REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA 17-05-22

Cuando me enfrento a mis sufrimientos, ¿puedo ver en ellos esa prueba que me purifica como el oro en el crisol, y me permitirá ser enaltecido ante Dios en el día final?

La liturgia de Pascua para hoy nos presenta como primera lectura (Hc 14,19-28) la conclusión del primer viaje misionero de Pablo. Si leemos cuidadosamente notaremos que a su regreso, Pablo y Bernabé hacen el viaje original a la inversa, pasando por las mismas ciudades que ya habían visitado, con el propósito de afianzar la fe de aquellos nuevos cristianos, convertidos en su mayoría del paganismo. Lo mismo hará Pablo posteriormente mediante las cartas que dirigirá a otras comunidades. Pablo estaba consciente que la semilla de la fe tiene que ser irrigada, abonada y podada en tiempo para que germine y de fruto.

El pasaje comienza con la lapidación de Pablo por parte de unos judíos que resentían la forma en que el Evangelio de Jesús se iba propagando. Luego de apedrearlo, lo arrastraron fuera de la ciudad y lo dejaron por muerto. Pero lejos de amilanarlo, esa experiencia le dio nuevos bríos para continuar predicando. Nos evoca las palabras del Señor a Ananías en el pasaje de la conversión de Pablo, cuando refiriéndose a Pablo le dijo: “Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel. Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre” (Hc 9,15-16).

Pablo había vivido esas palabras. Por eso lo encontramos al final del pasaje de hoy “animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”. Ese es un tema recurrente en la predicación de Pablo. Nuestra fe en el Resucitado no suprime la tribulación, las pruebas; por el contrario, parecería que acompañan al que decide seguir los pasos de Jesús. La diferencia es que para el cristiano ese sufrimiento adquiere un significado distinto, adquiere sentido. Y aunque para quien no tiene fe parezca un contrasentido, es también motivo de alegría.

Sabemos que de la misma manera que Jesús fue glorificado en su pasión para luego ser resucitado e ir a reinar junto al Padre por toda la eternidad, nuestro sufrimiento es un “paso”, un peldaño, en esa escalera que nos conduce al Reino de Dios en donde reinaremos junto a Él “por los siglos de los siglos” (Ap 22,5).

Cuando me enfrento a mis sufrimientos, ¿puedo ver en ellos esa prueba que me purifica como el oro en el crisol, y me permitirá ser enaltecido ante Dios (Cfr. Sir 2,1-6) en el día final?

La lectura evangélica (Jn 14,27-31a) nos muestra a Jesús anunciando a sus discípulos que con su pasión iba destronar a Satanás como “príncipe de este mundo”. “Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago”. Y eso implica que padezca, muera, y sea resucitado, para que todos crean en Él, y todo el que crea en Él se salve. Ese es el mismo camino que estamos llamados a seguir los que nos llamamos sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc 9,22-23).

No es cuestión de valor; se trata de creer en el Resucitado y creer en su Palabra. Y tú, ¿le crees?

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR 06-01-22

“Vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra”.

Hoy celebramos en Puerto Rico la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa “manifestación”. La Iglesia reconoce tres epifanías importantes: La Epifanía ante los Reyes Magos (que celebramos hoy), la Epifanía a Juan el Bautista en el Río Jordán cuando Jesús fue bautizado, y la Epifanía a sus discípulos en las Bodas de Caná. No obstante, cuando hablamos de Epifanía, siempre pensamos en la primera, que se celebra todos los años el 6 de enero.

Aunque en Puerto Rico la solemnidad se conoce con el nombre de los Tres Santos Reyes, el relato de Mateo (2,1-12), ni dice que eran tres, ni que eran reyes. Tampoco dice que llegaron en camellos. El número de tres se ha desarrollado en la tradición basado en los presentes que le presentaron al Niño: oro, incienso y mirra. El número de tres también se recoge en los evangelios apócrifos, al igual que sus nombres. El Evangelio armenio de la infancia de Jesús (5,10) nos dice: “Y los reyes de los magos eran tres hermanos: Melkon (Melchor), el primero, que reinaba sobre los persas; después Baltasar, que reinaba sobre los indios, y el tercero Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes”.

