La primera lectura que nos presenta la liturgia para hoy (Is 49,8-15), está tomada del “Segundo Isaías” o “Libro de la Consolación” que comprende los capítulos 40-55 del Libro de Isaías. El profeta alienta y consuela al pueblo que había sido deportado a Babilonia. Les asegura que Yahvé Dios no los ha abandonado; que regresarán a su tierra “porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua”. Nuevamente resuena el símbolo del agua que da vida, especialmente la vida que viene de Dios.
Continúa diciendo Yahvé: “Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán”. Las mismas palabras utilizará Juan el Bautista cuando anuncie que el Mesías se acerca (Lc 3, 4-6). Es la salvación que viene de Dios, “el compasivo”.
El profeta finaliza el pasaje con uno de los versos más hermosos de toda la Sagrada Escritura, que pone de manifiesto el amor inmenso que Dios tiene a su pueblo: “Sión decía: ‘Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado’. ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”. Es el amor de Dios Madre, que supera al de una madre humana. Un amor que no tiene comparación, y ese amor es el que asegura que Dios no ha abandonado a su pueblo.
Tenemos que detenernos a contemplar el alcance de esas palabras de amor pronunciadas por el mismo Dios. Así de mucho nos ama. ¡Sí; a ti y a mí! Por eso tengo la certeza de que Dios nunca me abandona; por eso he sentido su presencia en los momentos más difíciles de mi vida.
En la lectura evangélica (Jn 5,17-39) Jesús asegura que ya “ha llegado la hora”. De todos los evangelistas, Juan es quien más enfatiza la divinidad de Jesús; y el pasaje que leemos hoy es un ejemplo de ello. Nos dice lo que todo lo que hace el Padre lo hace también el Hijo.
Asimismo, vemos cómo Juan insiste a lo largo de su Evangelio en dar a Jesús el título de “Yo soy” (el pan de vida, el camino, el buen pastor, etc.), que es el equivalente al nombre hebreo (יהוה = Yahvé) que Dios le revela a Moisés en la zarza ardiendo (Ex 3,14). Juan no quiere dejar lugar a dudas. Jesús es Dios.
Hoy se nos muestra como dador de vida, hasta el punto de tener poder sobre la muerte: “Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere”. Y nos dice más. Nos dice que la resurrección y la vida comienzan desde ahora para los que creen en Él y le creen a Él: “Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida”.
Es una promesa del Señor. Hay una sola condición: escuchar Su Palabra y creerle al que le envió. Eso se llama fe.
¡Todavía estamos a tiempo!