REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEXTA SEMANA DEL T.O. (2) 15-02-22

Los apóstoles se quejaban porque se les había olvidado traer suficiente pan para la travesía (“no tenían más que un pan en la barca”).

En el relato evangélico que contemplábamos ayer, habíamos dejado a Jesús embarcándose y zarpando “a la otra orilla”, luego de haber reprendido la falta de fe de los fariseos, quienes le habían pedido “un signo del cielo”. El pasaje de hoy (Mc 8,14-21) retoma la narración cuando ya están en la barca y nos presenta una conversación aparentemente trivial y cotidiana entre los apóstoles, en la que se quejaban porque se les había olvidado traer suficiente pan para la travesía (“no tenían más que un pan en la barca”).

Jesús, todavía pensando en el encuentro que acababa de tener con los fariseos, escucha la queja de los discípulos y les dice: “Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes”. Una vez más encontramos a Jesús criticando al poder ideológico-religioso y político de su tiempo (eso le costará la vida). En esos tiempos la “levadura” era considerada generalmente (excepto cuando se utiliza en las parábolas del Reino) como fuente de impureza y de corrupción (1 Co 5,6.8; Ga 5,9). Al utilizar este término dentro del contexto del pan (los judíos consumían panes ázimos especialmente en la fiesta de la Pascua y Ázimos), Jesús alude a la corrupción del pan-doctrina, por un lado con la “levadura” de los fariseos quienes esperaban y predicaban para el pueblo de Israel un Mesías poderoso, un líder militar, y por otro lado de Herodes, un rey que había llegado al poder de forma ilegítima.

Tras enfrentar a los fariseos, Jesús tiene que enfrentar también la incomprensión de los suyos, quienes no entendieron lo que quería decirles, y comentaron entre sí: “Lo dice porque no tenemos pan”. Estaba claro que los discípulos no acababan de entender a Jesús. Y una vez más les reprende: “¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís?”.

Jesús tenía razón para estar molesto. Los discípulos habían escuchado su Palabra y habían dejado todo para seguirle, habían sido testigos de su poder para echar demonios, curar toda clase de dolencias y enfermedades, lo habían visto caminar sobre las aguas y, además, habían sido testigos de dos multiplicaciones de panes. Es decir, habían sido testigos de la misericordia y providencia divinas en la persona de Jesús, ¡y se quejaban porque solo tenían un pedazo de pan para la travesía! Ellos mismos habían tenido la experiencia de salir a predicar tan solo con lo que llevaban puesto, y el Señor siempre les había provisto lo necesario (Mc 6,6b-13). Trato de imaginar la frustración de Jesús: “¿Y no acabáis de entender?”.

¿Cuántas veces nosotros nos “ahogamos en un vaso de agua”, preocupados y contrariados por las dificultades y carestías periódicas que enfrentamos, y permitimos que nuestras almas se corrompan con la “levadura” de la falta de confianza en la palabra de Dios y su Providencia Divina? Se nos olvida que al igual que las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, nuestro Padre que está en los cielos siempre nos provee (Cfr. Mt 6,26).

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEXTA SEMANA DEL T.O. (2) 16-02-21

“Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes”.

En el relato evangélico que contemplábamos ayer, habíamos dejado a Jesús embarcándose y zarpando “a la otra orilla”, luego de haber reprendido la falta de fe de los fariseos, quienes le habían pedido “un signo del cielo”. El pasaje de hoy (Mc 8,14-21) retoma la narración cuando ya están en la barca y nos presenta una conversación aparentemente trivial y cotidiana entre los apóstoles, en la que se quejaban porque se les había olvidado traer suficiente pan para la travesía (“no tenían más que un pan en la barca”).

