47,1-9.12) nos muestra una visión del Templo con torrentes de agua brotando de su lado derecho. El torrente de agua era tan abundante que llegó un momento en que no se podía vadear. Y esa agua era agua de vida, que hacía que la tierra diera frutos en abundancia, y hasta llegaba hasta el Mar Muerto devolviendo la vida a sus aguas salobres.

El las Sagradas Escrituras el agua siempre ha sido símbolo de vida y, más aun, de la Vida que Dios nos da. Por eso se le asocia a los tiempos mesiánicos. Cristo ha venido a traer vida en abundancia. Hay quienes ven en el torrente que brota por el lado derecho del templo en esta visión de Ezequiel, una prefiguración del agua que brota del costado derecho de Jesús en la cruz luego del lanzazo, que sellaría la Nueva y Eterna Alianza y daría paso a la Iglesia como “nuevo pueblo” de Dios, instrumento de salvación instituido por Cristo.

En el capítulo siete de Juan el agua se nos presenta como el Espíritu que mana del Cristo glorificado: “‘El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí’. Como dice la Escritura: De su seno brotarán manantiales de agua viva. Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él” (Jn 7,37-39).

El pasaje evangélico de hoy (Jn 5,1-3.5-16) nos presenta el episodio en que Jesús cura a un paralítico que estaba echado en una camilla junto a la piscina de Betesda. Nos dice la Escritura que el hombre llevaba allí treinta y ocho años.

Dos cosas nos llaman la atención sobre este pasaje. Primero, es Jesús quien se toma la iniciativa. Han llegado los tiempos mesiánicos. Es Él quien se acerca al paralítico y le pregunta: “¿Quieres quedar sano?” Una pregunta directa. Jesús sabe que el hombre lleva mucho tiempo, que ha puesto toda su esperanza en el agua de aquella piscina (en los vv. 3b-4 se nos dice que cuando el agua que había en ella era agitada por las alas de un ángel del Señor que bajaba de vez en cuando, el primero que se metía se curaba).

Segundo, la respuesta del hombre ante esa pregunta trascendental: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado”. Jesús le había hecho una pregunta directa, lo único que tenía de decir era “sí”. No se daba cuenta que tenía ante sí al mismo Dios, aquél de quienes brotan torrentes de agua viva, capaz de echar demonios, curar enfermos, revivir muertos. Está ventilando su frustración, pero más que nada, su soledad: “no tengo a nadie…”

Jesús se compadece y le dice: “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Palabras de vida, palabras de sanación, de alegría. Dentro de toda su frustración y soledad, aquél hombre creyó las palabras de Jesús. Por eso pudo recibir los frutos del milagro. “Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar”.

Jesús nos pregunta hoy si queremos quedar sanos de nuestros pecados. ¿Qué le vamos a contestar?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DESPUÉS DE CENIZA 20-02-15

ayuno

Continuamos adentrándonos en el tiempo fuerte de la Cuaresma, ese tiempo de conversión en que se nos llama a practicar tres formas de penitencia: el ayuno, la oración y la limosna. Las lecturas que nos presenta la liturgia para hoy tratan la práctica del ayuno.

La primera, tomada del libro del profeta Isaías (58,1-9a), nos habla del verdadero ayuno que agrada al Señor. Comienza denunciando la práctica “exterior” del ayuno por parte del pueblo de Dios; aquél ayuno que podrá mortificar el cuerpo pero no está acompañado de, ni provocado por, un cambio de actitud interior, la verdadera “conversión” de corazón. El pueblo se queja de que Dios no presta atención al ayuno que practica, a lo que Dios, por voz del profeta les responde: “¿Es ése el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica?, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?”

No, el ayuno agradable a Dios, el que Él desea, se manifiesta en el arrepentimiento y la conversión: “El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: ‘Aquí estoy’”.

De nada nos vale privarnos de alimento, o como hacen algunos, privarse de bebidas alcohólicas durante la cuaresma, para luego tomarse todo lo que no se tomaron durante ese tiempo en una juerga, diz que para celebrar la Pascua de Resurrección, sin ningún vestigio de conversión. Eso no deja de ser una caricatura del ayuno.

