REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS 01-01-17

Hoy comenzamos un nuevo año celebrando la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Durante la octava de Navidad que culmina hoy hemos estado contemplando el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en la persona de aquel Niñito que nació en un establo de Belén. Hoy levantamos la mirada hacia la Madre que le dio la vida humana y fue la primera en adorarle, teniéndolo aún en su vientre virginal. Aquella a quien se refiere san Pablo en la segunda lectura de hoy (Gál, 4,4-7) al decir: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. Aunque no la menciona por su nombre, este es el texto más antiguo del Nuevo Testamento que hace referencia a la Madre de Jesús.

La Maternidad Divina es también el dogma mariano más antiguo de la Iglesia, decretado por el Concilio de Éfeso en el año 431, que la declaró theotokos, término griego que literalmente quiere decir “la que parió a Dios”.

En esta solemnidad tan especial, en lugar de comentar las escrituras como solemos hacer, me gusta compartir un corto ensayo escrito por un ateo (Jean Paul Sartre), quien logró captar como ninguno ese misterio de la maternidad divina.

“La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que yo habría querido pintar sobre su cara es una maravillosa ansiedad que nada más ha aparecido una vez sobre una figura humana. Porque Cristo es su niño, la carne y el fruto de sus entrañas. Ella le ha llevado nueve meses, y le dará el pecho, y su leche se convertirá en sangre de Dios. Y por un momento la tentación es tan fuerte que se olvida de que él es Dios. Le aprieta entre sus brazos y le dice: ‘Mi pequeño’. Pero en otros momentos se corta y piensa: ‘Dios está ahí’, y ella es presa de un religioso temor ante ese Dios mudo, ante ese niño aterrador. Porque todas las madres se sienten a ratos detenidas ante ese trozo rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten desterradas ante esa nueva vida que se ha hecho con su vida y que tiene pensamientos extraños. Pero ningún niño ha sido tan cruel y rápidamente arrancado de su madre que éste, porque es Dios y sobrepasa con creces lo que ella pueda imaginar.

“Pero yo pienso que también hay otros momentos, rápidos y escurridizos, en los que ella siente que a la vez que Cristo es su hijo, su pequeño, y que es Dios. Ella le mira y piensa: ‘Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Ha sido hecho por mí; tiene mis ojos y el trazo de su boca es como el de la mía; se me parece. ¡Es Dios y se me parece!’

“Y a ninguna mujer le ha cabido la suerte de tener a su Dios para ella sola; un Dios tan pequeño que se le puede tomar en brazos y cubrir de besos, un Dios tan cálido que sonríe y respira, un Dios que se puede tocar y que ríe. Y es en uno de esos momentos cuando yo pintaría a María si supiera pintar…”

Que el año que acaba de comenzar sea uno lleno de bendiciones para todos. Pidamos a Santa María, Madre de Dios, que nos lleve de su mano hacia su Hijo, que es también nuestro hermano. ¡Feliz Año Nuevo!

REFLEXIÓN PERSONAL PARA LA DESPEDIDA DEL AÑO 2016

Hoy finaliza un año más en la historia de la humanidad. Al filo de la medianoche pasamos la página para dar paso a un nuevo año lleno esperanzas, ilusiones, proyectos y, ¿por qué no?, incertidumbres… Para mí, el año que concluye fue uno lleno de muchas y grandes pruebas, pero de igual modo lleno de bendiciones y muestras de la Misericordia de Dios.

Este año se caracterizó también por estar enmarcado en el Jubileo Extraordinario de la Misericordia decretado por el papa Francisco, cuyo lema fue: Misericordiosos como el Padre, tomado de Lc 6,36: “Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso”.

Jesús nos invita a ser misericordiosos como el Padre, y durante los tres días previos a la clausura del Jubileo el papa Francisco nos dejó tres mensajes a través de su cuenta de Twitter @Pontifex que recogen la esencia del año jubilar, proyectándonos también hacia el futuro:

  • No basta con experimentar la misericordia de Dios en la propia vida; también es necesario ser instrumento de misericordia para los demás.
  • ¡Si quieren un corazón lleno de amor, sean misericordiosos!
  • La misericordia de Dios para con nosotros está ligada a nuestra misericordia hacia el prójimo.

