REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO QUINTO DOMINGO DEL T.O. (A) 12-07-20

“Salió el sembrador a sembrar…”

La liturgia de hoy nos presenta como lectura evangélica (Mt 13,1-23) el comienzo del “discurso parabólico” de Jesús, que ocupa todo el capítulo 13 del Evangelio según san Mateo e incluye siete parábolas, las llamadas “parábolas del Reino”.

La primera de esas parábolas, que leemos hoy, es la “parábola del sembrador”. En esta conocida parábola, un hombre salió a sembrar y la semilla cayó en cuatro clases de terreno (a la orilla del camino, en terreno pedregoso, entre zarzas, y en terreno bueno) pero solo la semilla que cayó en tierra buena dio grano. Esta parábola, que recogen los tres sinópticos, es una que no requiere un gran ejercicio de hermenéutica para interpretarla, pues el mismo Jesús se la explica a sus discípulos.

A lo largo de todos los relatos evangélicos encontramos que Jesús enseña utilizando parábolas. El término “parábola” viene del griego y significa “comparación”. La parábola es, pues, una breve comparación basada en una experiencia de la vida diaria, que tiene por finalidad enseñar una verdad espiritual. Jesús vino a predicar los secretos y las maravillas, los misterios del Reino de Dios. Esos misterios sobrepasan el entendimiento humano; se refieren a verdades que el hombre no puede descubrir por sí mismo.

Sin embargo, los galileos sí entendían de árboles, de pájaros, de animales de labranza, de la tierra, de semillas, de la siembra y la cosecha y la amenaza de la cizaña, de la pesca. También de las aves de rapiña, de los rebaños y el peligro de las zorras, de las gallinas y sus polluelos, etc.

Jesús echa mano de esas experiencias cotidianas para explicar los secretos y maravillas del Reino de Dios. De ese modo las parábolas de Jesús trascienden su tiempo y sirven para nosotros hoy, pues para nosotros resulta más fácil familiarizarnos con las costumbres de la época de Jesús que tratar de entender por nuestra cuenta los misterios del Reino. Durante las próximas dos semanas estaremos leyendo estas “parábolas del Reino”, y a través de ellas, adentrándonos en los misterios del Reino.

Toda la misión de Jesús puede resumirse en una frase: “Tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado” (Lc 4,43).

Pero el significado de las parábolas solo puede ser entendido por los que tienen una disposición favorable para con Dios, pues es algo que es concedido por pura gratuidad de parte de Dios a las personas de fe, y negado a los “autosuficientes”. Así, el que tiene fe entenderá cada día más y más de los misterios del Reino, y al que no tiene fe, “aun lo que tiene se le quitará” (13,12). No es algo que dependa de la capacidad intelectual de la persona. Por el contrario, se trata de reconocer nuestra pequeñez y abrirnos a Dios con corazón humilde, sensible y dispuesto, pues Él siempre ha mostrado preferencia por los humildes y los débiles al momento de mostrarles las maravillas y los misterios del Reino (Cfr. Mt 11,25).

Señor, ayúdanos a ser “tierra buena”, para recibir en nuestros corazones la Palabra que tu Hijo nos brinda y, entendiendo sus maravillas, convertirnos en verdaderos ciudadanos el Reino.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DUODÉCIMA SEMANA DEL T.O. (2) 27-06-18

Jesús se crio entre gente de trabajo; artesanos, carpinteros, agricultores, pastores. Por eso vemos que constantemente utiliza figuras que son conocidas a los de su tiempo para transmitir sus enseñanzas. En la lectura evangélica que nos presenta la liturgia de hoy (Mt 7,15-20) nos habla de lobos y ovejas, uvas y zarzas, higos y cardos, árboles y frutos… “Por sus frutos los conoceréis”, repite en dos ocasiones.

Este pasaje es uno de esos que no requiere mucha explicación. Lo que Jesús nos plantea se puede dividir en dos enseñanzas íntimamente ligadas entre sí.

Primero, nos advierte que nos cuidemos de los falsos profetas (otras versiones dicen falsos “pastores”) que “se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces”. Se refiere a aquellos que se nos acercan con “cantos de sirena” a vendernos unas doctrinas que nos “hacen sentir bonito”, cuando lo cierto es que están detrás del fruto de nuestro trabajo.

El ejemplo perfecto lo encontramos en los llamados “tele-evangelistas” que nos predican un mensaje de prosperidad y felicidad terrenal a cambio de “ofrendas”. Para lograrlo montan todo un espectáculo digno de Hollywood, que crea un ambiente de euforia, una histeria colectiva que produce una sensación de bienestar y felicidad. Mientras tanto, sus cuentas bancarias continúan creciendo.

Eso dista mucho del verdadero mensaje de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24).

Segundo, Jesús nos recuerda que a la larga esos falsos pastores se desenmascaran a sí mismos a través de sus propios actos, ya que el verdadero valor de una persona se manifiesta por lo que hace. Jesús debe haber estado pensando en los fariseos de su tiempo, figura que Él utiliza en muchas ocasiones.

“Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos”. El mismo Jesús sentencia a esos falsos profetas: “El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego”.

Aunque Jesús parece referirse a los fariseos de su tiempo, nosotros hoy, lejos de levantar un dedo acusador contra aquellos que podamos considerar “falsos profetas”, debemos ver en esta lectura una invitación a examinar nuestra propia vida interior y nuestra fe.

Mis actuaciones, ¿son realmente un reflejo de mi disposición interior, o son una “piel de oveja” que oculta el lobo rapaz que habita en mi interior? Mis actuaciones en la vida parroquial y comunitaria, ¿guardan relación con mis pensamientos y mis actuaciones cuando “nadie me ve”? ¿Soy un árbol sano? Podremos engañar a los hombres, pero no a Dios, que “ve en lo secreto” y nos recompensará según lo que hay en nuestro corazón (Cfr. Mt 6,4).

¡Cuidado! Jesús es misericordioso pero también es un juez severo: “El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego”… En Mateo, Jesús nos advierte en al menos cinco ocasiones: “entonces será el llanto y el rechinar de dientes”… (Mt 8,12; 13,42; 13,50; 22,13; 24,51). El que tenga oídos para oír, que oiga…