REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES 24-07-13

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La liturgia de hoy nos presenta como lectura evangélica (Mt 13,1-9) el comienzo del “discurso parabólico” de Jesús, que ocupa todo el capítulo 13 del Evangelio según san Mateo e incluye siete parábolas, las llamadas “parábolas del Reino”.

La primera de esas parábolas, que leemos hoy, es la “parábola del sembrador”. En esta conocida parábola, un hombre salió a sembrar y la semilla cayó en cuatro clases de terreno (a la orilla del camino, en terreno pedregoso, entre zarzas, y en terreno bueno) pero solo la semilla que cayó en tierra buena dio grano. Esta parábola, que recogen los tres sinópticos, es una que no requiere un gran ejercicio de hermenéutica para interpretarla, pues el mismo Jesús se la explica a sus discípulos, según veremos en la lectura evangélica del viernes de esta decimosexta semana del tiempo ordinario.

A lo largo de todos los relatos evangélicos encontramos que Jesús enseña utilizando parábolas. El término “parábola” viene del griego y significa “comparación”. La parábola es, pues, una breve comparación basada en una experiencia de la vida diaria, que tiene por finalidad enseñar una verdad espiritual. Jesús vino a predicar los secretos y las maravillas, los misterios del Reino de Dios. Esos misterios sobrepasan el entendimiento humano; se refieren a verdades que el hombre no puede descubrir por sí mismo.

Sin embargo, los galileos sí entendían de árboles, de pájaros, de animales de labranza, de la tierra, de semillas, de la siembra y la cosecha y la amenaza de la cizaña, de la pesca. También de las aves de rapiña, de los rebaños y el peligro de las zorras, de las gallinas y sus polluelos, etc.

Jesús echa mano de esas experiencias cotidianas para explicar los secretos y maravillas del Reino de Dios. De ese modo las parábolas de Jesús trascienden su tiempo y sirven para nosotros hoy, pues para nosotros resulta más fácil familiarizarnos con las costumbres de la época de Jesús que tratar de entender por nuestra cuenta los misterios del Reino. Durante las próximas dos semanas estaremos leyendo estas “parábolas del Reino”, y a través de ellas, adentrándonos en los misterios del Reino.

Toda la misión de Jesús puede resumirse en una frase: “Tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado” (Lc 4,43).

Pero el significado de las parábolas solo puede ser entendido por los que tienen una disposición favorable para con Dios, pues es algo que es concedido por pura gratuidad de parte de Dios a las personas de fe, y negado a los “autosuficientes”. Así, el que tiene fe entenderá cada día más y más de los misterios del Reino, y al que no tiene fe, “aun lo que tiene se le quitará” (13,12). No es algo que dependa de la capacidad intelectual de la persona. Por el contrario, se trata de reconocer nuestra pequeñez y abrirnos a Dios con corazón humilde, sensible y dispuesto, pues Él siempre ha mostrado preferencia por los humildes y los débiles al momento de mostrarles las maravillas y los misterios del Reino (Cfr. Mt 11,25).

Señor, ayúdame a ser “tierra buena”, para recibir en mi corazón la Palabra que tu Hijo nos brinda y, entendiendo sus maravillas, convertirnos en verdaderos ciudadanos el Reino. Por Jesucristo Nuestro Señor.

REFLEXIÓN PARA EL MARTES 23-07-13

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Como primera lectura para hoy la liturgia nos presenta la narración del hecho que sella definitivamente la liberación del pueblo judío de la esclavitud en Egipto: el cruce del Mar Rojo, la culminación de la Pascua, y el comienzo de la marcha a través del desierto (Ex 14,21-15,1).

Este es un hecho salvífico tan importante, que marcó un hito en la historia y la fe del pueblo de Israel, y en nuestra propia fe, al punto de que tanto judíos como cristianos estamos convencidos que aquella noche Yahvé salvó a los israelitas de la esclavitud en Egipto. Así lo proclamamos en el pregón pascual que cantamos la noche de la Vigilia Pascual: “Ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y les hiciste pasar a pie el Mar Rojo”.

El mismo pregón nos recuerda, que al igual que en aquella primera noche de Pascua Yahvé libró a su pueblo elegido de la esclavitud en Egipto, Jesús, con su Pascua, nos liberó a nosotros, el nuevo pueblo de Dios, del pecado y de la muerte: “Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”. Y más adelante añade: “Esta es la noche en la que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos”.

