REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (1) 30-06-21

“Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua”. 

El pasaje que nos presenta el evangelio de hoy (Mt 8,28-34), que aparece (con las consabidas variantes) en los tres evangelios sinópticos, es uno de esos que nos deja “rascándonos la cabeza”. Jesús expulsa unos demonios que poseían a unos endemoniados que vivían en el cementerio, y los envía a una piara de cerdos que se lanzan acantilado abajo ahogándose en el agua. Para entender este pasaje hay que examinarlo en la perspectiva histórica y cultural del tiempo de Jesús.

Nos relata el pasaje que Jesús llegó con sus discípulos “a la otra orilla, a la región de los gerasenos”, después de calmar la tormenta que enfrentaron en la barca que los traía. Gerasa era una antigua ciudad de la Decápolis, una de las siete divisiones políticas (“administraciones”) de la provincia Romana de Palestina en tiempos de Jesús.

Al llegar allí, “desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino”. Jesús no tiene dificultad en expulsar a los demonios, quienes reconocen su divinidad y poder (“¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?”, le reclaman, en aparente alusión al juicio final).

Jesús exorciza a los endemoniados, y los espíritus inmundos salieron de ellos y se metieron en una gran piara de cerdos que “se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua”. Los que cuidaban los cerdos huyeron despavoridos y contaron a todos lo sucedido. Tan pronto se enteraron de lo ocurrido a los cerdos, “el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país”. ¿Cómo es posible que lo expulsen por haber liberado a dos endemoniados?

Debemos recordar que aunque la carne de cerdo está prohibida para los judíos, los gerasenos la consumían. Por tanto, la muerte de aquellos cerdos representaba para ellos una pérdida económica. Para esta gente los cerdos, y el valor económico que ellos representaban, eran más importantes que la calidad de vida de aquellos dos pobres hombres. La liberación de dos hombres valía menos que una piara de cerdos. Antepusieron los valores materiales a los valores del Reino (Cfr.­ Hc 16,16 ss.). El mensaje de Jesús resultó demasiado incómodo.

Hoy no es diferente. Cuando el seguimiento de Jesús interfiere con nuestras “seguridades” materiales, preferimos ignorar el llamado antes que renunciar a estas. Todos tenemos nuestros “cerditos”. ¿Cuáles son los tuyos?

Esto nos hace pensar en lo que el papa Francisco llama la “economía de la exclusión e inequidad” en el número 53 de su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (lectura recomendada para todo cristiano del siglo XXI): “No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión”.

Jesús quiere sembrar la semilla del Reino entre los no creyentes. Él vino para redimirnos a todos, sin distinción. A ti, y a mí. Y nos invita a hacer lo mismo. ¿Aceptas?

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DECIMOTERCERA SEMANA DEL T.O. (2) 01-07-20

“Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua”.

El pasaje que nos presenta el evangelio de hoy (Mt 8,28-34), que aparece (con las consabidas variantes) en los tres evangelios sinópticos, es uno de esos que nos deja “rascándonos la cabeza”. Jesús expulsa unos demonios que poseían a unos endemoniados que vivían en el cementerio, y los envía a una piara de cerdos que se lanzan acantilado abajo ahogándose en el agua. Para entender este pasaje hay que examinarlo en la perspectiva histórica y cultural del tiempo de Jesús.

Nos relata el pasaje que Jesús llegó con sus discípulos “a la otra orilla, a la región de los gerasenos”, después de calmar la tormenta que enfrentaron en la barca que los traía. Gerasa era una antigua ciudad de la Decápolis, una de las siete divisiones políticas (“administraciones”) de la provincia Romana de Palestina en tiempos de Jesús.

Al llegar allí, “desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino”. Jesús no tiene dificultad en expulsar a los demonios, quienes reconocen su divinidad y poder (“¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?”, le reclaman, en aparente alusión al juicio final).

