REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMO NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 17-10-22

“Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.

La liturgia para este lunes de la vigésima novena semana del Tiempo Ordinario nos presenta otro pasaje exclusivo de Lucas (12,13-21). El pasaje comienza con uno que se acerca a Jesús y le pide que sirva de árbitro entre su hermano y él para repartir una herencia que habían recibido, una función que los rabinos eran llamados a ejercer en tiempos de Jesús. Pero Jesús, quien obviamente era reconocido como rabino por su interlocutor, no acepta la encomienda, ya que su misión es otra: Anunciar el Reino y los valores del Reino; llamar a los hombres a seguir a Dios como valor absoluto, por encima de todos los bienes terrenales; a poner nuestra confianza en Dios, no en el dinero ni ninguna otra cosa.

Como siempre, queremos enfatizar que Jesús no condena la riqueza por sí misma. El dinero ni es bueno ni es malo. Lo que es bueno o malo es el uso que podamos dar a ese dinero. Lo que Él condena es el apego y confianza en el dinero como seguridad nuestra por encima de los valores del Reino. Se trata de no permitir que la riqueza se convierta en un obstáculo para nuestra salvación (Cfr. Lc 18,23; Mt 19,22).

Por eso le dice al hombre: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Inmediatamente le propone una parábola; la del hombre que tuvo una cosecha extraordinaria y piensa construir graneros más grandes para acumular su cosecha, para luego darse buena vida con la “seguridad” que su riqueza le brinda. La parábola termina con cierta ironía: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para si y no es rico ante Dios”. Eso nos recuerda a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (1,21).

Las riquezas que podamos acumular en este mundo palidecen ante los valores del Reino, pues los últimos son los que vamos a poder llevar ante la presencia del Señor el día del Juicio. Y como siempre, Jesús es un maestro que nos da las contestaciones al examen antes de que lo tomemos. En las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12), y en la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46), Jesús nos dice sobre qué vamos a ser examinados ese día. San Juan de la Cruz lo resume así: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda los dones de las Bienaventuranzas para que podamos poner nuestra confianza en Él y en los valores del Reino por encima de toda riqueza, persona, o bienes materiales, pues así tendremos “una gran recompensa en el cielo” (Mt 5,12).

“Oh Dios, Padre bueno y misericordioso: Buscamos con frecuencia seguridad y garantía en cosas que anhelamos poseer y acaparar. No permitas que las cosas nos posean y controlen,… y danos el valor de buscar primero las riquezas de tu reino por medio de Jesucristo, nuestro Señor” (de la Oración Colecta).

Que pasen una linda semana llena de PAZ.

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DEL T.O. – CICLO B – 10-10-21

“Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

El pasaje evangélico que nos propone la liturgia de hoy (Mc 10,17-30) es el del “joven rico”, llamado así por el evangelio de Mateo (19,16), que nos presenta este personaje como un hombre joven y rico. Cabe señalar que ni Marcos ni Lucas (18,18) aluden a la edad de este hombre. Pero lo verdaderamente importante del pasaje no es la edad del hombre, sino su riqueza y que era un cumplidor del decálogo. Además, el hecho de que se arrodilló ante Jesús y le llamó “Maestro bueno”, demuestra que también lo consideraba digno de veneración.

La pregunta que le formula el hombre rico a Jesús es tal vez la pregunta más trascendental que podemos hacerle a Dios: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?, es decir, ¿qué tengo que hacer para salvarme? Luego de repasar los preceptos del decálogo con el hombre, ante la aseveración de este de que cumplía con todo ellos, Jesús lanza su remate: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

Una vez más Jesús enfatiza la radicalidad del seguimiento. Si queremos ser santos, como Él es Santo, no puede haber nada más importante que las cosas Dios, que el seguimiento. Ni la familia, ni las posesiones, ni los títulos, ni los privilegios, ni los honores, ni el dinero, ni los vicios… En el caso del hombre rico del pasaje de hoy, Jesús nos explica que no es la riqueza lo que obstaculiza su salvación, es su apego, su confianza en las cosas de este mundo: “¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!”

De nuevo, no se trata de que el dinero, de por sí, sea obstáculo para alcanzar la salvación. Se trata de que ese dinero nos impida “poner la mano en el arado” sin mirar hacia atrás. Hay personas relativamente pobres que ponen su confianza en lo poco que tienen. Esas personas se convierten en unos pobres ricos, porque a esos les será más difícil entrar al reino de los cielos, que “a un camello pasar por el ojo de una aguja”.