Finalmente, la oración que sigue a la tercera lectura de la Vigilia, nos dice: “el Mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal, y el pueblo liberado de la esclavitud, imagen de la familia cristiana”. Esta oración nos sirve de introducción a la lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy, el pasaje conocido como “la verdadera familia de Jesús” (Mt 12,46-50):

“Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: ‘Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte’. Jesús le respondió: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’. Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre’”.

“Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Con esta aseveración Jesús destaca que aún su propia madre es más madre de Él por hacer la voluntad del Padre que por haberle parido. Más aun, nos está ofreciendo a todos el calor y la intimidad de una familia. Esta postura es cónsona con su predicación del Amor como fundamento de la nueva Ley. Ya no se trata de un Dios distante (relación vertical), inalcanzable, a quien debemos someternos. Con Jesús hemos pasado a formar parte de la “familia divina”, en la que todos somos hermanos y hermanas en Cristo Jesús (relación horizontal) y adquirimos el carácter de hijos del Padre.

¿Te interesa pertenecer a la familia de Jesús? “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES 22-07-13, MEMORIA OBLIGATORIA DE SANTA MARÍA MAGDALENA

Santa María Magdalena

Hoy celebramos la memoria obligatoria de santa María Magdalena, discípula del Señor y protectora de la Orden de Predicadores (Dominicos). Pocos personajes de la Biblia han sido tan mal entendidos, y hasta difamados, como María de Magdala, a quien se refieren como una pecadora pública y prostituta.

Lo cierto es que hay tres personajes en los relatos evangélicos cuyas identidades se confunden, pero que no necesariamente son la misma persona: María Magdalena, María la hermana de Lázaro y Marta, de quien nos hablaba el relato evangélico de ayer (Lc 10,38-42) y es mencionada en otros relatos (Jn 11,1; 12,3), y la pecadora anónima que unge los pies de Jesús (Lc 7,36-50).

María Magdalena, con su nombre completo, aparece en algunos de los pasajes más significativos del Evangelio, destacándose entre las mujeres que siguen a Jesús (Mt 27,56; Mc 15,47; Lc 8,2), especialmente en el drama de la Pasión (Mc 15,40), al pie de la cruz junto a María, la Madre de Jesús (Jn 19,25), y en el entierro del Señor (Mc 15,47). Igualmente fue la primera en llegar al sepulcro del Señor en la mañana de la Pascua (Jn 20,15) y la primera a quien Jesús se le apareció luego de resucitar (Mt 28,1-10; Mc 16,9; Jn 20,14). De ese modo se convierte en “apóstol” de los apóstoles, al anunciarles la Resurrección de Jesús (Jn 20,17-18). Trato de imaginar la alegría que se reflejaría en el rostro de María Magdalena al decir a los apóstoles: “¡He visto al Señor; ha resucitado!”

Aunque la tradición presentaba a María Magdalena como una gran pecadora, la Iglesia, sobre todo después del Concilio Vaticano II, ha establecido una distinción entre los tres personajes que mencionamos al inicio, reivindicando el nombre de María Magdalena, eliminando toda referencia a ella como “adúltera”, “prostituta” y “pecadora pública”. Así, hoy la Iglesia la reconoce como una fiel seguidora de Cristo, guiada por un profundo amor que solo puede ser producto de haber conocido el Amor de Dios.

La liturgia de la memoria nos ofrece como primera lectura (Ct 3,1-4a) un pasaje hermoso del Cantar de los Cantares (¿qué pasaje de ese libro no es hermoso?) que nos abre el apetito para el evangelio: “En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo busqué y no lo encontré. Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad: ‘¿Visteis al amor de mi alma?’ Pero, apenas los pasé, encontré al amor de mi alma”.

