REFLEXIÓN PARA EL MARTES 18-06-13

amad a vuestros enemigos

En el pasaje evangélico de ayer (Mt 5,38-42) Jesús nos instaba a “poner la otra mejilla” al que nos abofetee, a darle la capa al que quiera quitarnos la túnica, a caminar “la milla extra” por el que nos pida acompañamiento, a darle al que nos pida, y a no rehuir al que nos pida prestado. Decíamos que esa conducta está reñida con el mundo secular en que nos ha tocado vivir, y cómo puede resultar difícil, y hasta absurda, a nuestros contemporáneos.

Si creíamos que esas exigencias del seguimiento de Jesús eran difíciles, en la lectura evangélica que nos brinda la liturgia para hoy (Mt 5,43-48), Jesús las lleva al extremo.

“Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Este pasaje da significado a lo dicho por Juan al final del prólogo de su relato evangélico: “la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (1,17). Es el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento: “Llegarán los días –oráculo del Señor– en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño –oráculo del Señor–. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones” (Jr 31,31-33).

Lo que parece imposible, amar a nuestros enemigos, se hace, no solo posible, sino que es consecuencia inevitable del llamado que Jesús nos hace: “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. “Ser perfecto” significa amar sin medida, como Él nos ama, a pesar de todas nuestras afrentas, nuestras tibiezas, nuestras traiciones. “Ser perfecto” es aprender a ver el rostro de Jesús en todos nuestros hermanos, aun en aquellos que nos hace la vida difícil, aquellos que nos ponen la zancadilla, que entorpecen nuestra labor o, pero aun, nos causan daño con toda deliberación. Es a esos a quienes Jesús dice que tenemos que amar. ¿Difícil? Sí. ¿Imposible? No.

Si abrimos nuestros corazones al Amor de Dios, y conocemos ese amor, y lo reciprocamos, no tenemos otra alternativa que amar a todos como lo hace Él (Cfr. Jn 14,5), que fue capaz de perdonar a sus verdugos (Lc 23,34).

Leí en algún lugar que amar es una decisión, y que el resultado de esa decisión es el amor. Comienza por ahí. Toma la decisión a amar a tus “enemigos”, añádele el Amor del Padre y ya no será una mera decisión; será un imperativo de vida. Entonces serás perfecto, como nuestro Padre celestial es perfecto.

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES 13-06-13

Reconcíliate con tu hermano

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mt 5,20-26), nos reitera la primacía del amor y la disposición interior sobre el formalismo ritual y el cumplimento exterior de la Ley que practicaban los escribas y fariseos: “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Para demostrar su punto Jesús nos propone dos ejemplos.

El primero de ellos nos refiere al quinto mandamiento: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: ‘No matarás’, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano ‘imbécil’, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama ‘renegado’, merece la condena del fuego”. La “condena del fuego” se refería a la “gehena” de fuego, el equivalente judío del infierno.

Esta sentencia de Jesús es un ejemplo de cómo Jesús no vino a abolir la Ley, sino a darle “plenitud”, tal y como leíamos en el relato evangélico de ayer (Mt 5,17-19). La ley de Moisés prohibía matar, una prescripción importante para la convivencia humana, un paso firme hacia la no-violencia (lo mismo que prohíben los códigos penales en nuestra sociedad actual). Pero se limitaba al acto, no iba a la raíz del problema.

Jesús no se queda en el exterior; Él “interioriza” la Ley. Ya no se trata de que un acto, un gesto exterior sea malo. Todo lo que injurie gravemente al prójimo, o le manche su reputación; todo aquello que “envenene” las relaciones fraternas entre los hombres es contrario a la Ley y constituye un pecado grave que puede conllevar pena de condenación eterna.

La importancia de nuestra disposición de corazón por encima de nuestros gestos exteriores. Y Dios, “que ve en lo secreto” (Cfr. Mt 6,6), nos juzgará de conformidad. ¡Cuántas veces “matamos” a nuestros hermanos haciendo comentarios hirientes sobre ellos, sean ciertos o no, que sabemos le van a herir su reputación! Cuando lo hacemos, pecamos contra el quinto mandamiento como si le hubiésemos clavado un puñal en el costado. Hemos pecado contra el Amor, el principal de todos los mandamientos.

El segundo ejemplo, prácticamente una consecuencia del primero, nos remite a nuestra relación con Dios: “si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”.

“Vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”… El amor fraterno toma primacía sobre el culto. Dios nos está diciendo: “Si quieres relacionarte conmigo, tienes que amar a tu hermano. La razón es clara, cuando tenemos desavenencias o discordias con nuestro prójimo, nuestra relación con Dios se afecta, se rompe; pierde su fundamento que es el Amor.