Y aunque el seguimiento de Jesús que nos conduce por el camino de la salvación no está motivado por interés o deseo de recompensa sino por amor, Jesús siempre se muestra generoso con los suyos. Y el premio que nos promete es el más preciado de todos: “en la edad futura, vida eterna”, la “corona de gloria que no se marchita” (Cfr. 1 Co 9,25; 1 Pe 5,4).

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda ese “espíritu de sabiduría” de que nos habla la primera lectura (Sb 7,7-11), que nos permita preferir la sabiduría de Dios por encima de “cetros y tronos”; esa sabiduría a cuyo lado el oro “es un poco de arena”; esa sabiduría que es superior a la salud, a la belleza, y que es la única que puede mostrarnos el camino a la vida eterna. “Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33).

REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO QUINTO DOMINGO DEL T.O. (B) 11-07-21

En este decimoquinto domingo de tiempo ordinario, la primera lectura está tomada la profecía de Amós (Am 7,12-15). Amós no fue muy bien visto en Israel (Reino del Norte), pues, además de ser un simple pastor, era de Judá (Reino del Sur) y, para colmo, vino a denunciar las infidelidades del pueblo de Israel contra Yahvé. Amasías, sacerdote de Betel (Betel era una de dos capitales religiosas del Reino Israel – junto con Dan), se siente amenazado, pues las denuncias de Amós le tocan directamente. Por eso se queja ante el rey Jeroboam, e intenta expulsar a Amós.

Amós se le enfrenta con la valentía que caracteriza a los enviados de Dios y contesta: “Yahvé me tomó de detrás del rebaño y me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo Israel’.” Y la respuesta de Yahvé Dios a Amasías, a través de su profeta, no se hace esperar (Am 7,17): “Tu mujer se prostituirá en la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán a espada, tu tierra será repartida a cordel, tú mismo morirás en tierra impura (tierra extranjera, manchada por la presencia de los ídolos), e Israel será deportado de su tierra”. Esto ocurrió efectivamente en el año 722 a.C.

Dios nos habla continuamente y de muchas maneras; sobre todo a través de su Palabra, nos señala el Camino y, como le sucedió a Israel, esa Palabra de vida eterna cae en oídos sordos. Por eso continuamos adorando nuestros “diosecillos”, que no hacen otra cosa que mantenernos apegados a las cosas materiales, alejándonos cada vez más de Dios.

Hoy, día del Señor, hagamos un pequeño examen de consciencia para tratar de identificar esos “ídolos” que nos esclavizan y nos impiden, como al pueblo de Israel, acercarnos a Dios y ser acreedores de su promesa de vida eterna.

Por eso en la lectura evangélica de hoy (Mc 6,7-13), que es la versión de Marcos del envío de los “doce”, cuya versión de Mateo leyéramos el jueves, Jesús instruye a sus apóstoles que, para poder llevar a cabo su misión en forma efectiva tienen que despojarse de todas las cosas materiales, de todo peso que pueda convertirse un lastre para el Camino: “los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto”.

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, Jesús no condena las posesiones materiales, especialmente aquellas que son producto del trabajo bendecido por Él. Lo que Jesús condena reiteradamente es el “apego” a esas posesiones que nos impide “dejarlo todo” para seguirle (Cfr. Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23); aquellas cosas que nos impiden amar al Señor nuestro Dios “con todo [nuestro] corazón, con toda [nuestra] alma, con todas [nuestras] fuerzas, y con toda [nuestra] mente (Cfr. Dt 6,5; Lc 10,27).

Que pasen un hermoso día en la PAZ del Señor y, si aún no lo han hecho, no olviden visitarle en su Casa; Él les espera.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 25-05-21

El mejor ejemplo de aquellos que lo dejan todo por seguir a Jesús lo encontramos en los sacerdotes y religiosos(as) que abandonan patria y parentela para dedicar su vida al Evangelio.

La liturgia nos brinda hoy la continuación de la lectura evangélica de ayer, que nos relataba el episodio del hombre rico que se marchó triste cuando Jesús le dijo que para conseguir la vida eterna tenía que vender todo lo que tenía y repartir el dinero que obtuviera entre los pobres. Lo que Jesús le pedía estaba más allá de su capacidad, pues vivía muy apegado a sus bienes.