Durante el año jubilar de la Misericordia descolló la figura del padre misericordioso en la parábola conocida como la parábola del hijo pródigo. Pero en esa parábola hay otros personajes de los que casi nadie habla: los siervos del padre. No hay duda que el padre fue misericordioso perdonando al hijo que regresaba arrepentido, pero encargó a sus siervos llevar a cabo los gestos, las obras de misericordia que le devolverían la dignidad a ese hijo: “Traigan aprisa el mejor vestido y vístanle, pónganle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies” (Lc 15,22). Es lo que Jesús nos pide continuamente a través de su Palabra; que nos convirtamos en instrumentos de Su misericordia.

Al finalizar cada año o evento importante en nuestras vidas acostumbramos “pasar balance”, hacer introspección, para identificar los frutos así como las fallas en que podamos haber incurrido. Como señalamos al comienzo de esta reflexión, hoy cerramos un año calendario especial que estuvo matizado por el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que impacta, no solo la historia de la Iglesia, sino también nuestra historia personal.

Por eso hoy les invito a hacer introspección preguntándonos: ¿Cómo viví el Año de la Misericordia? ¿Me abrí a la Misericordia de Dios en el sacramento de la reconciliación? ¿Practiqué las obras de misericordia, corporales y espirituales? ¿En qué fallé?

Sin duda muchos hemos fallado pero, en lo que respecta al año que está por comenzar, lo mejor es que la misericordia de Dios es eterna (Sal 136), que Él nunca se cansa de esperarnos (Cfr. Ap 3,20)… Como nos dice el libro de las Lamentaciones: “La misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien se renuevan cada mañana” (Lm 3,22-23).

Por eso, cuando esta noche celebremos la llegada del nuevo año, pidamos a nuestro Señor que en el año que comienza nos permita conocerlo cada día más a través de su Misericordia infinita para con nosotros, y a reciprocar esa misericordia en la persona de nuestro prójimo. Esa petición es mi “resolución” para el año que está a punto de comenzar. Te invito a hacerla tuya también. Te garantizo que tendrás un FELIZ AÑO 2017.

Por cierto mañana, 1ro de enero, honramos a la que lo hizo todo posible con su “hágase”, en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. No olvides visitarla en la Casa de su Hijo; ella te espera para prodigarte el mismo amor que derramó sobre su Hijo.

¡FELIZ AÑO NUEVO!

REFLEXIÓN PARA EL SÉPTIMO DÍA DE LA OCTAVA DE NAVIDAD 31-12-16

Hoy es el séptimo día de la infraoctava de Navidad. Para este día la liturgia nos presenta nuevamente como lectura evangélica el prólogo de Evangelio según san Juan, que leímos para la Solemnidad de la Natividad del Señor (Jn 1,1-18).

En este prólogo se nos adelantan los cuatro grandes temas que Juan irá desarrollando a través de su relato evangélico: el Verbo, la Vida, la Luz, la Gloria, la Verdad. También se presentan las tres grandes contraposiciones que encontramos en el cuarto evangelio: Luz-tinieblas, Dios-mundo, fe-incredulidad. Y reverberando a lo largo de este pasaje, la figura del precursor, Juan el Bautista: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”.

La Palabra ha estado entre nosotros desde el momento mismo de la creación (“el mundo se hizo por medio de ella”). Para los judíos la Palabra tiene poder creador, por eso vemos que en el relato de la creación cada etapa de la misma está precedida de la frase “dijo Dios”, o “Dios dijo” (Cfr. Gn 1,1-31).

Pero como no la reconocieron, decidió encarnarse, hacerse uno con nosotros, juntando ambas naturalezas, la humana y la divina, para “divinizar” nuestra naturaleza humana de manera que recibiéramos el “poder para ser hijos de Dios”, para convertirnos en otros “cristos” (Gál 2,20). De ese modo nos dio el poder de salir de las tinieblas en que había estado sumida la humanidad en el Antiguo Testamento, hacia la Luz de Su Gloria. La decisión es nuestra, u optamos por la Luz, o permanecemos en las tinieblas; o somos hijos de la Luz, o de las tinieblas.

“Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Juan quiere enfatizar que la plena revelación de Dios que se logra mediante la Encarnación, es real (“hemos contemplado su gloria”). Jesús no es un fantasma, un sueño, una fantasía, una ilusión; es real, tangible. Dios siempre ha estado presente entre su pueblo, pero a partir de la Encarnación esa presencia se tornó real y viva, para no abandonarnos jamás (Mt 28,20).

Que la Luz que aparta las tinieblas inunde nuestros corazones en el año nuevo que está a punto de comenzar, para que creamos en Su nombre y podamos ser llamados Hijos de la Luz y, al igual que Juan, ser testigos de la Luz, para que todos los que se crucen en nuestro camino crean en Jesús.

¡Feliz Año Nuevo!

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA (A) 30-12-16

Hoy celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia, y la liturgia nos presenta como lectura evangélica (Mt 2,13-15.19-23) un pasaje entrelazado con el que leíamos hace dos días, fiesta de los Santos Inocentes, Mártires (Mt 2,13-18).

El Evangelio de hoy, leído a la luz de la Fiesta de la Sagrada Familia que celebramos, nos presenta a José protegiendo a su familia, a María y al Niño Dios. Pero hoy quiero hacer un paréntesis para resaltar el papel de José más allá de estos episodios; en el misterio de la encarnación y en la historia de la salvación.

Hace poco tuve el privilegio de traducir del inglés al español un artículo de la autoría de una hermana Laica Dominica, Ruth Anne Henderson, O.P., que encuentro sumamente relevante para la fiesta que observamos hoy, en el cual la autora muy acertadamente nos presenta la importancia de lo que ella llama la “anunciación” de José y, más aún, la trascendencia de su , que tiende a pasar desapercibida: “Luego, cuando el ángel le dice quién es el Padre del niño por nacer, presta su consentimiento de inmediato. Siempre hablamos de María y de la naturaleza trascendental de su ‘Sí’ en la anunciación; pero José también tiene su anunciación, y al igual que María él dice ‘Sí’. Sin ese ‘Sí’ la historia de nuestra relación con Dios sería muy distinta”. Los invito a leer ese artículo, tan hermoso como provocador y profundo.

La primera lectura, tomada del libro de Eclesiástico (3,3-7.14-17) nos enfatiza la importancia del amor y respeto en las relaciones familiares, especialmente entre padres e hijos y madres e hijos, y cómo ese amor y respeto son agradables a Dios: “el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha”. Jesús, aún después de cobrar conciencia de su divinidad, y de manifestárselo a sus padres, no dejó por eso de cumplir con su obligación de honrarles y obedecerles en todo. Así, en el pasaje del Niño perdido y hallado en el Templo, Lucas nos dice que luego que sus padres le “encontraron” en el Templo: “Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad” (Lc 2,51a).

En la Segunda lectura (Col 3,12-21) san Pablo enfatiza la armonía que debe existir en las familias, incluyendo las “familias extendidas” de nuestra comunidad, nuestra parroquia, nuestros grupos de fe: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, perdón, agradecimiento. Y que todo sea “en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”.

La Fiesta litúrgica de la Sagrada Familia nos presenta una faceta importantísima del misterio de la Encarnación. Dios pudo simplemente haber optado por “aparecer”, pero optó por encarnarse en el seno de una familia como la tuya y la mía, la “Sagrada Familia”, proporcionándonos de ese modo el modelo a seguir.

Hoy, a un día para despedir que año, es un buen momento para hacer introspección sobre nuestras relaciones familiares, las relaciones con nuestros cónyuges, con nuestros padres e hijos, con nuestros hermanos. ¿Están esas relaciones fundamentadas en el amor? ¿Servimos de ejemplo a nuestros hijos para que nos obedezcan, no por autoritarismo, sino por amor? ¿Honramos y respetamos a nuestros padres y madres? “El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros” (Eclo 3,3-4).

