Monthly Archives: March 2013
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA 04-03-13
Hoy la liturgia nos ofrece como primera lectura el pasaje del libro de los Reyes (5,1-15a) sobre Naamán, el general del ejército sirio que padecía de lepra, y una criada judía le recomendó a su esposa que fuera a Israel a ver al “profeta de Samaria”, quien lo curaría. Debemos recordar que Siria era un país que vivía en constante guerra con Israel. La sierva que dirige al general al profeta había sido llevada a Siria como esclava. El general era un hombre poderoso, pero estaba afectado por la lepra, una enfermedad catastrófica en su época (y considerada producto del pecado). A aquella sierva no le importó que hubiese sido llevada a Siria como esclava ni que aquél hombre fuera pagano. Estaba enfermo, necesitaba curación. Ella se compadeció de él; no le importó su religión. “Ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaria: él lo libraría de su enfermedad”. Se refería al profeta Eliseo.
El rey sirio envió a Naamán con una carta ante el rey de Israel para que dirigiera a su general ante el profeta. Cuando finalmente llegó ante la puerta de Eliseo “con sus caballos y su carroza” y los tesoros que había traído (como si con ellos pudiera comprar su salud), se molestó porque Eliseo ni tan siquiera le recibió, sino que mandó a decirle: “Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará limpia”. Él se molestó porque no Eliseo no salió a recibirle y, luego de decir: “Yo me imaginaba que saldría en persona a verme, y que, puesto en pie, invocaría al Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me libraría de mi enfermedad”, dio media vuelta y se marchó.
Si no es porque sus siervos, tal vez por ser más sencillos, intervinieron y le dijeron: “Señor, si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, lo harías. Cuanto más si lo que te prescribe para quedar limpio es simplemente que te bañes”. Naamán se bañó siete veces en el Jordán como había dicho el profeta, y quedó limpio de su lepra.
Naamán estaba acostumbrado al ritualismo pagano, vacío. El gesto sencillo de bañarse en el Jordán no tenía sentido. Le faltaba la fe. La fe es la que nos sana y nos salva. Los ritos, los sacrificios, el incienso, las fórmulas sacramentales, no tienen sentido, no tienen efecto, si nos falta la fe. Lo mismo nos pasa a nosotros al acercarnos a los sacramentos. Algo tan sencillo como bañarse en el Jordán, acompañado de la fe, podía limpiar aquél hombre de su lepra. Sus siervos le transmitieron la fe. Él creyó, se bañó, y fue sanado. Esto resalta lo que hemos dicho; que no basta con creer, hay que actuar conforme a lo que creemos.
“Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio”, nos dice Jesús en la lectura evangélica de hoy (Lc 4,24-30). Se refería a la falta de fe de los suyos. El orgullo, el considerarse miembros del “pueblo elegido” les hacía creerse “salvados”. No tenían la humildad de reconocer su “lepra” y acercarse a Dios con humildad. Por eso no creyeron en Él.
En este tiempo de Cuaresma, pidamos al Señor la humildad de reconocer la “lepra” de nuestros pecados y experimentar la necesidad de volvernos hacia Él, con la certeza de que “una palabra [s]uya bastará para sanarnos”.
Manos vacías…
Con motivo de la parábola de la higuera, el P. José María Maruri, SJ nos dice:
“El cristiano es necesariamente una fotografía de Dios. Lo que el cristiano es, eso es su Dios para el que no cree. Un cristiano estéril muestra al mundo a un Dios estéril. La fecundidad de la higuera da idea de la bondad del suelo”.
Para la reflexión completa puedes visitar: http://caminomisionero.blogspot.com.ar/2013/03/iii-domingo-de-cuaresma-lc-13-1-9-ciclo_3.html
REFLEXIÓN PARA EL TERCER DOMINGO DE CUARESMA 03-03-13
“El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles”. Así finaliza el salmo responsorial de la liturgia para hoy (Sal 102).
En el relato evangélico de ayer (Lc 15,1-3.11-32) se nos presentaba la parábola del hijo pródigo. El mayor ejemplo del perdón y la misericordia divina. Una de las características principales de la misericordia divina es la paciencia; paciencia que es fruto del amor (Cfr. 1 Co 13,4). Y de la misma manera que el amor de Dios hacia nosotros es infinito, igualmente lo es su paciencia. Nunca se cansa de esperarnos.
