REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO 07-12-13

La mies es abundante y los obreros pocos

El profeta Isaías continúa prefigurando al Mesías. En la primera lectura para hoy (Is 30,19-21.23-26), el profeta nos dice: “Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, porque se apiadará a la voz de tu gemido: apenas te oiga, te responderá. Aunque el Señor te dé el pan medido y el agua tasada, ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro. Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: ‘Éste es el camino, camina por él’”. Esta última frase nos evoca la palabra griega utilizada en las Escrituras para “conversión” (metanoia), que literalmente se refiere a una situación en que un trayecto ha tenido que volverse del camino en que andaba y tomar otra dirección.

Así, vemos cómo en esta lectura también se adelanta el llamado a la conversión que caracteriza la segunda semana de Adviento, que comenzará mañana con la predicación de Juan Bautista: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”.

El relato evangélico de hoy (Mt 9,35–10,1.6-8) nos presenta a un Jesús que se apiada a la voz del gemido de su pueblo y le responde. Así, la lectura nos dice que “recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias”. Continúa diciendo la lectura que Jesús, “al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”.

Este pasaje destaca otra característica de Jesús: que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no espera que la gente vaya a Él, sino que Él va  a la gente a anunciar la Buena Nueva (Evangelio) del Reino.

Luego de darnos un ejemplo de lo que implica la labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no podemos, que necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Podemos ver que la misión que Jesús encomienda a sus apóstoles no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro bautismo fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar, anunciar el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de todos: sacerdotes, religiosos, y laicos.

“Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca”. Sí, el Señor quiere que todos se salven, esa es su misión, nuestra misión. Pero para poder llevar a cabo esa misión, primero tenemos que experimentar nosotros mismos la conversión, que se asocia al arrepentimiento; mas no un arrepentimiento que denota culpa o remordimiento, sino que es producto de una transformación entendida como un movimiento interior, en lo más profundo de nuestro ser, nuestra relación con Dios, con nuestro prójimo y nosotros mismos, iluminados y ayudados por la Gracia Divina. Solo así podremos “contagiar” a nuestros hermanos y lograr su conversión.

En este tiempo de Adviento, roguemos al dueño de la mies que derrame su Gracia sobre nosotros para poder convertirnos en sus obreros.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES 09-07-13

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“Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9,37).

Como parte de la historia de los inicios del pueblo de Israel, la primera lectura de la liturgia de hoy (Gn 32,22-32) nos narra el episodio en que Jacob recibe el nombre de Israel, nombre por el que se conocerá el conjunto de su descendencia, hasta el día de hoy.

Nos dice la Escritura que Jacob peleó toda la noche con un “hombre”, quien al acercarse la aurora sin que hubiese un claro vencedor le dijo: “Suéltame, que llega la aurora”. A lo que Jacob respondió: “No te soltaré hasta que me bendigas”. En el diálogo que sigue el hombre le pregunta su nombre, y al contestarle que su nombre era Jacob, le dijo: “Ya no te llamarás Jacob, sino Israel (ישראל), porque has luchado con dioses y con hombres y has podido”. Ahí el origen del nombre, que quiere decir literalmente “el que lucha con Dios”.

“Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Con esa oración termina la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mt 9,32-38). Esta misma frase la leímos en el Evangelio del domingo pasado, decimocuarto del tiempo ordinario (Lc 10,2).  El pasaje de hoy sirve de preámbulo al segundo gran discurso de Jesús que ocupa todo el capítulo 10 de Mateo. El llamado discurso misionero, de envío, a sus apóstoles.

El pasaje comienza planteándonos la brecha existente entre el pueblo y los fariseos. Los primeros se admiraban ante el poder de Jesús (“Nunca se ha visto en Israel cosa igual”), mientras los otros, tal vez por sentirse amenazados por la figura de Jesús, tergiversan los hechos para tratar de desprestigiarlo ante los suyos: “Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús no se inmuta y continúa su misión, no permite que las artimañas del maligno le hagan distraerse de su misión.

Otra característica de Jesús que vemos en este pasaje es que no se comporta como los rabinos y fariseos de su tiempo, no espera que la gente vaya a Él, sino que va  por “todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias” (Cfr. 3er misterio luminoso – El anuncio del Reino).

Jesús está consciente de que su tiempo es corto, que la semilla que Él está sembrando ha de dar fruto; y necesita trabajadores para recoger la cosecha.

Por eso, luego de darnos un ejemplo de lo que implica la labor misionera (“enseñar”, “curar”), nos recuerda que solos no podemos, que necesitamos ayuda de lo alto: “rogad, pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”, nos dice. Podemos ver que la misión que Jesús encomienda a sus apóstoles no se limita a ellos; está dirigida a todos nosotros. En nuestro bautismo fuimos ungidos sacerdotes, profetas y reyes. Eso nos llama a enseñar, anunciar el reino, y sanar a nuestros hermanos. Esa es nuestra misión, la de todos: sacerdotes, religiosos, y laicos.