La lectura evangélica (Jn 20,1.11-18) nos narra el encuentro de María Magdalena con el Resucitado. ¡Cuánto debe haber amado a Jesús aquella santa mujer, que le valió el privilegio de ser escogida por Él para ser la primera testigo de su Resurrección! Me imagino que su corazón querría estallar de emoción al reconocer la voz de su “Rabonni” que la llamó por su nombre: “¡María!”. Aunque la lectura no lo dice, por las palabras de Jesús que siguen no hay duda que intentó abrazarlo, o al menos tocar sus pies. Trato de pensar cómo reaccionaría yo, y no creo que haya forma de describirlo. Recuerda, Jesús te llama por tu nombre igual que lo hizo con María Magdalena… Solo si amas como amó María, podrás escuchar Su voz. ¡Santa María Magdalena, ruega por nosotros!

REFLEXIÓN PARA EL DECIMOSEXTO DOMINGO DEL T.O. 21-07-13

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La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para hoy (Lc 10,38-42) nos narra el episodio de cuando Jesús hace un alto en su última subida a Jerusalén para visitar a las hermanas Marta y María. Mientras Marta parecía una hormiguita tratando de tener todo dispuesto para servir al huésped distinguido que tenían, María, “sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra”. Marta, quien aparenta tener mucha confianza con Jesús, le pide que regañe a María, y le diga que la ayude con los preparativos. Esta petición de Marta suscita la famosa frase de Jesús que constituye el meollo de esta perícopa: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.

El mensaje de Jesús es claro: Solo una cosa es necesaria; escuchar y acoger la palabra de salvación que Él ha venido a traer. Lo que Marta está haciendo no está mal; ella quiere servir al Señor, pero lo verdaderamente importante no es el mensajero; es el mensaje de salvación que trae su Palabra. En su afán de servir, Marta se desenfoca y olvida que Jesús no vino a ser servido sino a servir (Mt 20,28). Jesús no quiere que le sirvan; quiere que acojan el mensaje de salvación que Él ha venido a traer. Por eso María ha escogido lo que debe, lo que Jesús considera verdaderamente necesario, se ha concentrado en la escucha de la Palabra, actitud que Él mismo nos ha señalado es más importante que cualquier relación, incluyendo la de parentesco (Cfr. Lc 6,46-49; 8,15.21).

Con su actitud, María se convierte en el modelo del verdadero discípulo de Jesús y de toda la comunidad creyente. En los cursos de formación cristiana que impartimos, al discutir el tema del “discipulado”, utilizamos este pasaje para ilustrar dos de las seis características del discípulo de Jesús: “se sienta a los pies del Maestro” y “escucha al Maestro”. El verdadero discípulo tiene que escuchar la palabra, acogerla, y vivirla. Así lo hizo también María, la Madre de Jesús y su primera discípula, quien “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19.51).

Eso no quiere decir que debemos abandonar el servicio al Señor; lo que significa es que en el afán de servir no podemos apartarnos de la escucha de la Palabra, que es la que la que guía, y da sentido y significado a nuestro servicio. De ese modo nuestro servicio se convierte en una respuesta a la Palabra y en verdadera “predicación”, pues al poner en práctica esa Palabra, estamos evangelizando.

En una ocasión leí un comentario sobre este pasaje en el que el autor, cuyo nombre no recuerdo, decía que probablemente Jesús, después de contestarle a Marta, se dirigió a María y le dijo: “Anda, ahora ve a ayudar a tu hermana”. Ora et labora.

Hoy, pidamos al Señor que abra nuestros oídos, y más aún, nuestros corazones, para escuchar, acoger, y poner en práctica su Palabra salvífica.

Si no lo has hecho aún, todavía estás a tiempo de visitar la Casa del Padre para escuchar su Palabra, como lo hizo María de Betania. Recuerda, Él te espera.

REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO 20-07-13

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“La estancia de los israelitas en Egipto duró cuatrocientos treinta años. Cumplidos los cuatrocientos treinta años, el mismo día, salieron de Egipto las legiones del Señor. Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto: noche de vela para los israelitas por todas las generaciones”. Así concluye la primera lectura de hoy (Ex 12,37-42). Esa noche fue de vigilia para el pueblo judío. La noche de su liberación. Asimismo la vigilia pascual será para nosotros la noche de nuestra liberación de las cadenas de la muerte que nos habían mantenido esclavizados. ¡Jesús vive! Y con su resurrección nos abrió el camino a la vida eterna.

