REFLEXIÓN PARA EL VIERNES 26-07-13

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Como primera lectura para hoy (Ex 20,1-17) la liturgia nos regala el decálogo, lo que podríamos llamar el texto fundamental de la Alianza entre Dios y su pueblo, dada por Dios a Moisés en el monte Sinaí (de ahí que se le llame la “Alianza del Sinaí”). La breve lectura de hoy es el comienzo de una recitación más detallada de la Ley, que se recoge en los capítulos 20 al 23 del libro del Éxodo.

Los primeros tres mandamientos se refieren a nuestra relación con Dios, comenzando con el más importante: “No tendrás otros dioses frente a mí”. Los restantes siete establecen las normas de convivencia con nuestro prójimo.

Ese decálogo (palabra que quiere decir literalmente: “diez palabras”) es la base de toda la ley y la fe judeo-cristiana. Y los preceptos de ley, los mandamientos contenidos en el mismo son tan válidos y vigentes hoy como lo fueron para aquellos israelitas.

No queremos continuar sin antes resaltar las palabras de Dios que sirven de preámbulo a los mandamientos: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud”. Nos está recordando que es un Dios que se compadece de su pueblo, que lo cuida, lo protege (Cfr. Ex 3,7-10). Si los sacó de la esclavitud, no puede venir ahora a oprimirlo con cargas pesadas. Los mandamientos no pretenden, por tanto, quitarnos la libertad. Por contrario, al aceptar sus preceptos estamos ejercitando nuestra libertad para adherirnos a los mismos y de ese modo llevar una vida digna y agradable a los ojos de Dios, y en armonía con nuestro prójimo y nosotros mismos.

Más adelante, Jesús nos reiterará la importancia y la vigencia de los mandamientos (Mt 5, 17-19), con un ingrediente adicional que les da sentido, que se convierte en una motivación para vivirlos: el Amor que se recoge en el Sermón de la Montaña. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34). O como dirá más adelante san Pablo: “El que ama al prójimo ha cumplido la ley” (Rm 13,8). Les invito a repasar la segunda sección de la tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica, en donde el Magisterio de la Iglesia nos explica la vigencia e importancia de los diez mandamientos.

La lectura evangélica de hoy (Mt 13,18-23) es la explicación que Jesús da a sus discípulos de la parábola del sembrador. Es como si Jesús hiciera una “homilía” sobre su Palabra para beneficio de sus discípulos.

Pero nos llama la atención un detalle que Jesús no explica en ese momento, y suscita una pregunta: ¿Por qué el “sembrador” (Dios) “desperdicia” la semilla regándola en toda clase de terreno, y hasta fuera del terreno (a la orilla del camino)? ¿No sería más lógico que sembrara en el terreno bueno, como lo haría un buen sembrador? La contestación es sencilla: Él quiere que todos nos salvemos (Cfr. 1 Tm 2,4; 2 Pe 3,9), por eso hace llover (siembra) su Palabra (semilla) sobre malos y buenos (tierra mala y buena) – (Cfr. Mt 5,45). El ser tierra mala o buena depende de nosotros.

Eso es lo hermoso de Jesús; Él no te juzga, tan solo te brinda su amor incondicional. ¿Lo aceptas?

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