Jesús exorciza a los endemoniados, y los espíritus inmundos salieron de ellos y se metieron en una gran piara de cerdos que “se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua”. Los que cuidaban los cerdos huyeron despavoridos y contaron a todos lo sucedido. Tan pronto se enteraron de lo ocurrido a los cerdos, “el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país”. ¿Cómo es posible que lo expulsen por haber liberado a dos endemoniados?

Debemos recordar que aunque la carne de cerdo está prohibida para los judíos, los gerasenos la consumían. Por tanto, la muerte de aquellos cerdos representaba para ellos una pérdida económica. Para esta gente los cerdos, y el valor económico que ellos representaban, eran más importantes que la calidad de vida de aquellos dos pobres hombres. La liberación de dos hombres valía menos que una piara de cerdos. Antepusieron los valores materiales a los valores del Reino (Cfr.­ Hc 16,16 ss.). El mensaje de Jesús resultó demasiado incómodo.

Hoy no es diferente. Cuando el seguimiento de Jesús interfiere con nuestras “seguridades” materiales, preferimos ignorar el llamado antes que renunciar a estas. Todos tenemos nuestros “cerditos”. ¿Cuáles son los tuyos?

Esto nos hace pensar en lo que el papa Francisco llama la “economía de la exclusión e inequidad” en el número 53 de su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (lectura recomendada para todo cristiano del siglo XXI): “No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión”.

Jesús quiere sembrar la semilla del Reino entre los no creyentes. Él vino para redimirnos a todos, sin distinción. A ti, y a mí. Y nos invita a hacer lo mismo. ¿Aceptas?

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMO SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (2) 04-09-18

“¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues, lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios”. La primera lectura de hoy (1 Cor 2,10b-16), continúa el pensamiento de la primera lectura de ayer, y nos recuerda que para poder explicar a otros las verdades espirituales, “no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales”.

El relato evangélico, por su parte (Lc 4,31-37), nos narra el primer milagro de la “vida pública” de Jesús recogida en los evangelios sinópticos. Jesús acababa de pronunciar su “discurso programático” en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-21). De ahí bajó a Cafarnaún, ciudad que se convirtió en el “centro de operaciones” de su actividad misionera. Nos dice el Evangelio que allí Jesús enseñaba en la sinagoga los sábados. Estando en la sinagoga, se suscitó el episodio del hombre endemoniado que nos narra la lectura de hoy, y la expulsión del demonio que le poseía.

Se trata de uno de los llamados “exorcismos” realizados por Jesús. Aunque los exégetas están de acuerdo que muchas de esas “posesiones” son en realidad enfermedades como epilepsia o desórdenes mentales, lo cierto es que, no importa cómo las cataloguemos, Jesús demuestra su poder sobre ellas. Poder que se manifiesta a través de su Palabra.

Actualizando ese pasaje a nuestra realidad, si nos examinamos a conciencia, podemos identificar aquellos “demonios” que nos impiden llegar a Jesús y nos mantienen alejados de Él y de su mensaje liberador. Esos demonios que cuando Jesús se nos acerca le gritan: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?”

Si abrimos nuestro corazón al Amor de Jesús, y nuestros oídos a su Palabra, esta dirá a nuestros demonios: “¡Cierra la boca y sal!”. Entonces quedaremos liberados de esos demonios que nos mantenían encadenados, y que no pueden resistirse ante el poder esa Palabra que hacía decir a los que veían a Jesús: “¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.” De ese modo podremos predicar la Palabra de Dios, “no en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales”, tal como nos dice san Pablo en la primera lectura de hoy.

Es la victoria del Amor infinito de Jesús que vence nuestras debilidades, nuestras impurezas, nuestros egoísmos, nuestros “demonios”. Hoy es un buen día para hacer examen de conciencia y preguntarnos: ¿cuáles son mis “demonios”, esos que me impiden abrir mi corazón para recibir el torrente de Amor que Dios derrama sobre mí en el Espíritu Santo?

En este día pidamos a Jesús que con el poder infinito de su Palabra nos libere de todos aquellos demonios que nos mantienen encadenados y apartados de Él, para que podamos disfrutar de la verdadera libertad que representa el participar junto a Él de la filiación divina.