El Salmo que leemos hoy (50), el miserere, pone de manifiesto el sacrificio agradable a Dios: “Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias”. Ese es el sacrificio, el “ayuno” agradable a Dios.

La lectura evangélica (Mt 9,14-15) nos presenta el pasaje de los discípulos de Juan que criticaban a los de Jesús por no observar rigurosamente el ayuno ritual (debemos recordar que según la tradición, Juan el Bautista pertenecía al grupo de los esenios, quienes eran más estrictos que los fariseos en cuanto a las prácticas rituales). Jesús les contesta: “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán”. “Boda”: ambiente de fiesta; “novio”: nos evoca el desposorio de Dios con la humanidad, esa figura de Dios-esposo y pueblo-esposa que utiliza el Antiguo Testamento para describir la relación entre Dios y su pueblo. Es ocasión de fiesta, gozo, alegría, júbilo. Nos está diciendo que los tiempos mesiánicos han llegado. No hay por qué ayunar, pues no se trata de ayunar por ayunar.

Luego añade: “Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán”. Es el primer anuncio de su Pasión por parte de Jesús en Mateo. Nos hace mirar al final de la Cuaresma, la culminación de su pacto de amor con la humanidad, su Misterio Pascual.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1) 14-02-15

multiplicacion de los panes

Hoy la liturgia nos ofrece como lectura evangélica la “segunda multiplicación de los panes” (Mc 8,1-10). Como veremos más adelante, Marcos aprovecha la narración de esta segunda multiplicación para enfatizar lo que ha venido presentado en las lecturas de los días anteriores, que la mesa de Jesús está abierta a todos, judíos y paganos. También nos apunta hacia el sacramento que constituirá el culmen del culto cristiano: la Eucaristía.

La narración comienza diciendo que había “mucha gente” que seguía a Jesús y “no tenían qué comer”. A renglón seguido Marcos destaca una vez más la dimensión humana de Jesús; nos presenta a un Jesús capaz de sentimientos profundos, un Jesús rico en misericordia, que se compadece de los que tienen hambre y  comparte su pan: “Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos”. Esta última aseveración también nos apunta a la universalidad de la redención en la persona de Cristo Jesús, haciéndose eco de la referencia a “los que vienen de lejos”, frase utilizada en el libro de Josué (9,6), y en Is 60,4 para referirse a los paganos.

Esto último adquiere mayor relevancia cuando tomamos en cuenta que Marcos escribe para los paganos de la región itálica. Estos comprenden el mensaje que se les quiere transmitir: Ellos, que han “venido desde lejos”, también están invitados al banquete eucarístico de los tiempos mesiánicos.

De hecho, si comparamos la primera multiplicación de los panes con esta segunda, vemos más claro aún la relación entre la Eucaristía y la universalidad de la salvación. Así, por ejemplo, la primera ocurre en territorio judío para los judíos; la segunda ocurre en territorio pagano (la Decápolis). En la primera Jesús “bendijo” los panes, mientras que en la segunda pronunció la “acción de gracias” (“eu-caristein” en griego), un término familiar para los paganos, que sería adoptado por los cristianos para referirse a la celebración del sacramento que constituye el culmen de la liturgia, el banquete eucarístico al que todos estamos invitados y en el cual Jesús se nos ofrece a sí mismo como “pan de vida” (Cfr. Jn 6,35).

Además, en ambos relatos hay un sobrante, una sobreabundancia de panes, símbolo de un alimento que es inagotable y, por tanto, debe ponerse a disposición de los demás. Hoy nosotros, como Iglesia, hemos recibido la misión de anunciar la Palabra, la Buena Noticia del Reino a todos los pueblos de la tierra. Y ese anuncio va unido a un “dar de comer”, a practicar las obras de misericordia, a “servir” en el sentido más amplio de la palabra. Como hemos señalado en otras ocasiones, no tenemos que hacer milagros espectaculares como la multiplicación de los panes, pero sí podemos atender, acompañar, dedicar nuestro tiempo y compartir nuestros recursos, por escasos que sean, con los más necesitados. Entonces estaremos efectuando una verdadera “multiplicación” del mensaje inagotable de caridad, paz, esperanza y bienestar que Jesús nos legó en su actitud hacia los más necesitados.

