REFLEXIÓN PARA EL VIERNES 13-09-13

Lc 6,39-42

La primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy es el comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,1-2.12-14). Esta carta, junto a la segunda carta al mismo Timoteo y la carta a Tito, conforman las tres cartas de Pablo que se conocen como “cartas pastorales”.

Los primeros dos versículos nos permiten apreciar el profundo amor y respeto que Pablo siente por su discípulo, al llamarlo “verdadero hijo en la fe”, y desearle “la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro”. Pablo había dejado a Timoteo a cargo de la comunidad de Éfeso cuando partió para Macedonia.

El resto del pasaje (vv.12-14) nos muestra la humildad de Pablo, quien reconoce su vida anterior de pecado (“antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente”) y que todo lo que ha logrado, especialmente su fe, se lo debe a la compasión que Dios ha tenido con él, y a la gracia que Dios le ha prodigado. Esa gracia y compasión le permitieron reconocer sus pecados, experimentar la verdadera conversión y ponerse al servicio del Señor. De otro modo no hubiese podido guiar a otros hacia ese camino de conversión verdadera.

En la lectura evangélica para hoy (Lc 6,39-42) Jesús utiliza la figura de la vista (“ciego” – “ojo”), que nos evoca la contraposición luz-tinieblas (Cfr. Jn 12,46), para recordarnos que no debemos seguir a nadie a ciegas, como tampoco podemos guiar a otros si no conocemos la luz. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. El mensaje es claro: No podemos guiar a nadie hacia la verdad si no conocemos la verdad. No podemos proclamar el Evangelio si no lo vivimos, porque terminaremos apartándonos de la verdad y arrastrando a otros con nosotros.

Ese peligro se hace más patente cuando caemos en la tentación de juzgar a otros sin antes habernos juzgado a nosotros mismos, cuando pretendemos enseñarle a otros cómo poner su casa en orden cuando la nuestra está en desorden: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.

Con toda probabilidad Jesús estaba pensando en los fariseos cuando pronunció esas palabras tan fuertes. Pero esa verdad no se limita a los fariseos. Somos muy dados a juzgar a los demás con severidad, pero cuando se trata de nosotros, buscamos (y encontramos) toda clase de justificaciones e inclusive nos negamos a ver nuestras propias faltas.

“Padre de bondad, que por medio de tu gracia nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén”.

ACI Prensa ofrece gratis clásico de la literatura católica: La Práctica de la Presencia de Dios

“REDACCIÓN CENTRAL, 12 Sep. 13 / 12:21 am (ACI/EWTN Noticias).- ACI Prensa presenta a sus lectores la traducción del inglés antiguo al español del clásico de la literatura católica “La Práctica de la Presencia de Dios” (“The Practice of the Presence of God”),  que compila las enseñanzas del monje carmelita Lorenzo, que vivió en el siglo XVII en Francia.

“El texto, que busca crear conciencia sobre la importancia de la presencia de Dios en la vida cristiana, como “la mejor regla para una vida santa”, comprende cartas y conversaciones sostenidas entre el Hermano… [continuar leyendo]

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES 12-09-13

Amen a los que nos odian

El evangelio de hoy (Lc 6,27-38) nos presenta una especie de “secuela” a las Bienaventuranzas que contemplábamos ayer. En es este pasaje Jesús pretende dar contenido a las Bienaventuranzas. Jesús nos está diciendo que las normas contenidas en las Bienaventuranzas no son algo teórico, sino que podemos identificar a nuestros “enemigos” con unos personajes concretos: los que nos odian, los que nos maldicen, los que nos injurian, los que nos pegan, los que nos piden, los que nos roban… Contrario a la reacción natural de nosotros ante esas situaciones, Jesús nos pide que amemos, que bendigamos, que hagamos el bien, que “presentemos la otra mejilla”, que no reclamemos, que no esperemos nada…

Si miramos a nuestro alrededor, no será muy difícil encontrar varias personas a quienes se nos hace difícil amar; personas que parecen vivir para “hacernos la vida cuadritos”. Y Jesús nos está pidiendo que amemos a esas personas; que les deseemos el bien de todo corazón, que oremos por ellas, que seamos generosos con ellas, que no les reclamemos, que seamos compasivos. Jesús no se está refiriendo a meros sentimientos; nos está hablando de asumir actitudes concretas respecto a esos enemigos. “Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?”  Esa es la “prueba de fuego” del que quiere seguir a Jesús, del verdadero “discípulo” que quiere vivir el Evangelio.

