REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMO PRIMERA SEMANA DEL T.O. (1) 25-08-15

Ay de vosotros, escribas

El evangelio que leemos en la liturgia de hoy (Mt 23,23-26) es una continuación del de ayer, que forma parte del discurso contra la actitud de los escribas y fariseos que Mateo pone en boca de Jesús en el capítulo 23 de su relato evangélico. Cada una de las críticas va precedida de un “¡Ay!”, que es una traducción bastante libre de la palabra griega en el original Quai, a falta de una palabra equivalente en español. Pero la palabra original lo que expresa, más que una maldición, es dolor, indignación.

Tanto el evangelio de ayer (Mt 23,13-22) como el de hoy, tienen una línea de pensamiento subyacente: Jesús desprecia con vehemencia la hipocresía de los fariseos. Personas que se quedan en los ritos externos y en el “cumplimiento” (palabra compuesta por otras dos: “cumplo” y “miento”) de unos preceptos creados por ellos mismos para su propio beneficio, mientras “descuidan lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad”. Fíjense que Jesús no condena los ritos ni la observancia de la ley (Cfr. Mt 5,18), lo que condena es el quedarse en los ritos y observancia externos sin que estos reflejen una actitud interior conforme a lo que se practica: “Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello”.

A diario vemos los “fariseos” de nuestro tiempo, esas personas que gustan de ocupar los primeros puestos en todas las actividades y celebraciones litúrgicas de la Iglesia, en la oración comunitaria, en las lecturas de la celebración eucarística, en los sacramentos; pero su vida personal, su conducta “fuera del templo”, no guarda relación alguna con esa “religiosidad” demostrada en el Templo. Son meros actores interpretando un “papel” para “las gradas”. Esa es la actitud que Jesús condena cuando dice: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno!” Es lo que el campesino puertorriqueño compara con la hoja del yagrumo, que cuando usted la ve de un lado tiene un color, pero cuando la vira del otro lado, tiene un color diferente.

Son pocas las veces que vemos a Jesús verdaderamente molesto, indignado. Aunque el evangelio no describe la actitud de Jesús cuando pronuncia las palabras que leemos en el evangelio de hoy, no resulta difícil imaginarse hasta el tono de voz que utilizó; el de una persona bien molesta, indignada, como cuando echó a los mercaderes del Templo (Jn 2,13-25).

Jesús nos está diciendo que el verdadero cristiano es una persona “genuina”, sin dobleces, transparente, que practica lo que predica. Nos está diciendo que, aunque no debemos menospreciar los ritos externos (la purificación exterior de “la copa y el plato”), estos tienen menos importancia que la pureza interior. Cuando lleguemos a ese día que nos espera a todos en que tengamos que enfrentarnos a nuestra vida, no se nos preguntará cuántas veces acudimos al templo, ni cuántas veces participamos en los ritos religiosos, ni cuánto diezmamos; se nos preguntará cuánto amamos. Como dijo san Juan de la Cruz: “A la tarde de la vida te examinarán en el amor”.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA UNDÉCIMA SEMANA DEL T.O. (1) 17-06-15

fariseo orando

La liturgia sigue llevándonos de la mano por el “discurso evangélico” (también llamado “discurso inaugural”) de Jesús que comprende los capítulos 5 y 6 del Evangelio según san Mateo. El discurso comienza con las Bienaventuranzas y luego pasa a establecer la diferencia entre la Antigua Alianza fundamentada en la observancia de la Ley, y la Nueva Alianza que interpreta la misma Ley humanizada con el espíritu de las Bienaventuranzas las que, a su vez, están fundamentadas en la Ley del Amor.

Es este discurso Jesús nos reitera la primacía del amor y la disposición interior sobre el formalismo ritual y el cumplimento exterior de la Ley que practicaban los escribas y fariseos, presentándonos la justicia del verdadero discípulo como superior a la de aquellos. Para demostrarlo, en el pasaje que contemplamos hoy (Mt 6,1-6.16-18) utiliza las tres prácticas penitenciales clásicas de los fariseos, la limosna, la oración y el ayuno, que se refieren a nuestra relación con nuestro prójimo, con Dios y con nosotros mismos.

