REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DECIMOSÉPTIMA SEMANA DE T.O. (1) 01-08-15

herodes y esposa

La liturgia de hoy nos presenta como primera lectura el pasaje del libro del Levítico (Lv 25,1.8-17) en el cual el Señor establece el “año del jubileo”, o “año jubilar”. Para entender el significado de este precepto, tenemos que remontarnos a las promesas de Yahvé a Abraham y la conquista de la tierra de Canaán por el pueblo de Israel. La tierra, repartida entre todos, don de Dios y fruto del esfuerzo humano, representa el cumplimiento de la promesa de Dios.

Con el transcurso del tiempo, las tierras cambiaban de dueño por diversas transacciones económicas, rompiendo el desbalance inicial. En este pasaje del Levítico Yahvé instruye a Moisés que cada año cincuenta (el año después de “siete semanas de años, siete por siete, o sea cuarenta y nueve años”), cada cual tendrá derecho a recuperar su propiedad y volver a su pueblo. Y para evitar disputas, el mismo Dios establece la fórmula a utilizarse al hacer el cómputo para determinar el precio a pagarse por las tierras, es decir la tasación.

El año jubilar tenía un sentido religioso, de culto a Dios, unido a un carácter social, de justicia igualitaria.  Así, el año jubilar no solo se refería a las tierras; en ese año también se restablecía la justicia social mediante la liberación de los esclavos (“promulgaréis la manumisión en el país para todos sus moradores”).

La lectura evangélica de hoy (Mt 14,1-12) nos presenta la versión de Mateo del martirio de Juan el Bautista. Algunos ven en este relato un anuncio de la suerte que habría de correr Jesús a consecuencia de la radicalidad de su mensaje. Juan había merecido la pena de muerte por haber denunciado, como buen profeta, la vida licenciosa que vivían los de su tiempo, ejemplificada en el adulterio del Rey Herodes Antipas con Herodías, la esposa de su hermano Herodes Filipo. Jesús, al denunciar la opresión de los pobres y marginados, y los pecados de las clases dominantes, se ganaría el odio de los líderes políticos y religiosos de su tiempo, quienes terminarían asesinándolo.

Juan, el precursor, se nos presenta también como el prototipo del seguidor de Jesús: recio, valiente, comprometido con la verdad. La suerte que corrieron tanto Juan el Bautista como Jesús fue extrema: la muerte. Aunque este pasaje se refiere a algo que ocurrió en un pasado distante vemos cómo todavía hoy, en pleno siglo XXI, hay hombres y mujeres valientes que pierden la vida por predicar el Evangelio de Jesucristo. De ese modo sus muertes se convierten en el mejor testimonio de su fe. De hecho, la palabra “mártir” significa “testigo”.

Hemos dicho en innumerables ocasiones que el seguimiento de Jesús no es fácil, que el verdadero discípulo de Jesús tiene que estar dispuesto a enfrentar el rechazo, la burla, el desprecio, la difamación, a “cargar su cruz”. Porque si bien el mensaje de Jesús está centrado en el amor, tiene unas exigencias de conducta, sobre todo de renuncias, que resultan inaceptables para muchos. Quieren el beneficio de las promesas sin las obligaciones.

Ese doble discurso lo vemos a diario en los que utilizan el “amor de Dios” para justificar toda clase de conductas que atentan contra la dignidad del hombre y la familia.

Hermoso fin de semana a todos, y no olviden visitar la Casa del Padre. Él les espera…

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DECIMOSÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (1) MEMORIA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA 31-07-15

 

Ignacio de Loyola 600

Hoy celebramos la memoria de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (mejor conocida como la orden de los Jesuitas), de la cual fue su primer general. Este santo, conocido por sus “Ejercicios espirituales”, tuvo una vida llena de aventuras que comenzó con una corta carrera militar que fue tronchada al ser gravemente herido en batalla. Ese evento marcó el inicio de su largo camino de conversión, que culminó con la fundación de la Compañía de Jesús. Les recomiendo visitar el portal de las  Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María, en http://www.corazones.org/santos/ignacio_loyola.htm para una buena biografía de este gran santo.

“‘Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta’. Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe”. Con estas palabras termina el pasaje evangélico que contemplamos en la liturgia de hoy (Mt 13,54-58).

Esas palabras fueron pronunciadas por Jesús luego de que los suyos lo increparan por sentirse escandalizados ante sus palabras. “Y desconfiaban de Él”. Sí, esos mismos que unos minutos antes se sentían “admirados” ante la sabiduría de sus palabras. ¿Qué pudo haber causado ese cambio de actitud tan dramático?