En esta fiesta de la Sagrada Familia, pidamos al Señor la gracia de permitir al Niño Dios hacer morada en nuestros hogares, y en nuestros corazones.

EL AÑO NUEVO EN PERSPECTIVA CRISTIANA

A punto de concluir este año que ha estado lleno de pruebas para el mundo, nuestro país y nuestra vida personal, comparto con ustedes esta joya que he leído hoy, de la pluma de san Juan Pablo II; un mensaje que sigue siendo tan válido y relevante como lo fue hace treinta y cuatro años cuando fue escrito. Espero que lo disfruten y mediten como lo hice yo.

Audiencia general del Papa san Juan Pablo II el 29 de diciembre de 1982 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Esta última audiencia general del año está toda ella impregnada de la luz de la Santa Navidad que acabamos de celebrar, y nos lleva además a reflexionar sobre la inminente celebración, tan rica de significado humano, del paso del año viejo al nuevo.

En efecto, la historia del hombre, iluminada por el misterio del Dios hecho hombre, Nuestro Señor Jesucristo, adquiere una clara orientación hacia el mundo de lo divino.  La fiesta de Navidad da un sentido cristiano a la sucesión de los acontecimientos y a los sentimientos humanos, proyectos y esperanzas, y permite descubrir en este rítmico y aparentemente mecánico correr del tiempo, no sólo las líneas de tendencia del peregrinaje humano, sino también los signos, las pruebas y las llamadas de la Providencia y Bondad Divina.

2. ¿Vamos hacia lo mejor? ¿Vamos hacia lo peor? Para el cristiano no hay duda: la Redención de Cristo, que comienza en la Santa Noche de Navidad, lleva progresivamente a la humanidad redimida y que acoge esta Redención, al triunfo sobre el mal y sobre la muerte.

Ciertamente a medida que se va hacia Dios aumentan pruebas y dificultades. Esto vale tanto para el camino de la Iglesia como para cada uno de los cristianos. Las fuerzas hostiles a la verdad y a la justicia -como nos explica todo el libro del Apocalipsis- aumentan, en el curso de la historia, sus tramas y su violencia contra quien quiere seguir el camino del Redentor. Por tanto, en definitiva, a pesar de los riesgos y las derrotas parciales, la historia marcha hacia el triunfo del bien, hacia la victoria final de Cristo. 

3. Así, pues, para el cristiano el progreso histórico es una realidad y una esperanza cierta; no es sin embargo el simple resultado de una especie de proceso dialéctico que nos exima de nuestro compromiso personal por la justicia y la santidad; y el hecho de estar colocados, mediante la Redención, en una corriente de gracia divina que nos lleva hacia el Reino, no quita la lamentable posibilidad, por parte de cualquiera de nosotros, de substraerse voluntariamente a la fuerza benéfica de ese influjo divino.

En su significado profundo el verdadero progreso histórico que, como dice el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, 39), es preparación al Reino de Dios, no puede más que ser el efecto de los esfuerzos humanos sostenidos por la fuerza redentora de la Sangre de Cristo. El Verbo Divino, al encarnarse, redimió el tiempo y la historia, llevándoles hacia la salvación del hombre y su bienaventuranza en la visión beatífica y dándoles un impulso progresivo incontenible, si bien contrastado.

4. La Sagrada Familia de Nazaret es el modelo de todas las familias cristianas.

Vale especialmente para la familia el problema que nos hemos planteado en términos generales: ¿Los valores de la familia están decayendo? ¿Los valores de la familia se están reforzando? También aquí nuestra respuesta de fe no puede ser más que una respuesta de esperanza y de sano optimismo cristiano, que no cierra los ojos a la gravedad de los fenómenos involutivos reales, sino que sabe reconocer también los fenómenos de crecimiento y saca de las dificultades que ofrecen ciertos procesos de decadencia la ocasión para una búsqueda más fervorosa de la santidad y de un valiente testimonio también en este sector fundamental de la vida, como es el de la familia.

