REFLEXIÓN PARA EL 24 DE DICIEMBRE DE 2022, FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos.

La liturgia de hoy, 24 de diciembre, casi siempre pasa inadvertida, diluyéndose en el barullo de la celebración de la Vigilia la Natividad del Señor. La primera lectura (2 Sam 7,1-5.8b-12.14a.16) nos presenta al rey David, que ha logrado unificar las tribus, trayendo paz y estabilidad al pueblo, convirtiéndose en el primer rey que efectivamente reina sobre los reinos del Norte y del Sur. Habiendo terminado la etapa de las peregrinaciones, quiere construirle un templo a Dios: “Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda”. Pero Dios le deja saber por medio del profeta Natán que no será él quien le construya el templo (eso le tocará a su hijo Salomón). En cambio, le promete una descendencia, que siempre ha sido interpretada como un anuncio del rey mesiánico: “el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre”.

El Salmo (88) exalta la misericordia de Dios que se refleja en su fidelidad, y afianza la promesa hecha a David de un linaje perpetuo: “Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: ‘Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades’”.

La lectura evangélica (Lc 1,67-69) nos presenta el “Cántico de Zacarías”. Zacarías había quedado mudo por dudar de la palabra del ángel que le anunció que su esposa Isabel iba a concebir y tener un hijo. El pasaje de hoy se da dentro del contexto de la presentación de su hijo en el Templo según mandaba la Ley, que leíamos en la liturgia de ayer. Cuando fueron a ponerle nombre al niño, Zacarías confirmó la petición de Isabel, escribiendo en una tabilla: “Juan es su nombre” (v. 63). Ante el asombro de todos los presentes, a Zacarías “se le soltó la lengua” y comenzó a alabar a Dios.

Al “soltársele la lengua”, Zacarías, empezó a recitar el cántico profético que conocemos como el Benedictus, que es un canto de alabanza a Dios que nos anuncia el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento en la persona de Jesús que va a nacer en “la Casa de David, su siervo”. Esto porque Dios ha sido fiel a su Alianza, visitando y redimiendo a su pueblo.

Lleno del Espíritu Santo, Zacarías anuncia que su hijo irá “delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados”.

Hoy es víspera de Navidad, y este cántico nos llena de alegría, y sirve de culminación al tiempo de Adviento, en el cual hemos estado esperando, anticipando, preparándonos para el nacimiento, ya inminente, del Niño Dios.

Ya en unas horas habrá nacido la salvación del mundo. Entonces podremos exclamar: ¡Feliz Navidad!

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA 19-03-22

“Aunque no lo menciona por su nombre, presumimos que fue quien lo llevó a circuncidar a los ocho días”.

Hoy hacemos un paréntesis en liturgia cuaresmal, en que la Iglesia celebra la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Ya anteriormente hemos reflexionado sobre las lecturas que nos brinda la liturgia para este día. Les invitamos a leer esa reflexión pulsando sobre este enlace.

Es muy poco lo que se sabe sobre este santo varón a quien Dios encomendó la tarea de darle estatus de legalidad a su Hijo, aceptándolo y reconociéndolo como suyo propio, criarlo, cuidar de Él y proveer para su sustento y el de su Madre. Por eso la Iglesia lo venera como santo.

Sin embargo, al leer el Nuevo Testamento encontramos que es muy poco lo que se nos dice de San José. Así, por ejemplo, Marcos, que es el primero de los evangelistas en escribir su relato (entre los años 69-70), ni tan siquiera lo menciona. Tampoco lo hace Juan, el último en escribir (entre los años 95-100).

Mateo (alrededor del año 80), el primero en mencionarlo, nos dice que José era descendiente de David, (1,16) cumpliéndose así las profecías mesiánicas, y que tenía el oficio de artesano –tékton-(13,55a); que el ángel del Señor le dijo que no temiera aceptar a María como esposa, pues el hijo que llevaba en sus entrañas era hijo de Dios (1,20-21); que luego del Niño nacer en Belén (2,1), el ángel del Señor le instruyó que huyeran a Egipto (2,13); y más adelante que regresara a Nazaret (2,20). Luego de eso… ¡silencio total! De paso, hay que señalar que en los evangelios no encontramos ni una sola palabra pronunciada por José. De ahí que se le haya llamado “varón de silencios”.