Esto no se limita a cuando nosotros tengamos una desavenencia con alguien. Basta que nos enteremos que esa persona “tiene quejas” contra nosotros, con razón o sin ella. Jesús nos está exigiendo que demos nosotros el primer paso, que reparemos la relación afectada. Entonces nuestra ofrenda, nuestra oración aderezada con la virtud de la caridad, será agradable a Él.

Señor, ayúdame a ser agente de reconciliación fraterna, comenzando con mis propias relaciones, para que pueda ofrecerme yo mismo como hostia viva agradable a Ti.

REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES 12-06-13

mandamiento-de-dios

“Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo” (Hb 1,1-12).

Este pasaje de la Carta a los hebreos resume en cierta medida la enseñanza contenida en la lectura evangélica que nos ofrece la liturgia de hoy (Mt 5,17-19), en que Jesús nos dice: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos”.

Para los judíos la Ley y los profetas constituían la expresión de la voluntad de Dios, la esencia de las Sagradas Escrituras. Jesús era judío; más aún, era el Mesías que había sido anunciado por los profetas. Era inconcebible que viniera a echar por tierra lo que constituía el fundamento de la fe de su pueblo. “No he venido a abolir, sino a dar plenitud”.

Durante su vida terrena Jesús nos dio unos indicadores, como: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Así los primeros cristianos tuvieron que determinar qué preceptos de la Ley eran de origen divino y cuáles eran hechura de los hombres, como los 613 preceptos de la Mitzvá, que los fariseos habían derivado de la Torá (Ley escrita) y la “Torá shebe al pe” (Ley oral). La Iglesia cristiana tuvo su origen en el judaísmo, en la Ley y los profetas del Antiguo Testamento (Antigua Alianza), y dio paso a la Alianza Nueva y Eterna (Nuevo Testamento). ¿Cuáles de aquellas leyes y tradiciones ancestrales había que mantener? ¿Cuáles constituían Ley, y cuáles eran meros preceptos establecidos por los hombres interpretando la Ley?

El problema de los fariseos era que habían reducido la religión al “cumplimiento” objetivo de unas normas de conducta, divorciadas del “corazón”. El cumplimiento por temor al castigo. Jesús nos dijo que el cumplimiento de la Ley estaba predicado en el Amor (“Si me amáis guardaréis mis mandamientos”… Jn 14,15). El que ama a Dios y ama a su prójimo por amor a Él, ya cumple con todos los mandamientos. Ahí está la plenitud del cumplimiento de la Ley. “No he venido a abolir, sino a dar plenitud”.

Como señala el pasaje de la Carta a los hebreos que citamos, Jesús es la culminación de la revelación, la Palabra última de Dios. El Evangelio de Jesucristo llevó a su plenitud la Ley y nos aclaró el contenido del Antiguo Testamento, liberándonos de la esclavitud y convirtiéndonos en hijos (Cfr. Gál 4,5). Así, “seremos grandes en el reino de los cielos”.

REFLEXIÓN PARA EL LUNES 10-06-13

bienaventuranzas

La liturgia nos regala hoy la versión de Mateo del pasaje evangélico de las Bienaventuranzas (Mt 4,25 – 5,12). Esta versión es la que da el nombre de “Sermón de Montaña” a este pasaje, pues la versión de Lucas nos presenta a Jesús pronunciando el discurso de las Bienaventuranzas “en un paraje llano” (Lc 6,17).

La razón para la diferencia entre una y otra versión obedece al fin pedagógico de cada relato evangélico, y al grupo a quien va dirigido. Lucas escribe para fortalecer la fe de los cristianos que ya estaban siendo perseguidos por profesar su fe. Mateo escribe su relato para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo, con el objetivo de probar que Jesús es el Mesías prometido, ya que en Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento.

Mateo quiere demostrar además, que en la persona de Jesús se cumple la profecía de Dt 18,18. Para ello recurre a establecer un paralelismo entre Jesús y Moisés: Moisés y Jesús perseguidos en su infancia; Moisés y Jesús ofreciendo un pan de vida, Moisés escribiendo cinco libros (la autoría humana del Pentateuco se le atribuía entonces a Moisés) y Jesús pronunciando cinco grandes discursos.

Finalmente, del mismo modo que Moisés subió al Monte Sinaí, Mateo nos presenta a Jesús subiendo “al monte”. Con ello quiere significar que Jesús va a llevar a cabo la fundación del “nuevo pueblo de Dios” basado en una nueva Alianza, con Jesús como el “nuevo Moisés”.