Jesús nos pide que nos pongamos en el lugar de estos “enemigos”; que los tratemos como nos gustaría que nos trataran a nosotros, porque la  misma medida que usemos con ellos la usarán con nosotros: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante”. La Palabra siempre nos interpela, nos hace enfrentarnos con nosotros mismos. Si todo el mundo nos tratara como merecemos, ¿cómo sería ese trato?

¡Uf! Nadie ha dicho que esto de ser cristiano es fácil: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). ¿Difícil? Sí. ¿Imposible? No. “Todo lo puedo en Aquél que me fortalece” (Fil 4,13).

Hace tiempo leí un relato de un sabio que decía: “Amar es una decisión, y el fruto de esa decisión es el amor”. Jesús nos está pidiendo que asumamos unas actitudes concretas hacia nuestros “enemigos”; en otras palabras, que tomemos la decisión de amarles, amarles como Dios les ama y como nos ama a nosotros, a pesar de todas nuestras faltas.

Un viejo proverbio chino dice que un viaje de mil leguas comienza con un paso. Hoy, Jesús nos invita a dar ese “primer paso”, con la promesa de que Él nos brindará la fortaleza para continuar adelante, para que esa decisión de amar a nuestros enemigos rinda fruto. Y ese fruto ha de ser el amor…

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES 11-09-13

bienaventuranzas Lc

La lectura evangélica de la liturgia para hoy nos presenta la versión de Lucas de las Bienaventuranzas (6,20-26). Lucas nos presenta solo cuatro Bienaventuranzas, a diferencia de la versión de Mateo (5,1-11), que tiene ocho, y es la más conocida. Lucas le añade a su relato cuatro “ayes”, o “malaventuranzas”, en contrapunto con las cuatro Bienaventuranzas, enfatizando de ese modo el contraste entre la “vieja Ley” y la “nueva Ley” que Jesús nos propone, entre la Antigua Alianza y la Nueva Alianza, entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.

La Antigua Ley, basada en el decálogo, contenía unas prescripciones de conducta específicas, cuyo cumplimiento en cierto modo aseguraba la felicidad y prosperidad en este mundo. La pobreza, la enfermedad, la esterilidad, eran consideradas producto del pecado. Si bien Jesús aseguró que no había venido a abolir la ley y los profetas (Mt 5,17), no es menos cierto que con las Bienaventuranzas los viró “patas arriba”. A eso se refería cuando dijo en aquél pasaje que había venido a darle plenitud (Cfr. Rom 13,8.10).

La fórmula que Jesús nos propone es bien sencilla: interpretar la ley desde la óptica del Amor. “Pues la ley entera se resume en una sola frase: Amarás al prójimo como a ti mismo” (Gal 5,14). Esto nos permite ver el mundo a través de los ojos de Jesús. Antes cumplíamos con la Ley por temor al castigo. Ahora lo hacemos por amor, o más aún, cuando amamos como Jesús nos ama (Cfr. Jn 13,34), cumplimos con la Ley. Como nos dice san Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

Por eso decimos que con las Bienaventuranzas Jesús le da contenido, le da vida a los diez mandamientos. Ya no se trata de una serie de normas escritas en piedra, ahora se trata de una ley escrita en nuestros corazones. Así se da cumplimiento a la profecía de Ezequiel: “quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (11,19b). O como dice el profeta Jeremías: “pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones” (31,33).