Lucas (entre los años 80-90), por su parte, lo coloca llevando a su esposa a Belén para empadronarse en un censo, lo que explica por qué el Niño nació allí (2,1-7), y, aunque no lo menciona por su nombre, presumimos que fue quien lo llevó a circuncidar a los ocho días (2,21), y estuvo presente en la purificación de su esposa y presentación del Niño en el Templo (2,22-24). Finalmente lo menciona en el episodio del Niño perdido y hallado en el Templo (2,41-52), de nuevo sin mencionar su nombre y sin que pronuncie palabra (es su madre maría quien increpa al niño). Y otra vez, ¡silencio total!

De hecho, la mayoría de los detalles sobre el origen y la vida de José los recibimos de la Santa Tradición, recogida en parte en los Evangelios Apócrifos, especialmente el Evangelio del Pseudo Mateo, el Libro sobre la Natividad de María, y la Historia de José el Carpintero (a este último se debe que a pesar de que en el original griego Mateo se limita a decir que era “artesano”, la tradición y traducciones posteriores lo traduzcan como “carpintero”).

De estos escritos surge, por ejemplo, las circunstancias en que José advino esposo de la Virgen María, su edad avanzada, que era viudo y que tenía otros hijos, la vara de san José que florece frente a los demás pretendientes (por eso las imágenes lo muestran con su vara florecida), y que José falleció cuando Jesús tenía dieciocho años (a José se le conoce también como el santo del “buen morir”, pues se presume que murió en compañía de Jesús y María).

Lo cierto es que el Señor vio en Él unas cualidades que le hicieron digno de encomendarle la delicada tarea de ser el padre adoptivo del Verbo Encarnado. Por eso hoy veneramos su memoria.

Felicidades a todos los José, Josefa y Josefina (incluyendo a mi adorada esposa), en el día de su santo patrono.

REFLEXIÓN PARA EL 24 DE DICIEMBRE DE 2021 – FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos”…

La liturgia propia de hoy, 24 de diciembre, casi siempre pasa inadvertida, diluyéndose en el barullo de la celebración de la Vigilia la Natividad del Señor. No obstante, resulta conveniente que contemplemos las lecturas, pues completan una historia que culmina el tiempo de Adviento y nos coloca en el umbral de la Navidad propiamente.

La primera lectura (2 Sam 7,1-5.8b-12.14a.16) nos presenta al rey David, que ha logrado unificar las tribus, trayendo paz y estabilidad al pueblo, convirtiéndose en el primer rey que efectivamente reina sobre los reinos del Norte y del Sur. Habiendo terminado la etapa de las peregrinaciones, quiere construirle un templo a Dios: “Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda”. Pero Dios le deja saber por medio del profeta Natán que no será él quien le construya el templo (eso le tocará a su hijo Salomón). En cambio, le promete una descendencia, que siempre ha sido interpretada como un anuncio del rey mesiánico: “el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre” (Cfr. Lc 1,32).

El Salmo (88) exalta la misericordia de Dios que se refleja en su fidelidad, y afianza la promesa hecha a David de un linaje perpetuo: “Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: ‘Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades’”.

La lectura evangélica (Lc 1,67-69) nos presenta el cántico de Zacarías. Zacarías había quedado mudo por dudar de la palabra del ángel que le anunció que su esposa Isabel iba a concebir y tener un hijo. El pasaje de hoy se da dentro del contexto de la presentación de su hijo en el Templo según mandaba la Ley. Cuando fueron a ponerle nombre al niño, Zacarías confirmó la petición de Isabel, escribiendo en una tabilla: “Juan es su nombre” (Lc 1,63). Ante el asombro de todos los presentes, a Zacarías “se le soltó la lengua” y comenzó a alabar a Dios.

Ayer escuchábamos de boca de María el canto del Magníficat. Hoy escuchamos el Benedictus, que es un canto de alabanza a Dios que nos anuncia el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento en la persona de Jesús que va a nacer en “la Casa de David, su siervo”. Esto porque Dios ha sido fiel a su Alianza, visitando y redimiendo a su pueblo.

Lleno del Espíritu Santo, Zacarías anuncia que su hijo irá “delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados”.

Hoy es víspera de Navidad, y este cántico nos llena de alegría, y sirve de culminación al tiempo de Adviento, en el cual hemos estado esperando, anticipando, preparándonos para el nacimiento, ya inminente, del Niño Dios.

Ya en unas horas habrá nacido la salvación del mundo. Entonces podremos exclamar: ¡Feliz Navidad!

