REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 21-10-22

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio…”

Llamamos “signos de los tiempos” a todos los acontecimientos que percibimos en nuestro entorno, positivos y negativos, colectivos y personales, los cuales, leídos a la luz del Evangelio, nos dejan un mensaje interpelante de Dios, nos hacen tomar acción, actuar, acorde a las enseñanzas de ese Evangelio.

A eso es que se refiere Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 12,54-59) cuando dice a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4). Con esa aseveración comienza la exposición preliminar de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.

Más adelante, el mismo documento conciliar nos dice que: “Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios”.

Por eso se dice que la Palabra de Dios no es un mensaje del pasado, sino que es una “Palabra viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de doble filo” (Hb 4,12), y aunque fue escrita hace casi dos mil años, es tan válida hoy como lo fue entonces.

En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a tomar conciencia de los acontecimientos de este mundo tan convulso en que vivimos, a “darnos cuenta” del momento que vivimos, y examinarlos a la luz de su Palabra, esa Palabra que interpela, ante la cual no podemos permanecer indiferentes. Cada uno de nosotros tiene que hacer lo que le corresponde según los carismas que el Espíritu nos haya conferido a cada cual. Los de su tiempo no supieron hacerlo, y perdieron la oportunidad de sus vidas.

Todavía estamos a tiempo, pero Jesús nos advierte de la posibilidad que ese tiempo sea corto: “Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de discernimiento para poder identificar interpretar los signos de los tiempos a la luz de su Palabra, de manera que podamos tomar todas las acciones a nuestro alcance para adelantar la instauración del Reino.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DEL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA 24-06-22

“Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios”.

Hoy celebramos la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, patrono de la Arquidiócesis de San Juan, Puerto Rico (y nombre que le dieron a la Isla los colonizadores españoles). La Iglesia habitualmente recuerda el día de la muerte de los santos y santas. Esta fiesta es una de dos excepciones (la otra es la Virgen María, cuyo nacimiento celebramos el 8 de septiembre). Estos dos nacimientos, junto al de Jesús el 25 de diciembre, son los únicos nacimientos que la Iglesia celebra.

Para este día la liturgia nos presenta como primera lectura el “segundo canto del Siervo” del libro del profeta Isaías (49,1-6), uno de los cantos vocacionales más hermosos de la Biblia, y que puede muy bien referirse al llamado particular de cada uno de nosotros.

Cada vez que leo el evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 1,57-66.80), viene a mi mente este pasaje tomado de uno de mis libros favoritos, Te he llamado por tu nombre, de Piet Van Breemen: “Antes de que mis padres escogieran mi nombre, Dios ya lo tenía en su pensamiento. Me llamó por mi nombre, y existí; me dio mi nombre, y gracias a él los demás pueden dirigirse a mí, y yo puedo responder, ser responsable. Dios sigue pronunciando mi nombre, y de ese modo me llama a ponerme incesantemente en marcha, a estar en continuo crecimiento”.

Desde la eternidad, Dios ya nos había pensado y, más aún, sabía nuestro nombre; y ese nombre va atado a una misión que Él mismo ha encomendado a cada uno de nosotros. Por eso somos únicos, irrepetibles; y por eso nuestra misión, aunque parezca sencilla, forma parte de ese plan maestro de Dios que llamamos historia de la salvación.

Ese fue el caso de Juan el Bautista. Al igual que ocurre muchas veces hoy día, pretendían poner al niño el mismo nombre de su padre: Zacarías. Pero Dios tenía otros planes. “¡No! Se va a llamar Juan”, exclamó su madre Isabel, inspirada tal vez por el Espíritu Santo con que María la había contagiado en la Visitación (Lc 1,39-56); el mismo nombre que el Ángel le había anunciado a Zacarías al informarle que su esposa, la que llamaban estéril, iba a dar a luz un hijo. Por eso Zacarías escribe en una tablilla: “Juan es su nombre”; y en cumplimento de lo profetizado por el ángel (1,20) recupera su voz.