Si leemos las Bienaventuranzas conjuntamente con los ayes que le siguen, Jesús nos está diciendo que a los que ahora “les va bien” y por eso creen merecerlo todo, les será más difícil alcanzar la felicidad eterna, mientras los débiles, los pobres, los marginados, los perseguidos por causa de Él, serán saciados, reirán, serán recompensados. Y como hemos dicho en ocasiones anteriores, la verdadera “pobreza” evangélica no implica necesariamente estar desposeído; lo que implica es el desapego a los bienes materiales. Se trata de poner a Dios y el amor al prójimo por encima de todos los bienes materiales. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

Hoy pidámosle al Señor que nos permita vivir a plenitud el espíritu de las Bienaventuranzas, para que seamos acreedores a su promesa de vida eterna.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES 10-09-13

Jesus en oracion

El relato evangélico que nos brinda la liturgia de hoy (Lc 6,12-19) nos narra la elección de “los doce” como preludio al discurso de las bienaventuranzas, que Mateo ubica en un monte (Mt 5,1 – de ahí el nombre de “Sermón de la montaña”), mientras Lucas lo hace “en un llano”. Recordemos que Mateo era judío y escribió su relato evangélico para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo. Para estos, Dios siempre de manifiesta en lo alto, en la montaña (ej., la Transfiguración, las tablas de la Ley). Lucas, por su parte, era un pagano convertido que escribe su relato para los cristianos que ya estaban siendo perseguidos. Por tanto, ubica el relato en un llano.

Este pasaje, que comienza diciéndonos que “por aquellos días se fue él (Jesús) al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios”, nos apunta a una característica de Jesús: Él vivió toda su vida pública en un ambiente de oración; desde su bautismo (Lc 3,21), hasta su último aliento de vida (Lc 23,46). Son innumerables las ocasiones en que Jesús “se retiraba a un lugar apartado a orar”. De hecho, el evangelio según san Lucas nos presenta a Jesús orando en al menos once ocasiones. Podemos decir que toda su misión, su actividad salvadora, se alimentaba constantemente del silencioso diálogo con su Padre celestial.

La elección de los apóstoles no fue la excepción. Por eso encontramos a Jesús en profunda oración previo a la elección de los doce. No debemos olvidar que Jesús es Dios, pero aun así deseaba “compartir” su decisión con el Padre y el Espíritu en ese misterio insondable del Dios Uno y Trino. Vemos por otro lado que su oración no se limitó a una “visita de cortesía”. No, pasó toda la noche en oración.

Jesús nos invita constantemente a seguirle. Y el verdadero discípulo sigue los pasos del maestro, imita al maestro. Si analizamos la vida de los grandes santos y santas de nuestra Iglesia descubrimos un denominador común: Todos fueron hombres y mujeres de oración, personas que “respiraban” oración; personas comunes como tú y como yo, que forjaron su santidad a base de la oración. Discípulos que supieron seguir los pasos del Maestro. Personas como Santo Domingo de Guzmán y tantos otros que supieron pasar las noches en vela dialogando con el Padre, tal y como lo hacía Jesús.

Jesús nos invita a seguirle… Hoy debemos preguntarnos, ¿cuándo fue la última vez que yo pasé una noche, o una mañana, o una tarde entera teniendo una conversación de amigos con Dios? Lo mejor que tiene ese amigo es que SIEMPRE está disponible; no tenemos que textearle ni llamarle para saber si está en casa, o si puede recibirnos. De hecho, Él siempre está llamando a nuestra puerta (Ap 3,20). Lo único que tenemos que hacer es abrirle; y tiene todo el tiempo del mundo para nosotros.

La última oración del pasaje nos apunta a otra realidad: “Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos”. Esa fuerza tiene nombre y apellido: Espíritu Santo. Tan solo tienes que acercarte a Él y abrazarlo. Está tocando a tu puerta. Anda, anímate… ¡Ábrele tu corazón!

REFLEXIÓN PARA EL LUNES 09-09-13

Estaban-al-acecho-los-escribas-y-fariseos

Comenzamos la liturgia de esta semana con la lectura de la versión de Lucas de la curación del hombre con el brazo derecho paralizado (6,6-11). El pasaje sitúa a Jesús “un sábado”, otro sábado, en la sinagoga, enseñando. Con esto nos señala que era costumbre de Jesús acudir a la sinagoga a orar, pero sobre todo a “enseñar”. De ahí que sus contemporáneos le llamaban rabboní (“rabbûnî” en arameo), o maestro. Ya los escribas y fariseos comenzaban a resentirse y a discutir “qué había que hacer con Jesús”. Los estaba opacando y se sentían amenazados. Había que “sacarlo de circulación”. Va tomando forma la conspiración que culminará con su muerte.

