REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DECIMOCTAVA SEMANA DEL T.O. (2), MEMORIA OBLIGATORIA DE SANTA CLARA, VIRGEN 11-08-18

La lectura evangélica que nos presenta la liturgia para hoy (Mt 17,14-20) nos relata el episodio del padre que le pide a Jesús que cure a su hijo epiléptico, diciéndole que sus discípulos no habían sido capaces de curarlo. Nos relata el pasaje que luego de haber curado al joven (el relato nos dice que Jesús echó el “demonio” que tenía en joven), los discípulos se le acercaron y le preguntaron: “¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?”, a lo que Jesús les contestó: “Por vuestra poca fe. Os aseguro que si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible”.

En el relato de Mateo, Jesús vuelve a insistir en la importancia de la fe como elemento esencial para los milagros (“tu fe te ha curado”) y la falta de fe como impedimento para que se realicen los milagros (“hombre de poca fe…”). Y para afirmar su enseñanza, hace la aseveración que se resume ese dicho popular que tanto escuchamos: “La fe mueve montañas”.

Siempre me ha llamado la atención que en el relato paralelo de Marcos (Mc 9,14-29), Jesús explica la incapacidad de sus discípulos para echar el demonio diciendo: “esta clase (de demonio) con nada puede ser arrojada sino con la oración” (v. 29).

Lejos de ver una discrepancia entre ambas versiones del relato, vemos que se complementan. La eficacia de nuestra oración va a ser directamente proporcional a nuestra fe. La oración desprovista de fe no es oración; es a lo sumo un monólogo, es como cuando nos sorprendemos “hablando solos”. Si no tenemos la certeza de que Dios existe, que nos ama infinitamente, que nos escucha, que tiene el poder de ayudarnos a resolver nuestros problemas de la manera más conveniente para nosotros, las oraciones se convierten en una campana hueca, en palabras que el viento se lleva…

Hoy celebramos la memoria de Santa Clara de Asís, contemporánea y amiga entrañable de San Francisco de Asís. Clara acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su corazón al Señor y recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. Es precisamente en ese “coloquio amoroso” con Dios que nuestras oraciones son escuchadas.

Hoy, pidamos al Señor que, al igual que Santa Clara de Asís, y por su intercesión, se acreciente nuestra fe para poder mover las montañas que nos impiden llevar a cabo nuestra misión evangelizadora.

Que pasen todos un hermoso fin de semana, sin olvidar que el Padre les espera en su Casa para darles el abrazo más amoroso y tierno que puedan imaginar. ¡Bendiciones!

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