El nombre escogido por Dios para el niño, Juan, significa “Dios es propicio” (o misericordioso), y también “Don de Dios”, y apunta a la inminencia e importancia del camino que Juan habrá de preparar: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”, porque Jesús llega (Cfr. Lc 3,4). Cuando Dios piensa nuestro nombre, en el mismo va implícita la misión que tenemos que desempeñar en la vida, es decir nuestra vocación.

En esta solemnidad de San Juan Bautista, pidamos al Señor que nos ayude a discernir cuál es la misión que Él tenía en mente para cada uno de nosotros el día en que nos llamó por nuestro nombre, y existimos…

¿Quieres saber qué criterios utiliza el Magisterio de la Iglesia para aprobar las apariciones marianas?

Para hacerlo sigue el siguiente enlace para disfrutar del más reciente vídeo en nuestro canal de YouTube, De la mano de María TV, sobre los
Criterios para determinar la autenticidad de las apariciones marianas: https://www.youtube.com/watch?v=KGrwHMA71gE

¡Recuerda suscribirte y pulsar la campanita para recibir notificaciones cada vez que se publique un vídeo!

Bendiciones.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (1) 22-10-21

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio…”

Llamamos “signos de los tiempos” a todos los acontecimientos que percibimos en nuestro entorno, positivos y negativos, colectivos y personales, los cuales, leídos a la luz del Evangelio, nos dejan un mensaje interpelante de Dios, nos hacen tomar acción, actuar, acorde a las enseñanzas de ese Evangelio.

A eso es que se refiere Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 12,54-59) cuando dice a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4). Con esa aseveración comienza la exposición preliminar de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.

Más adelante, el mismo documento conciliar nos dice que: “Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios”.

Por eso se dice que la Palabra de Dios no es un mensaje del pasado, sino que es una “Palabra viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de doble filo” (Hb 4,12), y aunque fue escrita hace casi dos mil años, es tan válida hoy como lo fue entonces.

En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a tomar conciencia de los acontecimientos de este mundo tan convulso en que vivimos, a “darnos cuenta” del momento que vivimos, y examinarlos a la luz de su Palabra, esa Palabra que interpela, ante la cual no podemos permanecer indiferentes. Cada uno de nosotros tiene que hacer lo que le corresponde según los carismas que el Espíritu nos haya conferido a cada cual. Los de su tiempo no supieron hacerlo, y perdieron la oportunidad de sus vidas.

Todavía estamos a tiempo, pero Jesús nos advierte de la posibilidad que ese tiempo sea corto: “Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de discernimiento para poder identificar interpretar los signos de los tiempos a la luz de su Palabra, especialmente en estos tiempos de pandemia, de manera que podamos tomar todas las acciones a nuestro alcance para adelantar la instauración del Reino.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DEL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA 24-06-21

“Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios”.

Hoy celebramos la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, patrono de la Arquidiócesis de San Juan, Puerto Rico. La Iglesia habitualmente recuerda el día de la muerte de los santos y santas. Esta fiesta es una de dos excepciones (la otra es la Virgen María, cuyo nacimiento celebramos el 8 de septiembre). Estos dos nacimientos, junto al de Jesús el 25 de diciembre, son los únicos nacimientos que la Iglesia celebra.

Para este día la liturgia nos presenta como primera lectura el “segundo canto del Siervo” del libro del profeta Isaías (49,1-6), uno de los cantos vocacionales más hermosos de la Biblia, y que puede muy bien referirse al llamado particular de cada uno de nosotros.

Cada vez que leo el evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 1,57-66.80), viene a mi mente este pasaje tomado de uno de mis libros favoritos, Te he llamado por tu nombre, de Piet Van Breemen: “Antes de que mis padres escogieran mi nombre, Dios ya lo tenía en su pensamiento. Me llamó por mi nombre, y existí; me dio mi nombre, y gracias a él los demás pueden dirigirse a mí, y yo puedo responder, ser responsable. Dios sigue pronunciando mi nombre, y de ese modo me llama a ponerme incesantemente en marcha, a estar en continuo crecimiento”.