Conociendo las enseñanzas de Jesús, y ante la presencia del hombre con el brazo paralizado, se ponen al acecho para ver si curaba en sábado y así encontrar de qué acusarlo (la ley del sábado prohibía curar en sábado, por ser el día de descanso dedicado exclusivamente al Señor). Y Jesús, que ve en lo oculto de los corazones y conoce sus pensamientos, manda al hombre a ponerse de pie en medio de la asamblea. Allí es Él quien pone a prueba a los fariseos, y les pregunta: “¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?”. Ante el silencio producido por la contundencia de sus palabras, Jesús ordena al hombre extender el brazo y este queda curado. Esto exacerbó más aún la furia de los escribas y fariseos.

Lo primero que nos llama la atención de este milagro, y que lo hace diferente, es que ni el hombre, ni sus familiares, ni sus amigos, pidieron el milagro; fue iniciativa de Jesús, producto de su gratuidad. Jesús toma la iniciativa porque percibe la necesidad del hombre, demuestra su capacidad de ponerse en el lugar de otros. Y estando toda su enseñanza matizada por el amor, todas sus actuaciones se rigen por el imperativo del amor. Sí, el descanso sabatino tenía el propósito de honrar al Señor, pero Jesús nos está diciendo con su actuación que no hay mejor manera de honrar a Dios que ayudando a nuestro prójimo, socorriendo a los necesitados, haciendo el bien. Esa es la mejor forma de “santificar” el sábado.

Una vez más vemos a Jesús enfatizando la caridad por encima de la oración y el ritualismo vacíos que caracterizaban a los escribas y fariseos. La rabia de estos parecería estar ligada al hecho que Jesús, con sus hechos y palabras, los desenmascara, no solo ante los demás, sino ante ellos mismos.

En este día y esta semana que comienza, pidamos al Señor que, al igual que Jesús, nos permita estar atentos, y nos conceda la gracia de percibir las necesidades materiales y espirituales de nuestros hermanos, y la voluntad para prestarles toda la ayuda que esté a nuestro alcance sin esperar que nos pidan ayuda, tal como hizo Jesús con el hombre del Evangelio de hoy.

Que pasen todos una hermosa semana llena de la PAZ que solo Dios puede brindarnos. ¡Bendiciones!

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA VIGILIA POR LA PAZ

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«Y vio Dios que era bueno» (Gn 1,12.18.21.25). El relato bíblico  de los orígenes del mundo y de la humanidad nos dice que Dios mira la creación,  casi como contemplándola, y dice una y otra vez: Es buena. Queridos hermanos y  hermanas, esto nos introduce en el corazón de Dios y, desde su interior,  recibimos este mensaje.

Podemos preguntarnos: ¿Qué significado tienen estas palabras? ¿Qué nos dicen a  ti, a mí, a todos nosotros?

1. Nos dicen simplemente que nuestro mundo, en el corazón y en la mente de Dios,  es “casa de armonía y de paz” y un lugar en el que todos pueden encontrar su  puesto y sentirse “en casa”, porque “es bueno”. Toda la creación… [CONTINUAR LEYENDO]

REFLEXIÓN PARA EL VIGESIMOTERCER DOMINGO DEL T.O. 08-09-13

seguir cruz

En la lectura evangélica que nos propone la liturgia para este vigesimotercer domingo del tiempo ordinario (Lc 14,25-33), Jesús nos enumera tres condiciones para ser discípulos suyos. Después del lenguaje utilizado por Jesús en el pasaje que leyéramos el pasado domingo (Lc 14,1.7-14), en el que nos hablaba del “banquete”, hoy nos estremece con un lenguaje chocante, desconcertante, y hasta hiriente.

