Lo que los cardenales escucharon antes del Cónclave que eligió a Francisco

image

Compartimos con ustedes este documento cortesía del blog La Buhardilla de Jerónimo. Es una verdadera joya y nos arroja luz sobre por qué Francisco es nuestro nuevo Pastor.

“A la venerable edad de 87 años soy uno de los más ancianos del Colegio Cardenalicio, pero en cuanto a nombramiento soy apenas un neonato; y ya que mi vida estuvo siempre dedicada al estudio, mi conocimiento de los asuntos de la Curia no superan el tercer grado. Sólo en cuanto tal me atrevo a presentar esta sencilla meditación in nomine Domini.

“El acto que estáis por realizar dentro de esta Capilla Sixtina es un kairos, un momento fuerte de gracia, en la historia de la salvación, que continúa en la Iglesia hasta el final de los tiempos. Sed conscientes de que este momento pide de vosotros la máxima responsabilidad. No importa… [continuar leyendo]

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA 06-03-13

Mudar corazón

El pasaje evangélico que contemplamos en la liturgia de hoy (Mt 5,17-19) cobra gran relevancia en este momento histórico donde la Iglesia se apresta a elegir un nuevo pontífice, y se debate públicamente si debe elegirse un papa liberal que rompa con los esquemas tradicionales y atempere la Iglesia al mundo posmodernista, o si debe nombrarse un papa conservador que se mantenga fiel a las tradiciones, instituciones y doctrinas ancestrales de la Iglesia. La pregunta obligada es: ¿Qué nos dice Jesús?

“No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Para los judíos la ley y los profetas constituían la expresión de la voluntad de Dios, la esencia de las Sagradas Escrituras. Jesús era judío; más aún, era el Mesías que había sido anunciado por los profetas. Era inconcebible que viniera a echar por tierra lo que constituía el fundamento de la fe de su pueblo. “No he venido a abolir, sino a dar plenitud”.

Durante su vida terrena Jesús nos dio unos indicadores, como: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Así la Iglesia primitiva tuvo que determinar qué preceptos de la Ley eran de origen divino y cuáles eran hechura de los hombres (como los 613 preceptos de la Mitzvá, que los fariseos habían derivado del decálogo). La Iglesia cristiana tuvo su origen en el judaísmo, en la ley y los profetas del Antiguo Testamento (Antigua Alianza), y dio paso a la Alianza Nueva y Eterna (Nuevo Testamento). ¿Cuáles de aquellas leyes y tradiciones ancestrales había que mantener? ¿Cuáles constituían Ley, y cuáles eran meros preceptos establecidos por los hombres interpretando la Ley?

La Iglesia en sus comienzos tuvo que enfrentar esa disyuntiva; se vio precisada a determinar si tenía que continuar observando la circuncisión, la pureza ritual, la prohibición de comer ciertos alimentos, el sábado, los sacrificios de animales en el Templo, etc. Esas interrogantes propiciaron el Concilio de Jerusalén, alrededor del año 50, y la intervención de Pedro, como pontífice de la Iglesia, a favor de la apertura (Hc 15,4-12). Así, la Iglesia comenzó un proceso de crecimiento que le ha hecho mudar el carapacho varias veces a lo largo de su historia, como lo hacen los crustáceos. Y ha logrado sobrevivir todos los cambios gracias al Espíritu que el mismo Jesús nos dejó, y que la ha guiado para asegurar el cumplimento de la promesa de Jesús al momento de establecer el primado de Pedro, de que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella (Mt 16,18).

El Concilio Vaticano II, convocado por el Beato Juan XXIII por inspiración del Espíritu Santo, representó un “salto cuántico” para nuestra Iglesia, atendiendo al llamado del pontífice para una puesta al día (“aggiornamento”) de la Iglesia. Allí no se abolió la ley ni los profetas, se continuó el proceso de “darle plenitud” a tenor con los “signos de los tiempos”. Pasó casi un siglo entre el Vaticano I, que nunca concluyó (1869-1970), y el Vaticano II (1962-65). La vertiginosidad de los cambios sociales ocurridos desde el Vaticano II, propiciados en parte por la explosión tecnológica y en los medios de comunicación, tal vez ameritan un nuevo intento de “aggiornamento” de la Iglesia.

El Espíritu siempre ha guiado a la Iglesia, especialmente en los momentos más difíciles de su historia. No hay duda, la barca de Pedro está capeando una tormenta. Pidamos al Espíritu que nos envíe un pontífice que capitanee la Barca hacia donde el Dios Uno y Trino quiere, por encima de las presiones de uno u otro grupo.