REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA DECIMOSÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (Memoria de san Ignacio de Loyola) 31-08-14

alfarero celestial

Hoy celebramos la memoria de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (mejor conocida como la orden de los Jesuitas), de la cual fue su primer general. Este santo, conocido por sus “Ejercicios espirituales”, tuvo una vida llena de aventuras que comenzó con una corta carrera militar que fue tronchada al ser gravemente herido el 20 de mayo de 1521 durante una batalla en la que él luchaba en defensa del castillo de Pamplona.

Esas heridas requirieron una larga convalecencia durante la cual, a falta de otro material de lectura, se sumergió en la lectura de la vida de Cristo y biografías de santos. Ese evento marcó el inicio de su largo camino de conversión, que culminó con la fundación de la Compañía de Jesús, que fue aprobada por el papa Pablo III, el 27 de septiembre de 1540.

El evangelio de hoy (Mt 13,47-53) nos presenta la parábola de la red, la última de las parábolas del Reino que ocupan el capítulo 13 de san Mateo. Les referimos a nuestra reflexión para el pasado domingo XVII del T.O., en la que comentamos esta parábola.

Esta lectura evangélica, con sabor escatológico, del final de los tiempos, nos presenta la imagen del Reino como una red en la que caben tanto los peces buenos como los malos. Nos apunta también al hecho de que el Reino ya está aquí, que ha comenzado. La ventaja que tenemos es que el Pescador nos da la oportunidad de ser contados entre los “peces buenos”. Y de la misma manera que nos creó del barro (Gn 2,7), si nos entregamos a las manos del Alfarero, Él puede triturarnos y hacernos de nuevo; criaturas nuevas nacidas de la conversión, el “hombre nuevo” de que nos habla san Pablo (Cfr. Ef 4,24). Entonces seremos contados entre los elegidos (Cfr. Ap 7).

La primera lectura de hoy, tomada del profeta Jeremías (18,1-6), nos presenta la figura del alfarero. Con esta figura Dios le está diciendo al profeta que así como cuando el alfarero no está satisfecho con la vasija que ha hecho, en vez de desanimarse, la rompe y comienza otra pieza con ese mismo barro, Él hará lo mismo con el pueblo. Del mismo modo actúa Dios con nosotros, mostrándonos una vez más Su infinita paciencia, que hace que nunca se canse de esperar nuestra conversión, como lo hizo con san Ignacio de Loyola. A veces ese proceso es doloroso, pero cuando vemos el resultado final, comprendemos que era necesario.

En la celebración eucarística entonamos un cántico que dice “Yo quiero ser Señor amado, como el barro en manos del alfarero, toma mi vida hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo”.

Hoy les invito a que nos preguntemos: ¿Estoy dispuesto a entregarme en manos del Alfarero Celestial para que Él me triture y me moldee en un “vaso nuevo” que sea de Su agrado?

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