La lectura evangélica de hoy nos presenta un pasaje compuesto de dos partes. La primera contiene una catequesis de Jesús sobre las desgracias que ocurren a diario en las que perecen varias personas y su relación con la retribución, y la segunda parte nos brinda la parábola de la higuera (Lc 13,1-9): “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?’ Pero el viñador contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas’”.
En la primera parte Jesús hace ver que, contrario a la creencia de su época que toda desgracia era producto del pecado, todos estamos sujetos a morir repentinamente. Dios no puede desearnos mal, por eso Jesús deja claro que las muertes que se reseñan no son “castigo de Dios”. Pero termina con un llamado a la conversión y una advertencia: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”.
La parábola nos presenta la misericordia divina (representada en la persona del viñador), y la urgencia de escuchar el llamado a la conversión. La parábola nos recuerda que esas muertes repentinas que vemos a nuestro alrededor deben provocar un proceso de introspección en nosotros. No sabemos el día ni la hora. Nuestro tiempo es finito y debemos aprovecharlo.
El día de nuestro bautismo el Espíritu Santo plantó en nosotros tres semillas: la fe, la esperanza y la caridad. Y desde ese momento el Señor está esperando que den fruto. Dios se nos presenta como el Dios de la paciencia. Él no castiga; Él espera, como el viñador (“déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto”). Nos allana el camino a la conversión y nos invita a seguirle. Pero no sabemos cuándo llegará nuestra hora. Y si para entonces no hemos dado fruto…
Dios es un Dios de amor y misericordia; es infinitamente paciente, nos da una y otra, y otra oportunidad (conoce nuestra débil naturaleza y nuestra inclinación al pecado). Pero también es un Dios justo.
Esta Cuaresma nos ofrece “otra oportunidad” de conversión (Él no se cansa). No sabemos si el Viñador ya le dijo al Dueño: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA 02-03-13
La liturgia nos regala para hoy, como lectura evangélica, el pasaje de la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 1-3.11b-32). Esta es la tercera de las llamadas parábolas de la misericordia que ocupan el capítulo 15 de Lucas (junto a las de la “oveja perdida” y la “dracma perdida”). Cabe señalar que la lectura incluye los versículos uno al tres, que no forman parte de la parábola en sí, pero nos apuntan a quiénes van dirigidas estas parábolas: a nosotros los pecadores.
La parábola del hijo pródigo es una de las más conocidas y comentadas del Nuevo Testamento, y siempre que la leo viene a mi mente el comentario de Henry M. Nouwen en su obra “El regreso del hijo pródigo; meditaciones ante un cuadro de Rembrandt” (lectura recomendada):
“Ahora, cuando miro de nuevo al anciano de Rembrandt inclinándose sobre su hijo recién llegado y tocándole los hombros con las manos, empiezo a ver no solo al padre que «estrecha al hijo en sus brazos,» sino a la madre que acaricia a su niño, le envuelve con el calor de su cuerpo, y le aprieta contra el vientre del que salió. Así, el «regreso del hijo pródigo» se convierte en el regreso al vientre de Dios, el regreso a los orígenes mismos del ser y vuelve a hacerse eco de la exhortación de Jesús a Nicodemo a nacer de nuevo”.
He leído este párrafo no sé cuántas veces, y siempre que lo hago me provoca un sentimiento tan profundo que hace brotar lágrimas a mis ojos. Es el amor incondicional de Dios-Madre, que no tiene comparación; que no importa lo que hagamos, NUNCA dejará de amarnos con la misma intensidad. No hay duda; de la misma manera que Dios es papá (Abba), también se nos muestra como “mamá”. De ese modo, el regreso al Padre nos evoca nuestra niñez cuando, aún después de una travesura, regresábamos confiados al regazo de nuestra madre, quien nos arrullaba y acariciaba con la ternura que solo una madre es capaz.
