Finalizada la cincuentena de Pascua con la Solemnidad de Pentecostés que celebráramos ayer, hoy retomamos en Tiempo Ordinario de la Liturgia.
Y para hoy, la liturgia nos regala hoy la versión de Mateo del pasaje de las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12). Esta versión es la que da el nombre de “Sermón de Montaña” o “Sermón del Monte” a este pasaje pues, contrario a Mateo, la versión de Lucas nos presenta a Jesús pronunciando el discurso de las Bienaventuranzas “en un paraje llano” (Lc 6,17).
La razón para la diferencia entre una y otra versión obedece al fin pedagógico de cada relato evangélico, y al grupo a quien va dirigido. Lucas escribe para fortalecer la fe de los cristianos que ya estaban siendo perseguidos por profesar su fe. Mateo escribe su relato para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo, con el objetivo de probar que Jesús es el Mesías prometido, ya que en Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento.
Mateo quiere demostrar además, que en la persona de Jesús se cumple la profecía de Dt 18,18. Para ello recurre a establecer un paralelismo entre Jesús y Moisés: Moisés y Jesús perseguidos en su infancia; Moisés y Jesús ofreciendo un pan de vida, Moisés escribiendo cinco libros (la autoría humana del Pentateuco se le atribuía entonces a Moisés) y Jesús pronunciando cinco grandes discursos.
Finalmente, del mismo modo que Moisés subió al Monte Sinaí, Mateo nos presenta a Jesús subiendo “al monte”. Con ello quiere significar que Jesús va a llevar a cabo la fundación del “nuevo pueblo de Dios” basado en una nueva Alianza, con Jesús como el “nuevo Moisés”.
A diferencia del decálogo, que contiene unos mandatos y unas prohibiciones abstractas, las Bienaventuranzas se refieren a situaciones de hecho concretas (ej. pobreza, llanto, hambre, sed), sufrimientos que viven todos los que trabajan en la construcción de ese nuevo orden al que Jesús se refiere como “el Reino”. Por eso los sujetos de las Bienaventuranzas no son las situaciones, sino las personas que las sufren por causa de la justicia y por seguir los pasos de Jesús. A esos es que quienes Jesús llama “bienaventurados”, a los que están dispuestos a “renunciar a sí mismos” para seguir a Jesús (Cfr. Mt 16,24; Mc 8,34).
Además de las situaciones pasivas que hemos reseñado, hay otras activas, que nos presentan actitudes concretas que los verdaderos discípulos de Jesús han de observar, como la mansedumbre, la misericordia, la limpieza de corazón, y la lucha por la justicia. A estos también Jesús llama “bienaventurados”.
El diccionario de la Real Academia Española define “bienaventurado” como el “que goza de Dios en el cielo”. Y tiene razón, porque las bienaventuranzas nos describen la conducta de los ciudadanos del Reino; ese Reino que ya ha comenzado pero que todavía no ha culminado; el famoso “ya, pero todavía”.
Hemos dicho en otras ocasiones que podemos comenzar a vivir nuestro cielo en la tierra. ¿Cómo?, Jesús nos da la “receta” en las Bienaventuranzas. Y si quisiéramos resumirlas podemos hacerlo en una sola palabra: Amor.
“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21).