REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO 22-02-14

Fachada de la Archibasílica de San Juan de Letrán - Roma

Fachada de la Archibasílica de San Juan de Letrán – Roma

Hoy celebramos la Fiesta litúrgica de la Cátedra de San Pedro. Esta festividad se remonta al siglo IV, y con ella se rinde homenaje al primado y la autoridad de Pedro. La palabra “cátedra” literalmente significa “silla” o “trono”, y se refiere al asiento o trono desde el cual un obispo predica. De esta palabra se deriva también la palabra “catedral”, que es el templo donde ubica la cátedra del obispo de una diócesis. Por ejemplo, el Papa es el obispo de Roma y, como tal, tiene su cátedra en la Archibasílica de San Juan de Letrán, que es la Catedral de Roma.

La festividad que celebramos hoy nos recuerda el ministerio especial que el mismo Jesús encomendó a san Pedro como jefe de los apóstoles de “confirmar y guiar a la Iglesia en la unidad de la fe” (JP II). El llamado “ministerio petrino”, que más que una posición de autoridad es un llamado a servir a todo el pueblo cristiano. Un verdadero Pastor que cuida de sus ovejas.

Y a propósito de la festividad, la liturgia nos presenta como primera lectura un pasaje de la primera carta del apóstol san Pedro (5,1-4), dirigido a los presbíteros que vigilan (episkopoúntes = que cumplen la tarea de vigilar; palabra derivada de “epískopos” = vigilante), o sea, a los obispos. Pedro echa mano de la figura del pastor que encontramos en el Antiguo Testamento (e.g. Sal 23), y que Jesús mismo se atribuye (Jn 10,11). Esta figura del pastor vigilante tiene sus raíces en la historia y la tradición del pueblo judío como pueblo nómada. Dios es el Pastor y el pueblo su rebaño. En la misma primera carta, Pedro se refiere a Jesús como “epískopos” (2,25).

Los consejos que Pedro da a los pastores reflejan el espíritu de servicio y entrega con que éstos deben gobernar al pueblo, “no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño”.

La lectura evangélica (Mt 16,13-19) nos presenta el pasaje del primado de Pedro. En este pasaje Jesús instituye a Pedro como cabeza y jefe de la Iglesia: “Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Podríamos dedicar varias reflexiones a analizar y exponer el alcance de estas palabras pronunciadas por Jesús y la autoridad conferida a Pedro mediante las mismas, pero hoy nos limitaremos a señalar que Pedro entendió el alcance de su encomienda a la luz de las enseñanzas del que vino a servir y no a ser servido (Mt 20,28). Así lo refleja en su primera carta que acabamos de leer hoy. Ese mismo espíritu lo recogería siglos más tarde el Papa Gregorio Magno al rechazar el título de “cabeza de la Iglesia” y sustituirlo por  “Servus servorum Dei” (Siervo de los siervos de Dios), título que subsiste al día de hoy. El papa Francisco, haciéndose eco de ese mismo espíritu ha llamado a los presbíteros y obispos a ser “pastores con olor a oveja”.

Hoy les invito a elevar una oración especial por nuestro papa Francisco, para que el Espíritu que lo escogió lo proteja de las acechanzas del maligno, y lo guíe en su ministerio para nuestro bien y el de toda Su santa Iglesia.

Papa Francisco: Para conocer a Jesús no basta el catecismo, es seguirle…

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A Jesús se lo conoce siguiéndolo, antes que estudiándolo. Así lo ha dicho esta mañana Papa Francisco en la homilía de la Misa de Santa Marta. Cada día, explicó, Cristo nos pregunta “quien” es Él para nosotros, podemos responderle solo si vivimos como sus discípulos.

Es una vida de discípulo, más que una vida de estudioso, lo que permite al cristiano conocer verdaderamente a Jesús. Un camino tras los pasos del Maestro, donde se pueden entrelazar … [continuar leyendo]

El Papa Francisco responde a “razones” de quienes no quieren ir a Misa

pppapafeliz VATICANO, 12 Feb. 14 / 10:55 am (ACI/EWTN Noticias).- En su catequesis de la audiencia general realizada esta mañana en la Plaza de San Pedro ante unas 30 mil personas, el Papa Francisco respondió a una serie de preguntas sobre cómo vivir la Misa y respondió a diversos cuestionamientos de quienes no quieren asistir a la Eucaristía dominical.

