REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEXTA SEMANA DEL T.O. (1) 16-02-15

Mc 8,11-13

“En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: “¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación”. Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla” (Mc 8,11-13). Este corto pasaje que nos propone la liturgia para hoy lunes de la sexta semana del tiempo ordinario como lectura evangélica, nos invita a reflexionar sobre nuestra fe.

Aquellos se negaban a aceptar el anuncio de Reino de parte de Jesús porque les faltaba fe, que no es otra cosa que “la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve” (Gál 11,1). Sabemos por los relatos evangélicos que Jesús era un maestro del debate. Imagino que cuando los fariseos se sintieron acorralados ante los argumentos contundentes de Jesús, en un intento de quedar bien delante de los que les escuchaban, decidieron ponerle a prueba exigiendo un signo del cielo. Un riesgo para ellos y una tentación para Jesús; la oportunidad de demostrar su poder, como cuando el demonio tentó a Jesús en el desierto luego de ayunar por cuarenta días: “Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes” (Mt 4,3). Pero Jesús no vino a demostrar su poder sino a servir, a dar su vida por la salvación de todos. Los milagros que hace son producto de su amor y misericordia infinitos, no para demostrar su poder.

Aun así, los que decidimos seguir al Señor y proclamar su Palabra, en ocasiones nos sentimos frustrados y quisiéramos que Dios mostrara su poder y su gloria a todos, para que hasta los más incrédulos tuvieran que creer, experimentar la conversión. Y es que se nos olvida la cruz… Si fuera asunto de signos, las legiones celestiales habrían intervenido para evitar su arresto y ejecución (Cfr. Jn 18,36). El que vino a servir y no a ser servido no necesita más signo que su Palabra.

Hoy que tenemos la Palabra de Jesús, sus enseñanzas, y su Iglesia con los sacramentos que Él instituyó, tenemos que preguntarnos: ¿Es eso suficiente para creer, para moverme a una verdadera conversión, o me gustaría al menos un “milagrito” para afianzar esa “conversión”? ¿Acaso no basta el milagro que se efectúa sobre el altar cada vez que las especies eucarísticas se convierten en el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesús? ¡Ah!, pero para percibir ese milagro hace falta fe…

En ocasiones veo esos “televangelistas” con su espectáculo multitudinario en el cual los ciegos recuperan la vista, los tullidos caminan, los sordos recuperan la audición y el habla, etc., etc., y me pregunto: ¿Acaso los que presencian esos portentos creerían igual si no tuvieran esos “signos”? ¿La Buena Noticia del Reino necesita de “signos” visibles para ser creída? Esas personas creen creer porque “ven”… (Cfr. Jn 20,25). ¿Es eso fe?

A veces el verdadero milagro consiste en la felicidad que produce el saberse amado por Dios en medio de la enfermedad, del dolor, de las dificultades y de las pérdidas, y confiar en su promesa de Vida eterna.

Que pasen una hermosa semana…

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DECIMOSEXTA SEMANA DEL T.O. 21-07-14

Mt 12,38-42

“Vino a los suyos, y los suyos no lo reconocieron” (Jn 1,11). Esa frase, tomada del prólogo del evangelio según san Juan, resume el evangelio que nos propone la liturgia de hoy (Mt 12,38-42).

La fama de Jesús continúa creciendo y los escribas y fariseos siguen sintiéndose amenazados por su persona. Han sido testigos de sus milagros; curaciones, expulsiones de demonios, y hasta revitalizaciones de muertos (no debemos confundir la revitalización con la resurrección, pues la última es definitiva, para no morir jamás). Ahora, delante de todos, le piden un signo: “Maestro, queremos ver un signo tuyo”. Un signo es más que un milagro, es un hecho que demuestre sin dudas la divinidad de Jesús, que demuestre que Él es Dios. Recordemos que poco antes lo habían acusado de echar demonios por el poder de Satanás (Mt 12,24). Insisten en ponerlo a prueba. En efecto, lo están tentando, contrario al mandato divino: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16; Mt 4,7).

De nuevo encontramos a Jesús pronunciando palabras duras contra los suyos; les llama “generación perversa y adúltera”, y les dice que no les dará más signo que el del profeta Jonás, que estuvo tres días en el vientre del cetáceo y salió con vida, anunciándoles de paso que Él mismo estará tres días en el vientre de la tierra y resucitará. Les está anunciando su Misterio pascual (pasión, muerte, resurrección), alrededor del cual gira toda nuestra fe (Cfr. 1 Cor 15,14). Pero estas personas están cegadas por el ritualismo vacío y el “cumplimiento” de la Ley y los preceptos. No pueden ver más allá. Es más, se niegan. Están anteponiendo sus propios intereses a los del Reino.

Por eso Jesús les dice que cuando juzguen a esa generación, los de Nínive, que se convirtieron con la predicación de Jonás, quien no era más que un profeta (Jon 3,5-8) y la reina del Sur, que vino a escuchar la sabiduría de Salomón (1 Re 10,1-13), se alzarán y les condenarán, pues ellos no le han creído a Él que es “más que Jonás” y “más que Salomón”.

Muchas veces en nuestras vidas, especialmente en los momentos de prueba, la angustia, la desesperanza, nos lleva a “tentar a Dios”, a exigirle “signos”, como si fuera necesario que Él haga alarde de su poder para que creamos en Él. Queremos “signos” que correspondan a nuestras necesidades, nuestros deseos; y si no nos “complace”, comenzamos a dudar. Entonces actuamos como la persona que recibe un diagnóstico médico que no es de su agrado y continúa visitando médicos hasta que da con uno que le dice lo que quiere escuchar. Nos negamos a ver la grandeza de Dios en todas las cosas que damos por sentadas: la vida misma, la complejidad y perfección de nuestro cuerpo, un amanecer, la belleza de las flores… ¡Y continuamos exigiendo “signos”!

En este día, pidamos al Señor que nos de los “ojos de la fe”.

Que pasen una hermosa semana en la Paz del Señor.