Desde la eternidad, Dios ya nos había pensado y, más aún, sabía nuestro nombre; y ese nombre va atado a una misión que Él mismo ha encomendado a cada uno de nosotros. Por eso somos únicos, irrepetibles; y por eso nuestra misión, aunque parezca sencilla, forma parte de ese plan maestro de Dios que llamamos historia de la salvación.

Ese fue el caso de Juan el Bautista. Al igual que ocurre muchas veces hoy día, pretendían poner al niño el mismo nombre de su padre: Zacarías. Pero Dios tenía otros planes. “¡No! Se va a llamar Juan”, exclamó su madre Isabel, inspirada tal vez por el Espíritu Santo con que María la había contagiado en la Visitación (Lc 1,39-56); el mismo nombre que el Ángel le había anunciado a Zacarías al informarle que su esposa, la que llamaban estéril, iba a dar a luz un hijo. Por eso Zacarías escribe en una tablilla: “Juan es su nombre”; y en cumplimento de lo profetizado por el ángel (1,20) recupera su voz.

El nombre escogido por Dios para el niño, Juan, significa “Dios es propicio” (o misericordioso), y también “Don de Dios”, y apunta a la inminencia e importancia del camino que Juan habrá de preparar: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”, porque Jesús llega (Cfr. Lc 3,4). Cuando Dios piensa nuestro nombre, en el mismo va implícita la misión que tenemos que desempeñar en la vida, es decir nuestra vocación.

En esta solemnidad de San Juan Bautista, pidamos al Señor que nos ayude a discernir cuál es la misión que Él tenía en mente para cada uno de nosotros el día en que nos llamó por nuestro nombre, y existimos…

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 23-10-20

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio…”

Llamamos “signos de los tiempos” a todos los acontecimientos que percibimos en nuestro entorno, positivos y negativos, colectivos y personales, los cuales, leídos a la luz del Evangelio, nos dejan un mensaje interpelante de Dios, nos hacen tomar acción acorde a las enseñanzas de ese Evangelio.

A eso es que se refiere Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 12,54-59) cuando dice a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4). Con esa aseveración comienza la exposición preliminar de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.

Más adelante, el mismo documento conciliar nos dice que: “Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios”.

Por eso se dice que la Palabra de Dios no es un mensaje del pasado, sino que es una “Palabra viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de doble filo” (Hb 4,12), y aunque fue escrita hace casi dos mil años, es tan válida hoy como lo fue entonces.

En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a tomar conciencia de los acontecimientos de este mundo tan convulso en que vivimos, a “darnos cuenta” del momento que vivimos, y examinarlos a la luz de su Palabra, esa Palabra que interpela, ante la cual no podemos permanecer indiferentes. Cada uno de nosotros tiene que hacer lo que le corresponde según los carismas que el Espíritu nos haya conferido a cada cual. Los de su tiempo no supieron hacerlo, y perdieron la oportunidad de sus vidas.

Todavía estamos a tiempo, pero Jesús nos advierte de la posibilidad que ese tiempo sea corto: “Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de discernimiento para poder identificar e interpretar los signos de los tiempos, especialmente en estos tiempos de pandemia, a la luz de su Palabra, de manera que podamos tomar todas las acciones a nuestro alcance para adelantar la instauración del Reino.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA 24-06-20

“Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios”.

Hoy celebramos la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, patrono de la Arquidiócesis de San Juan, Puerto Rico. La Iglesia habitualmente recuerda el día de la muerte de los santos y santas. Esta fiesta es una de dos excepciones (la otra es la Virgen María, cuyo nacimiento celebramos el 8 de septiembre). Estos dos nacimientos, junto al de Jesús el 25 de diciembre, son los únicos nacimientos que la Iglesia celebra.

Para este día la liturgia nos presenta como primera lectura el “segundo canto del Siervo” del libro del profeta Isaías (49,1-6), uno de los cantos vocacionales más hermosos de la Biblia, y que puede muy bien referirse al llamado particular de cada uno de nosotros.