Todavía nos estamos saboreando el pasaje del banquete, en el que parece ser que para entrar en el Reino lo único que tenemos que hacer es aceptar la invitación, cuando nos toma desprevenidos con una aseveración que “nos saca la alfombra de debajo de los pies”. Nos dice la escritura que Jesús se volvió a los que le seguían y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. Esta traducción que utiliza la liturgia es en realidad una versión “aguada” del lenguaje original que se traduce como el que no “odia” a su padre y a su madre, etc.

Es obvio que Jesús quiere estremecernos, quiere ponernos a pensar, quiere que entendamos la radicalidad del seguimiento que nos va a exigir. Por eso no podemos interpretar ese “odiar” de manera literal; se trata de un recurso pedagógico. No se trata de que rompamos los lazos afectivos con nuestra familia. Lo que Jesús quiere de nosotros es una disponibilidad total; que el seguimiento sea radical, absoluto; que ni tan siquiera la familia pueda ser obstáculo para el seguimiento; ni tan siquiera el sagrado deber de enterrar a los muertos (Lc 9,60).

Todavía no nos recuperamos del golpe inicial cuando nos lanza la segunda condición para el discipulado: “Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. ¡Uf! Esto de seguir a Jesús no parece cosa fácil… Cabe señalar que en el momento en que Jesús pronuncia estas palabras, la crucifixión para el que decidiera seguirle era una posibilidad real. Quiere enfatizar que seguirle siempre implica un riesgo. En nuestro tiempo no hay crucifixión, pero sí hay muchas “cruces” que tenemos que soportar si decidimos seguir a Jesús. Y si somos verdaderos discípulos las llevamos y soportamos con amor, y por amor a Jesús.

Jesús termina su enumeración de las condiciones para seguirle, con la renuncia total a todos aquellos bienes que puedan convertirse en obstáculo: “el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. El discípulo no solo “sigue” al maestro, sino que lo imita. Jesús nació pobre, teniendo por cuna un pesebre y por vestimenta unos pañales (Lc 2,7). Así mismo murió: clavado a una cruz y desnudo, teniendo como única posesión una túnica que echaron a suerte entre los soldados romanos que le crucificaron (Jn 19,23-24).

El mensaje de Jesús es sencillo y se resume en una sola palabra: AMOR. Pero se trata de un amor incondicional, el amor que siente el que está dispuesto a dejarlo todo para seguir al Maestro; el que está dispuesto a tomar su cruz para seguirlo, el que está dispuesto a dar la vida por sus amigos…

Si aún no lo has hecho, no olvides visitar la Casa del Padre; Él te espera.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO 07-09-13

arrancando espigas en sabado

La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para hoy (Lc 6,1-5) nos presenta a Jesús, un sábado, atravesando un campo con sus discípulos, quienes arrancaban espigas mientras caminaban y “frotándolas con las manos, se comían el grano”.

Unos fariseos que observaban la escena les critican severamente: “¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?” Al decir eso se referían a la prohibición contenida en Ex 20,8-11 que ellos interpretaban de manera estricta, considerando la conducta de los discípulos una transgresión a ese precepto. Los fariseos pretendían utilizar las Escrituras para condenar a Jesús, pero Jesús, como siempre, demuestra tener un vasto conocimiento de las escrituras, amén de ser un verdadero maestro del debate. Eso lo vemos a lo largo de todos los relatos evangélicos. Por eso les riposta utilizando las escrituras, citando el pasaje en el cual el rey David hizo algo prohibido, que a todas luces aparenta ser más grave, al tomar los panes consagrados del templo para saciar el hambre de sus hombres (1 Sam 21,2-7).

Esa observancia estricta del sábado, la circuncisión, la pureza ritual, fueron fomentadas por los sacerdotes durante el destierro en Babilonia, para, entre otras cosas, mantener la identidad y distinguir al pueblo judío de todos los demás. Esto dio margen al nacimiento del llamado “judaísmo”. Pero en el proceso tales prácticas llegaron al extremo de controlar todos los aspectos de la vida de los judíos, al punto de restringir el número de pasos que se podían dar en el sábado, y hasta la forma de lavar los envases de la cocina. Se trataba de la observancia de la Ley por la ley misma, por encima de los hombres, por encima de las necesidades humanas más básicas. Es por eso que Jesús dice: “El Hijo del hombre es Señor del sábado”, o como dice el paralelo de Marcos: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Jesús deja claro que el amor, la misericordia, están por encima de la Ley. Jesús es Dios, es el Amor.