Que tengan un hermoso fin de semana, y no olviden visitar la Casa del Señor. Allí hay pan en abundancia.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (1) 19-01-15

"¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?"

“¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos?”

El evangelio que nos brinda la liturgia de hoy (Mc 2,18-22), es el paralelo del que leeremos el 13er sábado del Tiempo Ordinario de este año impar (Mt 9,14-17), y contiene el primer anuncio de la pasión de parte de Jesús: “Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”. Es la primera vez que Jesús hace alusión a su muerte, pero sus discípulos no lo captan.

Junto con el anuncio, Jesús recalca la novedad de su mensaje, que había resumido en el sermón de la montaña, recogido en el capítulo 5 de Mateo. La Ley antigua quedaba superada, mejorada, perfeccionada (5,17). Por tanto, hay que romper con los esquemas de antaño para dar paso a la ley del Amor. Es una nueva forma de vivir la Ley, un cambio radical de aquel ritualismo de los fariseos; un nuevo paradigma. Es el despojarse del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo de que nos habla san Pablo (Ef 4,22-24). En fin, se trata de una nueva manera de relacionarnos con Dios y con nuestro prójimo. No hay duda, los tiempos mesiánicos han llegado.

Este anuncio está implícito en la utilización por parte de Jesús de la figura del “novio” cuando los fariseos le cuestionan por qué sus discípulos no ayunan. De su contestación se desprende que sus discípulos no ayunan porque no tienen nada que esperar, ya que los tiempos mesiánicos han llegado, no tienen que hacer penitencia para la llegada de un Mesías que ellos ya le han encontrado.

Por eso Jesús nos dice que no se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan. Este simbolismo del “vino nuevo” junto con la figura del “novio” lo vemos también en el pasaje de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), cuando Jesús, con su poder, nos brinda el mejor vino que jamás hayamos probado; ese vino nuevo que simboliza la novedad de su mensaje.

El problema es que nosotros muchas veces pretendemos aplicar nuestros propios criterios, nuestros viejos paradigmas al mensaje de Jesús. Queremos abrazarle, recibirle, pero no estamos dispuestos a vivir en forma radical la ley del Amor, no estamos dispuestos a amar y perdonar a todos, especialmente a los que más nos han herido, no estamos dispuestos a abrazar la cruz… “Si alguien quiere seguirme, renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). Uf, ¡qué difícil!

Hoy, pidámosle al Padre que nos ayude a despojarnos de los “odres viejos”, y que nos de “odres nuevos” para recibir y retener el “vino nuevo” que su Palabra nos brinda.

Que pasen todos una hermosa  semana, y no olviden visitar la Casa del Padre al menos una vez a la semana y, de ser posible, más de una vez. De paso, dejen a la entrada del templo sus “odres viejos”, y acepten el “odre nuevo” que allí se les ofrece… ¡Es gratis!

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO 09-12-14

oveja perdida

La primera lectura que nos ofrece la liturgia para hoy, tomada del profeta Isaías (40,1-11), nos brinda el pasaje citado por Jesús en el Evangelio que leíamos este segundo domingo de Adviento (Lc 3,1-6): “Una voz grita: ‘En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos –ha hablado la boca del Señor’”. Es un anuncio de los tiempos mesiánicos unido a un llamado a la preparación para esos tiempos en que el Señor ha de llegar para liberar a su pueblo; preparación que en términos nuestros implica un proceso de conversión que allane el camino para que Dios pueda llegar a nuestros corazones.

Concluye el pasaje haciendo uso de la imagen que vemos a menudo en el Antiguo Testamento de Dios como “pastor” y su pueblo como “rebaño”: “Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres”. Así ha de venir el Mesías esperado, como un pastor que cuida de sus ovejas. Y esa imagen del pastor que reúne a su rebaño y “toma en brazos los corderos y hace recostar las madres”, nos presenta el buen pastor que se preocupa por sus ovejas, las reúne y las cuida.