La lectura evangélica (Mt 12, 14-21) es secuela del que leíamos ayer sobre las espigas arrancadas en sábado por los discípulos de Jesús. Recordaremos que al final del pasaje Jesús se había proclamado “Señor del sábado” ante la rabia de los fariseos. Pero lo que colmó la copa fue que de allí se fue a la sinagoga y curó a un hombre que tenía la mano paralizada. Es decir “violó” el sábado haciendo una curación, y ¡en plena sinagoga! (12,9-13). A pesar de las explicaciones de Jesús a los efectos de que es lícito hacer el bien a un ser humano incluso en sábado, los fariseos comienzan a tramar la forma de eliminarle. Jesús se marcha inmediatamente y continúa curando enfermos y expulsando demonios, pidiendo a todos que no revelaran su paradero.

Aunque Marcos narra también el episodio de la partida de Jesús de forma bien abreviada (Mc 1,35-39), Mateo lo narra con mayor detalle, enfatizando la curación en la sinagoga en sábado, y citando al profeta Isaías (Is 42,1-4). Recordemos que Mateo escribe su evangelio para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo, con el propósito de probar que Jesús es el Mesías esperado, ya que el Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento. De ahí que preceda la cita de Isaías con la frase “así se cumplió lo que dijo el profeta”, frase que Mateo repite en numerosas ocasiones a lo largo de su relato evangélico.

“No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará”, nos dice la profecía de Isaías citada por Mateo. De esta manera el evangelista justifica la “huida” de Jesús. Nos está diciendo que Jesús no se escondió por miedo ni cobardía, ni por sentirse fracasado. En la huida de Jesús vemos el cumplimiento de la profecía. El Mesías vino a implantar el derecho y la justicia, pero no con espadas ni con ejércitos, sino desde la debilidad. La “revolución” que Jesús vino a traer es una que se da en el interior de las personas, no en las instituciones de su época. Por eso a Dios le encanta usar a los débiles (Cfr. 2 Cor 12,9; 13,4); así manifiesta su gloria para que todos crean.

Todos tenemos nuestras debilidades y defectos. Aun así Dios nos está llamando a servirle. No miremos nuestra pequeñez, nuestra debilidad; miremos su Poder. Una vez más te invito a decir con María: “Hágase en mí según tu Palabra”.

Que pasen un hermoso fin de semana en la PAZ del Señor, sin olvidarse de dar una vueltita por la Casa del Padre para decirle: “Aquí estoy; dime Señor qué quieres de mí”.

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES 19-07-13

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La primera lectura de hoy (Ex 11,10-12.14) nos narra la institución de la cena pascual, tal y como la celebran todavía hoy los judíos. Esta cena se celebra en la antesala del hecho liberador más significativo en la historia del pueblo judío, la salida de Egipto de vuelta a la tierra de donde habían salido en tiempos de José. Comienza el éxodo.

Este es uno de esos eventos que, por ser obra de Dios, se convirtió en “memorial” (“zikkaron”) para el pueblo judío. De hecho, la Mishná dispone que al celebrar la Pascua, cada judío se considera que él mismo (no sus antepasados) fue liberado de la esclavitud en Egipto. Jesús, que era judío y celebró muchas cenas pascuales, echó mano de ese concepto de zikkaron al instituir la Eucaristía en la última cena, que se da en el contexto de la cena pascual, e instituyó el pan y el vino como zikkaron de su Pasión: “Haced esto en memoria mía”.

En el pasaje que nos presenta el relato evangélico de hoy (Mt 12,1-8), vemos cómo los fariseos, movidos por la rabia, producto de la envidia y el temor que les produce el mensaje de Jesús, acusan a sus discípulos de violar el “sábado”, que más que una ley o un precepto, se había convertido en una pesada carga que ni los mismos sacerdotes y fariseos estaban dispuestos a llevar (Mt 23,4; Lc 11,46). Hacen lo que nosotros mismos hacemos muchas veces cuando queremos criticar a alguien: nos ponemos en vela a esperar el más mínimo “resbalón” para levantar el dedo acusador. Miramos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro (Lc 6,41).

Debemos recordar que la prohibición de arrancar espigas en sábado no es una prescripción de la ley propiamente, sino una de esas reglas creadas por los fariseos y contenidas en la Mitzvá, que enumera las actividades “prohibidas” en sábado.

