REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA TRIGÉSIMA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2) 22-11-22

“Alguien como un Hijo de hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada”.

En la lectura evangélica que nos ofrece la liturgia de hoy (Lc 21,5-11), un fragmento del Evangelio que leímos el pasado domingo XXXIII de este ciclo C, Jesús utiliza un lenguaje simbólico muy familiar para los judíos de su época, el llamado género apocalíptico, una especie de “código” que todos comprendían.

Esta lectura nos sitúa en el comienzo del último discurso de Jesús, el llamado “discurso escatológico”, en el cual se mezclan dos eventos: el fin de Jerusalén y el fin del mundo, siendo el primero un símbolo del segundo. De hecho, todas las lecturas que hemos estado contemplando durante el final del tiempo ordinario tienen sabor escatológico; tratan de la destrucción de Jerusalén, el final de los tiempos, el juicio, y la instauración del Reinado de Dios al final de la historia.

En otras ocasiones hemos dicho que, al enfrentarnos a estas lecturas, no podemos hacer una lectura literal de los textos, so pena de caer en interpretaciones erróneas y pasar por alto su sentido profundo.

La primera lectura (Ap 14,14-19), participa del mismo género y nos presenta dos eventos distintos.

En el primero el “Hijo del Hombre” (Cfr. Dn 7,13-14) siega la mies metiendo su oz afilada, “y la tierra quedó segada”, y nos apunta, por un lado, al Juicio por parte del Hijo, a quien el Padre “le ha dado poder para juzgar porque es Hijo del Hombre” (Jn 5,27), y por otro lado al que Él mismo nos presenta en la parábola de cizaña (Mt 25,31-34), donde esta será quemada y el trigo recogido en el granero del Señor.

Al comienzo del pasaje que contemplamos hoy, Juan nos presenta un detalle importante sobre este Hijo del Hombre. Nos dice que “tenía en la cabeza una corona de oro”. Esto apunta su Señorío, a su carácter del Rey del Universo cuya solemnidad celebramos el último domingo del tiempo ordinario; el que ha de juzgar a las naciones (Jl 4,12).

El segundo episodio, distinto al primero, nos presenta la siega de las uvas, no por manos del Hijo de Hombre, sino por un ángel que sale del santuario y es instruido a meter la oz y vendimiar las uvas, echándola luego en “el gran lagar de la ira de Dios”. El lagar es el lugar donde se pisan las uvas para extraer el mosto.  Esta imagen nos remite a Ap 19,15: “De su boca sale una espada afilada para herir con ella a los paganos; él los regirá con cetro de hierro; él pisa el lagar del vino de la furiosa cólera de Dios, el Todopoderoso”. El juicio de los impíos.

No hay duda, el Juicio es real y todos seremos sometidos a él. Allí se separarán los justos de los impíos, los buenos de los malos, las ovejas de las cabras, el trigo de la cizaña. Y los primeros entrarán a la casa del Padre, y los otros al fuego eterno, donde será el “llanto y el rechinar de dientes” (Lc 13,28).

Nosotros los cristianos no debemos preocuparnos ni perder sueño por el día ni la hora. Lo importante es estar preparados, para que cuando llegue el novio, nos encuentre con las lámparas encendidas y aceite para alimentarlas. Así entraremos con Él a la sala nupcial (Mt 25,1-13).

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL T.O. (A) 04-10-20

Pero los labradores se dijeron: “Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”.

La liturgia nos ofrece para hoy la versión de Mateo de “parábola de los viñadores homicidas” (Mt  21,33-46). En esta parte del Evangelio estamos leyendo los últimos días de Jesús en Jerusalén. Él sabe que su muerte está cerca; sabe que el complot para asesinarle está culminando. Por eso la lectura comienza identificando a los destinatarios de la parábola: los sumos sacerdotes y los ancianos.

Jesús aprovecha el conocimiento de las Escrituras por parte de ese grupo y utiliza figuras y alegorías del Antiguo Testamento para desarrollar su parábola. “Había un propietario que plantó una viña”… En el lenguaje bíblico la “viña” representa el pueblo de Israel. Luego describe los cuidados que el hombre tiene con esa viña: la cerca, el lagar, la casa del guarda… Los cuidados de Dios para con su pueblo. Es el buen viñador que se esmera y cuida de su viña para que de buenos frutos. La alegoría de la viña está tomada de Is 5,1-7, que se nos ofrece hoy como primera lectura. También la encontramos en Jr 2,21 y Ez 17,6; 10,10.