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA 19-03-21

“Aunque no lo menciona por su nombre, presumimos que fue quien lo llevó a circuncidar a los ocho días”.

Hoy hacemos un paréntesis en liturgia cuaresmal, en que la Iglesia celebra la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Ya anteriormente hemos reflexionado sobre las lecturas que nos brinda la liturgia para este día. Les invitamos a leer esa reflexión pulsando sobre este enlace.

Es muy poco lo que se sabe sobre este santo varón a quien Dios encomendó la tarea de darle estatus de legalidad a su Hijo, aceptándolo y reconociéndolo como suyo propio, criarlo, cuidar de Él y proveer para su sustento y el de su Madre. Por eso la Iglesia lo venera como santo.

Sin embargo, al leer el Nuevo Testamento encontramos que es muy poco lo que se nos dice de San José. Así, por ejemplo, Marcos, que es el primero de los evangelistas en escribir su relato (entre los años 69-70), ni tan siquiera lo menciona. Tampoco lo hace Juan, el último en escribir (entre los años 95-100).

Mateo (alrededor del año 80), el primero en mencionarlo, nos dice que José era descendiente de David, (1,16) cumpliéndose así las profecías mesiánicas, y que tenía el oficio de artesano –tékton-(13,55a); que el ángel del Señor le dijo que no temiera aceptar a María como esposa, pues el hijo que llevaba en sus entrañas era hijo de Dios (1,20-21); que luego del Niño nacer en Belén (2,1), el ángel del Señor le instruyó que huyeran a Egipto (2,13); y más adelante que regresara a Nazaret (2,20). Luego de eso… ¡silencio total!

Lucas (entre los años 80-90), por su parte, lo coloca llevando a su esposa a Belén para empadronarse en un censo, lo que explica por qué el Niño nació allí (2,1-7), y, aunque no lo menciona por su nombre, presumimos que fue quien lo llevó a circuncidar a los ocho días (2,21), y estuvo presente en la purificación de su esposa y presentación del Niño en el Templo (2,22-24). Finalmente lo menciona en el episodio del Niño perdido y hallado en el Templo (2,41-52), de nuevo sin mencionar su nombre y sin que pronuncie palabra (es su madre maría quien increpa al niño). Y otra vez, ¡silencio total!

De hecho, la mayoría de los detalles sobre el origen y la vida de José los recibimos de la Santa Tradición, recogida en parte en los Evangelios Apócrifos, especialmente el Evangelio del Pseudo Mateo, el Libro sobre la Natividad de María, y la Historia de José el Carpintero (a este último se debe que a pesar de que en el original griego Mateo se limita a decir que era “artesano”, la tradición y traducciones posteriores lo traduzcan como “carpintero”).

De estos escritos surge, por ejemplo, las circunstancias en que José advino esposo de la Virgen María, su edad avanzada, que era viudo y que tenía otros hijos, la vara de san José que florece frente a los demás pretendientes (por eso las imágenes lo muestran con su vara florecida), y que José falleció cuando Jesús tenía dieciocho años (a José se le conoce también como el santo del “buen morir”, pues se presume que murió en compañía de Jesús y María).

Lo cierto es que el Señor vio en Él unas cualidades que le hicieron digno de encomendarle la delicada tarea de ser el padre adoptivo del Verbo Encarnado. Por eso hoy veneramos su memoria.

Felicidades a todos los José, Josefa y Josefina (incluyendo a mi adorada esposa), en el día de su santo patrono.

REFLEXIÓN PARA EL 24 DE DICIEMBRE – FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

“Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos”…

La liturgia propia de hoy, 24 de diciembre, casi siempre pasa inadvertida, diluyéndose en el barullo de la celebración de la Vigilia la Natividad del Señor. No obstante, resulta conveniente que contemplemos las lecturas, pues completan una historia que culmina el tiempo de Adviento y nos coloca en el umbral de la Navidad propiamente.

La primera lectura (2 Sam 7,1-5.8b-12.14a.16) nos presenta al rey David, que ha logrado unificar las tribus, trayendo paz y estabilidad al pueblo, convirtiéndose en el primer rey que efectivamente reina sobre los reinos del Norte y del Sur. Habiendo terminado la etapa de las peregrinaciones, quiere construirle un templo a Dios: “Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda”. Pero Dios le deja saber por medio del profeta Natán que no será él quien le construya el templo (eso le tocará a su hijo Salomón). En cambio, le promete una descendencia, que siempre ha sido interpretada como un anuncio del rey mesiánico: “el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre” (Cfr. Lc 1,32).

