REFLEXIÓN PARA EL SÉPTIMO DÍA DE LA OCTAVA DE NAVIDAD 31-12-13

Envio a su hijo para dar luz al mundo med

Hoy es el séptimo día de la octava de Navidad. Para este día la liturgia nos presenta nuevamente como lectura evangélica el prólogo de Evangelio según san Juan, que leímos para la Solemnidad de la Natividad del Señor (Jn 1,1-18).

En este prólogo se nos adelantan los cuatro grandes temas que Juan irá desarrollando a través de su relato evangélico: el Verbo, la Vida, la Luz, la Gloria, la Verdad. También se presentan las tres grandes contraposiciones que encontramos en el cuarto evangelio: Luz-tinieblas, Dios-mundo, fe-incredulidad. Y reverberando a lo largo de este pasaje, la figura del precursor, Juan el Bautista: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”.

La Palabra ha estado entre nosotros desde el momento mismo de la creación (“el mundo se hizo por medio de ella”). Para los judíos la Palabra tiene poder creador, por eso vemos que en el relato de la creación cada etapa de la misma está precedida de la frase “dijo Dios”, o “Dios dijo” (Cfr. Gn 1,1-31).

Pero como no la reconocieron, decidió encarnarse, hacerse uno con nosotros, juntando ambas naturalezas, la humana y la divina, para “divinizar” nuestra naturaleza humana de manera que recibiéramos el “poder para ser hijos de Dios”, para convertirnos en otros “cristos” (Gál 2,20). De ese modo nos dio el poder de salir de las tinieblas en que había estado sumida la humanidad en el Antiguo Testamento, hacia la Luz de Su Gloria. La decisión es nuestra, u optamos por la Luz, o permanecemos en las tinieblas; o somos hijos de la Luz, o de las tinieblas.

“Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Juan quiere enfatizar que la plena revelación de Dios que se logra mediante la Encarnación, es real (“hemos contemplado su gloria”). Jesús no es un fantasma, un sueño, una fantasía, una ilusión; es real, tangible. Dios siempre ha estado presente entre su pueblo, pero a partir de la Encarnación esa presencia se tornó real y viva, para no abandonarnos jamás (Mt 28,20).

“Padre amoroso: Tú nos diste a tu Hijo Jesucristo y viste con agrado que él compartiera nuestra pobreza. Él nos otorgó gracia sobre gracia, ya que todo lo que viene de ti es un don gratuito. Acepta nuestra acción de gracias por los momentos en que aceptamos tus dones y los compartimos los unos con los otros. Acepta nuestra gratitud por las veces que escuchamos atentamente las palabras de tu Hijo y las pusimos en práctica. Ayúdanos a caminar con esperanza y alegría y mutuo ánimo con él, compañero de camino que tú nos has dado en la vida, Jesucristo nuestro Señor” (Oración colecta).

Que la Luz que aparta las tinieblas inunde nuestros corazones en el año nuevo que está a punto de comenzar, para que creamos en Su nombre y podamos ser llamados Hijos de Dios.

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