REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE T.O. 21-05-13

Todo el que se ensalza sera humillado

“Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente, no te asustes en el momento de la prueba; pégate a él, no lo abandones, y al final serás enaltecido”. Con esta oración comienza la primera lectura que nos brinda la liturgia hoy (Sir 2,1-13). Otras versiones comienzan diciendo: “Si te acercas a servir al Señor,…”

El autor del libro plantea una realidad que no podemos escapar. El mal existe y en algún momento nos va a alcanzar. Pero a diferencia de Job, que se plantea las interrogantes fundamentales del hombre respecto al mal y trata de encontrar respuestas, Ben Sirac se limita a exponerlas y brindar al lector consejos sobre cómo y por qué los que decidimos sequir al Señor debemos enfrentar las pruebas cuando estas sobrevengan.

El primer consejo es la paciencia: “Acepta cuanto te suceda, aguanta enfermedad y pobreza, porque el oro se acrisola en el fuego, y el hombre que Dios ama, en el horno de la pobreza. Confía en Dios, que él te ayudará; espera en él, y te allanará el camino”.

Así, aconseja también, esperanza: “esperad en su misericordia, y no os apartéis, para no caer”; confianza: “confiad en él, que no retendrá vuestro salario hasta mañana”; fe en la recompensa futura: “esperad bienes, gozo perpetuo y salvación; los que teméis al Señor, amadlo, y él iluminará vuestros corazones”…, “porque el oro se acrisola en el fuego, y el hombre que Dios ama, en el horno de la humillación”.

Sobre doscientos años después, Jesús resumirá esta sabiduría en una frase: “todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lc 14,11).

La lectura evangélica de hoy (Mc 9,30-37), nos presenta a los apóstoles discutiendo entre sí sobre quién era el más importante entre ellos. Resulta claro que no comprenderán el mensaje de Jesús hasta después de su Pascua. De momento, Jesús les dice: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y para enfatizar su punto, acercó un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.

Para entender el alcance de este gesto tenemos que entender lo que significaba un niño en tiempos de Jesús. En aquella época un niño era un ser insignificante, sin derechos, una posesión de su padre, menos valioso que un animal de carga o de trabajo. Por tanto, acoger a un niño equivale a hacerse menos que un niño, el más insignificante de todos. Aun así, los apóstoles no comprendieron las palabras de Jesús. Más adelante, en la última cena, Jesús acentuaría su enseñanza con el gesto de lavar los pies a los apóstoles (Jn 13,1-15), tarea reservada en esa época a los esclavos o sirvientes y, en ausencia de estos, a los niños.

Nadie dijo que el seguimiento de Jesús es fácil. Implica renuncias, privaciones, humillaciones, burla, persecuciones. “El que quiera seguirme…” (Mt 16,24). El camino es arduo, pero la recompensa es segura: “el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (16,27). Y tú, ¿estás dispuesto a seguirle?

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