La lectura evangélica de hoy (Mt 18,12-14) nos presenta la parábola del pastor que tiene cien ovejas, una se le pierde, y deja las noventa y nueve que le quedan para ir en busca de la que se extravió. Jesús está familiarizado con la vida pastoril, sabe que una oveja sola está indefensa, no puede sobrevivir. Nos dice que el Padre que está en los cielos es como el buen pastor de la parábola, no deja de preocuparse por ninguna de sus ovejas, aunque se aleje. Cuando un alma de aleja de Él, no puede mantenerse indiferente. Esta parábola nos presenta a un Dios que no quiere que nos perdamos, que viene a nuestro encuentro. Y cuando nos encuentra se alegra más por habernos encontrado que por aquellas que ya estaban en el redil. Y ese día habrá fiesta en la casa del Padre “porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado” (Lc 15,24).

Nos está diciendo que a Él no le importa la razón por la cual nos hayamos alejado; tan solo quiere que regresemos a su lado. Él nos está buscando, se hace cercano a nosotros. La misericordia de Dios, ese misterio de la actitud de Dios ante el pecado del hombre. Él quiere a todas sus ovejas, pero se siente especialmente alegre cuando encuentra una que estaba perdida; y estoy seguro que sonreirá cada vez que la vea junto a las demás ovejas de su rebaño.

Habíamos dicho que la palabra clave en esta segunda semana de Adviento es “conversión”; conversión que nos permitirá “preparar el camino” para que Dios, Buen Pastor, venga a nuestro encuentro, y podamos recibirlo en nuestros corazones. ¡Ven a mi encuentro, Señor, haz morada en mi corazón, y no permitas que me aleje de Ti!

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO 05-12-14

curacion de ciegos

Isaías, el profeta del Adviento, sigue dominando la liturgia para este tiempo tan especial. En la primera lectura de hoy (Is 29,17-24), el profeta anuncia que “pronto, muy pronto… oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos”. Ese prodigio, entre otros, se convertirá en el signo de que el Mesías ha llegado.

En el relato evangélico seguimos con Mateo, que nos presenta a Jesús abriendo los ojos de dos ciegos (Mt 9,27-31). Así se da el cumplimiento de la profecía de Isaías, lo que prueba que los tiempos mesiánicos ya han llegado con la persona de Jesús de Nazaret. Y como en tantos otros casos, la fe es un factor esencial para que se efectúe el milagro: “Jesús les dijo: ‘¿Creéis que puedo hacerlo?’ A lo que ellos replicaron: ‘Sí, Señor.’ Entonces les tocó los ojos, diciendo: ‘Que os suceda conforme a vuestra fe.’ Y se les abrieron los ojos”. A pesar de que Jesús les “ordenó severamente” que no contaran su curación milagrosa a nadie (el famoso “secreto mesiánico), ellos, “al salir, hablaron de él por toda la comarca”.

Los ciegos del relato creyeron en Jesús y creyeron que Él podía curar su ceguera. Y su fe fue recompensada. Tuvieron un encuentro personal con Jesús y sintieron su poder. La actitud de ellos de salir a contar a todos lo sucedido es la reacción natural de todo el que ha tenido un encuentro personal con Jesús. El que ha tenido esa experiencia siente un gozo, una alegría, que tiene que compartir con todo el que encuentra en su camino. Es la verdadera “alegría del cristiano”.

Nuestro problema es que muchas veces nos conformamos con una imagen estática de Jesús, nuestra relación con Él se limita a ritos, estampitas, imágenes y crucifijos, y no abrimos nuestros corazones para dejarle entrar, para tener un encuentro personal, íntimo con Él, para sentir el calor de su abrazo; ese abrazo en el que hayamos descanso para nuestras almas (Mt 11,29).

