REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA 23-02-15

Parábola del Juicio Final

Las lecturas que nos presenta la liturgia para este lunes de la primera semana de Cuaresma giran en torno al amor.

La primera, tomada del libro del Levítico (1,1-2.11-18), nos presenta el llamado “código de santidad” que fue presentado por Moisés al pueblo de Israel para que pudiera estar a la altura de lo que Dios, que es santo, espera de nosotros: “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. Además de las leyes acerca del culto debido a Dios y las reglas de convivencia con el prójimo (no matar, no robar, no explotar al trabajador, no tomar venganza, etc.), termina con una sentencia: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Dios nos está pidiendo que seamos santos como Él es santo, que le honremos con nuestras obras, no con nuestras palabras. Dios nos ama hasta morir, y espera que nosotros hagamos lo propio. Jesús llevará a su máxima expresión ese mandamiento de amar al prójimo como a nosotros mismos: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 13, 34).

En la lectura evangélica de hoy (Mt 25,31-46), Mateo nos estremece con el pasaje del “juicio final”. Este pasaje nos recuerda que un día vamos a enfrentarnos a nuestra historia, a nuestras obras, y vamos a ser juzgados. A ese juicio no podremos llevar nuestras palabras ni nuestra conducta exterior. Solo se nos permitirá presentar nuestras obras de misericordia. Y seremos nosotros mismos quienes hemos de dictar la sentencia.

Mateo pone en boca de los que escuchaban a Jesús, la pregunta: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” La contestación no se hace esperar: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Lo mismo ocurre en la negativa: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y la respuesta es igual: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”.

Durante ese tiempo de Cuaresma se nos propone el compromiso de amar al prójimo como preparación para la “gran noche” de la Pascua de resurrección. El Evangelio de hoy va más allá de no hacer daño, de no odiar; nos plantea lo que yo llamo el gran pecado de nuestros tiempos: el pecado de omisión. Jesús nos está diciendo que es Él mismo quien está en ese hambriento, sediento, forastero, enfermo, desnudo, preso, a quien ignoramos, a quien abandonamos (pienso en nuestros viejos). “En el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor” (san Juan de la Cruz).

Un día vamos a tomar el examen de nuestras vidas, y Jesús nos está dando las contestaciones por adelantado. ¿Aprobaremos, o reprobaremos? De nosotros depende…

Que pasen una hermosa semana.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (A) 23-11-14

Juicio final Mt 25,31-46

Hoy es el trigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo; solemnidad que marca el fin de Tiempo Ordinario y nos dispone a comenzar ese tiempo litúrgico tan especial del Adviento.

La solemnidad de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925. Quería el Papa motivar a los católicos a reconocer públicamente que la cabeza de la Iglesia es Cristo Rey. Posteriormente se movió al último domingo del tiempo ordinario para resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal, colocándola entre un ciclo litúrgico y otro.

Todas las lecturas que nos propone la liturgia para hoy nos apuntan al señorío y reinado de Jesús, con un sabor escatológico, es decir, a esa segunda venida de Jesús que marcará el fin de los tiempos y la culminación de su Reino por toda la eternidad.

La primera lectura, tomada del profeta Ezequiel (34,11-12.15-17), además de presentarnos la figura de Jesús como pastor, nos lo presenta como Rey y Señor de la historia, que habrá de juzgarnos al final de los tiempos: “Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío”.

En la lectura evangélica (Mt 25,31-46) Mateo nos estremece con la parábola del “juicio final”. Este pasaje nos recuerda que un día vamos a enfrentarnos a nuestra historia, a nuestras obras, y vamos a ser juzgados. A ese juicio no podremos llevar nuestras palabras ni nuestra conducta exterior. Solo se nos permitirá presentar nuestras obras de misericordia.

Los que escuchaban a Jesús, le preguntan: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” La contestación no se hace esperar: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Lo mismo ocurre en la negativa: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y la respuesta es igual: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”. Para explicar el juicio echa mano de la figura del pastor que vimos en la primera lectura: “Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda”.

Durante el tiempo de Adviento que se avecina se nos propone el compromiso de amar al prójimo como preparación para el nacimiento del Niño Dios en nuestros corazones. El Evangelio de hoy va más allá de no hacer daño, de no odiar; nos plantea lo que yo llamo el gran pecado de nuestros tiempos: el pecado de omisión. Jesús nos está diciendo que es Él mismo quien está en ese hambriento, sediento, forastero, enfermo, desnudo, preso, a quien ignoramos, a quien abandonamos (pienso en nuestros viejos).