Lo de los camellos, también producto de la tradición, se basa probablemente en el pasaje del libro de Isaías (60,1-6) que la liturgia nos propone para hoy, que en el versículo 6 nos dice: “Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor”. La realeza de los visitantes probablemente se incorpora a la tradición al combinar este pasaje con el Salmo 71 que leemos hoy también: “Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan”.

Lo cierto es que esta visita y adoración de los magos representa la manifestación de Jesús a los pueblos gentiles (no judíos), incluyéndonos a nosotros. Esta manifestación y bendición de Dios a todos los pueblos, representa también el cumplimiento de la promesa de Yahvé a Abraham en el Antiguo Testamento: “por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Esa promesa la recibimos nosotros a través de la persona de Cristo Jesús (Cfr. Mt 1,1-17), según nos dice san Pablo en la segunda lectura de hoy (Ef 3,2-3a.5-6): “…también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Ut unum sint!

Los magos presentaron al Niño dones: oro que representa la realeza, incienso que representa la divinidad, y mirra que representa la humanidad. Hoy Dios se nos manifiesta; es para nosotros como una segunda Navidad. De hecho, en algunas Iglesias Orientales hoy se celebra la Navidad. Ahora el Niño pertenece al mundo, a toda la humanidad; ha rebasado el ámbito del pesebre, de Israel. Nosotros, ¿qué le vamos a ofrecer como don? Lo único que Él espera como regalo es a nosotros mismos, nuestra fidelidad y nuestro amor hacia Él en la persona de nuestros hermanos.

Te propongo algo: Dale un abrazo, aunque sea virtual, a la primera persona que veas después de leer esta reflexión. Estarás abrazando al niño Dios…

REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DEL T.O. – CICLO B – 10-10-21

“Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

El pasaje evangélico que nos propone la liturgia de hoy (Mc 10,17-30) es el del “joven rico”, llamado así por el evangelio de Mateo (19,16), que nos presenta este personaje como un hombre joven y rico. Cabe señalar que ni Marcos ni Lucas (18,18) aluden a la edad de este hombre. Pero lo verdaderamente importante del pasaje no es la edad del hombre, sino su riqueza y que era un cumplidor del decálogo. Además, el hecho de que se arrodilló ante Jesús y le llamó “Maestro bueno”, demuestra que también lo consideraba digno de veneración.

La pregunta que le formula el hombre rico a Jesús es tal vez la pregunta más trascendental que podemos hacerle a Dios: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?, es decir, ¿qué tengo que hacer para salvarme? Luego de repasar los preceptos del decálogo con el hombre, ante la aseveración de este de que cumplía con todo ellos, Jesús lanza su remate: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

Una vez más Jesús enfatiza la radicalidad del seguimiento. Si queremos ser santos, como Él es Santo, no puede haber nada más importante que las cosas Dios, que el seguimiento. Ni la familia, ni las posesiones, ni los títulos, ni los privilegios, ni los honores, ni el dinero, ni los vicios… En el caso del hombre rico del pasaje de hoy, Jesús nos explica que no es la riqueza lo que obstaculiza su salvación, es su apego, su confianza en las cosas de este mundo: “¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!”

De nuevo, no se trata de que el dinero, de por sí, sea obstáculo para alcanzar la salvación. Se trata de que ese dinero nos impida “poner la mano en el arado” sin mirar hacia atrás. Hay personas relativamente pobres que ponen su confianza en lo poco que tienen. Esas personas se convierten en unos pobres ricos, porque a esos les será más difícil entrar al reino de los cielos, que “a un camello pasar por el ojo de una aguja”.

Y aunque el seguimiento de Jesús que nos conduce por el camino de la salvación no está motivado por interés o deseo de recompensa sino por amor, Jesús siempre se muestra generoso con los suyos. Y el premio que nos promete es el más preciado de todos: “en la edad futura, vida eterna”, la “corona de gloria que no se marchita” (Cfr. 1 Co 9,25; 1 Pe 5,4).

