REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 21-10-22

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio…”

Llamamos “signos de los tiempos” a todos los acontecimientos que percibimos en nuestro entorno, positivos y negativos, colectivos y personales, los cuales, leídos a la luz del Evangelio, nos dejan un mensaje interpelante de Dios, nos hacen tomar acción, actuar, acorde a las enseñanzas de ese Evangelio.

A eso es que se refiere Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 12,54-59) cuando dice a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4). Con esa aseveración comienza la exposición preliminar de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.

Más adelante, el mismo documento conciliar nos dice que: “Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios”.

Por eso se dice que la Palabra de Dios no es un mensaje del pasado, sino que es una “Palabra viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de doble filo” (Hb 4,12), y aunque fue escrita hace casi dos mil años, es tan válida hoy como lo fue entonces.

En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a tomar conciencia de los acontecimientos de este mundo tan convulso en que vivimos, a “darnos cuenta” del momento que vivimos, y examinarlos a la luz de su Palabra, esa Palabra que interpela, ante la cual no podemos permanecer indiferentes. Cada uno de nosotros tiene que hacer lo que le corresponde según los carismas que el Espíritu nos haya conferido a cada cual. Los de su tiempo no supieron hacerlo, y perdieron la oportunidad de sus vidas.

Todavía estamos a tiempo, pero Jesús nos advierte de la posibilidad que ese tiempo sea corto: “Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de discernimiento para poder identificar interpretar los signos de los tiempos a la luz de su Palabra, de manera que podamos tomar todas las acciones a nuestro alcance para adelantar la instauración del Reino.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA 12-05-22

Eso implica amar sin límites, hasta que duela, como nos dice santa Madre Teresa de Calcuta.

La primera lectura de hoy (Hc 13,13-25) continúa presentándonos la expansión de la Iglesia por el mundo greco-romano. Expansión que llevaría la Buena Noticia a los confines del mundo conocido, obedeciendo el mandato de Jesús a sus discípulos antes de su ascensión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).

En el pasaje de hoy, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos relata el comienzo de la misión de Pablo y Bernabé. Guiado por el Espíritu Santo, Pablo “actualiza” el Antiguo Testamento, narrando a los que estaban congregados en la sinagoga de Antioquía la historia del pueblo de Israel, todas las obras maravillosas que Dios había hecho por su Pueblo elegido, y cómo en la persona de Jesús esas obras habían encontrado su culminación. La transición de la Antigua Alianza a la Nueva Alianza, sellada con la sangre derramada por Jesús en la Cruz.

Esta lectura nos enseña que no nos podemos limitar a “leer” las Sagradas Escrituras; que tenemos que actualizarlas, encontrar el mensaje de Jesús resucitado en los “signos de los tiempos”, en todos los acontecimientos, positivos y negativos, personales y colectivos, los cuales, cuando los interpretamos a la luz del Evangelio, nos transmiten un mensaje interpelante de Cristo. Es la continuación de la Historia de la Salvación, de la cual somos testigos y protagonistas junto al Resucitado.

La lectura evangélica (Jn 13,16-20) nos narra las palabras de Jesús a sus discípulos luego de la lavarles los pies: “Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”. Con estas palabras Jesús quiere explicar a los discípulos (y a nosotros) el alcance del gesto que acaba de realizar, y que ha de ser el norte de la conducta de sus seguidores, pero sobre todo el significado de la Ley del Amor.

El discípulo de Jesús tiene que seguir sus pasos. Eso implica amar sin límites, hasta que duela, como nos dice santa Madre Teresa de Calcuta. No se trata meramente de “imitar” la conducta de Jesús, se trata de sentir igual que Él, de amar igual que Él, de convertirse en servidor incondicional, en “esclavo” del hermano, por amor.

Jesús continúa diciéndonos lo que espera de nosotros, y cada vez nos parece más difícil cumplir con esa expectativa. Eso nos obliga a hacer introspección, no de nuestra conducta exterior, sino de nuestra vida, de nuestro “ser”. ¿Soy un verdadero “servidor”? ¿Hasta dónde estoy dispuesto a servir? ¿A quién sirvo? Jesús nos ha dado la medida y nos ha dicho: “dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”.

Jesús sabe que va a ser traicionado. Y aun así lava los pies del que lo va a traicionar, se convierte en su esclavo. Y es en esa traición que nos va a revelar su divinidad (¡qué misterio!): “Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que Yo Soy”. “Yo soy”, el nombre que Dios le reveló a Moisés en la zarza ardiendo (Ex 3,14).

Esta lectura nos invita a preguntarnos: ¿Soy un “admirador” de Jesús o soy otro “cristo” (Gál 2,20)?

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (1) 22-10-21

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio…”

Llamamos “signos de los tiempos” a todos los acontecimientos que percibimos en nuestro entorno, positivos y negativos, colectivos y personales, los cuales, leídos a la luz del Evangelio, nos dejan un mensaje interpelante de Dios, nos hacen tomar acción, actuar, acorde a las enseñanzas de ese Evangelio.

A eso es que se refiere Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 12,54-59) cuando dice a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4). Con esa aseveración comienza la exposición preliminar de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.

Más adelante, el mismo documento conciliar nos dice que: “Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios”.

Por eso se dice que la Palabra de Dios no es un mensaje del pasado, sino que es una “Palabra viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de doble filo” (Hb 4,12), y aunque fue escrita hace casi dos mil años, es tan válida hoy como lo fue entonces.