Hoy leemos (Mc 10,28-31) cómo, cuando el hombre se va decepcionado, Pedro toma la palabra y le dice a Jesús: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Aunque Marcos no lo explicita en su relato, en la versión de Mateo (Mt 19,27b) Pedro le formula una pregunta: “¿Qué nos tocará a nosotros?” (Otras versiones dicen: “¿Qué recibiremos?”). Probablemente están pensando todavía en puestos y privilegios…

Jesús le contesta: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones–, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros”.

Jesús enfatiza el seguimiento radical que Él espera de los que nos llamamos sus discípulos. Lo hemos repetido en innumerables ocasiones. En el seguimiento de Jesús no hay términos medios, no hay condiciones, no hay tiempo de espera. Cuando Jesús nos dice “Sígueme”, o lo seguimos, o nos quedamos a la vera del camino. Como decimos en Puerto Rico: “Se nos va la guagua (autobús, colectivo, etc.)”

Lo que Jesús nos pide para alcanzar la salvación no es fácil. Nos exige romper con todas las estructuras que generan apegos, para entregarnos de lleno a una nueva vida donde lo verdaderamente importante son los valores del Reino. Solos no podemos. Entonces podemos preguntarnos: ¿quién podrá salvarse? Solo Dios salva; solo quien se abandona totalmente a la voluntad de Dios alcanza la vida eterna. Como decía Jesús a sus discípulos en la lectura evangélica de ayer: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.

La promesa de hoy no se trata de cálculos aritméticos. No podemos esperar “cien casas”, o “cien” hermanos, o padres, o madres, o hijos biológicos, o tierras a cambio de dejar los que tenemos ahora. Lo que se nos promete es que vamos a recibir algo mucho más valioso a cambio. Y no hablamos de valor monetario. ¿Quién puede ponerle precio al amor de Dios; a la vida eterna; a la “corona de gloria que no se marchita” (1 Pe 5,4)? Para los que creemos en Jesús y le creemos a Jesús, la vida eterna no es promesa vacía, es una realidad de mayor valor que todo aquello a que podamos renunciar para seguirle.

Pero, contrario a la predicación de las llamadas “iglesias de la prosperidad”, ese premio no viene solo, viene acompañado de persecuciones, de “cruces” aquí en este mundo. En eso Jesús es consistente también (Cfr. Mt 16,24; Lc 14,27). Y para los que le creemos a Jesús, aun esas persecuciones se convierten en un premio (Cfr. Hc 5,41).

El mejor ejemplo de aquellos que lo dejan todo por seguir a Jesús lo encontramos en los sacerdotes y religiosos(as) que abandonan patria y parentela para dedicar su vida al Evangelio. Hoy, pidamos especialmente por ellos, para que el Señor les colme de alegría, sabiendo que desde ya están recibiendo su premio.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMO NOVENA SEMANA DEL T.O. (1) 21-10-19

“Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos”.

La liturgia para este lunes de la vigésimo novena semana del Tiempo Ordinario nos presenta otro pasaje exclusivo de Lucas (12,13-21). El pasaje comienza con uno que se acerca a Jesús y le pide que sirva de árbitro entre su hermano y él para repartir una herencia que habían recibido, una función que los rabinos eran llamados a ejercer en tiempos de Jesús. Pero Jesús, quien obviamente era reconocido como rabino por su interlocutor, no acepta la encomienda, ya que su misión es otra: Anunciar el Reino y los valores del Reino; llamar a los hombres a seguir a Dios como valor absoluto, por encima de todos los bienes terrenales; a poner nuestra confianza en Dios, no en el dinero ni ninguna otra cosa.

Como siempre, queremos enfatizar que Jesús no condena la riqueza por sí misma. El dinero ni es bueno ni es malo. Lo que es bueno o malo es el uso que podamos dar a ese dinero. Lo que Él condena es el apego y confianza en el dinero como seguridad nuestra por encima de los valores del Reino. Se trata de no permitir que la riqueza se convierta en un obstáculo para nuestra salvación (Cfr. Lc 18,23; Mt 19,22).