Hoy, pidamos al Señor que nos conceda ese “espíritu de sabiduría” de que nos habla la primera lectura (Sb 7,7-11), que nos permita preferir la sabiduría de Dios por encima de “cetros y tronos”; esa sabiduría a cuyo lado el oro “es un poco de arena”; esa sabiduría que es superior a la salud, a la belleza, y que es la única que puede mostrarnos el camino a la vida eterna. “Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33).

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR 06-01-21

Hoy celebramos en Puerto Rico la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa “manifestación”. La Iglesia reconoce tres epifanías importantes: La Epifanía ante los Reyes Magos (que celebramos hoy), la Epifanía a Juan el Bautista en el Río Jordán cuando Jesús fue bautizado, y la Epifanía a sus discípulos en las Bodas de Caná. No obstante, cuando hablamos de Epifanía, siempre pensamos en la primera, que se celebra todos los años el 6 de enero.

Aunque en Puerto Rico la solemnidad se conoce con el nombre de los Tres Santos Reyes, el relato de Mateo (2,1-12), ni dice que eran tres, ni que eran reyes. Tampoco dice que llegaron en camellos. El número de tres se ha desarrollado en la tradición basado en los presentes que le presentaron al Niño: oro, incienso y mirra. El número de tres también se recoge en los evangelios apócrifos, al igual que sus nombres. El Evangelio armenio de la infancia de Jesús (5,10) nos dice: “Y los reyes de los magos eran tres hermanos: Melkon (Melchor), el primero, que reinaba sobre los persas; después Baltasar, que reinaba sobre los indios, y el tercero Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes”.

Lo de los camellos, también producto de la tradición, se basa probablemente en el pasaje del libro de Isaías (60,1-6) que la liturgia nos propone para hoy, que en el versículo 6 nos dice: “Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor”. La realeza de los visitantes probablemente se incorpora a la tradición al combinar este pasaje con el Salmo 71 que leemos hoy también: “Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan”.

Lo cierto es que esta visita y adoración de los magos representa la manifestación de Jesús a los pueblos gentiles (no judíos), incluyéndonos a nosotros. Esta manifestación y bendición de Dios a todos los pueblos, representa también el cumplimiento de la promesa de Yahvé a Abraham en el Antiguo Testamento: “por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Esa promesa la recibimos nosotros a través de la persona de Cristo Jesús (Cfr. Mt 1,1-17), según nos dice san Pablo en la segunda lectura de hoy (Ef 3,2-3a.5-6): “…también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Ut unum sint!

Los magos presentaron al Niño dones: oro que representa la realeza, incienso que representa la divinidad, y mirra que representa la humanidad. Hoy Dios se nos manifiesta; es para nosotros como una segunda Navidad. De hecho, en algunas Iglesias Orientales hoy se celebra la Navidad. Ahora el Niño pertenece al mundo, a toda la humanidad; ha rebasado el ámbito del pesebre, de Israel. Nosotros, ¿qué le vamos a ofrecer como don? Lo único que Él espera como regalo es a nosotros mismos, nuestra fidelidad y nuestro amor hacia Él en la persona de nuestros hermanos.

Te propongo algo: Dale un abrazo, aunque sea virtual, a la primera persona que veas después de leer esta reflexión. Estarás abrazando al niño Dios…

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA 12-05-20

Cuando me enfrento a mis sufrimientos, ¿puedo ver en ellos esa prueba que me purifica como el oro en el crisol, y me permitirá ser enaltecido ante Dios en el día final?

La liturgia de Pascua para hoy nos presenta como primera lectura (Hc 14,19-28) la conclusión del primer viaje misionero de Pablo. Si leemos cuidadosamente notaremos que a su regreso, Pablo y Bernabé hacen el viaje original a la inversa, pasando por las mismas ciudades que ya habían visitado, con el propósito de afianzar la fe de aquellos nuevos cristianos, convertidos en su mayoría del paganismo. Lo mismo hará Pablo posteriormente mediante las cartas que dirigirá a otras comunidades. Pablo estaba consciente que la semilla de la fe tiene que ser irrigada, abonada y podada en tiempo para que germine y de fruto.