“¿Cómo vivimos nosotros la Eucaristía? ¿Cómo vivimos la Misa, cuando vamos a Misa los domingos? ¿Es sólo un momento de fiesta? ¿Es una tradición bien establecida, que se hace? ¿Es una ocasión para encontrarnos o para sentirnos bien o es algo más? Hay señales muy específicas para averiguar cómo vivir esto. Cómo vivimos la Eucaristía. Señales que nos dicen si vivimos la Eucaristía bien, o no la vivimos tan bien”.

El Santo Padre dijo que, en cuanto a la Misa, es fundamental saber que allí tenemos la gracia “de ser perdonados y perdonar. A veces alguien pregunta: ‘¿Por qué hay que ir a la iglesia, si los que participan regularmente en la Misa son pecadores como los demás?’. ¡Cuántas veces hemos oído esto!”

“En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque cree o quiere aparentar más que los demás, sino porque se reconoce siempre con la necesidad de ser aceptado y regenerado por la misericordia de Dios, hecha carne en Jesucristo. ¡Si cada uno de nosotros no se siente con la necesidad de la misericordia de Dios, no se siente un pecador, es mejor que no vaya a Misa!”

“¿Por qué vamos a Misa?”, cuestionó el Papa y respondió: “porque somos pecadores y queremos recibir el perdón de Jesús, participar en su redención, en su perdón. ¡Ese ‘confieso’, que decimos al principio no es algo ‘formal’, es un verdadero acto de penitencia! ¡Yo soy pecador y confieso! Así da inicio la Misa”.

“No debemos olvidar nunca que la Última Cena de Jesús tuvo lugar ‘la noche en que fue traicionado’. En el pan y el vino que ofrecemos y en torno al cual nos reunimos se renueva cada vez el don del Cuerpo y la Sangre de Cristo para la remisión de nuestros pecados. Debemos ir a Misa humildemente, como pecadores y el Señor nos reconciliará”.

Otro indicador de la vivencia de la Misa adecuadamente, dijo el Pontífice, es la capacidad de descubrir a los otros como hermanos a partir del amor a Jesús, para lugar compartir su Pasión y su Resurrección, especialmente con los más necesitados como aquellos que han sido afectados por la lluvia en los días recientes en los alrededores de Roma.

“Me pregunto, todos preguntémonos: yo, que voy a misa, ¿cómo vivo esto? ¿Me preocupo de ayudar, de acercarme, de rezar por ellos, que tienen este problema? ¿O soy un poco indiferente? O tal vez me preocupo de chismorrear: ‘¿viste cómo iba vestida aquella, como iba vestido aquél?’…. A veces se hace esto después de la Misa, ¿o no? ¡Se hace! ¡Y esto no se debe hacer! Debemos preocuparnos por nuestros hermanos y hermanas que tienen una necesidad, una enfermedad, un problema”.

Un “último y valioso indicador” sobre la vivencia de la Misa es la relación entre la Eucaristía y las comunidades cristianas: “debemos tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una conmemoración nuestra de lo que Jesús dijo e hizo. No ¡Es propiamente una acción de Cristo! ¡Es Cristo quien los realiza, que está en el altar! Y Cristo es el Señor. Es un don de Cristo, que se hace presente y nos reúne en torno a Él, para alimentarnos con su Palabra y con su vida”.

“Esto significa que la misión y la misma identidad de la Iglesia fluyen a partir de ahí, de la Eucaristía, y allí siempre toman forma. Una celebración puede llegar a ser impecable en términos de apariencia, hermosísima, pero si no nos lleva al encuentro con Jesús, puede que no comporte ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio, Cristo quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla de su gracia, para que en cada comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida: esta coherencia entre liturgia y vida”.