Por eso le dice al hombre: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Inmediatamente le propone una parábola; la del hombre que tuvo una cosecha extraordinaria y piensa construir graneros más grandes para acumular su cosecha, para luego darse buena vida con la “seguridad” que su riqueza le brinda. La parábola termina con cierta ironía: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para si y no es rico ante Dios”. Eso nos recuerda a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (1,21).

Las riquezas que podamos acumular en este mundo palidecen ante los valores del Reino, pues los últimos son los que vamos a poder llevar ante la presencia del Señor el día del Juicio. Y como siempre, Jesús es un maestro que nos da las contestaciones al examen antes de que lo tomemos. En las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12), y en la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46), Jesús nos dice sobre qué vamos a ser examinados ese día. San Juan de la Cruz lo resume así: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda los dones de las Bienaventuranzas para que podamos poner nuestra confianza en Él y en los valores del Reino por encima de toda riqueza, persona, o bienes materiales, pues así tendremos “una gran recompensa en el cielo” (Mt 5,12).

En el cántico que se nos propone como salmo para hoy (Lc 1,69-70.71-72.73-75), compuesto por fragmentos del Benedictus, Zacarías bendice y alaba al Señor, en quien depositó su confianza, al reconocer en su hijo Juan la figura del precursor del Mesías esperado, quien traería a su pueblo la salvación “realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán”. Y tú, ¿en quién pones tu confianza?

Que pasen una linda semana llena de PAZ.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA OCTAVA SEMANA DEL T.O. (1) 05-03-18

La liturgia nos brinda hoy la continuación de la lectura evangélica de ayer, que nos relataba el episodio del hombre rico que se marchó triste cuando Jesús le dijo que para conseguir la vida eterna tenía que vender todo lo que tenía y repartir el dinero que obtuviera entre los pobres. Lo que Jesús le pedía estaba más allá de su capacidad, pues vivía muy apegado a sus bienes.

Hoy leemos (Mc 10,28-31) cómo, cuando el hombre se va decepcionado, Pedro toma la palabra y le dice a Jesús: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Aunque Marcos no lo explicita en su relato, en la versión de Mateo (Mt 19,27b) Pedro le formula una pregunta: “¿Qué nos tocará a nosotros?” (Otras versiones dicen: “¿Qué recibiremos?”). Probablemente están pensando todavía en puestos y privilegios…

Jesús le contesta: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones–, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros”.

Jesús enfatiza el seguimiento radical que Él espera de los que nos llamamos sus discípulos. Lo hemos repetido en innumerables ocasiones. En el seguimiento de Jesús no hay términos medios, no hay condiciones, no hay tiempo de espera. Cuando Jesús nos dice “Sígueme”, o lo seguimos, o nos quedamos a la vera del camino. Como decimos en Puerto Rico: “Se nos va la guagua (autobús, colectivo, etc.)”

Lo que Jesús nos pide para alcanzar la salvación no es fácil. Nos exige romper con todas las estructuras que generan apegos, para entregarnos de lleno a una nueva vida donde lo verdaderamente importante son los valores del Reino. Solos no podemos. Entonces podemos preguntarnos: ¿quién podrá salvarse? Solo Dios salva; solo quien se abandona totalmente a la voluntad de Dios alcanza la vida eterna. Como decía Jesús a sus discípulos en la lectura evangélica de ayer: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.

La promesa de hoy no se trata de cálculos aritméticos. No podemos esperar “cien casas”, o “cien” hermanos, o padres, o madres, o hijos biológicos, o tierras a cambio de dejar los que tenemos ahora. Lo que se nos promete es que vamos a recibir algo mucho más valioso a cambio. Y no hablamos de valor monetario. ¿Quién puede ponerle precio al amor de Dios; a la vida eterna; a la “corona de gloria que no se marchita” (1 Pe 5,4)? Para los que creemos en Jesús y le creemos a Jesús, la vida eterna no es promesa vacía, es una realidad de mayor valor que todo aquello a que podamos renunciar para seguirle.

Pero, contrario a la predicación de las llamadas “iglesias de la prosperidad”, ese premio no viene solo, viene acompañado de persecuciones, de “cruces” aquí en este mundo. En eso Jesús es consistente también (Cfr. Mt 16,24; Lc 14,27). Y para los que le creemos a Jesús, aun esas persecuciones se convierten en un premio (Cfr. Hc 5,41).