A muchos de nosotros nos pasa lo mismo cuando escuchamos el mensaje de Jesús. Asistimos a un retiro o una predicación y se nos hincha el corazón. Nos conmueven las palabras; sentimos “algo” que no podemos expresar de otro modo que no sea con lágrimas de emoción. ¡Que bonito se siente! Estamos enamorados de Jesús, y comenzamos nuestra “luna de miel”…

Hasta que nos percatamos que esa relación tan hermosa conlleva negaciones, responsabilidades, sacrificios: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Lc 9, 23). Lo mismo suele ocurrir a muchos en otras relaciones como, por ejemplo, el matrimonio. Luego de ese “enamoramiento” inicial en el que todo luce color de rosa, surgen todos los eventos que no estaban en sus mentes cuando dijeron: “en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad…”, junto a otras obligaciones. Entonces escuchamos frases como: “Es que le perdí el amor”. El libro del Apocalipsis lo describe así: “Pero tengo contra ti que has perdido tu amor de antes. Date cuenta pues, de dónde has caído,…” (Ap 2,4-5).

No hay duda; el mensaje de Jesús es impactante, nos sentimos “admirados” como se sintieron sus compueblanos de Nazaret. Pero cuando profundizamos en las exigencias de su Palabra, al igual que aquellos, nos “escandalizamos”. Queremos las promesas sin las obligaciones. Por eso “los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Es la naturaleza humana.

Ese es el mayor obstáculo que enfrentamos a diario los que proclamamos el mensaje de Jesús entre “los nuestros”; cuando llega la hora de la verdad, la hora “negarnos a nosotros mismos”, muchos nos miran con desdén y comienzan a menospreciarnos, y hasta intentan ridiculizarnos. Esos son los que no tiene fe: “Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe”.

Hoy, pidamos al Señor que nos fortalezca el don de la fe para que podamos interiorizar su Palabra y ser testigos de sus milagros y portentos.

Que pasen un hermoso fin de semana, y recuerden visita la Casa del Padre; Él les espera con los brazos abiertos.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA DECIMOSÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (1) 30-07-15

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La lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mt 13,47-53) nos presenta la última de las parábolas del Reino (la de la red), así como la conclusión del “discurso parabólico” de Jesús que abarca todo el capítulo 23 del Evangelio según san Mateo.

Esta es otra de esas parábolas con “sabor escatológico”, es decir, del fin de los tiempos y el juicio final. Compara el Reino de los cielos con una red que saca toda clase de peces del mar, buenos y malos. Y nos dice que al final de los tiempos los ángeles harán con nosotros lo mismo que hacen los pescadores con los peces que atrapan en la red: “separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido”, a lo que sigue esa frase que encontramos en Mateo y en Lucas: “Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. El rechinar de dientes es una frase tomada del Antiguo Testamento (Job16,9; Sal 35,16), que expresa odio y rabia, pero que unida al llanto expresa la desesperación y el dolor de los que quedarán excluidos de la salvación.

Hemos dicho que en sus parábolas Jesús utiliza imágenes de la cotidianidad. En este momento le está hablando a pescadores del lago de Galilea, personas que están familiarizadas con las faenas de la pesca; personas que saben que al echar las redes atrapan toda clase de peces, buenos y malos, y al sacarlas deben escoger entre los buenos y los malos, los que tienen valor y los que no son comestibles, y botar los últimos junto con toda clase de algas y otra basura que se enredan en las mismas. El Reino de los cielos se parece a… Solo así podemos entender los misterios del Reino.

Esa imagen del Reino como una red en la que caben tanto los peces buenos como los malos, lo mismo que en la parábola de cizaña y el trigo, nos apunta también al hecho de que el Reino ya está aquí, que ha comenzado. Que la imagen visible de la presencia del Reino, la Iglesia, al igual que el Reino, está abierta a todos, buenos y malos, trigo y cizaña, todos coexistiendo en esa “red”. Una Iglesia “santa” formada por santos y pecadores; una Iglesia que está constantemente llamada a la conversión. El mismo Jesús nos enseñó que su mensaje está dirigido a todos. Por eso se juntaba con pecadores, aquellos que tenían más necesidad de “médico” (Cfr. Lc 5,31-32).

Y ahí está la ventaja del Reino. Los “peces malos” tenemos oportunidad de convertirnos en “peces buenos” si acudimos a la misericordia divina y nos dejamos arropar de su infinito Amor. Y si algo caracteriza a Jesús es su infinita paciencia. No importa si nos convertimos a última hora, tendremos la misma recompensa (Mt 11,1-26), seremos contados entre los “peces buenos”, entre los “benditos del padre” (Cfr. Mt 25,34). El problema estriba en que no sabemos el día ni la hora (Mt 24,36).  Si fuera hoy, ¿serías contado entre los “peces buenos”? De ti depende… Todavía estás a tiempo.

