En este corto te explicamos una de las razones por las que invocamos la intercesión de la Santísima Virgen María como “Espejo de Justicia” en las Letanías lauretanas.
En esta micro-reflexión vemos cómo la Liturgia continúa preparándonos para el gran evento de Pentecostés mostrado la acción del Espíritu Santo en la Iglesia primitiva, en cumplimiento de la promesa de Jesús antes de ascender.
En ese corto sobre el Evangelio que nos brinda la Liturgia en el segundo domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia, reflexionamos sobre el Sacramento de la Reconciliación y por qué lo llamamos el Tribunal de la Divina Misericordia.
El Evangelio para este domingo (la revivificación de Lázaro) nos presenta a Jesús diciendo: “Yo soy la resurrección y la vida”. Y del mismo modo que Jesús rescató a su amigo Lázaro de la muerte corporal, cuando pecamos nuestra alma “muere” para la vida eterna. Pero Jesús tiene el poder de devolvernos a la vida eterna. No importa cuánto tiempo lleve muerta, aunque “huela mal”, Jesús, que es la resurrección y la vida, tiene el poder de librar nuestra alma de las tinieblas del pecado y de la muerte, para no morir jamás. #yosoylaresurreccionylavida #yosoy #êxodo #evangeliodehoy #evangeliosegunsanjuan #vidaeterna #lázaro
En este corto reflexionamos sobre las lecturas para el domingo laetare, que quiere decir “regocíjate”, en el que nos apartamos momentáneamente de la austeridad de la Cuaresma para dar paso a la alegría en anticipación de la Pascua de Jesús que pronto estaremos celebrando. Las lecturas nos presentan a Jesús como la luz que aparta las tinieblas del pecado y nos conduce a la Vida eterna.
En este corto reflexionamos sobre el mensaje que el Señor nos comunica a través del evangelio para este segundo domingo del tiempo ordinario: Ser sus testigos.
“Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
Hoy es el penúltimo día de la infraoctava de Navidad. Para este día la liturgia nos presenta nuevamente como lectura evangélica el prólogo de Evangelio según san Juan, que leímos para la Solemnidad de la Natividad del Señor (Jn 1,1-18).
En este prólogo se nos adelantan los cuatro grandes temas que Juan irá desarrollando a través de su relato evangélico: el Verbo, la Vida, la Luz, la Gloria, la Verdad. También se presentan las tres grandes contraposiciones que encontramos en el cuarto evangelio: Luz-tinieblas, Dios-mundo, fe-incredulidad. Y reverberando a lo largo de este pasaje, la figura del precursor, Juan el Bautista: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”.
La Palabra ha estado entre nosotros desde el momento mismo de la creación (“el mundo se hizo por medio de ella”). Para los judíos la Palabra tiene poder creador, por eso vemos que en el relato de la creación cada etapa de la misma está precedida de la frase “dijo Dios”, o “Dios dijo” (Cfr. Gn 1,1-31).
Pero como no la reconocieron, decidió encarnarse, hacerse uno con nosotros, juntando ambas naturalezas, la humana y la divina, para “divinizar” nuestra naturaleza humana de manera que recibiéramos el “poder para ser hijos de Dios”, para convertirnos en otros “cristos” (Gál 2,20). De ese modo nos dio el poder de salir de las tinieblas en que había estado sumida la humanidad en el Antiguo Testamento, hacia la Luz de Su Gloria. La decisión es nuestra, u optamos por la Luz, o permanecemos en las tinieblas; o somos hijos de la Luz, o de las tinieblas.
“Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Juan quiere enfatizar que la plena revelación de Dios que se logra mediante la Encarnación, es real (“hemos contemplado su gloria”). Jesús no es un fantasma, un sueño, una fantasía, una ilusión; es real, tangible. Dios siempre ha estado presente entre su pueblo, pero a partir de la Encarnación esa presencia se tornó perceptible y viva, para no abandonarnos jamás (Mt 28,20).
Que la Luz que aparta las tinieblas inunde nuestros corazones en el año nuevo que comienza en unas horas, para que creamos en Su nombre y podamos ser llamados Hijos de la Luz y, al igual que Juan, ser testigos de la Luz, para que todos los que se crucen en nuestro camino crean en Jesús.