Jesús, todavía pensando en el encuentro que acababa de tener con los fariseos, escucha la queja de los discípulos y les dice: “Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes”. Una vez más encontramos a Jesús criticando al poder ideológico-religioso y político de su tiempo (eso le costará la vida). En esos tiempos la “levadura” era considerada generalmente (excepto cuando se utiliza en las parábolas del Reino) como fuente de impureza y de corrupción (1 Co 5,6.8; Ga 5,9). Al utilizar este término dentro del contexto del pan (los judíos consumían panes ázimos especialmente en la fiesta de la Pascua y Ázimos), Jesús alude a la corrupción del pan-doctrina, por un lado con la “levadura” de los fariseos quienes esperaban y predicaban para el pueblo de Israel un Mesías poderoso, un líder militar, y por otro lado de Herodes, un rey que había llegado al poder de forma ilegítima.

Tras enfrentar a los fariseos, Jesús tiene que enfrentar también la incomprensión de los suyos, quienes no entendieron lo que quería decirles, y comentaron entre sí: “Lo dice porque no tenemos pan”. Estaba claro que los discípulos no acababan de entender a Jesús. Y una vez más les reprende: “¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís?”.

Jesús tenía razón para estar molesto. Los discípulos habían escuchado su Palabra y habían dejado todo para seguirle, habían sido testigos de su poder para echar demonios, curar toda clase de dolencias y enfermedades, lo habían visto caminar sobre las aguas y, además, habían sido testigos de dos multiplicaciones de panes. Es decir, habían sido testigos de la misericordia y providencia divinas en la persona de Jesús, ¡y se quejaban porque solo tenían un pedazo de pan para la travesía! Ellos mismos habían tenido la experiencia de salir a predicar tan solo con lo que llevaban puesto, y el Señor siempre les había provisto lo necesario (Mc 6,6b-13). Trato de imaginar la frustración de Jesús: “¿Y no acabáis de entender?”.

¿Cuántas veces nosotros nos “ahogamos en un vaso de agua”, preocupados y contrariados por las dificultades y carestías periódicas que enfrentamos, y permitimos que nuestras almas se corrompan con la “levadura” de la falta de confianza en la palabra de Dios y su Providencia Divina? Se nos olvida que al igual que las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, nuestro Padre que está en los cielos siempre nos provee (Cfr. Mt 6,26).

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEXTA SEMANA DEL T.O. (2) 18-02-20

“En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían mas que un pan en la barca”.

En el relato evangélico que contemplábamos ayer, habíamos dejado a Jesús embarcándose y zarpando “a la otra orilla”, luego de haber reprendido la falta de fe de los fariseos, quienes le habían pedido “un signo del cielo”. El pasaje de hoy (Mc 8,14-21) retoma la narración cuando ya están en la barca y nos presenta una conversación aparentemente trivial y cotidiana entre los apóstoles, en la que se quejaban porque se les había olvidado traer suficiente pan para la travesía (“no tenían más que un pan en la barca”).

Jesús, todavía pensando en el encuentro que acababa de tener con los fariseos, escucha la queja de los discípulos y les dice: “Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes”. Una vez más encontramos a Jesús criticando al poder ideológico-religioso y político de su tiempo (eso le costará la vida). En esos tiempos la “levadura” era considerada generalmente (excepto cuando se utiliza en las parábolas del Reino) como fuente de impureza y de corrupción (1 Co 5,6.8; Ga 5,9). Al utilizar este término dentro del contexto del pan (los judíos consumían panes ázimos especialmente en la fiesta de la Pascua y Ázimos), Jesús alude a la corrupción del pan-doctrina, por un lado con la “levadura” de los fariseos quienes esperaban y predicaban para el pueblo de Israel un Mesías poderoso, un líder militar, y por otro lado de Herodes, un rey que había llegado al poder de forma ilegítima.

Tras enfrentar a los fariseos, Jesús tiene que enfrentar también la incomprensión de los suyos, quienes no entendieron lo que quería decirles, y comentaron entre sí: “Lo dice porque no tenemos pan”. Estaba claro que los discípulos no acababan de entender a Jesús. Y una vez más les reprende: “¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís?”.