“Antes de que mis padres escogieran mi nombre, Dios ya lo tenía en su pensamiento. Me llamó por mi nombre, y existí; me dio mi nombre, y gracias a él los demás pueden dirigirse a mí, y yo puedo responder, ser responsable. Dios sigue pronunciando mi nombre, y de ese modo me llama a ponerme incesantemente en marcha, a estar en continuo crecimiento”. Cada vez que leo el evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 1,57-66.80), viene a mi mente este pasaje tomado de uno de mis libros favoritos, Te he llamado por tu nombre, de Piet Van Breemen.

Desde la eternidad, Dios ya nos había pensado y, más aún, sabía nuestro nombre; y ese nombre va atado a una misión que Él mismo ha encomendado a cada uno de nosotros. Por eso somos únicos, irrepetibles; y por eso nuestra misión, aunque parezca sencilla, forma parte de ese plan maestro de Dios que llamamos historia de la salvación.

Ese fue el caso de Juan el Bautista. Al igual que ocurre muchas veces hoy día, pretendían poner al niño el mismo nombre de su padre: Zacarías. Pero Dios tenía otros planes. “¡No! Se va a llamar Juan”, exclamó su madre Isabel, inspirada tal vez por el Espíritu Santo con que María la había contagiado en la Visitación (Lc 1,39-56); el mismo nombre que el Ángel le había anunciado a Zacarías al informarle que su esposa, la que llamaban estéril, iba a dar a luz un hijo. Por eso Zacarías escribe en una tablilla: “Juan es su nombre”; y en cumplimento de lo profetizado por el ángel (1,20) recupera su voz.

El nombre escogido por Dios para el niño, Juan, significa “Dios es propicio” (o misericordioso), y también “Don de Dios”, y apunta a la inminencia e importancia del camino que Juan habrá de preparar: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”, porque Jesús llega (Cfr. Lc 3,4). Cuando Dios piensa nuestro nombre, en el mismo va implícita la misión que tenemos que desempeñar en la vida, es decir nuestra vocación.

En esta solemnidad de San Juan Bautista, pidamos al Señor que nos ayude a discernir cuál es la misión que Él tenía en mente para cada uno de nosotros el día en que nos llamó por nuestro nombre, y existimos…

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMO NOVENA SEMANA DEL T.O. (1) 25-10-19

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio…”

Llamamos “signos de los tiempos” a todos los acontecimientos que percibimos en nuestro entorno, positivos y negativos, colectivos y personales, los cuales, leídos a la luz del Evangelio, nos dejan un mensaje interpelante de Dios, nos hacen tomar acción acorde a las enseñanzas de ese Evangelio.

A eso es que se refiere Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 12,54-59) cuando dice a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4). Con esa aseveración comienza la exposición preliminar de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.

Más adelante, el mismo documento conciliar nos dice que: “Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios”.

Por eso se dice que la Palabra de Dios no es un mensaje del pasado, sino que es una “Palabra viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de doble filo” (Hb 4,12), y aunque fue escrita hace casi dos mil años, es tan válida hoy como lo fue entonces.

En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a tomar conciencia de los acontecimientos de este mundo tan convulso en que vivimos, a “darnos cuenta” del momento que vivimos, y examinarlos a la luz de su Palabra, esa Palabra que interpela, ante la cual no podemos permanecer indiferentes. Cada uno de nosotros tiene que hacer lo que le corresponde según los carismas que el Espíritu nos haya conferido a cada cual. Los de su tiempo no supieron hacerlo, y perdieron la oportunidad de sus vidas.

Todavía estamos a tiempo, pero Jesús nos advierte de la posibilidad que ese tiempo sea corto: “Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de discernimiento para poder identificar interpretar los signos de los tiempos a la luz de su Palabra, de manera que podamos tomar todas las acciones a nuestro alcance para adelantar la instauración del Reino.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMO SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (1) 11-10-19

La liturgia de hoy continúa presentándonos el Evangelio según san Lucas (11,15-26), específicamente el pasaje en que, ante el magnífico poder demostrado por Jesús para expulsar demonios, algunos “de entre la multitud”, le acusaban de echar demonios por parte de Belzebú, el príncipe de los demonios, o sea Satanás. Debemos recordar que la mentalidad bíblica concibe el universo, y la vida de la humanidad como una batalla entre el bien y el mal, entre los espíritus que “amarran” al hombre a lo natural, y el Espíritu de Dios que lo “libera” permitiéndole participar de la libertad divina. Es la batalla entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal que se refleja en la literatura apocalíptica, en la cual al final siempre ha de prevalecer el bien.