Tomado de: http://www.aciprensa.com/noticias/el-papa-francisco-responde-a-razones-de-quienes-no-quieren-ir-a-misa-55579/#.Uvu_naq9LCR

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2014

Foto ACI Prensa

Foto ACI Prensa

Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr.  2 Cor 8, 9)

 

Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os  sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando  las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo,  el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su  pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de  Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que  pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san  Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida  pobre en sentido evangélico?

La gracia de Cristo

Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el  poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en  medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”,  para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15).  ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor  divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda  en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es  compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea  igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros.  Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad  de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo  verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el  pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice  san Pablo— «…para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de  palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una  síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y  la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la  limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad  filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el  Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar  en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar  con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para  consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el  Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la  «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es  precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen  samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da  verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno  de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de  Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con  nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita  de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su  confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento,  buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño  que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su  amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo,  su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre.  Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos  con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu  filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano  Primogénito (cfr Rom 8, 29).

Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy);  podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos  de Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio

Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que  nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios  humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando  el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los  Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La  riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y  solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el  Espíritu de Cristo.

A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las  miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar  obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin  esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la  miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que  habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es  digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los  bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas,  el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a  esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a  las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad.  En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a  los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan  asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la  dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el  origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en  ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas.  Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la  igualdad, a la sobriedad y al compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en  esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque  alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las  drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de  la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la  esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por  condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la  dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los  derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría  llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa  de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos  golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no  necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos  bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el  único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada  ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe  el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama  gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida  eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza!  Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el  tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar  esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e  imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja  perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a  la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y  espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre  misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en  la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció  con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará  bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros  con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería  válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no  cuesta y no duele.

Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen  a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10),  sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la  responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia.  Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad  eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí.  Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

Vaticano, 26 de diciembre de 2013

Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir

FRANCISCO

Tomado de: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/messages/lent/documents/papa-francesco_20131226_messaggio-quaresima2014_sp.html

 

Papa Francisco: Pedir la gracia de morir en la Iglesia, en la esperanza y dejando un testimonio cristiano

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VATICANO, 06 Feb. 14 / 01:31 pm (ACI).- En la Misa presidida esta mañana en la casa de Santa Marta, el Papa Francisco reflexionó sobre la muerte y exhortó a pedirle a Dios tres gracias: morir en la Iglesia, morir en la esperanza y morir dejando la herencia de un testimonio cristiano.

Según señala Radio Vaticano, en su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre la primera Lectura del día que relata la muerte de David, luego de una vida dedicada al servicio a su pueblo. Francisco subrayó tres cosas: la primera es que David muere “en el regazo de su pueblo”. Vive hasta el final “su pertenencia al Pueblo de Dios. Había pecado: él mismo se llama ‘pecador’, pero ¡jamás … [para continuar leyendo visitar: http://www.aciprensa.com/noticias/papa-francisco-pedir-la-gracia-de-morir-en-la-iglesia-en-la-esperanza-y-dejando-un-testimonio-cristiano-13187/]

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. 03-02-14

Jesus exorcismo

El Evangelio de hoy (Mc 5,1-20) nos presenta a Jesús en territorio pagano. La lectura evangélica que contemplamos el sábado pasado nos mostraba a Jesús dirigiéndose a territorio pagano, a Gerasa, que quedaba al otro lado del lago de Galilea. El pasaje de hoy nos relata un suceso ocurrido cuando Jesús llegó junto a sus discípulos a su destino, después de calmar la tormenta que enfrentaron en la barca que los traía. Gerasa era una antigua ciudad de la Decápolis, una de las siete divisiones políticas (“administraciones”) de la provincia Romana de Palestina en tiempos de Jesús.