El Salmo (88) exalta la misericordia de Dios que se refleja en su fidelidad, y afianza la promesa hecha a David de un linaje perpetuo: “Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: ‘Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades’”.

La lectura evangélica (Lc 1,67-69) nos presenta el cántico de Zacarías. Zacarías había quedado mudo por dudar de la palabra del ángel que le anunció que su esposa Isabel iba a concebir y tener un hijo. El pasaje de hoy se da dentro del contexto de la presentación de su hijo en el Templo según mandaba la Ley. Cuando fueron a ponerle nombre al niño, Zacarías confirmó la petición de Isabel, escribiendo en una tabilla: “Juan es su nombre” (Lc 1,63). Ante el asombro de todos los presentes, a Zacarías “se le soltó la lengua” y comenzó a alabar a Dios.

Ayer escuchábamos de boca de María el canto del Magníficat. Hoy escuchamos el Benedictus, que es un canto de alabanza a Dios que nos anuncia el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento en la persona de Jesús que va a nacer en “la Casa de David, su siervo”. Esto porque Dios ha sido fiel a su Alianza, visitando y redimiendo a su pueblo.

Lleno del Espíritu Santo, Zacarías anuncia que su hijo irá “delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados”.

Hoy es víspera de Navidad, y este cántico nos llena de alegría, y sirve de culminación al tiempo de Adviento, en el cual hemos estado esperando, anticipando, preparándonos para el nacimiento, ya inminente, del Niño Dios.

Ya en unas horas habrá nacido la salvación del mundo. Entonces podremos exclamar: ¡Feliz Navidad!

REFLEXIÓN PARA EL 24 DE DICIEMBRE DE 2019 – FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO

La liturgia propia de hoy, 24 de diciembre, casi siempre pasa inadvertida, diluyéndose en el barullo de la celebración de la Vigilia la Natividad del Señor. No obstante, resulta conveniente que contemplemos las lecturas, pues completan una historia que culmina el tiempo de Adviento y nos coloca en el umbral de la Navidad propiamente.

La primera lectura (2 Sam 7,1-5.8b-12.14a.16) nos presenta al rey David, que ha logrado unificar las tribus, trayendo paz y estabilidad al pueblo, convirtiéndose en el primer rey que efectivamente reina sobre los reinos del Norte y del Sur. Habiendo terminado la etapa de las peregrinaciones, quiere construirle un templo a Dios: “Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda”. Pero Dios le deja saber por medio del profeta Natán que no será él quien le construya el templo (eso le tocará a su hijo Salomón). En cambio, le promete una descendencia, que siempre ha sido interpretada como un anuncio del rey mesiánico: “el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre” (Cfr. Lc 1,32).

El Salmo (88) exalta la misericordia de Dios que se refleja en su fidelidad, y afianza la promesa hecha a David de un linaje perpetuo: “Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: ‘Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades’”.

La lectura evangélica (Lc 1,67-69) nos presenta el cántico de Zacarías. Zacarías había quedado mudo por dudar de la palabra del ángel que le anunció que su esposa Isabel iba a concebir y tener un hijo. El pasaje de hoy se da dentro del contexto de la presentación de su hijo en el Templo según mandaba la Ley. Cuando fueron a ponerle nombre al niño, Zacarías confirmó la petición de Isabel, escribiendo en una tabilla: “Juan es su nombre” (Lc 1,63). Ante el asombro de todos los presentes, a Zacarías “se le soltó la lengua” y comenzó a alabar a Dios.

Ayer escuchábamos de boca de María el canto del Magníficat. Hoy escuchamos el Benedictus, que es un canto de alabanza a Dios que nos anuncia el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento en la persona de Jesús que va a nacer en “la Casa de David, su siervo”. Esto porque Dios ha sido fiel a su Alianza, visitando y redimiendo a su pueblo.

Lleno del Espíritu Santo, Zacarías anuncia que su hijo irá “delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados”.

Hoy es víspera de Navidad, y este cántico nos llena de alegría, y sirve de culminación al tiempo de Adviento, en el cual hemos estado esperando, anticipando, preparándonos para el nacimiento, ya inminente, del Niño Dios.

Ya en unas horas habrá nacido la salvación del mundo. Entonces podremos exclamar: ¡Feliz Navidad!