REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T.O. (1) 01-10-21

“Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”.

El Evangelio de hoy (Lc 10,13-16) nos presenta la conclusión del “envío” misionero de los setenta y dos, que leíamos ayer. Fíjense el uso del número doce, o múltiplos del mismo, siempre que hoy envuelta una “elección”, pues para la cultura hebrea ese número significa precisamente eso. De ahí que sean doce las tribus del pueblo elegido y doce los apóstoles elegidos por Jesús, etc.

Ya Jesús había advertido a los discípulos que no iban a ser recibidos bien en todos lados, que los enviaba como corderos en medio de lobos; que si no eran bien recibidos en algún lugar siguieran su camino, no sin antes hacer el anuncio del Reino. Jesús es consciente que Él mismo no fue bien recibido entre los suyos (Cfr. Lc 4,24), es decir, contempla ese mismo fracaso entre las posibilidades de sus enviados. Pero a la misma vez sabe que hay que llevar a todos la Buena Nueva, y que la tarea evangelizadora es muy grande para Él solo, que necesita “obreros para la mies”.

Entonces aprovecha la oportunidad para lanzar unas maldiciones sobre las tres ciudades en las cuales concentró su labor misionera: Corozaín, Betsaida, y Cafarnaún. Compara las primeras dos con Tiro y Sidón, ciudades paganas, advirtiendo que en “el día del juicio” le irá mejor a estas últimas. Entonces se muestra más severo aún con la ciudad que había convertido en su “centro de operaciones”, Cafarnaún, diciéndole: “Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”. Lo cierto es que en ningún otro lugar realizó más curaciones, milagros y portentos. De hecho, Cafarnaún es la ciudad más nombrada en el Evangelio. Y aun así, la acogida del anuncio, la respuesta, fue, a lo sumo, tibia. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).

Esas palabras fuertes de Jesús resuenan hoy. Y al igual que a aquellos primeros setenta y dos discípulos, Jesús le dice a los que vienen a traernos la Buena Nueva del Reino: “Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado”. Y lo que se vale para estos, vale también para nosotros, para nuestros pueblos: “Y tú,…., ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno”. Pero la buena noticia es que Jesús no se cansa de llamar a nuestra puerta (Cfr. Ap 3,20).

Así, nos envía también a nosotros, los que nos acercamos a Él, a llevar a todas partes la Buena Nueva del Reino (como ovejas en medio de los lobos), cada cual según su carisma, puesto al servicio del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia (Cfr. 1 Cor 12,12). Hoy debemos preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a aceptar el reto, incluyendo las posibles consecuencias?

Que pasen todos un hermoso fin de semana; y no olviden visitar la Casa del Padre. Él les espera con los brazos abiertos y está dispuesto a ofrecerles a su único Hijo como alimento.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T.O. (1) 30-09-21

“La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”.

El Evangelio que contemplamos hoy (Lc 10,1-12) nos presenta el envío misionero de los “setenta y dos”. Cabe señalar que Lucas es el único que nos narra este envío, además del de los “doce”, que también nos narra Mateo (9,37; 10,15).

“La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”. Con esa aseveración, Jesús envía a ese primer “ejército” de misioneros. Ya no se trata solo de los apóstoles, sino de un nutrido grupo de discípulos, es decir, de seguidores de Jesús, de los que le escuchan, de los que han “dejado todo” para seguirle.

Probablemente Lucas incluye este relato para enfatizar la “catolicidad” (católico quiere decir “universal”), el alcance de la misión, que por su extensión es imposible de realizar solo por los “doce”. Para alcanzar esa meta se necesitan más “obreros”, y para lograr ese propósito Jesús instruye a sus discípulos utilizar el arma más poderosa que Él conoce, la oración: “…rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”. Y no es por casualidad que este relato evangélico se escoja para un jueves, día en que se acostumbra celebrar la hora santa por las vocaciones. Es un llamado a todos nosotros a orar por las vocaciones.