Al llegar allí le salió al encuentro “un hombre poseído de espíritu inmundo” que vivía en el cementerio entre los sepulcros. Jesús exorciza al endemoniado, y los espíritus inmundos que lo tenían poseído salieron del hombre y se metieron en una gran piara de cerdos (unos dos mil), que “se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago”. Al enterarse de la curación del endemoniado, todos quedaron maravillados (“espantados”). Pero tan pronto se enteraron de lo ocurrido con los cerdos, “le rogaban que se marchase de su país”.

Debemos recordar que aunque la carne de cerdo está prohibida para los judíos, los gerasanos la consumen. Por tanto, la muerte de dos mil cerdos representaba para ellos una pérdida económica considerable. De nuevo, la admiración que sintieron por Jesús ante la curación del endemoniado se tornó en desprecio ante las consecuencias materiales. Para esta gente, los cerdos, y el valor económico que ellos representaban, eran más importantes que la calidad de vida de un solo hombre. La liberación de un hombre valía menos que una piara de cerdos. Antepusieron los valores materiales a los valores del Reino. El mensaje de Jesús resultó demasiado incómodo. Nos recuerda la parábola del joven rico: “Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico” (Cfr. Mt 19,16-22). Hoy no es diferente. Cuando el seguimiento de Jesús interfiere con nuestras “seguridades” materiales, preferimos ignorar el llamado a renunciar a estas.

Se trata de la economía de la exclusión e inequidad que critica el papa Francisco en el número 53 de su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (lectura recomendada para todo cristiano del siglo XXI): “No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad”.

Otro detalle cabe resaltar. Cuando echaron a Jesús del lugar, el hombre que había curado pidió acompañarle, y Jesús no se lo permitió. Jesús deja claro que Él es quien escoge a sus discípulos (los llama por su nombre). Además, contrario a su conducta usual (el “secreto mesiánico” que hemos discutido anteriormente), le pidió al hombre que fuera a anunciar a los suyos “lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia”. Jesús quiere sembrar la semilla del Reino entre los paganos. Él vino para redimirnos a todos, sin distinción. A ti, y a mí. Y nos invita a seguirle. ¿Aceptas? ¡Atrévete!

 

“El Papa parecía un sacerdote normal”, dice joven de la Parroquia del Sagrado Corazón

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(Radio Vaticano).- César es colombiano, tiene 28 años y el domingo pasado charló con el Papa en la Iglesia que frecuenta. El Obispo de Roma continúa con las visitas pastorales en la ciudad, esta vez fue en la Parroquia del Sagrado Corazón, en la zona de Castro Pretorio. Allí César y otros fieles le recibieron con los brazos abiertos y le hicieron sentirse “como en familia”. Escuchemos como vivió César estos intensos momentos de la misa y del posterior encuentro con 150 jóvenes de la parroquia. “Nos habló como si fuéramos amigos, algo muy informal, se reía y nos contó muchas anécdotas”, recuerda César. “Una de mis amigas le dijo que en esta iglesia ‘nos ensuciábamos las manos’ y le encantó esa frase, la repitió muchas veces y dijo ‘ese es el sentido de la Iglesia’”.

Además César recuerda con mucho cariño el momento cuando el coro cantó canciones en español ya que él mismo se las enseñó a sus compañeros para que el Papa las escuchara. “Parecía un sacerdote normal y corriente”, asegura el fiel colombiano con una sonrisa en la boca. (MZ-RV)

Tomado de: http://es.radiovaticana.va/news/2014/01/22/el_papa_parec%C3%ADa_un_sacerdote_normal,_joven_de_la_parroquia_del/spa-766235

El Bautismo ¡no es una formalidad!, clama el Papa Francisco

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VATICANO, 08 Ene. 14 / 11:10 am (ACI/EWTN Noticias).- En su primera catequesis que dedica al tema de los sacramentos, el Papa Francisco explicó que el Bautismo “¡no es una formalidad!” y precisó que no es lo mismo un niño o una persona bautizada que una que no lo está.

En su catequesis de hoy, el Santo Padre explicó que este sacramento, junto a la Eucaristía y la Confirmación, forman la llamada “Iniciación cristiana”, que “constituye como un único, gran evento sacramental que se configura al Señor y hace de nosotros… [continuar leyendo]