REFLEXIÓN PARA EL JUEVES 14-02-13

Hoy la liturgia celebra el “jueves después de ceniza”, que esta año coincide con el 14 de febrero, día en que celebramos la memoria de san Valentín (también se celebra la memoria de los santos Cirilo y Metodio, co-patrones de Europa), santo patrono de los enamorados, que en tiempos más recientes, se ha secularizado y comercializado con el nombre de día del amor y la amistad. ¿Existió verdaderamente san Valentín? Y si existió, ¿quién era?

Aunque no está exento de controversia, generalmente se acepta que existió un sacerdote de ese nombre que vivió alrededor del siglo III en la ciudad de Roma. Cuenta la leyenda que el emperador romano Claudio II había prohibido las bodas entre jóvenes, por entender que los jóvenes solteros hacían mejores soldados, al no tener obligaciones familiares. Valentín no estuvo de acuerdo con ese decreto y casaba los jóvenes en secreto. De ahí que se le considere el santo patrón de los enamorados, pues se convertía en una especie de “cómplice” que les ayudaba a consumar su amor.

Cuando el emperador se enteró que Valentín estaba desafiando su decreto, lo mandó citar ante su presencia. Valentín acudió e intentó evangelizar al emperador. Esto eventualmente le costó la vida, pues fue martirizado el 14 de febrero del año 270, y canonizado por el Papa Gelasio I en o alrededor del año 496. Sus restos mortales se encuentran en la Basílica que lleva su nombre en la ciudad de Terni, en Italia, a donde acuden cada 14 de febrero numerosas parejas a formalizar su compromiso.

La liturgia de hoy nos ofrece como lectura evangélica (Lc 10,1-9) el segundo “envío” misionero de los discípulos por parte de Jesús. Ya anteriormente había enviado a los “doce” (Lc 9,1-6; Mc 6,7-13). Ante el aparente éxito de la primera misión, ahora envía otros setenta y dos, con instrucciones similares, enriquecidas por la experiencia de los primeros doce: “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos”. Pero la misión es la misma: “curad a los enfermos que haya, y decid: ‘Está cerca de vosotros el reino de Dios’”. Hay otra diferencia entre ambos envíos. El primero la misión era de la entera responsabilidad de los “doce”, aquellos a quienes Él instituyó “apóstoles”. Aquí envía a otros “discípulos”, como una especie de “avanzada” a preparar el terreno en los lugares a donde Él pensaba ir (y probablemente informarle de cuán receptivos estaban al anuncio del Reino).

En la primera lectura, tomada del libro de los hechos de los apóstoles (13,46-49), Pablo nos enfatiza la universalidad de la pasión y muerte redentora de Jesús, gracias a lo cual nosotros los “gentiles” podemos reclamar las promesas de Jesús: “Así nos lo ha mandado el Señor: ‘Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra’”.

Estamos comenzando el tiempo de Cuaresma. Nuestros ojos están fijos en la gran noche; la Vigilia Pascual, que es la antesala de la culminación del Misterio Pascual de Jesús: su resurrección gloriosa. ¡Vivimos para esa Noche!

REFLEXIÓN PARA HOY MIÉRCOLES DE CENIZA 13-02-13

CENIZA (1)

Hoy celebramos el miércoles de ceniza. Comenzamos el tiempo “fuerte” de Cuaresma. Durante este tiempo especial la Iglesia nos invita a prepararnos para la celebración de la Pascua de Jesús.

La Cuaresma fue inicialmente creada como la tercera y última etapa del catecumenado, justo antes de recibir los tres sacramentos de iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía. Durante ese tiempo, junto a los catecúmenos, la iglesia entera, los ya bautizados, vivían como una renovación bautismal, un tiempo de conversión más intensa.

Como parte de la preparación a la que la Iglesia nos invita durante este tiempo, nos exhorta a practicar tres formas de penitencia: el ayuno, la oración y la limosna. Estas tres formas de penitencia expresan la conversión, con relación a nosotros mismos (el ayuno), con relación a Dios (la oración), y a nuestro prójimo (limosna). Y las lecturas que nos brinda la liturgia para este día, nos presentan la necesidad de esa “conversión de corazón”, junto a las tres prácticas penitenciales mencionadas.

La primera lectura, tomada del profeta Joel (2,12-18), nos llama a la conversión de corazón, a esa “metanoia” de que hablará Pablo más adelante; esa que se da en lo más profundo de nuestro ser y que no es un mero cambio de actitud, sino más bien una transformación total que afecta nuestra forma de relacionarnos con Dios, con nuestro prójimo, y con nosotros mismos: “oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras”.

En la misma línea de pensamiento encontramos a Jesús en la lectura evangélica (Mt 6,1-6.16-18). En cuanto a la limosna nos dice: “cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará”. Respecto a la oración: “Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará”. Y sobre el ayuno nos dice: “Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara”.

Al igual que la conversión, las prácticas penitenciales del ayuno, la oración y la limosna, han de ser de corazón, y que solo Él se entere. Esa es la única penitencia que agrada al Señor. La “penitencia” exterior, podrá agradar, y hasta impresionar a los demás, pero no engaña al Padre, “que está en lo escondido” y ve nuestros corazones.

Al comenzar esta Cuaresma, pidamos al Señor que nos permita experimentar la verdadera conversión de corazón, al punto que podamos decir con san Pablo: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Cfr. Gal 2,20).