Ya anteriormente, cuando los discípulos de Juan le cuestionaron a Jesús por qué ellos y los fariseos ayunaban y sus discípulos no lo hacían, Él les había contestado: “¿Pueden acaso los invitados de la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán” (Mt 9,15). En la versión de este pasaje en Marcos, Jesús añade: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Esta última frase cobra sentido con la aseveración de Jesús: “Si comprendierais lo que significa ‘quiero misericordia y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa”.

Jesús está siendo consistente con su sermón de la montaña, con la nueva “ley del amor” recogida en las Bienaventuranzas (Mt 5); por eso se declara “Señor del sábado”. La reglas del sábado, producto de los hombres, tienen que ceder ante las necesidades y obligaciones que nacen del Amor que es la esencia misma de Dios.

Por eso, cuando nos acerquemos a servir a Dios, tengamos presente que el servicio de Dios no puede contradecir el amor y la misericordia que tenemos que mostrar a nuestro prójimo: “Lo que hiciereis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hacéis” (Mt 25,40).

Eso es lo hermoso del evangelio; podrá haber algunas inconsistencias en las narraciones, según cada evangelista, pero el mensaje de Jesús es consistente, es la Verdad que nos conduce al Padre.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES 18-07-13

Vengan a mi

La primera lectura que nos ofrece la liturgia para hoy (Ex 3,13-20) es continuación de la que leíamos ayer. Es la culminación del pasaje de la zarza ardiendo. Dios se ha presentado ante Moisés, le ha hablado y le ha encomendado una misión: la liberación de su pueblo de la esclavitud en Egipto. Dios le instruye ir a los suyos para compartir con ellos la buena noticia de que Dios no les ha abandonado, que se ha compadecido de ellos y ha decidido venir en su auxilio.

Moisés le plantea una realidad. Para los judíos el nombre tiene gran importancia, pues indica “el ser” profundo. Tener nombre indica que es alguien vivo, que existe, que no es una cosa abstracta, imprecisa, impersonal, que no es producto de la imaginación de Moisés. Si le preguntan que quién es el que le ha enviado, ¿qué les dirá? Dios le contesta: “‘Soy el que soy’; esto dirás a los israelitas: ‘Yo-soy’ (Yahvé) me envía a vosotros’”. Se trata de Yahvé, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.

Los judíos llevaban siglos viviendo en un ambiente de idolatría, tal vez muchos se habían contaminado, olvidando al Dios de los patriarcas. Yahvé les recuerda que Él es fiel, que cumple sus promesas, que no se ha olvidado de ellos, que viene a sacarlos de allí y llevarlos a la tierra que había prometido a Abraham y a su descendencia.

A veces nos dejamos contaminar por el secularismo que nos rodea (con todos los “ídolos” modernos) y llegamos a pensar que Dios nos ha abandonado, e inclusive nos olvidamos de Él.

La lectura evangélica de hoy (Mt 11,28-30), también continuación de la de ayer, es una de las más cortas que nos ofrece la liturgia, una sola oración. En ella Jesús nos recuerda que Dios está vivo y no nos abandona; que Él (que es Dios) está cerca de nosotros. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.

“Venid a mí…” Nos dice que nos acerquemos, que vayamos hacia Él con confianza. “Y yo os aliviaré”. Nos está ofreciendo Su hombro para aliviar nuestro cansancio, y Su abrazo para aliviar nuestros pesares. Se ofrece a ser nuestro “cirineo”. “Cargad con mi yugo y aprended de mí”. Nos invita a ser sus discípulos, a vivir la ley del Amor, que es un yugo llevadero y una carga ligera; no como el yugo de la Ley, que al carecer del Amor se torna en una carga insoportable. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso”. Nos señala el camino a seguir. Se trata de asumir una nueva forma de vida, libre de los legalismos aplastantes, que podría resumirse en un amor incondicional al prójimo, producto de una experiencia amorosa con el Padre. Más que una carga, es un imperativo de Amor.

Señor, ayúdame a tener la confianza de acercarme a Ti como se acerca un niño a su padre con un juguete roto, con la certeza de que él es quien único puede repararlo…

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES 17-07-13

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La primera lectura de hoy (Ex 3,1-6.9-12) nos presenta el comienzo del episodio de la zarza ardiendo. Este es el pasaje en que Yahvé escogió a Moisés para liberar a su pueblo de la esclavitud que estaba sufriendo a manos de los egipcios. Esa misión de Moisés comenzó como todas (incluyendo la tuya y la mía), con el llamado: “Moisés. Moisés”. Moisés le respondió: “Aquí estoy”.