El mejor ejemplo de aquellos que lo dejan todo por seguir a Jesús lo encontramos en los sacerdotes y religiosos(as) que abandonan patria y parentela para dedicar su vida al Evangelio. Hoy, pidamos especialmente por ellos, para que el Señor les colme de alegría, sabiendo que desde ya están recibiendo su premio.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMA SEMANA DEL T.O. (2) 21-08-18

La lectura evangélica que contemplamos en la liturgia para hoy (Mt 19,23-30), es la continuación de la del joven rico que se nos propusiera ayer. En esta lectura, Jesús dice a sus discípulos: “Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios”. El “ojo de una aguja” a que se refiere Jesús era un pequeño portón que tenían las puertas principales de las ciudades como Jerusalén, por donde entraban los mercaderes después de la hora que se cerraban las mismas. Si el mercader traía camellos, le resultaba bien difícil entrarlos por “el ojo de la aguja”. Para poder lograrlo (no siempre podían), tenían que quitarle la carga y entrarlo arrodillado. ¿Ven el simbolismo?

De nuevo vemos a Jesús poniendo el apego a la riqueza como impedimento para alcanzar el reino de Dios, pero esta vez es, como ocurre a menudo, en un diálogo aparte con sus discípulos, luego del episodio. Los discípulos acaban de escuchar a Jesús pronunciarse en esos términos y están confundidos, pues en la mentalidad judía la riqueza y la prosperidad son sinónimos de bendición de Dios. ¿Cómo es posible que la riqueza, que es bendición de Dios, sea un impedimento para alcanzar el Reino? Pero Jesús se refiere a la conducta descrita en el Deuteronomio (8,11-18) que nos manda estar alertas, no sea que: “cuando comas y quedes harto, cuando construyas hermosas casas y vivas en ellas, cuando se multipliquen tus vacadas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes, tu corazón se engría y olvides a Yahvé tu Dios que te sacó de Egipto, de la casa de la servidumbre”.

Lo que Jesús nos propone es comprender que para seguirle tenemos que “desposeernos” de todo lo que pueda desviar nuestra atención de Dios como valor absoluto. Tenemos que aprender a depender, no de nuestra propia riqueza ni de aquello que pueda darnos “seguridad” humana, sino de los demás, y ante todo, de Dios, recordando que solo siguiéndole a Él podemos alcanzar la salvación. Por eso cuando los discípulos le preguntan: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”, Él les mira y les contesta: “Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo”…. “El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna”.

Tarea harto difícil, la verdadera “pobreza evangélica”, imposible para nosotros si dependemos de nuestros propios recursos. Solo si nos abandonamos a Dios incondicionalmente podemos lograrlo, porque “Dios lo puede todo” (Cfr. Lc 1,37).

En este pasaje se nos describe, además, la renuncia a las cosas del mundo llevada al extremo, que encontramos en aquellos que abrazan la vida religiosa abandonando “casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras” con tal de seguir a Jesús.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la gracia de aprender a desprendernos de todo lo que nos impide seguirle plenamente; que podamos hacer de Él, y de su seguimiento, el valor absoluto en nuestras vidas, para así ser acreedores a la vida eterna que Él nos tiene prometida.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DÉCIMO TERCERA SEMANA DEL T.O. (1) 03-07-17

Dos frases de Jesús, contenidas en el evangelio de hoy (Mt 8,18-22), resumen su mensaje: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. “Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos”.

Cuando Jesús nos habla, a veces su mensaje es claro, pero a veces nos confunde, y hasta nos estremece, como sucede con la última frase, en la que Jesús le pide a su discípulo que incumpla una de las obras de misericordia corporales, enterrar a los muertos, con tal de seguirlo. Como siempre que abordamos la Biblia, no podemos hacerlo con una lectura literal del texto. Hay que ver el contexto en que se dice.

En esta lectura tenemos que tomar ambas frases en conjunto y en el contexto de la vida de quien las pronuncia. Jesús abandonó su casa, el confort y la seguridad de su hogar para ir a proclamar la Buena Noticia del Reino: “para eso he sido enviado” (Lc 4,43). Por eso nos dice que no tiene dónde recostar la cabeza. Le advierte a su discípulo potencial sobre las exigencias que implica su seguimiento.