No obstante, la Iglesia, especialmente después del Concilio Vaticano II, ha sido clara en enfatizar que la tarea de evangelización no puede ser de la exclusividad del clero y las personas consagradas a la vida religiosa. Nosotros, los laicos, estamos llamados a evangelizar, a llevar la Buena Noticia del Reino a todos, en todo momento, en todo lugar; de palabra, pero sobre todo con nuestras obras. “La mies es abundante y los obreros pocos”. Esa frase de Jesús es tan pertinente hoy como cuando Él la pronunció; y tal vez más que entonces.

El papa Francisco nos ha exhortado a salir a la calle, a hacer ruido, a “armar lío”: “Quiero lío, quiero que la Iglesia salga a la calle”. Y ese llamado no es solo para los jóvenes ante quienes pronunció esas palabras; va dirigido a todos nosotros, sacerdotes, religiosos, laicos. Solo así haremos realidad el mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).

En los pasados días hemos estado leyendo cómo Jesús nos “llama” a todos nosotros, sus discípulos, no sin advertirnos de las implicaciones que conlleva el seguimiento. No hay duda, “el dueño de la mies” necesita obreros; ha colocado un letrero en su campo, en el que se enumeran los requisitos, las exigencias del mismo. Es un llamado a examinarnos y preguntarnos: “Ese trabajo, ¿es para mí?; ¿estoy dispuesto a cumplir con esas exigencias?” Y, ¿cómo puedo saber si ese trabajo es para mí? No hay duda de que la vocación (incluyendo la vocación del laico) es un don, una gracia, un regalo, un “llamado” de Dios (Cfr. 1 Co 15,10). Si sientes el llamado, consulta con el Padre en oración, como el mismo Jesús lo hizo siempre. Seguro encontrarás la respuesta. Pero, no importa cuál sea esa respuesta, te invito a no dejar de orar para que dueño siga enviando obreros a la mies.

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE LOS SANTOS ARCÁNGELES MIGUEL, GABRIEL Y RAFAEL 29-09-21

Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel (Cfr. CIC 329).

Hoy celebramos la Fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. La existencia de esos “seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama ángeles, es una vedad de fe” (Catecismo de la Iglesia Católica 328). Continúa diciendo el CIC que estos seres “en tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales (Cfr. Lc 20,36). Superan en perfección a todas las criaturas visibles” (330). De ahí que en la Carta a los Hebreos, se nos diga: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el Hijo del hombre para que lo tomes en cuenta? Por un momento lo hiciste más bajo que los ángeles;… (Hb 2,6-7)”.

Vemos a los ángeles interviniendo como mensajeros de Dios a lo largo de toda la historia de la salvación. La Biblia y la Tradición nos enumeran a los ángeles en tres jerarquías divididas en tres coros cada una, para un total de nueve coros u órdenes angélicos. En la tercera jerarquía se cuentan los “Principados”, los “Arcángeles” y los “Ángeles”.

San Agustín dice al respecto que “[e]l nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel” (Cfr. CIC 329). Así cada uno de los ángeles tiene un oficio, como aquellos encargados de custodiarnos (los llamados ángeles custodios o ángeles de la guarda, cuya memoria celebramos el 2 de octubre). De hecho, el significado de sus nombres apunta hacia su oficio. Miguel significa “¿quién como Dios?”, Gabriel significa “fuerza de Dios”, y Rafael significa “Dios ha curado” o “medicina de Dios”.

A los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael los encontramos interviniendo directamente en la vida de los hombres (Cfr. Ex 23,20) para llevar a cabo una misión encomendada por el mismo Dios. Sus nombres se mencionan en la Sagrada Escritura. Así por ejemplo, encontramos a San Miguel en el libro de Daniel (10,13; 12,1; Ap 12,7-9); a San Gabriel en Dn 9,21; Lc 1,26 (la Anunciación); y a Rafael en Tb 12,15. Por eso celebramos esta fiesta litúrgica.