Dar cumplimiento a la ley no es suficiente. Como hemos dicho en innumerables ocasiones, la palabra cumplimiento está compuesta por dos: “cumplo” y “miento”. Estamos llamados a ir más allá. Si aceptamos que Jesús es el dueño del sábado, y que Él nos invita a seguirle (como lo hicieron los discípulos en la lectura), todo está también a nuestro servicio, cuando se trata de seguir sus pasos. De ahí que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”. Por eso la Ley tiene que ceder ante el imperativo del Amor y de su resultado lógico que es la misericordia. A eso se refería Jesús cuando nos dijo “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5,17).

Señor, “no permitas que los mandamientos y las reglas de conducta se interpongan entre ti y nosotros, tu pueblo, sino que nos dirijan suavemente, como buenas educadoras, hacia ti y hacia nuestro prójimo; y enséñanos a ir más allá de la ley con generosidad y amor servicial”. Por Jesucristo nuestro Señor, Amén (de la Oración colecta).

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES 06-09-13

El novio está con ellos...

El novio está con ellos…

El Evangelio que nos brinda la liturgia de hoy es la versión de Lucas (5,33-39) del pasaje en que los fariseos critican a Jesús porque sus discípulos, contrario a los de Juan, y a los de los propios fariseos, que ayunan y oran a menudo, se la pasan comiendo y bebiendo. El pasado 6 de julio leíamos la versión de Mateo (9,14-17). A la crítica de los fariseos, Jesús responde: “¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?”. Luego añade dos parábolas cortas, la que propone que nadie remienda un paño viejo con una tela nueva, y la que propone que nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan y se pierden, tanto el vino, como los odres.

En aquella ocasión nos concentramos en el primer anuncio de la pasión de Jesús, y en las parábolas del paño y los odres viejos. Hoy nos limitaremos al significado de la frase: “¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?”

Para entender esta frase, tenemos que partir del hecho de que en el Antiguo Testamento el ayuno, especialmente del vino, eran signos de austeridad y penitencia ligados a la espera del Mesías prometido. Simbólicamente significaban que “los tiempos son malos, estamos insatisfechos, hemos perdido el gusto de vivir… que venga de una vez el tiempo de la consolación y de la alegría, cuando el mesías estará aquí”. Pero como todas las prácticas rituales de los fariseos, estos habían convertido también ese ayuno en algo externo, que no guardaba relación con la actitud interior.

Pero la contestación de Jesús va más allá. No solo hace referencia al verdadero significado de ese ayuno, sino que les dice que este ya no es necesario para sus discípulos porque “el novio está con ellos”. Es decir, los tiempos mesiánicos ya han llegado. No es tiempo de austeridad y privaciones; ¡el tiempo de la alegría y la celebración ha llegado!

Nosotros, los cristianos de hoy, no debemos olvidar que esos tiempos mesiánicos no terminaron con la muerte de Jesús. El tiempo de la alegría se ha perpetuado con la presencia de Jesús entre nosotros: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28,20). ¡Jesús está vivo! Está presente entre nosotros en su Palabra, en la Eucaristía, cada vez que hay dos o más reunidos en su nombre (Mt 18,20). Y la verdadera alegría del cristiano consiste precisamente de saber que “el novio” está con nosotros; en amarlo y sentirnos amados por Él. Y eso no depende de ningún rito externo, ni de oraciones vacías, carentes de contenido espiritual. Ese es precisamente el fundamento de las críticas de Jesús contra los escribas y fariseos.

Por tanto, nuestra alegría más profunda ha de estar fundamentada en esa “presencia” de Novio entre nosotros. Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la gracia de sentir la alegría que produce el sentir esa presencia, ante la cual palidecen todas las angustias y todos los dolores. ¡Que viva el Novio!