El pasaje comienza con la lapidación de Pablo por parte de unos judíos que resentían la forma en que el Evangelio de Jesús se iba propagando. Luego de apedrearlo, lo arrastraron fuera de la ciudad y lo dejaron por muerto. Pero lejos de amilanarlo, esa experiencia le dio nuevos bríos para continuar predicando. Nos evoca las palabras del Señor a Ananías en el pasaje de la conversión de Pablo, cuando refiriéndose a Pablo le dijo: “Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel. Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre” (Hc 9,15-16).

Pablo había vivido esas palabras. Por eso lo encontramos al final del pasaje de hoy “animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”. Ese es un tema recurrente en la predicación de Pablo. Nuestra fe en el Resucitado no suprime la tribulación, las pruebas; por el contrario, parecería que acompañan al que decide seguir los pasos de Jesús. La diferencia es que para el cristiano ese sufrimiento adquiere un significado distinto, adquiere sentido.

Sabemos que, de la misma manera que Jesús fue glorificado en su pasión, para luego ser resucitado e ir a reinar junto al Padre por toda la eternidad, nuestro sufrimiento es un “paso”, un peldaño, en esa escalera que nos conduce al Reino de Dios en donde reinaremos junto a Él “por los siglos de los siglos” (Ap 22,5).

Cuando me enfrento a mis sufrimientos, ¿puedo ver en ellos esa prueba que me purifica como el oro en el crisol, y me permitirá ser enaltecido ante Dios (Cfr. Sir 2,1-6) en el día final?

La lectura evangélica (Jn 14,27-31a) nos muestra a Jesús anunciando a sus discípulos que con su pasión iba destronar a Satanás como “príncipe de este mundo”. “Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago”. Y eso implica que padezca, muera, y sea resucitado, para que todos crean en Él, y todo el que crea en Él se salve. Ese es el mismo camino que estamos llamados a seguir los que nos llamamos sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc 9,22-23).

No es cuestión de valor; se trata de creer en el Resucitado y creer en su Palabra.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR 06-01-20

“…también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Ut unum sint!

Hoy celebramos en Puerto Rico la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa “manifestación”. La Iglesia reconoce tres epifanías importantes: La Epifanía ante los Reyes Magos (que celebramos hoy), la Epifanía a Juan el Bautista en el Río Jordán cuando Jesús fue bautizado, y la Epifanía a sus discípulos en las Bodas de Caná. No obstante, cuando hablamos de Epifanía, siempre pensamos en la primera, que se celebra todos los años el 6 de enero.

Aunque en Puerto Rico la solemnidad se conoce con el nombre de los Tres Santos Reyes, el relato de Mateo (2,1-12), ni dice que eran tres, ni que eran reyes. Tampoco dice que llegaron en camellos. El número de tres se ha desarrollado en la tradición basado en los presentes que le presentaron al Niño: oro, incienso y mirra. El número de tres también se recoge en los evangelios apócrifos, al igual que sus nombres. El Evangelio armenio de la infancia de Jesús (5,10) nos dice: “Y los reyes de los magos eran tres hermanos: Melkon (Melchor), el primero, que reinaba sobre los persas; después Baltasar, que reinaba sobre los indios, y el tercero Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes”.

Lo de los camellos, también producto de la tradición, se basa probablemente en el pasaje del libro de Isaías (60,1-6) que la liturgia nos propone para hoy, que en el versículo 6 nos dice: “Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor”. La realeza de los visitantes probablemente se incorpora a la tradición al combinar este pasaje con el Salmo 71 que leemos hoy también: “Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan”.

Lo cierto es que esta visita y adoración de los magos representa la manifestación de Jesús a los pueblos gentiles (no judíos), incluyéndonos a nosotros. Esta manifestación y bendición de Dios a todos los pueblos, representa también el cumplimiento de la promesa de Yahvé a Abraham en el Antiguo Testamento: “por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Esa promesa la recibimos nosotros a través de la persona de Cristo Jesús (Cfr. Mt 1,1-17), según nos dice san Pablo en la segunda lectura de hoy (Ef 3,2-3a.5-6): “…también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Ut unum sint!

