En este corto reflexionamos sobre la parábola del sembrador y el llamado que Jesús nos hace a ser “terreno bueno” para que la semilla de su Palabra de grano.
La liturgia de hoy nos presenta como lectura
evangélica (Mt 13,1-23) el comienzo del “discurso parabólico” de Jesús, que
ocupa todo el capítulo 13 del Evangelio según san Mateo e incluye siete
parábolas, las llamadas “parábolas del Reino”.
La primera de esas parábolas, que leemos hoy,
es la “parábola del sembrador”. En esta conocida parábola, un hombre salió a
sembrar y la semilla cayó en cuatro clases de terreno (a la orilla del camino,
en terreno pedregoso, entre zarzas, y en terreno bueno) pero solo la semilla
que cayó en tierra buena dio grano. Esta parábola, que recogen los tres
sinópticos, es una que no requiere un gran ejercicio de hermenéutica para
interpretarla, pues el mismo Jesús se la explica a sus discípulos.
A lo largo de todos los relatos evangélicos
encontramos que Jesús enseña utilizando parábolas. El término “parábola” viene
del griego y significa “comparación”. La parábola es, pues, una breve
comparación basada en una experiencia de la vida diaria, que tiene por
finalidad enseñar una verdad espiritual. Jesús vino a predicar los secretos y
las maravillas, los misterios del Reino de Dios. Esos misterios sobrepasan el
entendimiento humano; se refieren a verdades que el hombre no puede descubrir
por sí mismo.
Sin embargo, los galileos sí entendían de
árboles, de pájaros, de animales de labranza, de la tierra, de semillas, de la
siembra y la cosecha y la amenaza de la cizaña, de la pesca. También de las
aves de rapiña, de los rebaños y el peligro de las zorras, de las gallinas y sus
polluelos, etc.
Jesús echa mano de esas experiencias
cotidianas para explicar los secretos y maravillas del Reino de Dios. De ese
modo las parábolas de Jesús trascienden su tiempo y sirven para nosotros hoy,
pues para nosotros resulta más fácil familiarizarnos con las costumbres de la
época de Jesús que tratar de entender por nuestra cuenta los misterios del
Reino. Durante las próximas dos semanas estaremos leyendo estas “parábolas del
Reino”, y a través de ellas, adentrándonos en los misterios del Reino.
Toda la misión de Jesús puede resumirse en una
frase: “Tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he
sido enviado” (Lc 4,43).
Pero el significado de las parábolas solo
puede ser entendido por los que tienen una disposición favorable para con Dios,
pues es algo que es concedido por pura gratuidad de parte de Dios a las
personas de fe, y negado a los “autosuficientes”. Así, el que tiene fe
entenderá cada día más y más de los misterios del Reino, y al que no tiene fe,
“aun lo que tiene se le quitará” (13,12). No es algo que dependa de la
capacidad intelectual de la persona. Por el contrario, se trata de reconocer
nuestra pequeñez y abrirnos a Dios con corazón humilde, sensible y dispuesto,
pues Él siempre ha mostrado preferencia por los humildes y los débiles al
momento de mostrarles las maravillas y los misterios del Reino (Cfr. Mt
11,25).
Señor, ayúdanos a ser “tierra buena”, para
recibir en nuestros corazones la Palabra que tu Hijo nos brinda y, entendiendo
sus maravillas, convertirnos en verdaderos ciudadanos el Reino.