REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DEL T.O. – CICLO B – 10-10-21

“Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

El pasaje evangélico que nos propone la liturgia de hoy (Mc 10,17-30) es el del “joven rico”, llamado así por el evangelio de Mateo (19,16), que nos presenta este personaje como un hombre joven y rico. Cabe señalar que ni Marcos ni Lucas (18,18) aluden a la edad de este hombre. Pero lo verdaderamente importante del pasaje no es la edad del hombre, sino su riqueza y que era un cumplidor del decálogo. Además, el hecho de que se arrodilló ante Jesús y le llamó “Maestro bueno”, demuestra que también lo consideraba digno de veneración.

La pregunta que le formula el hombre rico a Jesús es tal vez la pregunta más trascendental que podemos hacerle a Dios: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?, es decir, ¿qué tengo que hacer para salvarme? Luego de repasar los preceptos del decálogo con el hombre, ante la aseveración de este de que cumplía con todo ellos, Jesús lanza su remate: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

Una vez más Jesús enfatiza la radicalidad del seguimiento. Si queremos ser santos, como Él es Santo, no puede haber nada más importante que las cosas Dios, que el seguimiento. Ni la familia, ni las posesiones, ni los títulos, ni los privilegios, ni los honores, ni el dinero, ni los vicios… En el caso del hombre rico del pasaje de hoy, Jesús nos explica que no es la riqueza lo que obstaculiza su salvación, es su apego, su confianza en las cosas de este mundo: “¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!”

De nuevo, no se trata de que el dinero, de por sí, sea obstáculo para alcanzar la salvación. Se trata de que ese dinero nos impida “poner la mano en el arado” sin mirar hacia atrás. Hay personas relativamente pobres que ponen su confianza en lo poco que tienen. Esas personas se convierten en unos pobres ricos, porque a esos les será más difícil entrar al reino de los cielos, que “a un camello pasar por el ojo de una aguja”.

Y aunque el seguimiento de Jesús que nos conduce por el camino de la salvación no está motivado por interés o deseo de recompensa sino por amor, Jesús siempre se muestra generoso con los suyos. Y el premio que nos promete es el más preciado de todos: “en la edad futura, vida eterna”, la “corona de gloria que no se marchita” (Cfr. 1 Co 9,25; 1 Pe 5,4).

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda ese “espíritu de sabiduría” de que nos habla la primera lectura (Sb 7,7-11), que nos permita preferir la sabiduría de Dios por encima de “cetros y tronos”; esa sabiduría a cuyo lado el oro “es un poco de arena”; esa sabiduría que es superior a la salud, a la belleza, y que es la única que puede mostrarnos el camino a la vida eterna. “Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33).

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMA SEMANA DEL T.O. (2) 17-08-20

“¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”.

La liturgia de hoy nos presenta el pasaje del joven rico (Mt 19,16-22). En la misma pregunta del joven encontramos el problema que presenta la situación: “Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?” En primer lugar, acepta que el fin del hombre es la “vida eterna”. En segundo lugar, está consciente que para llegar a esa vida eterna hay un solo camino, el camino del bien (“¿qué tengo que hacer de bueno…?”).

En su forma de pensar, típica de la persona adinerada, el joven piensa en términos de “comprar”, “adquirir”, “obtener”. Por eso utiliza este último verbo con relación a la vida eterna al formular su pregunta. Jesús, que ve en lo más profundo de nuestros corazones, le riposta: “¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Le dice que “uno solo es Bueno”, refiriéndose a Dios. Por eso le dice que tiene que cumplir los mandamientos, que vienen de Él.

El joven insiste diciéndole que él ya cumple con los mandamientos (resulta curioso que Jesús solo menciona los mandamientos que se refieren al prójimo, añadiendo el mandamiento del amor, que no forma parte del decálogo). Para el joven rico, por su posición cómoda, resulta fácil dar limosna a los pobres, pagar el diezmo al templo, “portarse bien”. Pero él quiere asegurarse que pueda “obtener” la vida eterna. Es alguien acostumbrado a adquirir las cosas sin importar el precio. Por eso no estaba preparado para la contestación de Jesús: “vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo”. La Escritura nos dice que “al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico”.