A diferencia del decálogo, que contiene unos mandatos y unas prohibiciones abstractas, las Bienaventuranzas se refieren a situaciones de hecho concretas (ej. pobreza, llanto, hambre, sed), sufrimientos que viven todos los que trabajan en la construcción de ese nuevo orden al que Jesús se refiere como “el Reino”. Por eso los sujetos de las bienaventuranzas no son las situaciones, sino las personas que las sufren por causa de la justicia y por seguir los pasos de Jesús. A esos es que quienes Jesús llama “bienaventurados”, a los que están dispuestos a “renunciar a sí mismos” para seguir a Jesús (Cfr. Mt 16,24; Mc 8,34).

Además de las situaciones pasivas que hemos reseñado, hay otras activas, que nos presentan actitudes concretas que los verdaderos discípulos de Jesús han de observar, como la mansedumbre, la misericordia, la limpieza de corazón, y la lucha por la justicia. A estos también Jesús llama “bienaventurados”.

El diccionario de la Real Academia Española define “bienaventurado” como el “que goza de Dios en el cielo”. Y tiene razón, porque las bienaventuranzas nos describen la conducta de los ciudadanos del Reino; ese Reino que ya ha comenzado pero que todavía no ha culminado, el famoso “ya, pero todavía”.

Hemos dicho en otras ocasiones que podemos comenzar a vivir nuestro cielo en la tierra. ¿Cómo?, Jesús nos da la “receta” en las Bienaventuranzas. Y si quisiéramos resumirlas podemos hacerlo en una sola palabra: Amor (Cfr Jn 14,21).

“Señor, Dios nuestro, tú escribes derecho con líneas torcidas. Haz que las desconcertantes palabras de tu Hijo en las Bienaventuranzas nos despierten y nos permitan ver dónde podemos encontrar tu clase de felicidad, ya que es la única que dura y permanece” (Oración después de la comunión).

REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 09-06-13

viuda nain

La liturgia para hoy nos presenta dos historias paralelas en la primera lectura y el relato evangélico. La primera (1 Re 17,17-24) nos narra la historia de la revitalización del hijo de la viuda de Sarepta por el profeta Elías, y el relato evangélico (Lc 7,11-17) la reanimación del hijo de la viuda de Naín por parte de Jesús.

En ambos casos hay un ingrediente común: la compasión. Recordemos que en la cultura judía una mujer viuda que no tuviera un hombre que le diera estatus legal no tenía derechos, estaba destinada a una vida de miseria. Por tanto, para una mujer viuda perder su único hijo era una desgracia que iba mucho más allá del dolor de la pérdida del hijo de sus entrañas. Por eso Jesús le encargó a su Madre, la Virgen María, al discípulo amado al pie de la cruz.

Elías se compadeció de aquella viuda: “Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo?” El relato evangélico nos dice que al ver la viuda, a Jesús “le dio lástima” (una traducción bastante pobre). Conmovido en sus entrañas, decidió devolver la dignidad, la seguridad a aquella pobre mujer.

Otro elemento común a ambas historias es la ternura, otro atributo de Dios. En la primera lectura vemos con la ternura que Elías trata el cuerpo inerte del hijo de la viuda: “tomándolo de su regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en su cama”. En el relato evangélico Jesús se acercó a la viuda y le dijo: “No llores”. No resulta difícil imaginar el rostro de ternura que acompañó esas palabras. Imagino que posó su mano sobre el hombro de la viuda al pronunciar esas palabras. Luego se acercó al ataúd y lo tocó (algo prohibido en la ley judía). ¡Cuántas veces en nuestra oración al estar pasando un momento de tristeza sentimos la tierna voz de Jesús que nos dice: “No llores”! Palabras que son un bálsamo para el alma adolorida.

También en ambos casos la revivificación se efectúa por el poder de Dios. En el de la viuda de Sarepta, Elías se echó tres veces sobre el niño mientras decía: “Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración”, y el niño revivió. En el de la viuda de Naín que nos narra el Evangelio, Jesús dijo: “¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!”, y el muchacho volvió a la vida.

No debemos perder de perspectiva que en ambos casos los jóvenes fueron reanimados, no resucitados. Se trató de una recuperación temporal de la vida. Eventualmente ambos morirían nuevamente. Será más tarde que Jesús, con su gloriosa Resurrección, nos mostrará el camino a otro tipo de vida a la que todos vamos a resucitar para reinar junto a Él por toda la eternidad (Ap 22,5).

Un último elemento común a ambas historias: las dos terminan con una acción de gracias y alabanza a Dios. La viuda de Sarepta dijo a Elías: “Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad”. En el relato evangélico se nos dice: “Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: ‘Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo’”.