La liturgia de hoy nos presenta dos textos alternativos como primera lectura (Dn 7,9-10, o Ap 12,7-12a). El primero nos presenta una visión del profeta sobre la corte celestial con miles de ángeles sirviéndole. El segundo es el conocido texto de la batalla final entre Miguel, al mando de las legiones angélicas, contra el “dragón” que intentaba comerse el hijo de la “mujer”, y cómo éste queda derrotado y es arrojado para siempre del cielo.

Sin pretender entrar en una exégesis de este pasaje tan provocador, baste señalar que podemos ver cómo Dios se vale de sus seres angélicos para proteger a los que le creen. Por tanto, siendo seres que están cerca de Dios, no debemos vacilar en pedir su intercesión.

La lectura evangélica (Jn 1,47-51), por su parte, nos narra la vocación de Bartolomé, a quien Juan llama Natanael, que la liturgia coloca dentro de esta fiesta por la sentencia pronunciada por Jesús al final del pasaje, que confirma la existencia de los ángeles: “En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.

Cápsula mariana #16 – Origen del Santo Rosario

¡Hola, hermanos!

En preparación para octubre, mes del Santo Rosario, te invitamos a visitar nuestro canal de YouTube, De la mano de María TV, y ver nuestra Cápsula Mariana mariana 16 – Origen del Santo Rosario en la que explicamos el origen del Santo Rosario, y el papel de Santo Domingo de Guzmán y la Orden de Predicadores en sus orígenes y devoción.

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REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T.O. (1) 28-09-21

“Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?”

El evangelio que nos presenta la liturgia para hoy (Lc 9,51-56), marca el comienzo de la parte central del evangelio según san Lucas, que abarca hasta el capítulo 19 y nos narra la “subida” de Jesús de Galilea a la ciudad santa de Jerusalén, donde habría de culminar su misión redentora con su pasión, muerte, resurrección y glorificación (su “misterio pascual”).

El primer versículo de la lectura nos señala la solemnidad de esta travesía: “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”. Jesús había comenzado su ministerio en Galilea; sabía cuál era la culminación de ese ministerio. Ya se lo había anunciado a sus discípulos (Lc 9,22). Él sabe lo que le espera en Jerusalén, pero enfrenta su misión con valentía. Sus discípulos aún no han captado la magnitud de lo que les espera, pero le siguen.

Al pasar por Samaria piden posada y se les niega, no tanto por ser judíos, sino porque se dirigían al Templo de Jerusalén. Los discípulos reaccionan utilizando criterios humanos: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?” (Cfr. 2 Re 1,10). Ya los discípulos conocen el poder de Jesús, pero aparentemente no han captado la totalidad de su mensaje. ¡Cuán soberbios se muestran los discípulos! Se creen que por andar con Jesús tienen la verdad “agarrada por el rabo”; que pueden disponer del “fuego divino” para acabar con sus enemigos.

Por eso Jesús “se volvió y les regañó”. En lugar de castigar o maldecir a los que los que los despreciaron, Jesús se limitó a “marcharse a otra aldea”. Más adelante, al designar a “los setenta y dos”, les instruirá: “Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: ‘¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca’” (10,10-11). A lo largo de su subida a Jerusalén, Jesús continuará instruyéndoles, especialmente mediante las “parábolas de la misericordia” contenidas en el capítulo 15 de Lucas.

Ante esta lectura debemos preguntarnos: ¿cuántas veces quisiéramos ver “el fuego de Dios” caer sobre los enemigos de la Iglesia, sobre los que nos injurian, o se burlan de nosotros por seguir a Jesús, o por proclamar su Palabra? El mensaje de Jesús es claro: “Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,44-45). En ocasiones anteriores hemos dicho que esta es tal vez la parte más difícil del seguimiento; pero es lo que nos ha de distinguir como verdaderos discípulos de Cristo.

Hoy, pidamos al Señor nos conceda la valentía para, imitando el ejemplo de Jesús, llevar a cabo nuestra misión. Pidamos también la humildad para amar de corazón a nuestros “enemigos” y así, mediante nuestro ejemplo, facilitar su conversión.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T.O. (1) – CICLO B 27-09-21

“El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante”.