Los magos presentaron al Niño dones: oro que representa la realeza, incienso que representa la divinidad, y mirra que representa la humanidad. Hoy Dios se nos manifiesta; es para nosotros como una segunda Navidad. De hecho, en algunas Iglesias Orientales hoy se celebra la Navidad. Ahora el Niño pertenece al mundo, a toda la humanidad; ha rebasado el ámbito del pesebre, de Israel. Nosotros, ¿qué le vamos a ofrecer como don? Lo único que Él espera como regalo es a nosotros mismos, nuestra fidelidad y nuestro amor hacia Él en la persona de nuestros hermanos.

Te propongo algo: Dale un abrazo a la primera persona que veas después de leer esta reflexión. Estarás abrazando al niño Dios…

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (1) 26-02-19

“Hijo, si te acercas a servir al Señor, permanece firme en la justicia y en el temor, y prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido”. Con esta oración comienza la primera lectura que nos brinda la liturgia hoy (Sir 2,1-13).

El autor del libro plantea una realidad que no podemos escapar. El mal existe y en algún momento nos va a alcanzar. Pero a diferencia de Job, que se plantea las interrogantes fundamentales del hombre respecto al mal y trata de encontrar respuestas, Ben Sirac se limita a exponerlas y brindar al lector consejos sobre cómo y por qué los que decidimos seguir al Señor debemos enfrentar las pruebas cuando estas sobrevengan.

El primer consejo es la paciencia: “Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él”.

Así, aconseja también, esperanza: “aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis”; confianza: “confiad en él, y no se retrasará vuestra recompensa”; fe en la recompensa futura: “esperad bienes, gozo eterno y misericordia. Los que teméis al Señor, amadlo y vuestros corazones se llenarán de luz”…, “porque el oro se acrisola en el fuego, y el hombre que Dios ama, en el horno de la humillación”.

Sobre doscientos años después, Jesús resumirá esta sabiduría en una frase: “todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lc 14,11).

La lectura evangélica de hoy (Mc 9,30-37), nos presenta a los apóstoles discutiendo entre sí sobre quién era el más importante entre ellos. A pesar de que Jesús acaba de anunciarles la Pasión que ha de sufrir, resulta claro que no comprenderán el mensaje de Jesús hasta después de su Pascua. De momento, Jesús les dice: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y para enfatizar su punto, acercó un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.

Para entender el alcance de este gesto tenemos que entender lo que significaba un niño en tiempos de Jesús. En aquella época un niño era un ser insignificante, sin derechos, una posesión de su padre, menos valioso que un animal de carga o de trabajo. Por tanto, acoger a un niño equivale a hacerse menos que un niño, el más insignificante de todos. Aun así, los apóstoles no comprendieron las palabras de Jesús. Más adelante, en la última cena, Jesús acentuaría su enseñanza con el gesto de lavar los pies a los apóstoles (Jn 13,1-15), tarea reservada en esa época a los esclavos o sirvientes y, en ausencia de estos, a los niños.

Nadie dijo que el seguimiento de Jesús es fácil. Implica renuncias, privaciones, humillaciones, burla, persecuciones. “El que quiera seguirme…” (Mt 16,24). El camino es arduo, pero la recompensa es segura: “el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (16,27)…

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR 06-01-19

Hoy celebramos en Puerto Rico la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa “manifestación”. La Iglesia reconoce tres epifanías importantes: La Epifanía ante los Reyes Magos (que celebramos hoy), la Epifanía a Juan el Bautista en el Río Jordán cuando Jesús fue bautizado, y la Epifanía a sus discípulos en las Bodas de Caná. No obstante, cuando hablamos de Epifanía, siempre pensamos en la primera, que se celebra todos los años el 6 de enero.