El año litúrgico, con sus festividades periódicas que tienden a recordarnos y hacernos vivir los principales fundamentos del pensar y el actuar cristiano, es un inestimable don de Dios, presente en nuestra historia: un don, se puede decir, de la Santa Navidad. Las festividades litúrgicas sostienen de este modo nuestra fidelidad al mensaje evangélico, permitiéndonos al mismo tiempo hacer fructificar continuamente su infinita virtualidad.

La fiesta de la Sagrada Familia es uno de los principales puntos luminosos que nos ofrece la liturgia en nuestro camino terreno; con ellos podemos comprender el significado escatológico del tiempo y cómo verdaderamente Cristo, elevado en la Cruz, atrae a Sí todas las cosas (cf. Jn 12, 32)

5. La liturgia, de la que estamos viviendo en estos días algunos momentos particularmente intensos, nos ilumina así acerca del sentido del tiempo y de la historia, por lo cual, si surge en nosotros la impresión de que el mal está aumentando y triunfando, ella nos responde con el misterio de la Navidad, que nos introduce en el  misterio de la Cruz.

NO AUMENTA EL MAL, AUMENTAN LAS PRUEBAS. Y puesto que Dios, junto con la prueba da también la fuerza para superarla (cf. I Cor 10, 13), la abundancia del mal, que nos quiere herir y seducir, termina por transformarse en una sobreabundancia de bien y de gloria. Por eso San Pablo pudo decir que “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rom, 5, 20).

En el curso del tiempo aumentan los ataques contra el Reino de Dios y contra los que quieren seguir piadosamente a Cristo; pero aumenta también el don de fortaleza que les concede el Espíritu Santo, de modo que al final todo se resuelve en la victoria para cuantos han permanecido fieles.

Esta es, queridos hermanos y hermanas, la perspectiva con la que debemos encaminarnos a afrontar y vivir el año nuevo que tenemos delante.

La vida de aquí abajo no es por sí misma, un cómodo y garantizado viaje hacia lo mejor. Desde los primeros años de nuestra vida nos damos cuenta de ello si tenemos los ojos abiertos. Lo mejor es ciertamente una perspectiva real; la humanidad, guiada por el Pueblo de Dios, está marchando en esta dirección; pero para cada uno de nosotros esta marcha hacia lo “mejor” no está privada de riesgos y de dificultades; y sobre todo está sometida cada día a la prueba de nuestra responsabilidad, debe ser el objeto de una elección libre.

La luz de Belén y la luz del Pesebre nos indican la dirección hacia lo mejor, nos hablan de la victoria final del bien, nos animan a caminar con esperanza y sin miedo, “sin apartarnos ni a la derecha ni a la izquierda”(Jos 23, 6)

Joannes Paulus II

REFLEXIÓN PARA EL QUINTO DÍA DE LA OCTAVA DE NAVIDAD 29-12-16

Continuamos celebrando la “octava” de Navidad. Cuando la Iglesia celebra una festividad solemne, como la Navidad, un día no basta; por eso la celebración se prolonga durante ocho días, como si constituyeran un solo día de fiesta. Aunque a lo largo de la historia de la Iglesia se han reconocido varias octavas, hoy la liturgia solo conserva las octavas de las dos principales solemnidades litúrgicas: Pascua y Navidad. Hecho este pequeño paréntesis de formación litúrgica, reflexionemos sobre las lecturas que nos presenta la liturgia para hoy, quinto día de la infraoctava de Navidad.

Como primera lectura continuamos con la 1ra Carta del apóstol san Juan (2,3-11). En este pasaje Juan sigue planteando la contraposición luz-tinieblas, esta vez respecto a nosotros mismos. Luego de enfatizar “la luz verdadera brilla ya” y ha prevalecido sobre las tinieblas, nos dice cuál es la prueba para saber si somos hijos de la luz o permanecemos aún en las tinieblas: “Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos”. De nuevo la Ley del Amor, ese amor que Dios nos enseñó enviándonos a su único Hijo, ese Niño que nació en Belén hace apenas cuatro días, para que tuviéramos Vida por medio de Él (Cfr. Jn 4-7-9; 15,12-14).

