REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DUODÉCIMA SEMANA DEL T.O. (1) 23-06-21

“Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces”.

Como primera lectura para hoy (Gn 15,1-12.17-18), la liturgia continúa presentándonos la historia de Abrán y las promesas divinas que culminarán en la Alianza entre Dios y él y su descendencia (Cfr. Gn 17).

Abraham se presenta a todo el pueblo judeo-cristiano como modelo de fe y de respuesta a Dios. Yahvé le ordenó dejar tierra, patria y parentela a cambio de una triple promesa: tierra, descendencia y bendición. Esa palabra de Dios se convirtió para él en mandato, promesa y anuncio, y su respuesta fue obediencia, esperanza y fe. La fe de Abrán fue la que hizo posible la Alianza entre Dios y su pueblo.

En este pasaje Dios le reitera a Abrán su promesa de una descendencia numerosa, esta vez comparándola con las estrellas del cielo. Más adelante, cuando pacte con él la Alianza, le cambiará el nombre por Abraham, que quiere decir “padre de muchedumbre de pueblos” (del hebreo “Ab” = Padre, y “ham” = muchedumbre). Abraham confió y esperó pacientemente durante veinticinco años el nacimiento del “hijo de la promesa”. Tenía setenta y cinco años cuando salió de Ur de Caldea, y cien cuando nació Isaac (Gn 21,5).

¡Cuán diferente ocurre con nosotros, que si Dios no nos “complace” nuestras peticiones con premura nos desesperamos, y hasta renegamos de Él!

La lectura nos presenta también a Dios reiterando la promesa de una tierra abundante: “A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Éufrates”.

En la lectura evangélica (Mt 7,15-20) Jesús advierte a sus discípulos contra los falsos profetas: “Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis”. Jesús nos señala que los falsos profetas son exteriormente iguales a los auténticos. Y cuando hablamos de “profetas” nos referimos también a laicos comprometidos, movimientos, religiosos, y hasta sacerdotes. Jesús lo vivió en su tiempo en la persona de los fariseos y escribas, personas muy “religiosas” y “cumplidoras de la ley”, quienes bajo esa “piel de oveja” ocultaban un lobo rapaz.

Hemos dicho en otras ocasiones que, desgraciadamente, el fariseísmo está “vivo y coleando” en nuestra realidad religiosa. Aunque afortunadamente no es la norma, existen en nuestra Iglesia los “lobos cubiertos con piel de oveja”. Pero Jesús nos da la fórmula para descubrirlos: “Por sus frutos los conoceréis”. Hay que ver cómo actúan, eso los delata inmediatamente, pues el verdadero seguidor de Cristo es una persona humilde y dócil al Espíritu.

Jesús utiliza la metáfora del árbol: “Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos”.

Pero más que levantar un dedo acusador contra aquellos que podamos considerar “falsos profetas”, examinemos nuestra propia vida y nuestra fe. Mis actuaciones, ¿son realmente un reflejo de mi disposición interior, o son una “piel de oveja” que oculta el lobo rapaz que habita en mi interior? Mis actuaciones en la vida parroquial, ¿guardan relación con mis pensamientos y mis actuaciones cuando “nadie me ve”? ¿Soy un árbol sano?

¡Cuidado! Jesús es misericordioso pero también es severo: “El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego”.

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL T.O. (A) 04-10-20

Pero los labradores se dijeron: “Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”.

La liturgia nos ofrece para hoy la versión de Mateo de “parábola de los viñadores homicidas” (Mt  21,33-46). En esta parte del Evangelio estamos leyendo los últimos días de Jesús en Jerusalén. Él sabe que su muerte está cerca; sabe que el complot para asesinarle está culminando. Por eso la lectura comienza identificando a los destinatarios de la parábola: los sumos sacerdotes y los ancianos.

Jesús aprovecha el conocimiento de las Escrituras por parte de ese grupo y utiliza figuras y alegorías del Antiguo Testamento para desarrollar su parábola. “Había un propietario que plantó una viña”… En el lenguaje bíblico la “viña” representa el pueblo de Israel. Luego describe los cuidados que el hombre tiene con esa viña: la cerca, el lagar, la casa del guarda… Los cuidados de Dios para con su pueblo. Es el buen viñador que se esmera y cuida de su viña para que de buenos frutos. La alegoría de la viña está tomada de Is 5,1-7, que se nos ofrece hoy como primera lectura. También la encontramos en Jr 2,21 y Ez 17,6; 10,10.

El hombre (Dios) encomienda su viña (pueblo) a unos labradores, que representan a las autoridades. La parábola nos narra cómo el viñador envió uno tras otro criado para percibir su participación del fruto de la viña, y uno tras otro fueron rechazados con un patrón de violencia que seguía escalando, incluyendo insultos, palizas y asesinatos. No tenemos más que examinar la suerte de los profetas y otros enviados de Dios a lo largo de la historia del pueblo de Israel para ver “retratada” la suerte de los enviados del Dueño de la viña a pedir cuentas a los “labradores”.

Pero Dios, que es todo amor, no responde a la violencia con violencia. En un acto de amor infinito, decide enviar a su hijo, pensando: “Tendrán respeto a mi hijo”. Aquí Jesús alude a las palabras del Padre durante su Bautismo (Mt 3,17), y en la Transfiguración (Mt 17,5b). No hay duda, se refiere a Él mismo. Jesús está anunciando su final: “Pero los labradores se dijeron: ‘Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron”. Las autoridades judías, al igual que los labradores, aprovecharon el acto de generosidad de Dios al enviarle su único Hijo para asesinarlo y “adueñarse” del pueblo elegido de Dios.

“Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?” La respuesta obvia la dan ellos mismos. “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos”. Alude entonces al Salmo 117: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.

Los dirigentes judíos rechazaron y asesinaron al Hijo, rechazaron la “piedra angular”, y llevaron al pueblo a su destrucción como nación. Así, Jesús, el Hijo, se convirtió en “piedra angular” de los pueblos paganos, y nosotros somos sus herederos: “…arrendará la viña a otros labradores”.