REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (2) 25-09-20

“Aprendamos a dirigirnos al Él en oración fervorosa y confiada antes de tomar cualquier decisión importante en nuestras vidas”.

El Evangelio que nos presenta la liturgia de hoy (Lc 9,18-22), es secuela del que leíamos ayer (Lc 9,7-9), cuando Herodes trató de averiguar quién era ese Jesús de quien tanto había oído hablar, y unos le dijeron que era Juan Bautista resucitado, otros que Elías u otro de los grandes profetas. Pero hoy es Jesús quien pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. La respuesta de los discípulos es la misma. Entonces les pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Esa pregunta suscita la “profesión de fe” de Pedro (“El Mesías de Dios”), y el primer anuncio de la pasión por parte de Jesús (“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”).

Pero lo que quisiéramos resaltar de esta lectura es que al comienzo de esta se dice que Jesús “estaba orando solo”; y luego de orar, de tener ese diálogo amoroso con el Padre, es que interroga a sus discípulos para determinar si estaban conscientes de su mesianismo y, de paso, les anuncia su pasión para borrar cualquier vestigio de mesianismo triunfal en el orden político o militar que estos pudieran albergar. Me imagino que en esa oración también pidió al Padre que iluminara a sus discípulos para que aceptaran lo que él les iba a comunicar.

Cabe señalar que de todos los evangelistas Lucas es quien tal vez más resalta la dimensión orante de Jesús. De hecho, Lucas es el único que enmarca este pasaje en un ambiente de oración (comparar con Mc 8,27-33 y Mt 16,13-20). Así, Lucas nos presenta a Jesús en oración siempre que va a suceder algo crucial para su misión, o antes de tomar cualquier decisión importante (Cfr. Lc 3,21; 4,1-13; 6,12; 9,29; 11,1; 22,31-39; 23,34; 23,46).

Esta oración de Jesús en los momentos cruciales o difíciles nos muestra la realidad de su naturaleza humana, en ese misterio insondable de su doble naturaleza: “verdadero Dios y verdadero hombre”. Vemos como Jesús se alimentaba de la oración con el Padre para obtener la fuerza, la voluntad y el valor necesario para que su humanidad pudiera llevar a cabo su misión redentora. Tan solo tenemos que recordar el drama humano de la oración en el huerto. Aquella agonía, aquel miedo, no formaban parte de una farsa, de una representación teatral. Fueron tan reales e intensos como su oración. Jesús verdaderamente estaba buscando valor, ayuda de lo alto. Y a través de esa oración, y el amor que se derramó sobre Él a través de ella, su naturaleza humana encontró el valor para enfrentar su máxima prueba.

Hoy, pidamos al Padre que, siguiendo el ejemplo de su Hijo, aprendamos a dirigirnos al Él en oración fervorosa y confiada antes de tomar cualquier decisión importante en nuestras vidas, y cada vez que enfrentemos esas pruebas que encontramos en nuestro peregrinar hacia la Meta, con la certeza que en Él encontraremos la luz que guíe nuestros pasos y el valor y la aceptación necesarios para enfrentar la adversidad.

RFELEXIÓN PARA EL TRIGÉSIMO DOMINGO DEL T.O. (C) 23-10-16

FARISEO Y PUBLICANO ORANDO

La primera lectura para este trigésimo domingo del tiempo ordinario (ciclo C), tomada del libro del Eclesiástico (35,12-14.16-18), nos habla de la Justicia Divina y cómo Dios escucha las súplicas del oprimido: “su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia”.

El Salmo (33) nos reitera que “el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él”.

La segunda lectura, tomada de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4,6-8.16-18) contiene una de las frases lapidarias del apóstol: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida”.

El pasaje del Evangelio, tomado de san Lucas (18,9-14), nos presenta la parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar. El fariseo, “erguido” (los fariseos solían orar de pie), se limitaba a dar gracias a Dios por lo bueno que era: “no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano”. También decía a Dios cómo cumplía con sus obligaciones: “Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

En cambio, el publicano se mantenía en la parte de atrás y no se atrevía ni levantar los ojos al cielo, mientras se daba golpes de pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Jesús sentenció: “Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

La diferencia estaba en la actitud interior, en el corazón. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha” (Salmo). El Señor nos está diciendo que si reconocemos nuestros pecados y nuestra pobreza espiritual, y nos acercamos a Él con humildad, Él nos hará justicia.

Estamos acercándonos al final de tiempo ordinario para dar paso al Adviento y al llamado a la conversión que se tiempo nos hace. No tenemos que esperar. El llamado a la conversión, aunque se enfatiza en los tiempos “fuertes” como Adviento y Cuaresma, es continuo. Abramos hoy nuestros corazones al Amor infinito de Dios, y ese Amor nos permitirá reconocer las veces que le hemos fallado. Eso nos permitirá postrarnos ante Él con un corazón quebrantado y humillado (Cfr. Sal 50) en el sacramento de la Reconciliación. Entonces Él nos tomará de la mano, nos levantará, y nos dará el abrazo más amoroso que hayamos recibido.

“Oh Padre amable y misericordioso, con las manos vacías nos presentamos ante ti. Perdónanos por las veces que presumimos por el bien que sólo con tu gracia pudimos hacer. Llena nuestra pobreza con tus dones, líbranos de despreciar a ninguno de nuestros hermanos y danos un corazón agradecido por todo lo que hemos recibido de ti. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor” (Oración colecta).

Recuerda, si aún no has visitado la Casa del Padre, todavía estás a tiempo.