Así, el que ha conocido y asimilado el misterio del amor de Dios en esta Navidad es “hijo de la Luz” y no tiene otro remedio que imitar su gran mandamiento, que es el Amor.

El Evangelio que contemplamos hoy nos presenta el pasaje de la Purificación de María y la Presentación del Niño en el Templo (Lc 2,22-35). Y una vez más la pregunta es obligada: ¿Cómo es posible que sus padres hayan llevado al Niño al Templo para presentárselo a Dios, si ese Niño ES Dios? Esta escena sirve para enfatizar el carácter totalizante del misterio de la Encarnación. Mediante la Encarnación Jesús se hizo uno de nosotros, igual en todo menos en el pecado (Hb 4,15). Por eso sus padres cumplieron con la Ley, significando de ese modo la solidaridad del Mesías con su pueblo, con nosotros. Y para su purificación, María presentó la ofrenda de las mujeres pobres (Lv 12,8), “un par de tórtolas o dos pichones”. La pobreza del pesebre…

Este pasaje nos presenta también el personaje de Simeón y el cántico del Benedictus. Simeón, tocado por el Espíritu Santo, le recuerda a María que ese hijo no le pertenece, que ha sido enviado para ser “luz para alumbrar a las naciones”, y que ella misma habría de ser partícipe del dolor de la pasión redentora de su Hijo: “Y a ti, una espada te traspasará el alma”.

Lo vimos en la Fiesta de san Esteban Protomártir, al día siguiente de la Navidad, y lo veíamos ayer en la Fiesta de los Santos Inocentes. Hoy se nos recuerda una vez más que el nacimiento de nuestro Salvador y Redentor, nuestra liberación del pecado y la muerte, tiene un precio: la vida de ese Niño cuyo nacimiento todavía estamos celebrando. María lo sabía desde que pronunció el “hágase”. Por amor a Dios, por amor a su Hijo, por amor a ti… ¿Cómo no amar a María?

CURSOS ISTEPA ENERO-MAYO 2017

Queridos hermanos y hermanas en Jesús y María:

Nuestros mejores deseos de PAZ y prosperidad en esta temporada navideña y el Año Nuevo que se avecina.

Les acompaño programa y calendario de cursos a ofrecerse en el Instituto Superior de Teología y Pastoral Luis Cardenal Aponte Martínez (ISTEPA) para el semestre académico enero-mayo 2017.

El suscribiente estará ofreciendo el curso de Doctrina Social de la Iglesia los martes de 7:00 a 9:00 PM en las facilidades del Colegio del Carmen en Carolina. Este comenzará el martes 24 de enero, ya que el 17, fecha pautada para el comienzo, tengo compromiso previo.

Esperamos verles allí.

Programa Enero-2017

Calendario Enero 2017

 

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE LOS SANTOS INOCENTES MÁRTIRES 28-12-16

Hoy celebramos la Fiesta de los Santos Inocentes, mártires. Al igual que hace apenas dos días, cuando celebramos la Fiesta de san Esteban, nos enfrentamos a la dureza del camino que espera a ese niño que acaba de nacer. Esas fuerzas del mal, que la primera lectura (1 Jn 1,5-2,2) nos presenta como las “tinieblas”, acecharán a Jesús desde su nacimiento y acabarán clavándolo en la cruz. Pero Jesús es la luz que vence las tinieblas, y en ese aparente triunfo de las fuerzas de las tinieblas, está la victoria de Jesús-Luz, quien aceptando su muerte de cruz se convirtió en “víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (2,2).

En la lectura evangélica de hoy (Mt 2,13-18) vemos las tinieblas del mal que surgen amenazantes sobre el Niño Dios recién nacido. Un presagio de lo que le espera. La Iglesia no quiere que perdamos de vista que ese niño hermoso y frágil que nació en Belén de Judá fue enviado por Dios para nuestra salvación. La historia nos presenta a Herodes como uno de los seres más sanguinarios de su época, quien había usurpado el trono, por lo que temía que en cualquier momento alguien hiciera lo propio con él. Y con tal de mantener el poder, estaba dispuesto a matar, como de hecho lo hizo durante todo su reinado.

