¡Aleluya, Aleluya, Aleluya! ¡El Señor ha resucitado! ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya! En este corto compartimos una micro-reflexión sobre el significado de la Resurrección del Señor.
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¡Cristo ha resucitado; verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya, aleluya, aleluya!
Hoy es el día más importante en la liturgia de
la Iglesia. Celebramos el hecho salvífico más importante en la historia de la
humanidad. Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho el regalo de la Resurrección,
que hace realidad la promesa de vida eterna. “Si Cristo no hubiera resucitado,
vana sería nuestra fe” (1 Cor 15,14). La Resurrección, y el encuentro con el
Resucitado, fueron los eventos que hicieron comprender a los apóstoles todo lo
que el Señor les había anunciado pero que ellos no habían comprendido a
cabalidad.
Y para este día la liturgia nos propone dos lecturas evangélicas alternas (Jn 20,1-9 y Mt 28,1-10). Ambas nos presentan la versión de cada evangelista de lo ocurrido en aquella mañana gloriosa en que Jesús resucitó. El año pasado reflexionamos sobre la versión de Juan, así que hoy comentaremos sobre la narración de Mateo.
Nos narra Mateo que las mismas mujeres que
estuvieron presentes en la sepultura (María Magdalena y “la otra María”) se
dirigieron a visitar el sepulcro, y al llegar al lugar fueron testigos de cómo
un ángel del Señor hizo rodar la piedra que lo cubría.
“El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo:
‘Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí,
ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora
id enseguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos e
irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis». Ya os lo he dicho.’ Ellas
partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar
la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
‘¡Dios os guarde!’ (otras versiones dicen “Paz a ustedes”). Y ellas,
acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: ‘No
temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán’”.
Este pasaje nos presenta los dos signos de la
Resurrección, el negativo (el sepulcro vacío) y el positivo (la aparición de
Jesús). No hay duda, ¡Jesús ha resucitado! Lo que el ángel les había anunciado
de palabra (¡no está aquí, ha resucitado!) ellas lo comprueban al
ver el sepulcro vacío, y esa certeza se reafirma en el encuentro con el
Resucitado.
Jesús ha vencido la muerte. De ese modo el
Padre no permitió que su cuerpo experimentara la corrupción (Cfr. Hc 13,37; Sal 16,10). La muerte no
tendrá más poder sobre nosotros. Lo que aparentaba ser una derrota fue
utilizada por Dios para convertir la oscuridad de la noche de aquel primer
Sábado Santo en el glorioso amanecer del Domingo de Resurrección. Y si creemos
en Jesús y creemos en su Palabra (i.e., tenemos fe), tenemos la certeza
de que nosotros también hemos de resucitar tal y como Él lo hizo (Cfr. Jn 5,28-29).
Todos somos llamados a ser testigos de la
Resurrección. Por eso en la celebración eucarística exclamamos: “Anunciamos tu
muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!” Y al igual que aquellas
mujeres partieron presurosas a comunicar la buena noticia de la Resurrección a
los discípulos, nosotros tenemos que salir de allí a proclamar nuestra fe
pascual a toda la humanidad.
No está aquí; ha resucitado. ¡Aleluya,
aleluya, aleluya!