REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DEL T.O. (2) 11-01-16

Pescadores de hombres 3 sm

Con la celebración del Bautismo del Señor en el día de ayer, concluyó el Tiempo de Navidad. Hoy comenzamos el Tiempo Ordinario. Corresponde a este año el Ciclo C – año par. Y para hoy la liturgia nos presenta como primera lectura el comienzo del libro de Samuel (1,1-8).

Durante hoy y los próximos tres días estaremos leyendo la historia del nacimiento y vocación de Samuel, nacido de una mujer estéril, producto de la gratuidad de Dios; historia que nos sirve de preludio a la historia de David. Hoy leemos el comienzo de ésta perícopa que en la lectura de mañana continuará con el nacimiento de Samuel, seguida del “Cántico de Ana”, que se nos ofrecerá como salmo, y que prefigura el hermoso canto del Magníficat (Lc 1,46-55).

Este nacimiento, al igual que los de Isaac, Sansón y Juan el Bautista (también nacidos de mujeres estériles), pone de manifiesto el poder de Dios y cómo Él no necesita esperar que aparezca la persona idónea para llevar a cabo una misión que tiene pensada en eso que llamamos historia de la salvación. Simplemente la crea (para Dios nada es imposible). Y esas personas cambian el curso de la historia.

Llegada la plenitud de los tiempos (Cfr. Gál 4,4), el momento preciso para culminar su Revelación y el plan de redención que tenía pensado desde siempre (Cfr. Gn 3,15), envió a Su Hijo, nacido, no de una mujer estéril, sino de una virgen, fruto del Espíritu Santo – regalo absoluto de Dios – inicio de una nueva humanidad.

La misión de ese Hijo es formidable y el tiempo apremia. Para llevarla a cabo, y continuarla, necesitará ayuda humana (Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti – San Agustín). Llegó el momento de reclutar sus primeros discípulos, y la lectura evangélica que nos lanza de lleno en el Tiempo Ordinario, nos narra ese episodio (Mc 1,14-20).

Se trata de la vocación de Simón (Pedro) y su hermano Andrés, y Santiago y su hermano Juan. Jesús escoge sus primeros discípulos de entre los pescadores, y utiliza la pesca, y el lenguaje de la pesca, para simbolizar la tarea que les espera a los llamados. Nos dice el pasaje que a los primeros les dijo “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Siempre que escucho esta frase recuerdo a un párroco español que tuvimos en nuestra comunidad por muchos años, que en su inglés de Castilla la Vieja describía nuestra misión como “fishing and fishing”. La escritura no nos dice qué le dijo a los segundos, pero debe haber sido algo similar. Lo cierto es que los cuatro, sin vacilar, dejaron las redes, y los segundos incluso dejaron a su padre (Cfr. Lc 14,26), para seguir a Jesús. Y ese seguimiento implicaba, por supuesto, aceptar el reto que Jesús les lanzó junto con la invitación: convertirse en “pescadores de hombres”. Esto nos evoca el pasaje de Jeremías (20,7): “¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir!” De nuevo esa mirada… ¡imposible de resistir!

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, el seguimiento de Jesús tiene que ser radical, no hay términos medios (Cfr. Ap 3,15-16). Con ese pensamiento comenzamos el Tiempo Ordinario. Esa es la prueba de fuego para determinar si verdaderamente vivimos la Navidad, o si simplemente nos limitamos a celebrarla. Jesús nos llama a ser pescadores de hombres, pero ello implica dejar nuestras “redes” que solo nos sirven para pescar las cosas del mundo. ¿Estamos dispuestos a aceptar el reto?

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