Jesús tenía razón para estar molesto. Los discípulos habían escuchado su Palabra y habían dejado todo para seguirle, habían sido testigos de su poder para echar demonios, curar toda clase de dolencias y enfermedades, lo habían visto caminar sobre las aguas y, además, habían sido testigos de dos multiplicaciones de panes. Es decir, habían sido testigos de la misericordia y providencia divinas en la persona de Jesús, ¡y se quejaban porque solo tenían un pedazo de pan para la travesía! Ellos mismos habían tenido la experiencia de salir a predicar tan solo con lo que llevaban puesto, y el Señor siempre les había provisto lo necesario (Mc 6,6b-13). Trato de imaginar la frustración de Jesús: “¿Y no acabáis de entender?”.

¿Cuántas veces nosotros nos “ahogamos en un vaso de agua”, preocupados y contrariados por las dificultades y carestías periódicas que enfrentamos, y permitimos que nuestras almas se corrompan con la “levadura” de la falta de confianza en la palabra de Dios y su Providencia Divina? Se nos olvida que al igual que las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, nuestro Padre que está en los cielos siempre nos provee (Cfr. Mt 6,26).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA SEXTA SEMANA DEL T.O. (2) 17-02-20

“¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación”.

“En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: “¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación”. Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla” (Mc 8,11-13). Este corto pasaje que nos propone la liturgia para hoy lunes de la sexta semana del tiempo ordinario como lectura evangélica, nos invita a reflexionar sobre nuestra fe.

Aquellos se negaban a aceptar el anuncio de Reino de parte de Jesús porque les faltaba fe, que no es otra cosa que “la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve” (Gál 11,1). Sabemos por los relatos evangélicos que Jesús era un maestro del debate. Imagino que cuando los fariseos se sintieron acorralados ante los argumentos contundentes de Jesús, en un intento de quedar bien delante de los que les escuchaban, decidieron ponerle a prueba exigiendo un signo del cielo. Un riesgo para ellos y una tentación para Jesús; la oportunidad de demostrar su poder, como cuando el demonio tentó a Jesús en el desierto luego de ayunar por cuarenta días: “Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes” (Mt 4,3). Pero Jesús no vino a demostrar su poder sino a servir, a dar su vida por la salvación de todos. Los milagros que hace son producto de su amor y misericordia infinitos, no para demostrar su poder.

Aun así, los que decidimos seguir al Señor y proclamar su Palabra, en ocasiones nos sentimos frustrados y quisiéramos que Dios mostrara su poder y su gloria a todos, para que hasta los más incrédulos tuvieran que creer, experimentar la conversión. Y es que se nos olvida la cruz… Si fuera asunto de signos, las legiones celestiales habrían intervenido para evitar su arresto y ejecución (Cfr. Jn 18,36). El que vino a servir y no a ser servido no necesita más signo que su Palabra.

Hoy que tenemos la Palabra de Jesús, sus enseñanzas, y su Iglesia con los sacramentos que Él instituyó, tenemos que preguntarnos: ¿Es eso suficiente para creer, para moverme a una verdadera conversión, o me gustaría al menos un “milagrito” para afianzar esa “conversión”? ¿Acaso no basta el milagro que se efectúa sobre el altar cada vez que las especies eucarísticas se convierten en el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesús? ¡Ah!, pero para percibir ese milagro hace falta fe…

Pienso en esos “televangelistas” con su espectáculo multitudinario en el cual los ciegos recuperan la vista, los tullidos caminan, los sordos recuperan la audición y el habla, etc., etc., y me pregunto: ¿Acaso los que presencian esos portentos creerían igual si no tuvieran esos “signos”? La Buena Noticia del Reino, ¿necesita de “signos” visibles para ser creída? Esas personas creen creer porque “ven”… (Cfr. Jn 20,25). ¿Es eso fe?

A veces el verdadero milagro consiste en la felicidad que produce el saberse amado por Dios en medio de la enfermedad, del dolor, de las dificultades y de las pérdidas, y confiar en su promesa de Vida eterna.

Que pasen una hermosa semana…