En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a tomar conciencia de los acontecimientos de este mundo tan convulso en que vivimos, a “darnos cuenta” del momento que vivimos, y examinarlos a la luz de su Palabra, esa Palabra que interpela, ante la cual no podemos permanecer indiferentes. Cada uno de nosotros tiene que hacer lo que le corresponde según los carismas que el Espíritu nos haya conferido a cada cual. Los de su tiempo no supieron hacerlo, y perdieron la oportunidad de sus vidas.

Todavía estamos a tiempo, pero Jesús nos advierte de la posibilidad que ese tiempo sea corto: “Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de discernimiento para poder identificar interpretar los signos de los tiempos a la luz de su Palabra, especialmente en estos tiempos de pandemia, de manera que podamos tomar todas las acciones a nuestro alcance para adelantar la instauración del Reino.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 23-10-20

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio…”

Llamamos “signos de los tiempos” a todos los acontecimientos que percibimos en nuestro entorno, positivos y negativos, colectivos y personales, los cuales, leídos a la luz del Evangelio, nos dejan un mensaje interpelante de Dios, nos hacen tomar acción acorde a las enseñanzas de ese Evangelio.

A eso es que se refiere Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 12,54-59) cuando dice a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4). Con esa aseveración comienza la exposición preliminar de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.

Más adelante, el mismo documento conciliar nos dice que: “Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios”.

Por eso se dice que la Palabra de Dios no es un mensaje del pasado, sino que es una “Palabra viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de doble filo” (Hb 4,12), y aunque fue escrita hace casi dos mil años, es tan válida hoy como lo fue entonces.

En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a tomar conciencia de los acontecimientos de este mundo tan convulso en que vivimos, a “darnos cuenta” del momento que vivimos, y examinarlos a la luz de su Palabra, esa Palabra que interpela, ante la cual no podemos permanecer indiferentes. Cada uno de nosotros tiene que hacer lo que le corresponde según los carismas que el Espíritu nos haya conferido a cada cual. Los de su tiempo no supieron hacerlo, y perdieron la oportunidad de sus vidas.

Todavía estamos a tiempo, pero Jesús nos advierte de la posibilidad que ese tiempo sea corto: “Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de discernimiento para poder identificar e interpretar los signos de los tiempos, especialmente en estos tiempos de pandemia, a la luz de su Palabra, de manera que podamos tomar todas las acciones a nuestro alcance para adelantar la instauración del Reino.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA 07-05-20

No podemos limitarnos a “leer” las Sagradas Escrituras; tenemos que actualizarlas, encontrar el mensaje de Jesús resucitado en los “signos de los tiempos”.

La primera lectura de hoy (Hc 13,13-25) continúa presentándonos la expansión de la Iglesia por el mundo greco-romano. Expansión que llevaría la Buena Noticia a los confines del mundo conocido, obedeciendo el mandato de Jesús a sus discípulos antes de su ascensión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).

En el pasaje de hoy, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos relata el comienzo de la misión de Pablo y Bernabé. Guiado por el Espíritu Santo, Pablo “actualiza” el Antiguo Testamento, narrando a los que estaban congregados en la sinagoga de Antioquía la historia del pueblo de Israel, todas las obras maravillosas que Dios había hecho por su Pueblo elegido, y cómo en la persona de Jesús esas obras habían encontrado su culminación. La transición de la Antigua Alianza a la Nueva Alianza, sellada con la sangre derramada por Jesús en la Cruz.

Esta lectura nos enseña que no podemos limitarnos a “leer” las Sagradas Escrituras; que tenemos que actualizarlas, encontrar el mensaje de Jesús resucitado en los “signos de los tiempos”, en todos los acontecimientos, positivos y negativos, personales y colectivos, los cuales, cuando los interpretamos a la luz del Evangelio, nos transmiten un mensaje interpelante de Cristo. Es la continuación de la Historia de la Salvación, de la cual somos testigos y protagonistas junto al Resucitado.

Hoy día tenemos que preguntarnos: ¿Qué mensaje interpelante de Cristo nos está comunicando esta pandemia cuando la interpretamos a la luz del Evangelio?

La lectura evangélica (Jn 13,16-20), por su parte, nos narra las palabras de Jesús a sus discípulos luego de la lavarles los pies durante la última cena: “Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”. Con estas palabras Jesús quiere explicar a los discípulos (y a nosotros) el alcance del gesto que acaba de realizar, y que ha de ser el norte de la conducta de sus seguidores, pero sobre todo el significado de la Ley del Amor.

El discípulo de Jesús tiene que seguir sus pasos. Eso implica amar sin límites, hasta que duela, como nos dice santa Madre Teresa de Calcuta. No se trata meramente de “imitar” la conducta de Jesús, se trata de sentir igual que Él, de amar igual que Él, de convertirse en servidor incondicional, en “esclavo” del hermano, por amor.

Jesús continúa diciéndonos lo que espera de nosotros, y cada vez nos parece más difícil cumplir con esa expectativa. Eso nos obliga a hacer introspección, no de nuestra conducta exterior, sino de nuestra vida, de nuestro “ser”. ¿Soy un verdadero “servidor”? ¿Hasta dónde estoy dispuesto a servir? ¿A quién sirvo? Jesús nos ha dado la medida y nos ha dicho: “dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”.

Jesús sabe que va a ser traicionado. Y aun así lava los pies del que lo va a traicionar, se convierte en su esclavo. Y es en esa traición que nos va a revelar su divinidad (¡qué misterio!): “Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que Yo Soy”. “Yo soy”, el nombre que Dios le reveló a Moisés en la zarza ardiendo (Ex 3,14).

Esta lectura nos invita a preguntarnos: ¿Soy un “admirador” de Jesús o soy otro “cristo” (Gál 2,20)? Solo si optamos por lo segundo podremos entender los signos de los tiempos…