La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para el lunes de la vigésima sexta semana del tiempo ordinario (Lc 9,46-50), tenemos que leerla en el contexto de las del viernes y sábado pasados, en las que Jesús había hecho el primer y segundo anuncios de su Pasión. Tal parece que los discípulos se negaban a entender lo que Jesús les decía, pues preferían continuar gozando vicariamente el éxito y la fama que Jesús, su maestro, se había ganado en Galilea. Con toda probabilidad querían llegar montados en la “ola” de esa fama a Jerusalén, cuyo camino estaban a punto de emprender.

Esto se desprende de la primera oración del pasaje que contemplamos hoy: “los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante”. Jesús acababa de anunciarles, no una, sino dos veces, la pasión y muerte que debía sufrir, y ellos seguían preocupados por quién de ellos era el más importante. Definitivamente, estaban cegados por el éxito de su maestro. Me recuerdan a los ayudantes de campaña de los políticos, quienes no habiendo llegado aún al poder, comienzan a pelearse los puestos que ocuparán cuando su candidato resulte electo. Los discípulos no habían podido zafarse de las ideas de un mesianismo político y militar de parte de Jesús.

Ante esa actitud, Jesús “cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: ‘El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante’.” Debemos recordar que en tiempos de Jesús un niño no tenía derechos, era considerado una “posesión” de su padre. En las casas donde no había servidumbre ni esclavos, los niños eran quienes llevaban a cabo las labores de éstos, incluyendo lavar los pies de los que llegaban a la casa. Jesús quiere enfatizar que su mesianismo está fundamentado en la humildad y el amor; que si algún “puesto” hay en su Reino, es el de servidor de los demás. Más tarde, al lavar los pies de sus discípulos, Jesús nos ofrecería un testimonio de la vocación al servicio que tenemos todos los cristianos: “Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía” (Jn 13,16).

Las palabras de Jesús parecen haber caído en oídos sordos una vez más. Como contestación a sus palabras, Juan le manifiesta una queja que pone de manifiesto que los discípulos no estaban dispuestos a compartir su protagonismo con nadie (ayer leíamos la versión de Marcos de esta conversación): “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir”. ¡Cuántas veces a nosotros nos pasa lo mismo! Creemos tener monopolizado a Jesús y no permitimos que alguien, sobre todo de otra denominación cristiana, pretenda apartar las tinieblas (“demonios”) con su Palabra. ¿Quién nos ha dado semejante derecho? Jesús no fue, pues Él mismo dijo a sus discípulos: “No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro”.

Recordemos la oración de Jesús: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”.

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO DEL T.O. -CICLO B- 26-09-21

“Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo”.

La primera lectura de hoy, tomada del libro de los Números (11,16-17a.24-29), nos narra el siguiente episodio: Siguiendo las instrucciones del Señor, Moisés había reunido a setenta ancianos en la Carpa del Encuentro. Entonces el Señor “tomó parte del espíritu que había en él [Moisés] y lo pasó a los setenta ancianos”. Y apenas el espíritu se posó sobre ellos, “comenzaron a profetizar”. Había dos hombres, Eldad y Medad, que no habían sido llamados a la Carpa, y el espíritu también se posó sobre ellos. Inmediatamente se pusieron a profetizar también. Un muchacho vino a darle la noticia a Moisés, y Josué, hijo de Nun le dijo: “¡Señor mío, Moisés, prohíbeselo!”. A lo que Moisés replicó: “¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!”

El egoísmo, el protagonismo, la mezquindad, se repiten a lo largo de la historia, y los que pretenden seguir al Señor no somos la excepción. En la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mc 9,38-43.45.47-48), se repite el episodio. Nada menos que Juan, “el discípulo amado”, dice a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo”. “No es de nuestro grupo…” ¿Podemos pensar en una frase más egoísta, más excluyente, más discriminatoria, más “clasista”, más divisiva que esa? ¿Dónde quedó aquello de “en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,35)?