El rey Herodes representa esa fuerzas del mal, caracterizadas por las tinieblas, que encontramos día tras día en nuestro camino y que ponen a prueba, no solo nuestra fe, sino nuestra capacidad para practicar la Misericordia.

Herodes había pedido a los magos que le avisaran el lugar en que encontraran al Niño para ir a adorarle. Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. El ángel también les había dicho a los magos que se marcharan por otro camino. Herodes, sintiéndose burlado, hizo calcular la fecha en que los magos vieron la estrella por primera vez, y “mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores”.

Podríamos intentar hacer toda una exégesis sobre el paralelismo que Mateo quiere establecer entre Jesús y Moisés, presentándonos a Jesús como el “nuevo Moisés” (paralelismo que encontramos hasta en la estructura del primer Evangelio), y cómo quiere probar que en la persona de Jesús se cumplen todas las promesas del Antiguo Testamento, pero el espacio limitado nos traiciona.

Nos limitaremos a resaltar una característica de José, quien desempeña un papel protagónico en el relato de Mateo: su fe absoluta en Dios. A lo largo del todo el relato vemos cómo José convierte en acción la Palabra de Dios (la característica principal de la fe). El ángel le dice, levántate, coge a tu familia y márchate a Egipto, y José no titubea, no cuestiona; simplemente actúa. Del mismo modo cuando le dice “regresa”, actúa de conformidad a la Palabra de Dios. Confía en la Providencia Divina.

Siempre proponemos a Abraham y María como modelos de fe, y pasamos por alto a este santo varón que el mismo Dios escogió para ser el padre adoptivo de su Hijo. Jesús y su madre María salvaron sus vidas gracias a la fe de José. En esta Fiesta de los Santos Inocentes, pidamos al Señor la fe de José.

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA 27-12-16

 

Hoy celebramos la Fiesta litúrgica de san Juan, apóstol y evangelista, autor del cuarto relato evangélico. A san Juan se le conoce como “el discípulo amado” de Jesús, aunque él nunca se atribuye el epíteto a sí mismo. Era de la ciudad de Galilea, pescador de oficio, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el mayor, quienes junto a Simón Pedro, constituirían el círculo de amigos íntimos de Jesús. Se dice que fue uno de los dos primeros discípulos de Jesús, junto con Andrés. Para esta Fiesta la liturgia nos ofrece como primera lectura el comienzo de la primera carta del apóstol san Juan (1,1-4).

Se nos propone esta lectura dentro de la octava de Navidad en la que tenemos presente el misterio de la Encarnación, con un propósito: recordarnos que esa Encarnación que celebramos es real, que no es producto de la imaginación. Se nos presenta un testigo ocular: “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos”. El “Verbo”, la “Vida” se ha encarnado, y le hemos percibido a través de nuestros sentidos. Dios ya no es “algo”; es “alguien”, un ser vivo, dinámico, que nació niño igual que nosotros, creció y se desarrolló hasta hacerse hombre.

Juan fue testigo de la Vida, reclinó su cabeza sobre el pecho del Señor (Jn 13,25), y también, junto a Pedro, testigo de la resurrección, como leemos en la lectura evangélica que contemplamos hoy (Jn 20,2-8): “Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó”. “Vio, y creyó”… Más adelante el mismo Jesús resucitado nos dirá: “¡Bienaventurados los que creen sin haber visto!” (Jn 20,29).

El plan salvífico de Dios requiere de testigos creíbles, personas que sin haber visto crean. Y ¿quiénes son esos? Precisamente nosotros, a quienes se nos pide que creamos que Jesús se encarnó, “acampó” entre nosotros, padeció, murió y resucitó, sin que hayamos tenido la oportunidad que tuvo Juan, de entrar al sepulcro vacío, ver, y creer. Si bien es cierto que tenemos el testimonio de Juan que hemos leído, ¿cómo podemos ser “testigos” de la encarnación y resurrección de Jesús en este mundo que estamos viviendo que requiere “pruebas” de todo?