Jesús no solo abandonó su casa, sino que junto a ella abandonó también a su familia, especialmente a su madre, que era la persona que más amaba. Cuando Jesús le dice a su discípulo que seguirlo a Él es más importante que cumplir con el piadoso deber de enterrar a los muertos, lo hace con todo propósito, para recalcar la radicalidad del seguimiento, y que no hay nada más importante que el anuncio del Reino. Lo único que Jesús garantiza a los que deciden seguirle (además de las persecuciones y sufrimiento) es la vida eterna, la “corona que no se marchita” (Cfr. 1 Co 9,25).

El discípulo sigue al maestro, “se sienta a sus pies” a escucharlo, pero más importante aún, “comparte su destino”. Jesús nos está diciendo que su seguimiento tiene que ser radical; que tenemos que estar dispuestos a renunciar, dejar atrás todo lo que pueda convertirse en un obstáculo para seguirlo.

Ahí reside nuestro problema. Estamos apegados a muchas cosas y personas, y ante ellas, el seguimiento de Jesús toma un distante segundo plano. Ese “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”, se convierte para nosotros en “Señor, espera que me jubile” o, “Señor, déjame terminar de criar a mis hijos” o, “Señor, déjame terminar mis estudios” o, “Señor, déjame juntar suficiente dinero para comprar una casa, o un auto nuevo”… ¡Siempre hay una excusa válida para posponerlo! Mientras tanto, Él sigue llamando a nuestra puerta (Cfr. Ap 3,20).

Jesús quiere que le sigamos, pero ese seguimiento no puede ser a medias; no podemos ser cristianos “tibios”, part time: “Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca (Ap 3,16). Palabras fuertes, pero Él quiere que no quede duda alguna sobre lo que espera de nosotros. Ese mismo Jesús te está pidiendo HOY que le sigas. ¿Cuál es tu excusa?

REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (2) 17-10-16

 

apego a la riqueza

La liturgia para este lunes de la vigésima novena semana del Tiempo Ordinario nos presenta otro pasaje exclusivo de Lucas (12,13-21). El pasaje comienza con uno que se acerca a Jesús y le pide que sirva de árbitro entre su hermano y él para repartir una herencia que habían recibido, una función que los rabinos eran llamados a ejercer en tiempos de Jesús. Pero Jesús, quien obviamente era reconocido como rabino por su interlocutor, no acepta la encomienda, ya que su misión es otra: Anunciar el Reino y los valores del Reino; llamar a los hombres a seguir a Dios como valor absoluto, por encima de todos los bienes terrenales; a poner nuestra confianza en Dios, no en el dinero ni ninguna otra cosa.

Como siempre, queremos enfatizar que Jesús no condena la riqueza por sí misma. El dinero ni es bueno ni es malo. Lo que es bueno o malo es el uso que podamos dar a ese dinero. Lo que Él condena es el apego y confianza en el dinero como seguridad nuestra por encima de los valores del Reino. Se trata de no permitir que la riqueza se convierta en un obstáculo para nuestra salvación (Cfr. Lc 18,23; Mt 19,22).

Por eso le dice al hombre: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Inmediatamente le propone una parábola; la del hombre que tuvo una cosecha extraordinaria y piensa construir graneros más grandes para acumular su cosecha, para luego darse buena vida con la “seguridad” que su riqueza le brinda. La parábola termina con cierta ironía: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para si y no es rico ante Dios”. Eso nos recuerda a Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí” (1,21).

Las riquezas que podamos acumular en este mundo palidecen ante los valores del Reino, pues los últimos son los que vamos a poder llevar ante la presencia del Señor el día del Juicio. Y como siempre, Jesús es un maestro que nos da las contestaciones al examen antes de que lo tomemos. En las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12), y en la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46), Jesús nos dice sobre qué vamos a ser examinados ese día. San Juan de la Cruz lo resume así: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda los dones de las Bienaventuranzas para que podamos poner nuestra confianza en Él y en los valores del Reino por encima de toda riqueza, persona, o bienes materiales, pues así tendremos “una gran recompensa en el cielo” (Mt 5,12).

“Oh Dios, Padre bueno y misericordioso: Buscamos con frecuencia seguridad y garantía en cosas que anhelamos poseer y acaparar. No permitas que las cosas nos posean y controlen,… y danos el valor de buscar primero las riquezas de tu reino por medio de Jesucristo, nuestro Señor” (de la Oración Colecta).

Que pasen una linda semana llena de PAZ.