Hoy día no es diferente. ¿Cuántas veces vemos esas divisiones, esas distinciones, entre los diversos grupos cristianos, o entre grupos o movimientos dentro de una misma parroquia? ¿Cuántos celos entre feligreses porque alguien que “acaba de llegar” puede y hace algo igual o mejor que los que lo han venido haciendo hasta ahora y pretenden excluirlo porque “no es de nuestro grupo”?

La respuesta de Jesús a Juan, al igual que la de Moisés a Josué, no se hace esperar: “No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Si estamos actuando en nombre de Jesús, ¿cómo podemos estar en contra de que otros lo hagan? ¿Acaso pretendemos tener el monopolio de la persona y el nombre de Jesús?

A veces se nos olvida que el Espíritu reparte sus carismas según lo estima necesario para el funcionamiento de la Iglesia, que no es otra cosa que el pueblo santo de Dios reunido en su nombre. ¿Quiénes somos nosotros para dictar a quién o quiénes el Espíritu reparte sus carismas?

¡Ojalá todos tuvieran el carisma de profetizar, o de hablar en lenguas, o de interpretarlas, o de enseñar, o de la oración, o de hacer milagros, o de tantos otros múltiples carismas que el Espíritu pueda estimar necesarios para el buen funcionamiento del cuerpo místico de Cristo!

Pidamos al Señor que derrame su Santo Espíritu sobre toda su Santa Iglesia, y alegrémonos cuando veamos a nuestros hermanos desarrollar los carismas que ese Espíritu ha dado a cada cual.

Si no lo has hecho aún, todavía estás a tiempo para visitar la Casa del Padre. Recuerda, Él te espera con los brazos abiertos…

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1) 25-09-21

“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”.

La lectura evangélica que nos presenta la liturgia para este sábado de la vigésima quinta semana del tiempo ordinario (Lc 9, 43b-45) se sitúa, dentro de la narración de Lucas, justo al final de la actividad de Jesús en Galilea, antes del comienzo de la “subida” de Jesús a Jerusalén.

Hasta ahora hemos visto el éxito de la predicación de Jesús, pero sobre todo el entusiasmo y admiración generados entre la gente que lo seguía, motivados primordialmente por sus milagros y portentos. Una admiración “ficticia”. Jesús quería asegurarse que sus discípulos no se dejaran apantallar por el éxito de su gestión; quería apartar de ellos toda expectativa de mesianismo terrenal, enfatizando el fin que le aguardaba, y cómo ese final habría de ser la culminación de su misión salvadora.

En el pasaje que contemplamos ayer (Lc 9,18-22), vimos el primer anuncio de la pasión: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”.

La lectura de hoy, que contiene el segundo anuncio de la pasión en el relato de Lucas, comienza reiterando “la admiración general por lo que (Jesús) hacía”. Tal parece que los discípulos se dejaban contagiar fácilmente por ese entusiasmo. Jesús percibe esto y, por el lenguaje fuerte que utiliza, parece regañar a sus discípulos: “Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres”. Es como si les dijera: “entiéndanlo bien, cabezones”.

A pesar de que el lenguaje utilizado por Jesús alude claramente a los profetas Daniel (7,13-14) e Isaías (53,2-12), los discípulos no lo entendieron. “Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido”. No “cogían el sentido” porque estaban disfrutando vicariamente del éxito de Jesús; algo así como cuando el manejador, los luminotécnicos, sonidistas y músicos, se disfrutan el éxito de un famoso cantante. Estaban embriagados por la fama de su maestro.

La realidad es que no comprendían porque no querían comprender. No querían dañar aquello tan bueno que estaban sintiendo. Por eso “les daba miedo preguntarle sobre el asunto”.

Algo parecido nos sucede a nosotros cuando queremos disfrutar del amor, de la bondad y misericordia de Dios, pero no queremos saber de la “cruz”. Preferimos tararear pretendiendo que cantamos, como los niños malcriados, para no escuchar cuando Jesús nos dice: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24). Tan solo nos gustan los pasajes “bonitos”, como cuando nos dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28).