Ayer celebrábamos la Fiesta litúrgica de san Esteban, quien supo ofrecer el mayor testimonio (la palabra mártir quiere decir testigo) de Jesús: su sangre y su vida misma. En nuestra reflexión para la Fiesta decíamos que la Navidad es algo más que fiesta, luces de colores, júbilo, villancicos y dulzura. Es la culminación de ese plan establecido por Dios desde toda la eternidad, mediante el cual el Hijo se encarnó para ser inmolado, por amor, para nuestra salvación.

Si nosotros aceptamos esa verdad de fe, y la hacemos formar parte de nuestras vidas, todos verán cómo esa fe ha obrado en nuestras vidas, al punto que el que nos vea perciba que hay “algo” diferente en nosotros, que les haga decir: “Yo no sé lo que esa persona tiene, pero ¡yo quiero de eso!” Y ese será nuestro mejor testimonio, nuestra mejor “predicación”.

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR 26-12-16

Ayer celebrábamos la Natividad del Señor, todo era fiesta, júbilo, villancicos, dulzura. Hoy, de repente, sin aviso, nos enfrentamos al martirio de Esteban, el primero que ofrecerá su vida por el anuncio de la Buena Noticia de Jesús. Esto nos sirve para devolvernos a la realidad y recordar, dentro de todo este ambiente idílico de la Navidad, que ese niño que ayer nacía en Belén, por mantenerse fiel a su misión, ofrendará su vida en la cruz por nuestra salvación. La fiesta de san Esteban protomártir es la primera de tres fiestas de santos que siguen inmediatamente a la Navidad: san Esteban, san Juan y los santos Inocentes.

Todo el ambiente que rodea el nacimiento de Jesús tiene un denominador común: la pobreza. Dios escogió nacer en un rústico pesebre. Es como si fuera un anticipo de la cruz que asumiría por nosotros y por nuestra salvación. Así como nació pobre, terminaría su vida mortal como el más pobre de los pobres, teniendo como única posesión material sus vestiduras y su manto (Jn 19, 23-24).

La primera lectura nos narra el martirio de san Esteban, diácono (Hc 6,8-10;7, 54-60). Esteban es el primer mártir de Jesús (la palabra mártir significa “testigo”), el primero en seguir al Maestro, el primero en “llevar su cruz”, en sufrir la muerte a manos de los mismos que perseguían a Jesús.

La lectura evangélica (Mt 10,17-22) nos muestra cómo Jesús le había adelantado a sus discípulos las persecuciones y pruebas que habrían se sufrir por seguirle: “os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles… Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará”. Esteban perseveró hasta el final, dando la mayor prueba de amor (Jn 15,13), y encontró la salvación.

Son muchos los que, después de Esteban, han sufrido el martirio a lo largo de la historia del cristianismo, algunos intensos, rápidos y hasta la muerte, como el suyo; otros lentos y prolongados, que pasan desapercibidos, como el nuestro, con muchos “testimonios” pequeños en nuestro quehacer cotidiano. Hoy debemos preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a perseverar hasta el final? ¿Estamos dispuestos a perdonar a nuestros perseguidores como lo hizo Jesús, como lo hizo Esteban?

“Señor Dios nuestro: Honramos hoy la memoria de San Esteban, el primer mártir de tu joven Iglesia. Danos la gracia de ser buenos testigos, como él, llenos de fe y del Espíritu Santo, hombres y mujeres que estemos llenos de fortaleza, ya que nos esforzamos por vivir la vida de Jesús. Danos una gran confianza para vivir y morir en tus manos. Y que, como Esteban,  sepamos rogar por los que nos hieren u ofenden para que tú nos perdones a todos, tanto a ellos como a nosotros. Te lo pedimos por medio de Jesucristo nuestro Señor” (Oración colecta).