Aunque en Puerto Rico la solemnidad se conoce con el nombre de los Tres Santos Reyes, el relato de Mateo (2,1-12), ni dice que eran tres, ni que eran reyes. Tampoco dice que llegaron en camellos. El número de tres se ha desarrollado en la tradición basado en los presentes que le presentaron al Niño: oro, incienso y mirra. El número de tres también se recoge en los evangelios apócrifos, al igual que sus nombres. El Evangelio armenio de la infancia de Jesús (5,10) nos dice: “Y los reyes de los magos eran tres hermanos: Melkon (Melchor), el primero, que reinaba sobre los persas; después Baltasar, que reinaba sobre los indios, y el tercero Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes”.

Lo de los camellos, también producto de la tradición, se basa probablemente en el pasaje del libro de Isaías (60,1-6) que la liturgia nos propone para hoy, que en el versículo 6 nos dice: “Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor”. La realeza de los visitantes probablemente se incorpora a la tradición al combinar este pasaje con el Salmo 71 que leemos hoy también: “Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan”.

Lo cierto es que esta visita y adoración de los magos representa la manifestación de Jesús a los pueblos gentiles (no judíos), incluyéndonos a nosotros. Esta manifestación y bendición de Dios a todos los pueblos, representa también el cumplimiento de la promesa de Yahvé a Abraham en el Antiguo Testamento: “por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Esa promesa la recibimos nosotros a través de la persona de Cristo Jesús (Cfr. Mt 1,1-17), según nos dice san Pablo en la segunda lectura de hoy (Ef 3,2-3a.5-6): “…también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Ut unum sint!

Los magos presentaron al Niño dones: oro que representa la realeza, incienso que representa la divinidad, y mirra que representa la humanidad. Hoy Dios se nos manifiesta; es para nosotros como una segunda Navidad. De hecho, en las Iglesias Orientales hoy se celebra la Navidad. Ahora el Niño pertenece al mundo, a toda la humanidad; ha rebasado el ámbito del pesebre, de Israel. Nosotros, ¿qué le vamos a ofrecer como don? Lo único que Él espera como regalo es a nosotros mismos, nuestra fidelidad y nuestro amor hacia Él en la persona de nuestros hermanos.

Te propongo algo: Dale un abrazo a la primera persona que veas después de leer esta reflexión. Estarás abrazando al niño Dios…

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE EPIFANÍA DEL SEÑOR 06-01-17

 

Hoy celebramos en Puerto Rico la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa “manifestación”. La Iglesia reconoce tres epifanías importantes: La Epifanía ante los Reyes Magos (que celebramos hoy), la Epifanía a Juan el Bautista en el Río Jordán cuando Jesús fue bautizado, y la Epifanía a sus discípulos en las Bodas de Caná. No obstante, cuando hablamos de Epifanía, siempre pensamos en la primera, que se celebra todos los años el 6 de enero.

Aunque en Puerto Rico la solemnidad se conoce con el nombre de los Tres Santos Reyes, el relato de Mateo (2,1-12), ni dice que eran tres, ni que eran reyes. Tampoco dice que llegaron en camellos. El número de tres se ha desarrollado en la tradición basado en los presentes que le presentaron al Niño: oro, incienso y mirra. El número de tres también se recoge en los evangelios apócrifos, al igual que sus nombres. El Evangelio armenio de la infancia de Jesús (5,10) nos dice: “Y los reyes de los magos eran tres hermanos: Melkon (Melchor), el primero, que reinaba sobre los persas; después Baltasar, que reinaba sobre los indios, y el tercero Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes”.

Lo de los camellos, también producto de la tradición, se basa probablemente en el pasaje del libro de Isaías (60,1-6) que la liturgia nos propone para hoy, que en el versículo 6 nos dice: “Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor”. La realeza de los visitantes probablemente se incorpora a la tradición al combinar este pasaje con el Salmo 71 que leemos hoy también: “Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan”.

Lo cierto es que esta visita y adoración de los magos representa la manifestación de Jesús a los pueblos gentiles (no judíos), incluyéndonos a nosotros. Esta manifestación y bendición de Dios a todos los pueblos, representa también el cumplimiento de la promesa de Yahvé a Abraham en el Antiguo Testamento: “por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Esa promesa la recibimos nosotros a través de la persona de Cristo Jesús (Cfr. Mt 1,1-17), según nos dice san Pablo en la segunda lectura de hoy (Ef 3,2-3a.5-6): “…también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Ut unum sint!