Si analizamos el pasaje, lo que Jesús hace es ponerlo a prueba. La realidad es que la riqueza no es impedimento para la salvación y la vida eterna; lo que sí es impedimento para seguir a Jesús es el apego a esa riqueza, al punto de nublar nuestro entendimiento cuando hay que decidir entre el seguimiento de Jesús y la protección de los bienes materiales. Esos bienes, esas posesiones, nos impiden entregar nuestro corazón totalmente a Dios. Por eso el joven se puso triste, porque su corazón, aunque bueno, estaba atrapado entre dos lealtades: Dios y el “ídolo” del dinero.

Durante las pasadas semanas Jesús nos ha estado hablando de la sencillez, la mansedumbre, la humildad como meta de los que queremos alcanzar la vida eterna. “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios” (Mt 5,3). El “pobre” para Jesús no es el que no tiene bienes, sino más bien aquél que no tiene su corazón puesto en las cosas. Se puede ser relativamente pobre y estar demasiado apegado a las pocas cosas materiales que se tiene; entonces se es como el “joven rico”. Del mismo modo, se puede tener una gran fortuna y vivir para agradar a Dios y ayudar a otros. Esa es la verdadera “pobreza evangélica” que caracteriza al discípulo de Jesús.

En esta semana que comienza, pidámosle al Padre que nos conceda el don de la pobreza evangélica que le es agradable, para que podamos ser dignos ciudadanos del Reino.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 04-03-19

El pasaje evangélico que nos propone la liturgia de hoy (Mc 10,17-30) es el del “joven rico”, llamado así por el evangelio de Mateo (19,16), que nos presenta este personaje como un hombre joven y rico. Cabe señalar que ni Marcos ni Lucas (18,18) aluden a la edad de este hombre. Pero lo verdaderamente importante del pasaje no es la edad del hombre, sino su riqueza y que era un cumplidor del decálogo. Además, el hecho de que se arrodilló ante Jesús y le llamó “Maestro bueno”, demuestra que también le consideraba digno de veneración.

La pregunta que le formula el hombre rico a Jesús es tal vez la pregunta más trascendental que podemos hacerle a Dios: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?, es decir, ¿qué tengo que hacer para salvarme? Luego de repasar los preceptos del decálogo con el hombre, ante la aseveración de este de que cumplía con todo ellos, Jesús lanza su remate: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

Una vez más Jesús enfatiza la radicalidad del seguimiento. Si queremos ser santos, como Jesús es Santo, no puede haber nada más importante que las cosas Dios, que el seguimiento. Ni la familia, ni las posesiones, ni los títulos, ni los privilegios, ni los honores, ni el dinero, ni los placeres, ni los vicios… En el caso del hombre rico del pasaje de hoy, Jesús nos explica que no es la riqueza lo que obstaculiza su salvación, es su apego, su confianza en las cosas de este mundo: “¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!”

De nuevo, no se trata de que el dinero, de por sí, sea obstáculo para alcanzar la salvación. Se trata de que ese dinero nos impida “poner la mano en el arado” sin mirar hacia atrás (Cfr. Lc 9,62). Hay personas relativamente pobres que ponen su confianza en lo poco que tienen. Esas personas se convierten en unos pobres ricos, porque a esos les será más difícil entrar al reino de los cielos, que “a un camello pasar por el ojo de una aguja”.

Y aunque el seguimiento de Jesús, que nos conduce por el camino de la salvación, no está motivado por interés o deseo de recompensa, sino por amor, Jesús siempre se muestra generoso con los suyos. Y el premio que nos promete es el más preciado de todos: “en la edad futura, vida eterna”, la “corona de gloria que no se marchita” (Cfr. 1 Co 9,25; 1 Pe 5,4).

Si nos arrepentimos y nos tornamos hacia Dios, dejando a un lado toda “riqueza” temporal, Dios nos recibe y reanima, permitiéndonos conocer Su amor, que nos conducirá a la Verdad y a la vida eterna (Cfr. Primera lectura – Sir 17,20-28).

Dentro de dos días comenzamos la Cuaresma con la celebración del miércoles de ceniza. Aprovechemos este tiempo, y el llamado que se nos hace, para retomar nuestro camino de conversión que nos permita fijar nuestra mirada en Dios y echar a un lado todo lo que pueda apartarnos de Él.

¡Hermosa semana!