REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 22-09-22

“Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse”.

El Evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 9,7-9) es uno de esos que tenemos que leer dentro del contexto en que se suscita la trama. Jesús acaba de enviar a los “doce”, y el revuelo que causan despierta la curiosidad de Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, que fue el responsable de la matanza de los niños inocentes e hizo huir a Egipto a la Sagrada Familia.

Herodes escucha el nombre de Jesús de Nazaret como responsable de ese barullo y quiere saber quién es. La Escritura nos dice que “Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado (él había hecho decapitar a Juan el Bautista), otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”.

Herodes había oído hablar de los milagros de Jesús, de cómo Él y sus discípulos echaban demonios. En el relato paralelo de Mateo, esta “fama” de Jesús, además de evocarle la muerte del Bautista, le despierta el remordimiento que sentía por la muerte de este, a quien se vio obligado a matar por culpa de Herodías (Mt 14,1-12).

Termina el pasaje diciendo que Herodes “tenía ganas de ver a Jesús”. Muchas veces la curiosidad se convierte en la chispa que enciende la fe. Herodes tuvo la oportunidad de su vida: la posibilidad de tener un encuentro personal con Jesús. Irónicamente eso no ocurriría hasta que Herodes jugara un papel importante en el misterio pascual de Jesús, específicamente en su pasión y muerte.

Cuando Pilato envió a Jesús ante Herodes (Lc 23,7-11) este se puso contento, pues tenía deseos de conocerle (Lucas es el único evangelista que narra este pasaje). Ahí se pone de manifiesto que la “curiosidad” de Herodes no estaba motivada por la fe; era realmente para ver si Jesús podía divertirle haciendo un par de milagros. Es decir, estaba interesado en verle hacer un par de “trucos”, lo trató como si fuera un bufón de la corte. Esa curiosidad malsana le impidió reconocer al verdadero Jesús y terminó burlándose de Él y devolviéndoselo a Pilato.

¡Cuántas veces durante nuestras vidas nos encontramos con Jesús, lo tenemos enfrente y no lo reconocemos! Cada vez que nos topamos con una persona sin hogar, o con alguna deformidad o enfermedad aparente, o una necesidad apremiante, puede que esa persona despierte nuestra “curiosidad”. Pero como no podemos reconocer en ella el rostro de Jesús, y lejos de divertirnos nos causa temor, o repulsión, o indiferencia, le devolvemos al mundo para que se este encargue de ella.

No nos percatamos que acabamos de dejar pasar la oportunidad de nuestras vidas: tener un encuentro personal con Jesús (Cfr. Mt 25,45).

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de reconocer su rostro en nuestros hermanos, sobre todo los más necesitados, especialmente en estos días en que tantos de nuestros hermanos han sufrido diversos grados de pérdida ante el embate de la naturaleza, para que sirviéndoles a ellos le sirvamos a Él.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1)

“Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse”.

El Evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 9,7-9) es uno de esos que tenemos que leer dentro del contexto en que se suscita la escena. Jesús acaba de enviar a los “doce”, y el revuelo que causan despierta la curiosidad de Herodes Antipas, el que había hecho decapitar a Juan el Bautista, e hijo de Herodes el Grande, responsable de la matanza de los niños inocentes que hizo huir a Egipto a la Sagrada Familia.

Herodes escucha el nombre de Jesús de Nazaret como responsable de ese barullo y quiere saber quién es. La Escritura nos dice que “Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”.

Herodes había oído hablar de los milagros de Jesús, de cómo Él y sus discípulos echaban demonios. En el relato paralelo de Mateo, esta “fama” de Jesús, además de evocarle la muerte del Bautista, le despierta el remordimiento que sentía por la muerte de este, a quien se vio obligado a matar por culpa de Herodías (Mt 14,1-12).

Termina el pasaje diciendo que Herodes “tenía ganas de ver a Jesús”. Muchas veces la curiosidad se convierte en la chispa que enciende la fe. Herodes tuvo la oportunidad de su vida: la posibilidad de tener un encuentro personal con Jesús. Irónicamente eso no ocurriría hasta que Herodes jugara un papel importante en el misterio pascual de Jesús, específicamente en su pasión y muerte.

Cuando Pilato envió a Jesús ante Herodes (Lc 23,7-11) este se puso contento, pues tenía deseos de conocerle (Lucas es el único evangelista que narra este pasaje). Ahí se pone de manifiesto que la “curiosidad” de Herodes no estaba motivada por la fe; era realmente para ver si Jesús podía divertirle haciendo un par de milagros. Es decir, estaba interesado en verle hacer un par de “trucos”, lo trató como si fuera un bufón de la corte. Esa curiosidad malsana le impidió reconocer al verdadero Jesús y terminó burlándose de Él y devolviéndoselo a Pilato.

¡Cuántas veces durante nuestras vidas nos encontramos con Jesús, lo tenemos enfrente y no lo reconocemos! Cada vez que nos topamos con una persona sin hogar, o con alguna deformidad o enfermedad aparente, o una necesidad apremiante, puede que esa persona despierte nuestra “curiosidad”. Pero como no podemos reconocer en ella el rostro de Jesús, y lejos de divertirnos nos causa temor, o repulsión, o indiferencia, le devolvemos al mundo para que se este encargue de ella.

No nos percatamos que acabamos de dejar pasar la oportunidad de nuestras vidas: tener un encuentro personal con Jesús (Cfr. Mt 25,45).

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de reconocer Su rostro en nuestros hermanos, especialmente los más necesitados, los pecadores, para que sirviéndoles a ellos le sirvamos a Él, como lo hizo san Pío de Pietrelcina, cuya memoria obligatoria celebramos hoy.

RELEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TRIGÉSIMA SEMANA DEL T.O. (2) 30-10-20

“Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer”…

Durante los próximos días estaremos contemplando como primera lectura la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses. Esta es una de las cartas que Pablo escribe desde la cárcel (junto con Efesios, Colosenses y Filemón). La lectura de hoy (Fil 1,1-11) nos presenta el saludo, que es la primera parte de las cartas paulinas, y en él podemos percibir el amor genuino que Pablo siente por esta comunidad, la primera evangelizada por Pablo en el continente europeo (Hch 16,11-15): “Doy gracias a mi Dios cada vez que os menciono; siempre que rezo por todos vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy… os llevo dentro”.

Pablo no solo reconoce el trabajo que junto a él los de Filipos desplegaron en la misión de evangelizar, sino que los alienta y exhorta a mantenerse firmes: “Ésta es mi convicción: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús”. Por eso termina el saludo diciendo: “Y ésta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores”.

Dentro del mensaje de exhortación al amor fraterno, Pablo reconoce la labor que han realizado y cuán importante han sido para su tarea evangelizadora. Pablo nos está presentando un ejemplo que debemos emular todos los que dirigimos o estamos encargados de algún ministerio, grupo o movimiento dentro de la Iglesia (incluyendo la iglesia doméstica). No podemos atribuirnos el mérito de los logros; tenemos que reconocer el trabajo de los demás componentes del grupo, por mínimo que sea, pues eso les entusiasma a seguir contribuyendo, y tal vez sea el estímulo que necesitan para aportar más al éxito de esa “empresa buena”.

El Evangelio (Lc 14,1-6) nos presenta a Jesús aceptando una invitación a comer en casa de un fariseo, uno de sus “adversarios” religiosos. Jesús aprovecha cada oportunidad para evangelizar, y eso incluye sentarse a la mesa con sus adversarios, con el significado que ese gesto tiene en la cultura de su tiempo. Una vez allí, ve a uno que sufría de hidropesía y lo cura. Pero el milagro, del que se nos brinda poco detalle, juega un papel secundario en la narración, cuyo tema es uno también recurrente en Jesús: el verdadero sentido del sábado, y cómo los fariseos habían tergiversado la Ley de Moisés incluyendo el curar entre las 39 tareas o trabajos que estaban prohibidas en sábado. Jesús lo sabe, pero aun así, antes de curar al hombre le formula a sus anfitriones la pregunta: “¿Es lícito curar los sábados, o no?”

Ante el silencio de sus interlocutores, luego de curar y despedir a hombre, les dijo: “Si a uno de vosotros se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?” De nuevo, silencio.

El mensaje de Jesús es claro. La Ley no puede estar por encima de la caridad. A veces nosotros mismos ponemos toda clase de excusas para no ayudar a un hermano que lo necesita, incluyendo nuestras “obligaciones” para con la Iglesia. ¿Qué nos dirá Jesús?

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 24-09-20

“Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse”.

El Evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 9,7-9) es uno de esos que tenemos que leer dentro del contexto en que se suscita la escena. Jesús acaba de enviar a los “doce”, y el revuelo que causan despierta la curiosidad de Herodes Antipas, el que había hecho decapitar a Juan el Bautista, e hijo de Herodes el Grande, responsable de la matanza de los niños inocentes que hizo huir a Egipto a la Sagrada Familia.

Herodes escucha el nombre de Jesús de Nazaret como responsable de ese barullo y quiere saber quién es. La Escritura nos dice que “Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”.

Herodes había oído hablar de los milagros de Jesús, de cómo Él y sus discípulos echaban demonios. En el relato paralelo de Mateo, esta “fama” de Jesús, además de evocarle la muerte del Bautista, le despierta el remordimiento que sentía por la muerte de este, a quien se vio obligado a matar por culpa de Herodías (Mt 14,1-12).

Termina el pasaje diciendo que Herodes “tenía ganas de ver a Jesús”. Muchas veces la curiosidad se convierte en la chispa que enciende la fe. Herodes tuvo la oportunidad de su vida: la posibilidad de tener un encuentro personal con Jesús. Irónicamente eso no ocurriría hasta que Herodes jugara un papel importante en el misterio pascual de Jesús, específicamente en su pasión y muerte.

Cuando Pilato envió a Jesús ante Herodes (Lc 23,7-11) este se puso contento, pues tenía deseos de conocerle (Lucas es el único evangelista que narra este pasaje). Ahí se pone de manifiesto que la “curiosidad” de Herodes no estaba motivada por la fe; era realmente para ver si Jesús podía divertirle haciendo un par de milagros. Es decir, estaba interesado en verle hacer un par de “trucos”, lo trató como si fuera un bufón de la corte. Esa curiosidad malsana le impidió reconocer al verdadero Jesús y terminó burlándose de Él y devolviéndoselo a Pilato.

¡Cuántas veces durante nuestras vidas nos encontramos con Jesús, lo tenemos enfrente y no lo reconocemos! Cada vez que nos topamos con una persona sin hogar, o con alguna deformidad o enfermedad aparente, o una necesidad apremiante, puede que esa persona despierte nuestra “curiosidad”. Pero como no podemos reconocer en ella el rostro de Jesús, y lejos de divertirnos nos causa temor, o repulsión, o indiferencia, le devolvemos al mundo para que se este encargue de ella.

No nos percatamos que acabamos de dejar pasar la oportunidad de nuestras vidas: tener un encuentro personal con Jesús (Cfr. Mt 25,45).

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de reconocer su rostro en nuestros hermanos, especialmente los más necesitados, para que sirviéndoles a ellos le sirvamos a Él.