El hombre (Dios) encomienda su viña (pueblo) a unos labradores, que representan a las autoridades. La parábola nos narra cómo el viñador envió uno tras otro criado para percibir su participación del fruto de la viña, y uno tras otro fueron rechazados con un patrón de violencia que seguía escalando, incluyendo insultos, palizas y asesinatos. No tenemos más que examinar la suerte de los profetas y otros enviados de Dios a lo largo de la historia del pueblo de Israel para ver “retratada” la suerte de los enviados del Dueño de la viña a pedir cuentas a los “labradores”.

Pero Dios, que es todo amor, no responde a la violencia con violencia. En un acto de amor infinito, decide enviar a su hijo, pensando: “Tendrán respeto a mi hijo”. Aquí Jesús alude a las palabras del Padre durante su Bautismo (Mt 3,17), y en la Transfiguración (Mt 17,5b). No hay duda, se refiere a Él mismo. Jesús está anunciando su final: “Pero los labradores se dijeron: ‘Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron”. Las autoridades judías, al igual que los labradores, aprovecharon el acto de generosidad de Dios al enviarle su único Hijo para asesinarlo y “adueñarse” del pueblo elegido de Dios.

“Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?” La respuesta obvia la dan ellos mismos. “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos”. Alude entonces al Salmo 117: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.

Los dirigentes judíos rechazaron y asesinaron al Hijo, rechazaron la “piedra angular”, y llevaron al pueblo a su destrucción como nación. Así, Jesús, el Hijo, se convirtió en “piedra angular” de los pueblos paganos, y nosotros somos sus herederos: “…arrendará la viña a otros labradores”.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA NOVENA SEMANA DEL T.O (2) 01-06-20

“Un hombre plantó una viña”…

Hoy retomamos el tiempo durante el año, o tiempo ordinario, y la liturgia nos presenta la “parábola de los labradores asesinos” (Mc 12,1-12). En esta parte del Evangelio según san Marcos estamos leyendo los últimos días de Jesús en Jerusalén. Él sabe que su muerte está cerca; sabe que el complot para asesinarle está culminando; y dedica esta parábola a sus enemigos para dejarles saber que conoce sus planes. Y ellos, que no tienen la conciencia limpia, se dan por aludidos: “veían que la parábola iba por ellos”…

Jesús se encuentra rodeado de esa multitud anónima que lo seguía a todas partes, compuesta por gente del pueblo y, entremezclada entre ellos, miembros o enviados del Sanedrín, que estaban esperando el momento oportuno para arrestarle. Por eso la lectura comienza identificando a los destinatarios de la parábola: los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.

Jesús aprovecha el conocimiento de las Escrituras por parte de ese grupo y utiliza figuras y alegorías del Antiguo Testamento para desarrollar su parábola. “Un hombre plantó una viña”. En el lenguaje bíblico la “viña” representa el pueblo de Israel. Luego describe los cuidados que el hombre tiene con esa viña: la cerca, el lagar, la casa del guarda… Los cuidados de Dios para con su pueblo. Es el buen viñador que se esmera y cuida de su viña para que de buenos frutos. La alegoría de la viña está tomada de Is 5,1-7. También la encontramos en Jr 2,21 y Ez 17,6; 10,10.

El hombre (Dios) encomienda su viña (pueblo) a unos labradores, que representan a las autoridades. La parábola nos narra cómo el viñador envió uno tras otro criado para percibir su participación del fruto de la viña, y uno tras otro fueron rechazados con un patrón de violencia que seguía escalando, incluyendo insultos, palizas y asesinatos. No tenemos más que examinar la suerte de los profetas y otros enviados de Dios a lo largo de la historia del pueblo de Israel para ver “retratada” la suerte de los enviados del Dueño de la viña a pedir cuentas a los “labradores”.

Pero Dios, que es todo amor, no responde a la violencia con violencia. En un acto de amor infinito, decide enviar a su “hijo amado”. Aquí Jesús alude a las palabras del Padre durante su Bautismo (Mt 3,17), y en la Transfiguración (Mt 17,5b). No hay duda, se refiere a Él mismo. Jesús está anunciando su final: “Pero los labradores se dijeron: ‘Éste es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia’. Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña”. Las autoridades judías, al igual que los labradores, aprovecharon el acto de generosidad de Dios al enviarle su único Hijo para asesinarlo y “adueñarse” del pueblo elegido de Dios.

“¿Qué hará el dueño de la viña?” Jesús les advierte lo que ocurrirá con el pueblo de Israel. “Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros”. Alude entonces al Salmo 117: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. Los dirigentes judíos rechazaron y asesinaron al Hijo, rechazaron la “piedra angular”, y llevaron al pueblo a su destrucción como nación. Así, Jesús, el Hijo, se convirtió en “piedra angular” de los pueblos paganos, y nosotros somos sus herederos: “…arrendará la viña a otros”.

Que pasen una hermosa semana llena de bendiciones.