REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL T.O. -CICLO B- 03-10-21

“De los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.

La primera lectura y el Evangelio que nos presentan la liturgia para este vigésimo séptimo domingo del tiempo ordinario (Gn 2,18-24 y Mc 10,2-16) tratan el tema del matrimonio, el origen divino y la indisolubilidad del mismo. Son las lecturas que acostumbramos escuchar en las celebraciones de dicho sacramento.

Sin menospreciar la importancia de las mismas, ni su relevancia para nuestros tiempos, hoy centraremos nuestra atención en los últimos versículos de la lectura evangélica: “Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.» Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos” (ver. 13-16).

Sobre este último versículo, como nota exegética, cabe señalar que de todos los evangelistas Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de Jesús, quien habla con la mayor naturalidad de las emociones intensas de Jesús. Así, por ejemplo, al narrar este pasaje, Marcos es el único que nos presenta ese gesto tierno de Jesús de abrazar a los niños (comparar con Mt 19,15; Lucas lo omite). De ese modo Marcos quiere presentarnos a un Jesús cercano, familiar, que conoce nuestros sentimientos y emociones. Verdadero Dios y verdadero hombre.

Está claro que los discípulos no trataban de impedir que los niños se acercaran a Jesús porque fuesen a molestarle, sino porque en la cultura judía los niños no valían nada. Con ese gesto de ternura y amor, seguido de las palabras “el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él”, Jesús le dice a sus discípulos (y a nosotros) que el Reino no es cuestión de mérito, sino de humildad; que el Reino no es algo que tenemos que “buscar”, es algo que se nos ofrece por mera gratuidad; que tan solo tenemos que saber aceptarlo como lo hacen los niños, con la mayor naturalidad, sin creernos que “lo merecemos todo”.

El proceso es sencillo: “recibimos” el Reino, lo “aceptamos” con humildad, y “entramos” en él. Como lo haría un niño.

En este día del Señor, pidámosle la humildad y sencillez de espíritu para aceptar el anuncio y regalo del Reino, conscientes de que lo estamos recibiendo por pura gratuidad, no por mérito nuestro. “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,25-26).

Y recuerda, si aún no has visitado la Casa del Padre, todavía estás a tiempo.

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