Los magos presentaron al Niño dones: oro que representa la realeza, incienso que representa la divinidad, y mirra que representa la humanidad. Hoy Dios se nos manifiesta; es para nosotros como una segunda Navidad. De hecho, en las Iglesias Orientales hoy se celebra la Navidad. Ahora el Niño pertenece al mundo, a toda la humanidad; ha rebasado el ámbito del pesebre, de Israel. Nosotros, ¿qué le vamos a ofrecer como don? Lo único que Él espera como regalo es a nosotros mismos, nuestra fidelidad y nuestro amor hacia Él en la persona de nuestros hermanos.

Te propongo algo: Dale un abrazo a la primera persona que veas después de leer esta reflexión. Estarás abrazando al niño Dios…

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA TRIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (2) 16-11-16

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El Evangelio de hoy (Lc 19,11-28) nos presenta la versión de Lucas de la “parábola de los talentos” que leemos en el relato evangélico de Mateo (Mt 25,14-30). Lucas coloca este relato inmediatamente después del relato de Zaqueo y, además de darle un sabor escatológico, lo enmarca en un contexto histórico contemporáneo a Jesús con el cual los que le escuchaban podían relacionarse. Resulta que un tal Arquelao, quien estaba a cargo de la ciudad de Jericó, había marchado a Roma para pedir un título de rey al emperador, y un grupo de sus enemigos habían conspirado para que se denegara su petición.

Además, para el tiempo en que Lucas escribe su relato, ya los detractores del cristianismo comenzaban a burlarse y a cuestionar la veracidad de la promesa de la segunda venida de Jesús para instaurar su Reino definitivo. “¿Dónde está la promesa de su Venida? Nuestros padres han muerto y todo sigue como al principio de la creación” (2 Pe 3,4). Los contemporáneos de Jesús, los que le escuchaban, y hasta sus discípulos, tenían la noción de que el Reino de Dios se iba a concretizar de un momento a otro. No habían comprendido el “ya, pero todavía” que hemos mencionado en ocasiones anteriores.

Hemos de tener presente que cuando Jesús cuenta esta parábola, ya se está acercando a Jerusalén, la Pascua está “a la vuelta de la esquina”. Hay expectativa. ¿Qué mejor momento para que Jesús proclame su Reinado definitivo? Por eso le recibirán entre vítores y palmas en unos días, cuando haga su entrada en Jerusalén. Jesús lo sabe y quiere sacarles del error (su Reino no es de este mundo, Jn 18-36).

Por eso les propone la parábola del hombre que se marchó “a tierras lejanas” a buscar un título de rey y encomendó una onza de oro a cada uno de sus empleados. Al regresar les pidió cuentas. Dos de ellos habían negociado el oro y lo habían multiplicado. Como premio, el hombre les dio autoridad sobre un número de ciudades equivalente a las veces que lo habían multiplicado. En cambio, al que lo guardó para que no se le perdiera por temor a perderlo, y se lo devolvió sin ganancia, lo regañó diciendo a los presentes: “Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene diez”. Cuando le cuestionan su actitud, el hombre contestó: “Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.

¿Qué nos quiere decir Jesús con ésta parábola? En primer lugar, que Él se va a marchar para regresar, mas nadie sabe cuándo, excepto el Padre (Cfr. Mt 24,36). Pero antes de irse nos va a encomendar su Palabra. ¿Qué vamos a hacer con ella? Tenemos que hacerla producir, fructificar, multiplicarse; cada cual según su capacidad. “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura” (Mc 16,15). Y los que así lo hagan, recibirán su justa recompensa. Si, por el contrario, nos la guardamos y no la hacemos producir, se nos quitará hasta esa misma Palabra, con todas las promesas que contiene.

Señor, danos la valentía y sagacidad para “negociar” tu Palabra de manera que rinda fruto en abundancia, y así ser merecedores de la gloria eterna.