REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C), Y CIERRE DEL JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA 20-11-16

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Hoy celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, último domingo el Año Litúrgico, ya que el próximo domingo comenzaremos el tiempo de Adviento que nos preparará para el nacimiento del Niño Dios; ese Dios que en el más sublime acto de misericordia quiso humanarse, hacerse uno con nosotros para enseñarnos que el camino al Padre está pavimentado con las obras de misericordia, y luego entregarse a sí mismo como víctima propiciatoria para hacernos acreedores a la Vida eterna.

Les invitamos a leer nuestra reflexión anterior para el Ciclo C en esta misma solemnidad.

Hoy también celebramos la clausura del Jubileo extraordinario de la Misericordia, que culminó con la clausura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.

Cuando el Santo Padre convocó al Año Jubilar de la Misericordia el año pasado, escogió dos fechas significativas para el comienzo y la conclusión del mismo. Dijo en aquél entonces el Papa: Este Año santo iniciará con la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción y se concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo y rostro vivo de la misericordia del Padre.

En la primera, 8 de diciembre de 2015, conmemorábamos los 50 años de la conclusión del Concilio Vaticano II. Pero más importante aún, en esa fecha celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, que marca el comienzo, la puesta en marcha del plan que el Padre, en su infinita Misericordia, tenía dispuesto desde la eternidad para devolvernos la Gracia, la dignidad de hijos de Dios que habíamos perdido en el momento de la caída (Cfr. Gn 3,15). Porque solo el seno virginal de la “llena de Gracia”, preservada de antemano de toda mancha de pecado por los méritos de Aquél que iba a concebir por obra del Espíritu Santo, podía ser el vehículo para traer al mundo al Hijo del Padre, al “rostro vivo de la Misericordia del Padre”.

La segunda fecha, hoy, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, nos recuerda que el reinado y señorío de Jesús no están cimentados en la riqueza y el poder, sino en la pobreza y en la Misericordia. De ahí que el lema escogido por el papa Francisco para este Jubileo extraordinario de la Misericordia haya sido: Misericordiosos como el Padre, una versión abreviada del versículo 36 del capítulo 6 del Evangelio según san Lucas en el que Jesús nos dice: “Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso”.

Jesús nos invita a ser misericordiosos como el Padre, y en los pasados tres días el Papa nos lo ha recordado con unos mensajes tan cortos como profundos:

  • El jueves nos decía: No basta con experimentar la misericordia de Dios en la propia vida; también es necesario ser instrumento de misericordia para los demás.
  • El viernes nos añadió: ¡Si quieren un corazón lleno de amor, sean misericordiosos!
  • Y ayer, a horas de la clausura, recalcó: La misericordia de Dios para con nosotros está ligada a nuestra misericordia hacia el prójimo.

Durante el año jubilar de la Misericordia descolló la figura del padre misericordioso en la parábola del mismo nombre, mejor conocida como la parábola del hijo pródigo. Pero en esa parábola hay otros personajes de los que casi nadie habla: los siervos del padre. No hay duda que el padre fue misericordioso perdonando al hijo que regresaba arrepentido, pero encargó a sus siervos llevar a cabo los gestos, las obras de misericordia que le devolverían la dignidad a ese hijo: “Traigan aprisa el mejor vestido y vístanle, pónganle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies” (Lc 15,22). Es lo que Jesús nos pide continuamente a través de su Palabra; que nos convirtamos en instrumentos de Su misericordia.

Al finalizar cada año o evento importante en nuestras vidas acostumbramos “pasar balance”, hacer introspección, para identificar los frutos así como las fallas en que podamos haber incurrido.

No hay duda que hoy cerramos un año importante, tanto en la Iglesia como en nuestras vidas.

Les invito a hacer introspección preguntándonos: ¿Cómo he vivido el Año de la Misericordia? ¿Me he abierto a la Misericordia de Dios en el sacramento de la reconciliación? ¿He practicado las obras de misericordia, corporales y espirituales? ¿En qué fallé?

Sin duda muchos hemos fallado, pero lo mejor de todo es que la misericordia de Dios es eterna (Sal 136), que Él nunca se cansa de esperarnos (Cfr. Ap 3,20). Como nos dice el libro de las Lamentaciones: “La misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien se renuevan cada mañana” (Lm 3,22-23).

Por lo que, más que el “cierre” del Año de la Misericordia, hoy celebramos un envío a seguir trabajando en nuestra vocación a la santidad, esforzándonos cada día más en llegar a ser misericordiosos como el Padre, con la esperanza de que el día final, si no hemos alcanzado plenamente la santidad, al menos nuestro tiempo en el purgatorio sea un poco más corto.

Que pasen un hermoso día y una feliz semana.

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