Moisés escuchó la Palabra de Dios y se mostró receptivo a la misma. Entonces Dios le reveló la misión que tenía para él: “Y ahora marcha, te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, a los israelitas”. El envío. Y ante la incertidumbre de Moisés sobre su capacidad para llevar a cabo la misión, la promesa: “Yo estoy contigo”. Dios nunca abandona a los que escoge y envía. Mañana le revelará Su nombre.

La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia de hoy (Mt 11,25-27) contiene una de mis frases favoritas de Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”.

Jesús parece referirse a los “sabios” y “entendidos” de su tiempo (los escribas, fariseos, sacerdotes, doctores de la ley), quienes cegados por su conocimiento de la Ley creían saberlo todo. Por eso eran incapaces de asimilar el mensaje sencillo pero profundo de Jesús. “Yo les aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él” (Mc 10,13).

Jesús nos pide que nos hagamos como niños, para que podamos conocer y reconocer al “Abba” que Él nos presenta: “nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Por eso escogió sus discípulos de entre la gente sencilla, creyentes que no estaban “contaminados” por el ritualismo y legalismo excesivo de los sacerdotes y fariseos. Escogió la tierra buena sobre a la que estaba llena de abrojos (Mt 13,1-9; Mc 4,1-9; Lc 8,4-8).

Dios no es fácil de alcanzar, nadie lo ha visto nunca. Por eso nos envió a su Hijo, quien sí le conoce, para que Él nos de a conocer al Padre. Para conocer al Padre tememos que reconocer nuestra incapacidad de conocerlo por nosotros mismos. Jesús nos ofrece la oportunidad de conocerle a Él a través de su Palabra, y a través de Él al Padre. Parece un trabalenguas, pero el mensaje es sencillo, como aquellos a quienes va dirigido: Él es el “Camino” que nos conduce al Padre; y quien le conoce a Él conoce al Padre (Jn 14,6-7).

Jesús nos ha llamado a cada cual por su nombre y nos ha encomendado una misión que tenía pensada para cada uno de nosotros desde antes que fuésemos concebidos. Si nos apartamos del bullicio y el ruido del mundo, como lo estaba Moisés en la primera lectura, podremos escuchar la voz de Dios que nos llama por nuestro nombre. Lo único que tenemos que decir es: “Aquí estoy”, como lo hizo Moisés; o como Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,10).

Y tú, ¿qué le vas a contestar? Anda, ¡atrévete!

REFLEXIÓN PARA EL LUNES 15-07-13

“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí” (Mt 10,37).

“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí” (Mt 10,37).

La primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy (Ex 1,8-14.22) continúa narrando la historia de los descendientes de Jacob en Egipto, y cómo el pueblo de Israel se multiplicó, según lo había prometido Yahvé a Abraham; promesa que luego había repetido a Jacob. Han pasado cuatrocientos años desde la llegada de los israelitas a Egipto bajo la protección de José, episodio que también puso fin a la llamada era de los “patriarcas”.

Durante las próximas tres semanas exploraremos la historia de la esclavitud en Egipto, y cómo Dios se compadece de su pueblo y decide intervenir en la historia para suscitar la liberación de su pueblo bajo el liderato de Moisés, quien los conducirá a la libertad y de vuelta a la tierra prometida a través del desierto, en donde establecerá la Alianza del Sinaí. Esta historia es bien importante porque nos presenta los orígenes de la Ley que regirá al pueblo judío por el resto de su historia. Esa historia y esa Ley (llevada a la plenitud por Jesús con el mandamiento del Amor) también conforman la base nuestra fe cristiana.

La lectura evangélica (Mt 10,34-11,1) nos presenta la conclusión del “discurso apostólico”, o de envío de los “doce”, antes de partir por su cuenta a “enseñar y predicar en sus ciudades” (11,1).

Jesús quiere asegurarse que los apóstoles tienen plena consciencia del compromiso que implica el aceptar la misión, y lo difícil, conflictiva y peligrosa que va a ser la misma. Ha utilizado toda clase de ejemplos y alegorías, pero antes de concluir, por si no han entendido el alcance de sus palabras, les habla en lenguaje más directo: “No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa”.