¿Los católicos adoran las imágenes?

Papa Francisco ora ante virgen

Les invito a leer esta interesante y muy completa reflexión del P. Henry Vargas Holguín sobre un tema que hemos tratado en alguna otra ocasión y que siempre es motivo de controversia, sobre todo con nuestros hermanos protestantes.

¡Católico, conoce tu fe para que puedas defenderla!

“Es común decir que los católicos rinden culto a las imágenes y por ello cometen idolatría. ¿Es esto cierto? ¿Por qué los católicos usan imágenes?” [continuar leyendo]

Tomado de Aleteia: http://www.aleteia.org/es/religion/articulo/los-catolicos-adoran-las-imagenes-112020

REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DE SANTA MARTA 29-07-15

 

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Hoy celebramos la memoria obligatoria de santa Marta, la hermana de Lázaro y María, amigos de Jesús. La tradición dice que, como Santiago evangelizó a España, santa Marta evangelizó a Francia. Marta es un nombre hebreo que significa “señora; jefe del hogar”. La Escritura nos dice que “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,5). Estos hermanos vivían en Betania, una aldea distante como a cuatro kilómetros de Jerusalén.

Durante el último año de la vida pública de Jesús, cuando Él movió su predicación de Galilea a Judea, habitualmente pernoctaba en casa de sus amigos Marta, María y Lázaro, en donde siempre había una habitación dispuesta para el Maestro a cualquier hora que llegara. Esa casa era, en efecto, el “hogar” de Jesús en Judea. Allí se sentía a gusto, amaba a sus amigos, y sus amigos le amaban y acogían con calor de hogar.

Al igual que a Marta, a su hermana y a Lázaro, Jesús te ama a ti, y le encantaría hospedarse en tu casa, es decir, en tu corazón (Cfr. Ap 3,20). ¿Tienes una habitación dispuesta para recibirle?

La liturgia para esta memoria obligatoria nos propone dos lecturas evangélicas alternas. La primera, tomada el Evangelio según san Lucas (10,38-42), nos narra el conocido episodio en que Jesús va a visitar a sus amigos, y mientras Marta se desvivía por tener todo dispuesto para que el Señor se sintiera acogido (por eso es la santa patrona de los hoteleros), María estaba sentada a los pies del Maestro escuchándole. Ante el reclamo de Marta a Jesús para que dijera a su hermana que le ayudara, este le contestó: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.

La otra lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Jn 11,19-27) es el pasaje en que Marta sale al encuentro de Jesús cuando este llegó tras la muerte de su hermano Lázaro. Las palabras de Marta son a la vez un reclamo (no de coraje, sino imbuido del cariño propio de un amigo) y una profesión de fe: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”.

A ese intercambio inicial sigue una conversación entre Jesús y Marta, en la que Marta reafirma su fe en Jesús, en su mensaje, y en su obra salvífica. Los últimos tres versículos del pasaje de hoy son una verdadera catequesis: “Jesús le dijo: ‘Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?’. Ella le respondió: ‘Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo’”.

Esa profesión de fe de Marta se vio coronada con la revitalización de su hermano Lázaro. Marta estaba segura del poder de Jesús (creía en Jesús y le creía a Jesús), y ni la muerte de su hermano pudo destruir esa certeza.

Santa Marta, amiga de Jesús, ruega por nosotros.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DECIMOSÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (1) 27-07-15

como un grano de mostaza

En el Evangelio que nos propone la liturgia de hoy (Mt 13,31-35), la Iglesia continúa rumiando las parábolas del Reino. Hoy nos presenta dos: la del grano de mostaza y la de la levadura. Ambas están comprendidas en el llamado “discurso parabólico” de Jesús, que ocupa todo el capítulo 13 del evangelio según san Mateo.

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, Mateo escribe su relato para los judíos de la Palestina convertidos al cristianismo, con el objetivo de probar que Jesús es el Mesías esperado, ya que en Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento. Por eso aprovecha la oportunidad para explicar por qué Jesús habla en parábolas: “Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: ‘Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo’” (Cfr. Sal 78,2).