Ayer recordábamos el pasaje del profeta Jeremías (31,21-33) que nos decía que la Nueva Alianza estaría fundamentada en una Ley escrita en nuestros corazones.

Hoy Jesús nos describe el “cumplimiento” exterior de los fariseos con las prácticas penitenciales aludidas, señalando que, por no estar acompañadas de una disposición interior cónsona con los actos y gestos exteriores, no son agradables a Dios.

Jesús se refiere a aquellos cuya conducta no guarda relación alguna con lo que hay en sus corazones. Aquellos que aparentan ser justos, ofrendan (asegurándose de que todos vean la denominación del billete que echan en la canasta de las ofendas), oran y participan de las celebraciones litúrgicas y los sacramentos con gran pompa, y se encargan de que todos sepan cuándo ayunan y hacen otros actos penitenciales, mientras en su interior están llenos de desprecio, envidias, rencor, soberbia, y hasta delirios de grandeza, pues gustan de recibir el reconocimiento de todos. ¿Quién dijo que el fariseísmo había desaparecido?

Jesús utiliza una palabra para referirse a estas personas: “hipócritas”. Esta palabra se deriva del griego hypokrites y significa “actor”, es decir, alguien que representa un personaje en una obra de teatro. Esos, nos dice Jesús, no tendrán recompensa del Padre, porque “ya han recibido su paga” (el reconocimiento y el aplauso de los hombres).

Como la Ley del Amor está escrita en nuestros corazones, es allí donde se cumple, no en los gestos exteriores. Y el Padre, “que ve en lo escondido”, nos juzgará según lo que hay en nuestros corazones. Por eso nos reitera que si practicamos la limosna en secreto, si oramos en la intimidad de nuestro ser, y si ayunamos manteniendo nuestro buen semblante, el Padre, que “ve en lo secreto” nos ha de premiar. Porque habremos practicado la caridad (el Amor) hacia Dios, nuestro prójimo y nosotros mismos; habremos vivido el espíritu de las Bienaventuranzas.

“Al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor” (San Juan de la Cruz).

REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA 03-03-15

Mt 23,1-12

Las lecturas que nos presenta la liturgia para hoy nos confrontan con la hipocresía religiosa del pueblo. En la primera lectura (Is 1,10.16-20), el profeta pronuncia un oráculo de Yahvé en el que repudia los sacrificios que le ofrece el pueblo mientras  sus corazones están cada vez más alejados de Él. Si leemos el pasaje completo, incluyendo los vv. 11-15, notamos que este oráculo aparenta haber sido proclamado en medio de una celebración litúrgica, pues hace referencia a los “holocaustos de carneros y grasa de animales cebados”, “incienso”, y “manos extendidas”. Yahvé hace claro que está “harto”, que “detesta” esos rituales vacíos, esas celebraciones litúrgicas falsas, que se han convertido para Él en “una abominación”, en una “carga” que no está dispuesto a soportar. Llega al punto de comparar su generación con la de Sodoma y Gomorra.

Hace claro que ese no es el sacrificio agradable a Él. Por el contrario, les exhorta: “Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda”. La primacía del amor, de la caridad, sobre la ley y el ritualismo vacío. A Él no le interesan los sacrificios ni holocaustos. Si, por el contrario, obramos el bien y nos apartamos del pecado, “aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana”. El profeta nos señala en qué consiste el verdadero culto religioso: en obras de caridad (amor).

En el pasaje del Evangelio (Mt 23,1-12), Jesús arremete contra la hipocresía de los escribas y fariseos que se han sentado en la cátedra de Moisés (el autor de la Ley) y “no hacen lo que dicen”. “Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”. Se refería Jesús a todos los numerosos preceptos (613 en total) en que los fariseos habían convertido la Ley de Moisés y que, por su número eran prácticamente imposible cumplir.

