REFLEXIÓN PARA EL LUNES 30-09-13

Ninos

La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para el lunes de la vigesimosexta semana del tiempo ordinario (Lc 9,46-50), tenemos que leerla en el contexto de las del viernes y sábado pasados, en las que Jesús había hecho el primer y segundo anuncios de su Pasión. Tal parece que los discípulos se negaban a entender lo que Jesús les decía, pues preferían continuar gozando vicariamente el éxito y la fama que Jesús, su maestro, se había ganado en Galilea. Con toda probabilidad querían llegar montados en la “ola” de esa fama a Jerusalén, cuyo camino estaban a punto de emprender.

Esto se desprende de la primera oración del pasaje que contemplamos hoy: “los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante”. Jesús acababa de anunciarles, no una, sino dos veces, la pasión y muerte que debía sufrir, y ellos seguían preocupados por quién de ellos era el más importante. Definitivamente, estaban cegados por el éxito de su maestro. Me recuerdan a los ayudantes de campaña de los políticos, quienes no habiendo llegado aún al poder, comienzan a pelearse los puestos que ocuparán cuando su candidato resulte electo. Los discípulos no habían podido zafarse de las ideas de un mesianismo político y militar de parte de Jesús.

Ante esa actitud, Jesús “cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: ‘El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante’.” Debemos recordar que en tiempos de Jesús un niño no tenía derechos, era considerado una “posesión” de su padre. En las casas donde no había servidumbre ni esclavos, los niños eran quienes llevaban a cabo las labores de éstos, incluyendo lavar los pies de los que llegaban a la casa. Jesús quiere enfatizar que su mesianismo está fundamentado en la humildad y el amor; que si algún “puesto” hay en su Reino, es el de servidor de los demás. Más tarde, al lavar los pies de sus discípulos, Jesús nos ofrecería un testimonio de la vocación al servicio que tenemos todos los cristianos: “Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía” (Jn 13,16).

Las palabras de Jesús parecen haber caído en oídos sordos una vez más. Como contestación a sus palabras, Juan le manifiesta una queja que pone de manifiesto que los discípulos no estaban dispuestos a compartir su protagonismo con nadie: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir”. ¡Cuántas veces a nosotros nos pasa lo mismo! Creemos tener monopolizado a Jesús y no permitimos que alguien, sobre todo de otra denominación cristiana, pretenda apartar las tinieblas (“demonios”) con su Palabra. ¿Quién nos ha dado semejante derecho? Jesús no fue, pues Él mismo dijo a sus discípulos: “No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro”.

Recordemos la oración de Jesús: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”.

 

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES 04-09-13

Les imponia las manos

El pasaje evangélico que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 4,38-44), la curación de la suegra de Pedro, aparenta ser uno sencillo, envuelto en la cotidianidad. Jesús ha salido de la sinagoga y va a casa de su amigo Pedro. Es un tramo corto; Pedro vive cerca de la sinagoga. De hecho, la casa de Pedro se ve desde la sinagoga. La suegra de Pedro está enferma, con fiebre muy alta. Nos dice la escritura que Jesús “increpó a la fiebre” y esta se curó. Se riega la voz. Comienzan a traerle enfermos y Él los cura a todos; y hasta echa demonios. Nos hallamos en el último año de la vida pública de Jesús.

Esta escena nos muestra cómo va haciéndose realidad el “año de gracia del Señor” que Jesús había anunciado poco antes en el “discurso programático” pronunciado en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,19). Jesús sigue manifestando su poder, hasta los demonios saben que Él es el Mesías: “Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías”.

Tres cosas queremos resaltar de este pasaje.

En primer lugar, vemos cómo tan pronto Jesús curó a la suegra de Simón, ella “levantándose enseguida, se puso a servirles”. Jesús nos llama a servir de la misma manera que Él lo hace. Su vida terrenal se desarrolló en un ambiente de servicio amoroso al prójimo. Él nos llama a todos. Si hemos de seguir sus pasos tenemos que poner nuestros carismas al servicio de los demás, compartir las gracias que Él nos ha prodigado. Y no se trata de hacerlo “mañana”. No, hemos de hacerlo con la misma prontitud que Él lo hace. Tenemos que estar prestos a servir cuando se nos necesita, no “cuando tengamos tiempo”. Esa es la característica distintiva del verdadero discípulo de Jesús.

Otro detalle que cabe resaltar es cómo Jesús curaba los enfermos “poniendo las manos sobre cada uno”. Él pudo haberlos curados a todos con su mera presencia, o con el poder de su Palabra a todos en grupo. Pero optó por hacerlo de manera personal. Nos está demostrando que para Él todos y cada uno de nosotros es importante, único, especial; que nos ama individualmente, que quiere tener una relación personal con cada cual; que no somos “uno más”.

Finalmente, vemos cómo la gente “querían retenerlo para que no se les fuese”; a lo que Jesús les dijo: “También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado”. A veces estamos tan “enamorados” de Jesús que queremos acapararlo, apropiarnos de Él. Nos tornamos egoístas. O peor aún, pretendemos aprovecharle, monopolizarle. Olvidamos que Él vino para todos. Lo mismo aplica a su Palabra. Si pretendemos retener el Evangelio para nosotros lo desvirtuamos. Jesús es la “Buena Noticia”, y si no la compartimos deja de serlo.

En este día que comienza, pidamos al Señor que abra nuestros corazones para recibir el poder sanador de Jesús, producto de su amor, y nos conceda el don de la generosidad para compartirlo con todos, especialmente mediante el servicio a Él y a los demás, como lo hizo la suegra de Simón Pedro.