Un día vamos a tomar el examen de nuestras vidas, y Jesús nos está dando las contestaciones por adelantado. ¿Aprobaremos, o reprobaremos? De nosotros depende…

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEMANA XXVII DEL T.O. (2) 06-10-14

Buen samaritano

El Evangelio que contemplamos hoy (Lc 10,25-37), nos presenta la conocida parábola del buen samaritano. Sobre esta parábola se han escrito “ríos de tinta”. Además de la historia, edificante por demás, que nos presenta la misma, algunos exégetas ven en la compasión del samaritano  una imagen de la misericordia de Dios, y en el regreso del samaritano al final de la parábola una especie de prefiguración del retorno de Cristo al final de los tiempos. Otros ven “claramente” en la parábola un reflejo de la historia de la salvación, al igual que en las “parábolas del Reino”.

Hoy nos limitaremos a señalar que el relato está precedido de una discusión sobre el mandamiento más importante: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo” (Mc 12,30-31); mandamiento que recoge el Shemá que recitan los judíos (Dt 6,4) y hasta escriben en un pergamino que colocan la jamba derecha de las puertas de sus hogares en un receptáculo llamado mezuzah, y el mandato sobre el prójimo contenido en Lev 19,18. Jesús llevará este último mandamiento un paso más allá, al pedirnos que amemos a nuestro prójimo, no como a nosotros mismos, sino como Él nos ha amado (Jn 13,34).

Lo cierto es que este relato nos enfrenta al pecado más común que cometemos a diario y pasamos por alto, lo ignoramos. Me refiero al pecado de omisión. Cuando rezamos el “Yo pecador”, decimos que “…he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Cuando pensamos en nuestros pecados, al hacer un examen de conciencia, pensamos en las actuaciones en que hemos incurrido que resultan ofensivas a Dios. Robar, matar, fornicar, mentir, etc., etc. ¿Pero qué de las veces que habiendo podido ayudar al prójimo que lo necesitaba nos hacemos de la vista larga? “Estoy muy ocupado… Voy tarde, y si me detengo… “Voy a ensuciarme la ropa…”

“En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados en el amor”, nos dice San Juan de la Cruz. Y eso no se lo inventó él; ¿acaso el mismo Jesús no nos dijo: “Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber…? (Mt 25,35). En el mismo pasaje del “juicio final” Jesús encarna el pecado de omisión: “Porque tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed y no me dieron de beber…” En otras palabras, no basta con abstenerse de cometer “actos” pecaminosos; peca tanto el que roba el pan ajeno, como el que pudiendo dar de comer al hambriento no lo hace. Es decir, para pecar no es necesario hacer el mal, basta con no hacer el bien, teniendo la capacidad y los medios para hacerlo. A veces se trata tan solo de prestar nuestros oídos a un hermano que necesita desahogarse, y “no tenemos tiempo…”

Y se nos olvida que en nuestro prójimo, en cada uno de nuestros hermanos, está la persona de Cristo; pero somos tan ciegos que no lo vemos. “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo” (Mt 25,45).

¡Cuántas veces actuamos como el sacerdote o el levita de la parábola!

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA DECIMOSÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (Memoria de san Ignacio de Loyola) 31-08-14

alfarero celestial

Hoy celebramos la memoria de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (mejor conocida como la orden de los Jesuitas), de la cual fue su primer general. Este santo, conocido por sus “Ejercicios espirituales”, tuvo una vida llena de aventuras que comenzó con una corta carrera militar que fue tronchada al ser gravemente herido el 20 de mayo de 1521 durante una batalla en la que él luchaba en defensa del castillo de Pamplona.

Esas heridas requirieron una larga convalecencia durante la cual, a falta de otro material de lectura, se sumergió en la lectura de la vida de Cristo y biografías de santos. Ese evento marcó el inicio de su largo camino de conversión, que culminó con la fundación de la Compañía de Jesús, que fue aprobada por el papa Pablo III, el 27 de septiembre de 1540.

El evangelio de hoy (Mt 13,47-53) nos presenta la parábola de la red, la última de las parábolas del Reino que ocupan el capítulo 13 de san Mateo. Les referimos a nuestra reflexión para el pasado domingo XVII del T.O., en la que comentamos esta parábola.