Jesús, luego de enfatizar la importancia de la unidad para poder vencer las fuerzas del mal, anuncia: “si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros”. Con esta aseveración Jesús quiere señalar que un nuevo Reino acaba de instaurarse sobre la tierra, el Reino de Dios, el único capaz de destruir el reino de Satanás, “el gran acusador”, como se nos presenta en esa gran batalla final que nos narra el capítulo 12 del libro del Apocalipsis. La traducción de la frase “el reino de Dios ha llegado a vosotros” que encontramos en la lectura de hoy, suena más contundente en el original griego: “el reino de Dios os ha llegado por sorpresa… de súbito”. Tan de sorpresa que ni el mismo Satanás ha tenido tiempo de esquivar el “golpe” que se le vino encima.

Es el poder del “dedo de Dios”, que en términos bíblicos representa la potencia divina, ya que Dios, con tan solo mover la punta del dedo realiza los actos más portentosos (Cfr. Ex 8,15). No hay duda. Jesús tiene el poder del “dedo de Dios”, el único capaz de derrotar a Satanás.

En esta versión de Lucas encontramos además una alusión al “hombre más fuerte” (algunas versiones dicen “más poderoso”) que puede vencer a su adversario, en una clara alusión al nombre que Juan el Bautista había dado al Mesías (Lc 3,16). Otra señal de la divinidad de Jesús.

Y como para cerrar con broche de oro, Jesús enfatiza una vez más a sus discípulos la radicalidad del seguimiento, la intransigencia que se espera de ellos (y de nosotros) al momento de elegir entre los dos reinos: “El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama”. Si en algo Jesús es claro es en esto; no hay tal cosa como términos medios. O eres frío o eres caliente; porque Él no te quiere tibio (Cfr. Ap 3,15-16).

Hoy, pidamos al Señor, por la intercesión de Nuestra Señora María, la Virgen del Rosario, que nos conceda el don de discernimiento para decir “SÍ”, y escoger y mostrar siempre preferencia por el reino de Dios.

Pidamos también al “más fuerte” que venga en nuestro auxilio y el de nuestro pueblo, para que con el poder del “dedo de Dios”, eche todos los demonios que nos mantienen esclavizados.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMO NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 25-10-18

Llamamos “signos de los tiempos” a todos los acontecimientos que percibimos en nuestro entorno, positivos y negativos, colectivos y personales, los cuales, leídos a la luz del Evangelio, nos dejan un mensaje interpelante de Dios, nos hacen tomar acción acorde a las enseñanzas de ese Evangelio.

A eso es que se refiere Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 12,54-59) cuando dice a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”

“Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4). Con esa aseveración comienza la exposición preliminar de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.

Más adelante, el mismo documento conciliar nos dice que: “Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios”.

Por eso se dice que la Palabra de Dios no es un mensaje del pasado, sino que es una “Palabra viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de doble filo” (Hb 4,12), y aunque fue escrita hace casi dos mil años, es tan válida hoy como lo fue entonces.

En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a tomar conciencia de los acontecimientos de este mundo tan convulso en que vivimos, a “darnos cuenta” del momento que vivimos, y examinarlos a la luz de su Palabra, esa Palabra que interpela, ante la cual no podemos permanecer indiferentes. Cada uno de nosotros tiene que hacer lo que le corresponde según los carismas que el Espíritu nos haya conferido a cada cual. Los de su tiempo no supieron hacerlo, y perdieron la oportunidad de sus vidas.

Todavía estamos a tiempo, pero Jesús nos advierte de la posibilidad que ese tiempo sea corto: “Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda el don de discernimiento para poder identificar interpretar los signos de los tiempos a la luz de su Palabra, de manera que podamos tomar todas las acciones a nuestro alcance para adelantar la instauración del Reino.