Así es el mensaje de Jesús, conflictivo. Él no admite términos medios; nos quiere “calientes” o “fríos”, porque los “tibios” no tienen cabida en el Reino (Cfr. Ap 3, 15-16). Ya lo había dicho el anciano Simeón cuando llevaron al Niño a presentar al Templo: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” (Lc 2,34).

Para enfatizar la radicalidad en el seguimiento que espera de los apóstoles, Jesús lo contrapone a uno de los deberes más sagrados del pueblo judío y del nuestro, el amor paterno y el amor filial: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí”. Jesús utiliza, como lo hace en otras ocasiones, el recurso de la hipérbole con un fin pedagógico. No es que esté renegando de las enseñanzas de los mandamientos y la ley del amor contendida en las bienaventuranzas. Nos está diciendo que el que acepta continuar Su misión, tiene que estar dispuesto a, si llega momento, renunciar a todo lo que sea un obstáculo para la misma, aún las cosas que son más importantes en nuestras vidas.

¡Ay de aquellos que se dejan seducir por los cantos de sirena de las “iglesias de la prosperidad”! Esos no son verdaderos discípulos de Cristo.

REFLEXIÓN PARA EL DECIMOQUINTO DOMINGO DEL T.O. 14-07-13

Buen samaritano

La lectura evangélica que contemplamos hoy (Lc 10,25-37), nos presenta la conocida parábola del buen samaritano. Sobre esta parábola se han escrito “ríos de tinta”. Además de la historia que nos presenta la misma, edificante por demás, algunos exégetas ven en la compasión del samaritano una imagen de la misericordia de Dios, y en el regreso del samaritano al final de la parábola una especie de prefiguración del retorno de Cristo al final de los tiempos. Otros ven “claramente” en la parábola un reflejo de la historia de la salvación, al igual que en las “parábolas del Reino”.

Hoy nos limitaremos a señalar que el relato está precedido de una discusión sobre el mandamiento más importante: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo” (Mc 12,30-31); mandamiento que recoge el “Shemá” que recitan los judíos (Dt 6,4) y hasta escriben en un pergamino que colocan la jamba derecha de las puertas de sus hogares en un receptáculo llamado “mezuzah”, y el mandato sobre el prójimo contenido en Lev 19,18. Jesús llevará este último mandamiento un paso más allá, al pedirnos que amemos a nuestro prójimo, no como a nosotros mismos, sino como Él nos ha amado (Jn 13,34).

Lo cierto es que este relato nos enfrenta al pecado más común que cometemos a diario y pasamos por alto, lo ignoramos. Me refiero al pecado de omisión. Cuando rezamos el “Yo pecador”, decimos que “…he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Cuando pensamos en nuestros pecados, al hacer un examen de conciencia, pensamos en las actuaciones en que hemos incurrido que resultan ofensivas a Dios. Robar, matar, fornicar, mentir, etc., etc. ¿Pero qué de las veces que habiendo podido ayudar al prójimo que lo necesitaba nos hacemos de la vista larga? “Estoy muy ocupado… Voy tarde, y si me detengo… Voy a ensuciarme la ropa…”

“En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados en el amor”, nos dice San Juan de la Cruz. Y eso no se lo inventó él; ¿acaso el mismo Jesús no nos dijo: “Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber…? (Mt 25,35). En el mismo pasaje del “juicio final” Jesús encarna el pecado de omisión: “Porque tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed y no me dieron de beber…” En otras palabras, no basta con abstenerse de cometer “actos” pecaminosos; peca tanto el que roba el pan ajeno, como el que pudiendo dar de comer al hambriento no lo hace. Es decir, para pecar no es necesario hacer el mal, basta con no hacer el bien, teniendo la capacidad y los medios para hacerlo. A veces se trata tan solo de prestar nuestros oídos a un hermano que necesita desahogarse, y “no tenemos tiempo…”

Y se nos olvida que en nuestro prójimo, en cada uno de nuestros hermanos, está la persona de Cristo; pero somos tan ciegos que no lo vemos. “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo” (Mt 25,45).

¡Cuántas veces actuamos como el sacerdote o el levita de la parábola!