Esta lectura evangélica, con sabor escatológico, del final de los tiempos, nos presenta la imagen del Reino como una red en la que caben tanto los peces buenos como los malos. Nos apunta también al hecho de que el Reino ya está aquí, que ha comenzado. La ventaja que tenemos es que el Pescador nos da la oportunidad de ser contados entre los “peces buenos”. Y de la misma manera que nos creó del barro (Gn 2,7), si nos entregamos a las manos del Alfarero, Él puede triturarnos y hacernos de nuevo; criaturas nuevas nacidas de la conversión, el “hombre nuevo” de que nos habla san Pablo (Cfr. Ef 4,24). Entonces seremos contados entre los elegidos (Cfr. Ap 7).

La primera lectura de hoy, tomada del profeta Jeremías (18,1-6), nos presenta la figura del alfarero. Con esta figura Dios le está diciendo al profeta que así como cuando el alfarero no está satisfecho con la vasija que ha hecho, en vez de desanimarse, la rompe y comienza otra pieza con ese mismo barro, Él hará lo mismo con el pueblo. Del mismo modo actúa Dios con nosotros, mostrándonos una vez más Su infinita paciencia, que hace que nunca se canse de esperar nuestra conversión, como lo hizo con san Ignacio de Loyola. A veces ese proceso es doloroso, pero cuando vemos el resultado final, comprendemos que era necesario.

En la celebración eucarística entonamos un cántico que dice “Yo quiero ser Señor amado, como el barro en manos del alfarero, toma mi vida hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo”.

Hoy les invito a que nos preguntemos: ¿Estoy dispuesto a entregarme en manos del Alfarero Celestial para que Él me triture y me moldee en un “vaso nuevo” que sea de Su agrado?

REFLEXIÓN PARA EL DECIMOSÉPTIMO DOMINGO DEL T.O. (A) 27-07-14

trasmayo med

En la lectura evangélica (Mt 13,44-46) que nos presenta la liturgia para este decimoséptimo domingo del tiempo ordinario, retomamos la narración de Mateo del segundo gran sermón (también llamado “discurso parabólico”) de Jesús, en el cual nos presenta siete parábolas del Reino. En el evangelio de hoy encontramos tres de esas parábolas; la del tesoro escondido, la de la perla de gran valor y, la que más nos inquieta, la de la red.

Jesús nos está diciendo que en la vida del cristiano, del verdadero seguidor de Jesús, no hay más valioso que los valores del Reino; tanto que tenemos que estar dispuestos a “venderlo” todo con tal de adquirirlos, con tal de asegurar ese gran tesoro que es la vida eterna. Eso incluye dejar “casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y campos” por el nombre de Jesús. Y su promesa es generosa, “el ciento por uno” en el presente, y “la vida eterna” en el mundo venidero (Mt 19,27-39; Mc 10,28-31; Lc 18,28-30).

Es cierto que a veces ese “abandonarlo todo” se nos hace difícil, sobre todo cuando a eso tenemos que añadir las persecuciones, las burlas, las humillaciones, las pruebas que encontramos en el camino, que en ocasiones nos hacen dudar… Lo único que nos permite seguir adelante es la certeza de que Dios no nos abandona, y aunque no nos libre de la prueba, nos acompañará en ella. Y aún medio de la prueba podremos sentirnos felices, sabiendo que Él nos ama incondicionalmente y está a nuestro lado, y que nuestros “nombres están inscritos en el cielo” (Cfr. Lc 10,20). Esa es la verdadera “alegría del cristiano”.

Pero la cosa no termina ahí. En la parábola de la red Jesús nos advierte que el anuncio del Reino va dirigido a todos, los “buenos” (los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica), y los malos (los que escuchan la Palabra y la rechazan o la ignoran): “El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.

Esa última frase, “allí será el llanto y el rechinar de dientes”, aparece al menos cinco veces en Mateo y una en Lucas, siempre relacionada con el Juicio Final. Aunque en lenguaje bíblico el rechinar de dientes aparece como ejemplo de rabia y odio (Cfr. Job 16,9; Sal 35,16; Hc 7,54), cuando se une al llanto se refiere al dolor y la desesperación de los que quedarán excluidos de la salvación.

Esta parábola de la red nos invita a hacer introspección, a analizar nuestra vida de fe. Y la pregunta es obligada: cuando salgan los “ángeles del Señor” a separar los peces buenos de los malos, ¿en cuál de los grupos seré contado?

Lo bueno es que todavía estamos a tiempo; el Señor NUNCA se cansa de tocar a la puerta. Anda, ábrele (tu corazón), Él te lo ha prometido: entrará a tu casa y cenará contigo, y tú con Él (Cfr. Ap 3,20).