Se consideraban superiores, mejores que los demás (de hecho, “fariseo” significa “separado”). Toda su actitud iba dirigida a ostentar su superioridad (que pretendía ser producto de su “santidad”) ante todos: las vestimentas y otros accesorios, como las filacterias (unas bandas que llevaban en la frente o en los puños, con unos cofrecitos que contenían textos de la Ley), los primeros lugares, los asientos de honor, las reverencias que esperaban, los títulos. Todo era apariencia exterior, “sepulcros blanqueados” (Mt 23, 27-28). Y por dentro, ¿qué?

El Concilio Vaticano II hizo un gran esfuerzo para eliminar la “pompa” en nuestros ritos y celebraciones litúrgicas, inculturándolos a nuestros respectivos países. Pero, ¿logró acabar con el fariseísmo?

En esta Cuaresma, hagamos examen de conciencia: ¿Me gusta recibir honores?, ¿reconocimiento?, ¿me siento mejor o superior a los demás? Señor, ayúdame a recordar que todos somos hermanos, y que “el que se humilla será enaltecido”, como Aquél que vino a servir y no a ser servido (Mt 20,28), de modo que al llevar a cabo mi misión pastoral pueda tener “olor de oveja”.

El papa Francisco no está diciendo nada nuevo; simplemente está leyendo el Evangelio…

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (1) 21-01-15

Jesús sana

La lectura evangélica de hoy (Mc 3,1-6) nos presenta la culminación del conflicto entre Jesús y los fariseos; entre la ley y el amor, que vimos en el pasaje que leímos ayer. La lectura nos muestra a Jesús una vez más entrando en la sinagoga, en donde se encontró un hombre con un brazo paralizado. Ya los fariseos habían visto actuar a Jesús y estaban “al acecho” para ver si curaba en sábado, para acusarlo. De nuevo la observancia estricta del sábado. El judaísmo a ultranza. La letra de la ley por encima de todo.

Jesús, que conoce los pensamientos de los fariseos, decide dramatizar su enseñanza, y hace al hombre ponerse en medio de todos. Entonces les pregunta a los fariseos: “¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?”. Silencio total. Una pregunta tan bien formulada, que la única contestación correcta daría la razón a Jesús.

A renglón seguido tenemos otra instancia en la que Marcos acentúa la dimensión humana de Jesús. Ya en otra ocasión habíamos señalado que Marcos habla con toda naturalidad de las emociones intensas de Jesús. Nos dice que Jesús, “echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: ‘Extiende el brazo’”. Y el hombre quedó curado de inmediato y extendió el brazo. Algunas versiones pretenden suavizar este pasaje diciendo que Jesús los miró con “indignación”. Pero la palabra griega utilizada por Marcos es οργης, que literalmente quiere decir “ira”. Jesús estaba enfadado, molesto, indignado ante estas personas obstinadas en su interpretación estricta de la ley, capaces de cruzarse de brazos ante la necesidad, incluso ante el peligro de muerte de su prójimo, con la excusa de no violar el “sábado”.

Jesús había puesto en evidencia a los fariseos, los había hecho quedar mal delante de todos en la sinagoga. Había herido su orgullo. Por ello, “en cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él”. El relato evangélico apenas comienza, y ya la suerte de Jesús está echada.

La ley constituye un valor, es necesaria, no hay duda. Pero, ¿constituye el valor supremo, o tiene que estar supeditada al bien del hombre y la gloria de Dios? En la lectura de ayer Jesús nos decía que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”. Y más aún, que “el Hijo del hombre es señor también del sábado”. Como nota curiosa, las últimas palabras del Código de Derecho Canónico (can. 1752) leen: “teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia”. En otras palabras, al interpretar la ley, no podemos perder de vista el propósito primordial de las mismas: la salvación de las almas.

Desafortunadamente, el “fariseismo” está vivo. A diario vemos cómo, aún en medio de nuestras comunidades de fe, se “utiliza” la letra estricta de la ley para perjudicar a uno de nuestros hermanos, aún a sabiendas de que hay unas circunstancias subyacentes que moverían la misericordia de Jesús. Ante esa situación, ¿qué bando vas a tomar? Seamos hijos de la luz…