REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE ADVIENTO 23-12-14

nacimiento Juan el Bautista

“Mirad, yo os envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí… os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra”.

Basándose en este pasaje, tomado de la primera lectura de hoy, los judíos tenían la creencia de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar la llegada del Mesías esperado. Por eso en el Evangelio que leyéramos el sábado de la segunda semana de Adviento (Mt 17,10-13), cuando los discípulos le preguntaron a Jesús que por qué decían los escribas que primero tenía que venir Elías, este les respondió: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En otras palabras, el que tenía que venir no se llamaba Elías, pero había cumplido su misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).

Los escribas no supieron reconocer al precursor cuando lo vieron, por eso tampoco reconocieron al Mesías cuando lo tuvieron ante sí; no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada del Mesías. Y uno de esos signos fue el nombre que sus padres escogen para Juan Bautista, evento que se recoge en el Evangelio de hoy, que nos narra el nacimiento de Juan el Bautista (Lc 1, 57-66). Contario a la tradición, sus padres, Zacarías e Isabel, escogen para el niño un nombre extraño, contrario a la tradición familiar. Por eso “todos se quedaron extrañados”. Es que cuando Dios escoge a una persona para llevar a cabo una misión, la misma está asociada a un nombre que Él tenía pensado desde la eternidad. ¡Y qué misión tenía Dios destinada para Juan! Ser el precursor del Mesías.

Estamos al final del Adviento. Pasado mañana es Navidad. Celebraremos el nacimiento de Jesús. Un hecho salvífico del pasado que se hace presente para los que creemos, como lo hizo el Niño Jesús en aquél primer Belén viviente que preparó San Francisco de Asís en el año 1223. Lo cierto es que Jesús sigue naciendo “hoy”, en el tiempo presente, en los corazones de todos los hombres y mujeres de fe. Y a cada uno de nosotros se nos ha encomendado la misma misión que a Juan, ser testigos de la verdad, que no es otra cosa que el amor incondicional que Dios nos tiene, al punto de habernos enviado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Hoy debemos preguntarnos, ¿si la gente nos ve, podrán ver en nosotros el reflejo de la imagen de Jesús, de manera que cuando le tengan de frente le reconozcan? De nosotros puede depender que celebren la verdadera Navidad…

REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE LOS SANTOS INOCENTES, MÁRTIRES 28-12-13

huida a egipto

Hoy celebramos la Fiesta de los Santos Inocentes, mártires. Al igual que hace apenas dos días, cuando celebramos la Fiesta de san Esteban, nos enfrentamos a la dureza del camino que espera a ese Niño que acaba de nacer. Esas fuerzas del mal, que la primera lectura (1 Jn 1,5-2,2) nos presenta como las “tinieblas”, acecharán a Jesús desde su nacimiento y acabarán clavándolo en la cruz. Pero Jesús es la luz que vence las tinieblas, y en ese aparente triunfo de las fuerzas de las tinieblas, está la victoria de Jesús-Luz, quien aceptando su muerte de cruz se convirtió en “víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero” (2,2).

En la lectura evangélica de hoy (Mt 2,13-18) vemos las tinieblas del mal que surgen amenazantes sobre el Niño Dios recién nacido. Un presagio de lo que le espera. La Iglesia no quiere que perdamos de vista que ese niño hermoso y frágil que nació en Belén de Judá fue enviado por Dios para nuestra salvación. La historia nos presenta a Herodes como uno de los seres más sanguinarios de su época, quien había usurpado el trono, por lo que temía que en cualquier momento alguien hiciera lo propio con él. Y con tal de mantener el poder, estaba dispuesto a matar, como de hecho lo hizo durante todo su reinado.

Herodes había pedido a los magos que le avisaran el lugar en que encontraran al Niño para ir a adorarle. Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. El ángel también les había dicho a los magos que se marcharan por otro camino. Herodes, sintiéndose burlado, hizo calcular la fecha en que los magos vieron la estrella por primera vez, y “mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores”.

Podríamos intentar hacer toda una exégesis sobre el paralelismo que Mateo quiere establecer entre Jesús y Moisés, presentándonos a Jesús como el “nuevo Moisés” (paralelismo que encontramos hasta en la estructura del primer Evangelio), y cómo quiere probar que en la persona de Jesús se cumplen todas las promesas del Antiguo Testamento, pero el espacio limitado nos traiciona.

Nos limitaremos a resaltar una característica de José, quien desempeña un papel protagónico en el relato de Mateo: su fe absoluta en Dios. A lo largo del todo el relato vemos cómo José convierte en acción la Palabra de Dios (la característica principal de la fe). El ángel le dice, levántate, coge a tu familia y márchate a Egipto, y José no titubea, no cuestiona; simplemente actúa. Del mismo modo cuando le dice “regresa”, actúa de conformidad a la Palabra de Dios. Confía en la Providencia Divina.

Siempre proponemos a Abraham y María como modelos de fe, y pasamos por alto a este santo varón que el mismo Dios escogió para ser el padre adoptivo de su Hijo. Jesús y su madre María salvaron sus vidas gracias a la fe de José. En esta Fiesta de los Santos Inocentes, pidamos al Señor la fe de José.