Ambas parábolas que contemplamos hoy nos presentan el crecimiento del Reino de Dios en la tierra. En la primera (la del grano de mostaza) vemos cómo Jesús sembró la simiente, cómo el Hijo del Padre se hizo uno de nosotros, haciéndose Él mismo semilla fértil. Esparció su Palabra en los corazones de los hombres, como el sembrador en el campo, y esa Palabra dio fruto. Esa pequeña semilla, comparable a un grano de mostaza (la más pequeña de las semillas), que Jesús sembró hace dos mil años continúa dando frutos. Y nosotros hemos sido llamados a ser testigos de ese milagroso crecimiento, de cómo ese puñado de unos ciento veinte seguidores en Jerusalén (Hc 1,15), ha continuado creciendo y dando fruto hasta convertirse en la Iglesia que conocemos hoy. Pero aún queda mucho por hacer…

Para que esa cosecha no se pierda, Jesús necesita trabajadores: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha.” (Mt 9,37). El dueño de los sembrados ha colocado un letrero a la entrada del campo: “Se necesitan trabajadores”. Tú, ¿te apuntas?

Cuando nos acercamos a la segunda parábola, pensamos que de seguro Jesús observó muchas veces a su madre mezclar harina con levadura, para luego contemplar con admiración cómo aquella masa crecía ante sus ojos, antes de meterla en el horno. Con esta parábola Jesús dice a sus discípulos (incluyéndonos a nosotros) que estamos llamados a ser “levadura” entre los hombres para que su Palabra, y el Reino que ella anuncia, siga creciendo hasta llegar a los confines de la tierra. Por eso el papa Francisco nos llama a salir al mundo, a “las periferias”, para que ese mensaje de salvación que nos trae Jesús llegue a todos, porque “Dios, nuestro Salvador… quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2,3-4).

Pidamos al Señor por el aumento en las vocaciones sacerdotales, diaconales y religiosas, y para que cada día haya más laicos comprometidos dispuestos a trabajar hombro a hombro con los consagrados en el anuncio del Reino.

Que pasen una hermosa semana llena de bendiciones.

REFLEXIÓN PARA EL DECIMOSÉPTIMO DOMINGO DEL T.O. (B) 26-07-15

Multiplicacion de los panes Juan

La liturgia de hoy nos presenta la versión de Juan del pasaje de la multiplicación de los panes y los peces (Jn 6,1-15). Los sinópticos también recogen este pasaje (Mt 14,13-21; Mc 6,32-44; Lc 9,10-17), convirtiéndose en uno de los pocos milagros que recogen los cuatro evangelistas, lo que apunta a su historicidad y al impacto que ese episodio tuvo en los evangelistas. También puede influenciar el hecho de que lo relacionaban con el episodio del profeta Eliseo que nos presenta la primera lectura de hoy (2 Re 4,42-44).

El domingo pasado nos habíamos quedado en la antesala de este milagro en el evangelio según san Marcos. Hoy interrumpimos la lectura de Marcos, para dar paso a la versión de Juan, que sirve de preámbulo al “discurso del pan de vida” que cubre todo su capítulo 6, que estaremos leyendo durante cinco domingos consecutivos, hasta retomar a Marcos en el 22º domingo del tiempo ordinario.

De entrada hay que señalar tres detalles que hacen la versión de Juan diferente a la de los sinópticos: Los panes eran de cebada, que era un pan más asequible, el “pan de los pobres” (en la primera lectura los panes que trajeron a Eliseo eran de cebada); el hecho de que en esta versión es Jesús mismo quien reparte los panes, a diferencia de los sinópticos, en los cuales son los discípulos quienes hacen la repartición; y el énfasis de Juan en el hecho de que “estaba cerca la Pascua”. Todos estos elementos hacen de la narración de Juan una prefiguración, un anticipo de la última cena y la institución de la Eucaristía.

La multiplicación de los panes es un “signo” que va más allá de la mera multiplicación material. Ese pan “inferior”, por la bendición que Jesús pronuncia sobre él se convierte en el verdadero “pan de vida” (Cfr. Jn 6,35), que es un alimento fundamental, espiritual, que recibimos de manos de Jesús, por mera gratuidad. Y dentro del marco de la Pascua, se nos presenta Él mismo como alimento pascual.

Ya desde el capítulo 2, Juan nos había presentado a Jesús como el nuevo Templo. Ahora vemos a la gente acudiendo a la persona Jesús para celebrar la Pascua. Ya no hay que ir al Templo de Jerusalén a celebrar la Pascua, sino allí donde esté Jesús. En este mismo contexto, no debemos olvidar que antes de celebrar la Pascua los judíos tenían que purificarse. Por eso el profeta Jeremías (7,1-11) nos advertía que en vano buscaríamos al Señor en el Templo si no enmendamos nuestra conducta y nuestras acciones.