En ocasiones miramos a nuestro alrededor y vemos el caos, la violencia, el desamor que aparenta reinar en nuestro entorno, y pensamos que las promesas de Isaías no se han cumplido. Eso es señal de que no hemos tenido ese encuentro personal con Jesús, porque si lo hubiésemos tenido, estaríamos gritándolo a los siete vientos; y contagiaríamos a otros con ese gozo indescriptible hasta convertirlo en una epidemia de amor.

Apenas estamos comenzando el Adviento, y como nos dijera el papa emérito Benedicto XVI hace unos años, el Adviento “nos invita una vez más, en medio de muchas dificultades, a renovar la certeza de que Dios está presente: Él ha venido al mundo, convirtiéndose en un hombre como nosotros, para traer la plenitud de su designio de amor. Y Dios exige que también nosotros nos convirtamos en una señal de su acción en el mundo. A través de nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor, Él quiere entrar en el mundo siempre de nuevo, y quiere siempre de nuevo hacer resplandecer su Luz en la noche”.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO 13-12-14

Multiplicacion de los panes

La primera lectura de la liturgia para hoy (Is 25,6-10a) continúa presentándonos al futuro Mesías y nos habla de un banquete al que todos serán invitados: “El Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos”. El mismo Jesús utilizaría en muchas ocasiones esta figura del banquete para referirse al Reino.

El profeta añade que en ese tiempo el Señor “aniquilará la muerte para siempre” y “enjugará las lágrimas de todos los rostros”. Entonces todo será alegría, pues habrá llegado aquél de quien esperábamos la salvación, y solo habrá motivo para celebrar y gozar esa salvación. De nuevo, esta lectura nos crea gran expectativa ante la inminente llegada de los nuevos tiempos que el Mesías vendrá a inaugurar con su presencia entre nosotros. Tiempos de gozo y abundancia.

Del mismo modo, la lectura evangélica (Mt 15,29-37) nos muestra cómo en la persona de Jesús se cumple esa profecía. A Él acuden todos los que sufren alguna dolencia: tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; y “los echaban a sus pies, y él los curaba”. La lectura nos dice que la gente se admiraba. Pero no tanto por las curaciones milagrosas, sino porque esos portentos eran el signo más patente de la llegada del Mesías. Así, la llegada del Mesías en se convierte en una fiesta para todos los que sufren (Cfr. Mt 11.28), quienes ven retroceder el mal, el sufrimiento y las lágrimas, para dar paso a la felicidad. Cuando Dios pasa, derrama sobre todos su Santo Espíritu que se manifiesta como una estela de alegría que deja tras de si.

¡El Mesías ha llegado! Y con Él la plenitud de los tiempos. No hay duda. Con Él ha llegado también la abundancia. “Siete panes y unos pocos peces” parecerán poco para alimentar una muchedumbre, que en la versión de Marcos se nos dice eran “unas cuatro mil personas” (Mc 8,9). Pero en manos del Mesías, ese “poco” se convierte en “todo” lo necesario para saciar el hambre de aquella multitud.

No obstante, si miramos a nuestro alrededor, nos percatamos que aún quedan por cumplirse muchas de las profecías del Antiguo Testamento, especialmente aquellas que tienen que ver con la paz y la justicia. El Reino está aquí, pero todavía está “en construcción”. Hace unos días hablábamos del sentido escatológico del Adviento, de esa espera de la segunda venida de Jesús que va a marcar la culminación de los tiempos, cuando se establecerá definitivamente el Reinado de Dios por toda la eternidad. En ese sentido, el Adviento adquiere también para nosotros un significado parecido al que le daban los primeros cristianos.

Hoy vemos cuántos hermanos padecen de hambre, como aquella muchedumbre que seguía a Jesús. Y la solución del hambre se encontró en el reparto fraterno, en el amor que nos lleva a estar atentos a las necesidades de los demás. En ninguno de los evangelios se menciona quién tenía los panes y los peces que fueron entregados a Jesús. Alguien anónimo, que con su generosidad propició el milagro.

En este tiempo de Adviento, compartamos nuestro “pan”, material y espiritual, para que todos conozcan la abundancia del Amor de Jesús, y anhelen su venida. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22,20).