Y eso nos incluye a todos los miembros de la comunidad parroquial, cada cual según sus talentos, según los carismas que el Espíritu Santo nos ha dado y que son para provecho común (Cfr. 1 Co 12,7).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES 03-06-13

La liturgia nos ofrece para hoy la “parábola de los labradores asesinos” (Mc 12,1-12). En esta parte del Evangelio según san Marcos estamos leyendo los últimos días de Jesús en Jerusalén. Él sabe que su muerte está cerca; sabe que el complot para asesinarle está culminando; y dedica esta parábola a sus enemigos para dejarles saber que conoce sus planes. Y ellos, que no tienen la conciencia limpia, se dan por aludidos: “veían que la parábola iba por ellos”…

Jesús se encuentra rodeado de esa multitud anónima que lo seguía a todas partes, compuesta por gente del pueblo y, entremezclada entre ellos, miembros o enviados del Sanedrín, que estaban esperando el momento oportuno para arrestarle. Por eso la lectura comienza identificando a los destinatarios de la parábola: los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.

Jesús aprovecha el conocimiento de las Escrituras por parte de ese grupo y utiliza figuras y alegorías del Antiguo Testamento para desarrollar su parábola. “Un hombre plantó una viña”. En el lenguaje bíblico la “viña” representa el pueblo de Israel. Luego describe los cuidados que el hombre tiene con esa viña: la cerca, el lagar, la casa del guarda… Los cuidados de Dios para con su pueblo. Es el buen viñador que se esmera y cuida de su viña para que de buenos frutos. La alegoría de la viña está tomada de Is 5,1-7. También la encontramos en Jr 2,21 y Ez 17,6; 10,10.

El hombre (Dios) encomienda su viña (pueblo) a unos labradores, que representan a las autoridades. La parábola nos narra cómo el viñador envió uno tras otro criado para percibir su participación del fruto de la viña, y uno tras otro fueron rechazados con un patrón de violencia que seguía escalando, incluyendo insultos, palizas y asesinatos. No tenemos más que examinar la suerte de los profetas y otros enviados de Dios a lo largo de la historia del pueblo de Israel para ver “retratada” la suerte de los enviados del Dueño de la viña a pedir cuentas a los “labradores”.

Pero Dios, que es todo amor, no responde a la violencia con violencia. En un acto de amor infinito, decide enviar a su “hijo amado”. Aquí Jesús alude a las palabras del Padre durante su Bautismo (Mt 3,17), y en la Transfiguración (Mt 17,5b). No hay duda, se refiere a Él mismo. Jesús está anunciando su final: “Pero los labradores se dijeron: ‘Éste es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia’. Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña”. Las autoridades judías, al igual que los labradores, aprovecharon el acto de generosidad de Dios al enviarle su único Hijo para asesinarlo y “adueñarse” del pueblo elegido de Dios.

“¿Qué hará el dueño de la viña?” Jesús les advierte lo que ocurrirá con el pueblo de Israel. “Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros”. Alude entonces al Salmo 117: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. Los dirigentes judíos rechazaron y asesinaron al Hijo, rechazaron la “piedra angular”, y llevaron al pueblo a su destrucción como nación. Así, Jesús, el Hijo, se convirtió en “piedra angular” de los pueblos paganos, y nosotros somos sus herederos: “…arrendará la viña a otros”.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES 29-05-13

La lectura evangélica de hoy (Mc 10,32-45) nos presenta el tercer anuncio de la pasión de Jesús a sus discípulos. Vemos cómo cada vez el anuncio se hace más preciso. Hoy lo hace con lujo de detalle: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará”.

Este anuncio se da en el contexto de la primera “subida” de Jesús a Jerusalén en la narración de Marcos. Además del aspecto geográfico, vemos en este detalle un significado teológico: Jesús abandona el mundo pagano y “sube” a Sión para enfrentar su pasión y muerte voluntariamente aceptadas, para luego resucitar lleno de gloria.

Otro simbolismo: Jesús se les adelanta y los discípulos le siguen “asustados”. Jesús va enfrentar la culminación de su misión, y los apóstoles sufrirán su mismo destino: el martirio. Según la tradición todos, excepto Juan, padecieron el martirio a causa del Evangelio.

No bien había acabado Jesús de hacer su anuncio, se le acercan Santiago y Juan, todavía con las ideas mesiánicas del pueblo de Israel en sus mentes, y le piden: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. En la versión de Mateo, es la madre de estos quien se lo pide (Mt 20,20-21). De nuevo la ambición de gloria y privilegio. Jesús destaca la incomprensión de los apóstoles: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Ellos siguen sin comprender y le contestan en la afirmativa.

Jesús, con toda su paciencia les afirma: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”. Beber el cáliz se refiere a asumir la amargura, el sacrificio, la renuncia (Cfr. Mt 26,39; Lc 22,42), y el bautismo es sinónimo de sumergirse, dejarse purificar, morir para nacer a una nueva vida. Les anuncia la suerte que les espera.

Los otros se indignan, no porque creyeran que la petición de los hijos del Zebedeo fuera impropia, sino porque se les habían adelantado. No será hasta la Pascua de Jesús que los discípulos comprenderán el significado de sus palabras.

Jesús aprovecha (¿cuándo no?) para darles (y darnos a nosotros también) una lección sobre lo que significan autoridad y servicio: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

Hagamos examen de conciencia. ¿Tengo tendencia a dominar o imponer mi criterio sobre otros, más que servir? ¿Ambiciono, consciente o inconscientemente puestos de honor o reconocimiento?

Ser cristiano significa seguir los pasos de Cristo. Beber su mismo cáliz y bautizarse en su mismo bautismo. La invitación es sencilla: “Sígueme”. ¿Te animas?