Del mismo modo, si nos acercamos a recibir el “pan de vida” de la Eucaristía sin habernos arrepentido de nuestros pecados con el firme propósito de enmendar nuestra conducta y nuestras acciones, y recibido la absolución sacramental, estaremos consumiendo, no el pan de vida, sino nuestra propia condenación (Cfr. 1 Cor 11,27).

El Señor, que es el verdadero Templo, nos espera hoy en el templo parroquial para ofrecerse Él mismo en su Palabra y en el Pan de Vida de la Eucaristía. No desperdiciemos esa oportunidad. Y si no puedes, o no estás preparado para recibirle sacramentalmente, arrepiéntete de todo corazón, ábrele la puerta de tu corazón, y Él “entrará en tu casa, y cenará contigo, y tú con Él” (Cfr. Ap 3,20).

Que pasen un hermoso domingo lleno de la PAZ que solo Él puede brindarnos.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DECIMOQUINTA SEMANA DEL T.O. (1) 17-07-15

arrancando espigas en sabado

La primera lectura de hoy (Ex 11,10-12.14) nos narra la institución de la cena pascual, tal y como la celebran todavía hoy los judíos. Esta cena se celebra en la antesala del hecho liberador más significativo en la historia del pueblo judío, la salida de Egipto de vuelta a la tierra de donde habían salido en tiempos de José. Comienza el éxodo.

Este es uno de esos eventos que, por ser obra de Dios, se convirtió en “memorial” (zikkaron) para el pueblo judío. De hecho, la Mishná dispone que al celebrar la Pascua, cada judío se considera que él mismo (no sus antepasados) fue liberado de la esclavitud en Egipto. Jesús, que era judío y celebró muchas cenas pascuales, echó mano de ese concepto de zikkaron al instituir la Eucaristía en la última cena, que se da en el contexto de la cena pascual, e instituyó el pan y el vino como zikkaron de su Pasión: “Haced esto en memoria mía”.

En el pasaje que nos presenta el relato evangélico de hoy (Mt 12,1-8), vemos cómo los fariseos, movidos por la rabia, producto de la envidia y el temor que les produce el mensaje de Jesús, acusan a sus discípulos de violar el “sábado”, que más que una ley o un precepto, se había convertido en una pesada carga que ni los mismos sacerdotes y fariseos estaban dispuestos a llevar (Mt 23,4; Lc 11,46). Hacen lo que nosotros mismos hacemos muchas veces cuando queremos criticar a alguien: nos ponemos en vela a esperar el más mínimo “resbalón” para levantar el dedo acusador. Miramos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro (Lc 6,41).

Debemos recordar que la prohibición de arrancar espigas en sábado no es una prescripción de la ley propiamente, sino una de esas reglas creadas por los fariseos y contenidas en la Mitzvá, que enumera las actividades “prohibidas” en sábado.

Ya anteriormente, cuando los discípulos de Juan le cuestionaron a Jesús por qué ellos y los fariseos ayunaban y sus discípulos no lo hacían, Él les había contestado: “¿Pueden acaso los invitados de la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán” (Mt 9,15). En la versión de este pasaje en Marcos, Jesús añade: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Esta última frase cobra sentido con la aseveración de Jesús: “Si comprendierais lo que significa ‘quiero misericordia y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa”.

Jesús está siendo consistente con su sermón de la montaña, con la nueva “Ley del amor” recogida en las Bienaventuranzas (Mt 5); por eso se declara “Señor del sábado”. La reglas del sábado, producto de los hombres, tienen que ceder ante las necesidades y obligaciones que nacen del Amor, que es la esencia misma de Dios.

Por eso, cuando nos acerquemos a servir a Dios, tengamos presente que el servicio de Dios no puede contradecir el amor y la misericordia que tenemos que mostrar a nuestro prójimo: “Lo que hiciereis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hacéis” (Mt 25,40).

Eso es lo hermoso del evangelio; podrá haber algunas inconsistencias en las narraciones, según cada evangelista, pero el mensaje de Jesús es consistente, es la Verdad que nos conduce al Padre.

INTERRUPCIÓN TEMPORAL DE REFLEXIONES 18-07-15 A 25-0715

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Queridos hermanos y hermanas, por motivo de mis nuevas obligaciones en la Orden de Predicadores estaré participando en la reunión anual del Consejo Internacional del Laicado Dominico, en representación de América Latina y el Caribe. Por tal motivo, durante esos días no tendré tiempo de publicar nuestras acostumbradas reflexiones.

Ruego su indulgencia y pido sus oraciones para que la reunión logre los objetivos deseados, y para que este siervo pueda representar dignamente nuestra Región en los trabajos del Consejo.

A nuestro regreso, reanudaremos nuestras reflexiones.

Los tendré presente en mis oraciones.

Héctor, O.P.