Se nos olvida que la Cruz representa el mayor acto de amor, el triunfo definitivo de Jesús sobre la muerte, el camino hacia la Gloria. En palabras de Lope de Vega: “Sin Cruz no hay Gloria ninguna, ni con Cruz eterno llanto, Santidad y Cruz es una, no hay Cruz que no tenga santo, ni santo sin Cruz alguna”.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1) – MEMORIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED 24-09-21

El Evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 9,18-22), es secuela del que leíamos ayer (Lc 9,7-9), cuando Herodes trató de averiguar quién era ese Jesús de quien tanto había oído hablar, y unos le dijeron que era Juan Bautista resucitado, otros que Elías u otro de los grandes profetas. Pero hoy es Jesús quien pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. La respuesta de los discípulos es la misma. Entonces les pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Esa pregunta suscita la “profesión de fe” de Pedro (“El Mesías de Dios”), y el primer anuncio de la pasión por parte de Jesús (“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”).

Pero lo que quisiéramos resaltar de esta lectura es que al comienzo de esta se dice que Jesús “estaba orando solo”; y luego de orar, de tener ese diálogo amoroso con el Padre, es que interroga a sus discípulos para determinar si estaban conscientes de su mesianismo y, de paso, les anuncia su pasión para borrar cualquier vestigio de mesianismo triunfal en el orden político o militar que estos pudieran albergar. Me imagino que en esa oración también pidió al Padre que iluminara a sus discípulos para que aceptaran lo que él les iba a comunicar.

Cabe señalar que de todos los evangelistas Lucas es quien tal vez más resalta la dimensión orante de Jesús. De hecho, Lucas es el único que enmarca este pasaje en un ambiente de oración (comparar con Mc 8,27-33 y Mt 16,13-20). Así, Lucas nos presenta a Jesús en oración siempre que va a suceder algo crucial para su misión, o antes de tomar cualquier decisión importante (Cfr. Lc 3,21; 4,1-13; 6,12; 9,29; 11,1; 22,31-39; 23,34; 23,46).

Esta oración de Jesús en los momentos cruciales o difíciles nos muestra la realidad de su naturaleza humana, en ese misterio insondable de su doble naturaleza: “verdadero Dios y verdadero hombre”. Vemos como Jesús se alimentaba de la oración con el Padre para obtener la fuerza, la voluntad y el valor necesario para que su humanidad pudiera llevar a cabo su misión redentora. Tan solo tenemos que recordar el drama humano de la oración en el huerto. Aquella agonía, aquel miedo, no formaban parte de una farsa, de una representación teatral. Fueron tan reales e intensos como su oración. Jesús verdaderamente estaba buscando valor, ayuda de lo alto. Y a través de esa oración, y el amor que se derramó sobre Él a través de ella, su naturaleza humana encontró el valor para enfrentar su máxima prueba.

Hoy, pidamos al Padre que, siguiendo el ejemplo de su Hijo, aprendamos a dirigirnos al Él en oración fervorosa y confiada antes de tomar cualquier decisión importante en nuestras vidas, y cada vez que enfrentemos esas pruebas que encontramos en nuestro peregrinar hacia la Meta, con la certeza que en Él encontraremos la luz que guíe nuestros pasos y el valor y la aceptación necesarios para enfrentar la adversidad.

Hoy conmemoramos a la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced. Te invitamos a ver nuestro vídeo sobre esta advocación visitando nuestro canal de YouTube, De la mano de María TV.

CÁPSULA MARIANA 15- NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED

¡Hola, hermanos!

Te invitamos a visitar nuestro canal de YouTube, De la mano de María TV, y ver nuestra Cápsula Mariana mariana 14 – Nuestra Señora de la Merced en la que explicamos el origen y patronato de Nuestra Señora de la Merced o Virgen de las Mercedes, así como su intervención en la fundación de la Orden de la Merced, también conocida como los Mercedarios, y por qué su fiesta se celebra el 24 de septiembre.

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