Así, de la misma manera que el padre de nuestra parábola salió corriendo al encuentro de su hijo al verlo a la distancia y comenzó a besarlo aún antes de que este le pidiera perdón, nuestro Padre del cielo ya nos ha perdonado incluso antes de que pequemos. Pero para poder recibir ese perdón acompañando de ese caudal incontenible de amor maternal que le acompaña, tenemos que abandonar el camino equivocado que llevamos y emprender el camino de regreso al Padre. Eso, queridos hermanos, se llama conversión, la “metanoia” de que nos habla san Pablo.
Y ese día habrá fiesta en la casa del Padre, quien nos vestirá con el mejor traje de gala, y nos pondrá un anillo en la mano y sandalias en los pies (recuperaremos la dignidad de “hijos”).
La Cuaresma nos presenta la mejor oportunidad de emprender el viaje de regreso a la casa del Padre. Les invito a que recorramos juntos ese camino, con la certeza de que al final del camino vendrá “Mamá” a nuestro encuentro y nos cubrirá con sus besos.
Fuentes de información del Vaticano
Mantente informado de las últimas noticias relacionadas con la “sede vacante” y el cónclave, directamente de las fuentes oficiales. Para otros enlaces de interés, puedes visitar nuestra sección “Enlaces”.
Abriendo el corazón a la Misericordia de Dios
Comparto con ustedes esta hermosa reflexión de nuestro hermano Romualdo Olazábal.
http://www.tengoseddeti.org/apuntes-del-camino/abriendo-el-corazon-a-la-misericordia-de-dios/
Abriendo el corazón a la Misericordia de Dios

El evangelio según san Lucas se conoce como el “evangelio de la misericordia” porque narra algunas parábolas de Jesús en las que se manifiesta, de manera muy especial, la misericordia de Dios para con nosotros. Una de esas es la parábolas del hijo pródigo (Lucas 15,11-32).
La parábola del hijo pródigo nos habla de un padre que tenía dos hijos. Uno de ellos, el más pequeño, le pide la parte de la herencia que le corresponde. El padre se lo concede y el hijo se marcha a un país lejano, donde malgasta todo lo que el padre le había dado. El hijo, cuando se encuentra sin nada y sumido en la miseria, empieza a recordar la manera cómo su padre trata a sus sirvientes… y anhela al menos tener eso. En ese instante, el joven toma la decisión de levantarse, ir donde su padre y pedirle perdón. Y emprende la marcha.
Yo imagino al joven en su viaje de regreso. Triste y cabizbajo. Arrepentido y avergonzado. Decidido a admitir su error ante su padre… y pedirle perdón. Consciente de que no merece nada, pero confiado en su corazón misericordioso. Y entre la pena y el dolor, en el corazón también lleva la alegría de volver. Ahora más humilde… más honesto… más sereno… más limpio…
Dice la Palabra que el padre vio a su hijo cuando todavía estaba lejos y, conmovido, corrió a su encuentro. ¿No te parece maravilloso esto? ¡A mí me parece fascinante… antes de que el hijo hablara, ya su padre le había perdonado!
El tiempo de Cuaresma es como el camino que este joven recorrió de regreso a la casa de su padre. Es tiempo de mirar nuestra vida y reconocer las veces que hemos ofendido a Dios. Las veces que hemos obrado contra nuestros hermanos, y que nos hemos dañado a nosotros mismos. Este es tiempo de encontrarnos cara a cara con Jesús en el sacramento de la Reconciliación. Es tiempo de arrepentimiento… de penitencia… de renuncia… de perdón… de sanación…
Pero también es tiempo de esperanza… de agradecimiento… de contento… de satisfacción… El Padre nos quiere liberar de la esclavitud del pecado y Jesús nos lavó con su sangre para que fuéramos felices y tuviéramos paz.
Hoy es momento de mirar al Cielo, abandonar el pecado y decidirse por la santidad. El camino está frente a nosotros… pero tenemos que decidirnos a dar ese primer paso, libremente y por amor. No te digo que es fácil porque no lo es, pero vale la pena cada esfuerzo. Te invito… como el hijo pródigo: levantémonos, emprendamos la marcha y abramos nuestro corazón a la Misericordia de Dios.