Señor, Tú que eres Dios de vivos y tienes palabras de vida eterna, compadécete de nosotros, pecadores, y danos la gracia de ser acreedores a la vida eterna que nos has prometido. Por Jesucristo Nuestro Señor.

REFLEXIÓN PARA LA CONMEMORACIÓN DEL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA 08-06-13

Corazon de María

Hoy celebramos la conmemoración del Inmaculado Corazón de María. La Iglesia, a través de la liturgia, nos recuerda que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de su Madre. Por eso celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y la conmemoración del Inmaculado Corazón de María en días consecutivos, viernes y sábado de la semana siguiente al domingo después de Corpus Christi. Como dijo el papa Pablo VI: “María  es siempre el camino que conduce a Cristo”. Es a través del Inmaculado Corazón traspasado de María que podemos llegar al Sagrado Corazón de su Hijo amado. ¡A Jesús por María!

Ese corazón maternal que se conmovió ante el problema de los novios en las bodas de Caná, propiciando el primer milagro de su Hijo, está presto a conducirnos al corazón amoroso de su Hijo para que obre el milagro de nuestra salvación.

Acercarnos al Corazón Inmaculado de María es acercarnos al Sagrado Corazón de Jesús. Ambos laten al unísono; y a través de ambos fluye la misma sangre. Recordemos que por el misterio de la Encarnación, María de Nazaret concibió al Hijo de Dios en sus purísimas entrañas sin ayuda de varón. Por tanto, la estructura genética (ADN) de ambos es idéntica. Así, la sangre que se vertió en la Cruz fue también la sangre de María…

La lectura evangélica de hoy (Lc 2,41-51), el episodio del Niño perdido y hallado en el templo, culmina diciendo que “Su madre conservaba todo esto en su corazón”. María meditaba y conservaba todos los misterios de su Hijo que se le iban revelando y, aunque no los comprendía, sabía que formaban parte de un plan que rebasaba su entendimiento y los aceptaba como la voluntad del Padre.

De esta manera Lucas resalta la calidad de discípulo-modelo en María, la que escucha la Palabra de su Hijo, la medita en su corazón, y sigue Sus pasos confiadamente.

Aunque la devoción al Inmaculado Corazón de María puede trazarse a los primeros siglos de la Iglesia, la misma se difundió a partir del siglo XVII, promovida por San Juan Eudes. No obstante, adquirió notoriedad cuando la Virgen de Fátima, en una aparición a la vidente Lucía Martos en 1925 le dijo: “Nuestro Señor quiere que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra…. Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes…. Si se cumplen mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz…. Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era de paz”.

El 31 de octubre de 1942, en una ceremonia solemne, el papa Pío XII consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María. El 4 de mayo de 1944, el mismo papa estableció oficialmente la conmemoración litúrgica para la Iglesia universal. El papa Juan Pablo II declaró que la misma es de carácter obligatorio, es decir, que se celebra en todo el mundo.

“¡Llévanos a Jesús de tu mano! ¡Llévanos, Reina y Madre, hasta las profundidades de Su Corazón adorable! ¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!”

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS 07-06-13

corazon

Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. La Iglesia celebra esta solemnidad el viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés. En la piedad cristiana todo el mes de junio está dedicado al Corazón de Jesús.

Se ha dicho que los elementos esenciales de esta devoción “‘pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia’, pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado ‘el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo’”.

Esta devoción encuentra su fundamento en el misterio de la Encarnación. Por eso adoramos el corazón de Cristo; porque es el corazón del Verbo encarnado, del cual brotó sangre y agua en la culminación del sacrificio máximo, el gesto de amor más formidable en la historia de la humanidad. Ese Corazón que fue capaz de sentir y prodigar el amor más profundo imaginable, Dios encarnado (Cfr. 1 Jn 4,8). Dios-Amor que, cumpliendo la voluntad del Padre se ofreció a Sí mismo para nuestra salvación. Sí; porque la voluntad del Padre es que todos nos salvemos.

Las lecturas para hoy nos presentan una vez más la figura del Buen Pastor. Con esta figura se quiere representar lo incapaces que somos de alcanzar la salvación sin la ayuda de Dios-Buen Pastor. Dios nos ama con amor infinito y está empeñado en que ninguna de sus ovejas se pierda. En la primera lectura, tomada de la profecía de Ezequiel (34,11-16), se nos presenta a Dios-Buen Pastor, buscando Él mismo “en persona” a las ovejas dispersas: “Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido”. Vemos la ternura, el amor, reflejado en esta figura. Recordemos que la voluntad de Dios es que todos nos salvemos.

En el Evangelio según san Lucas (15,3-7) que nos brinda la liturgia de hoy, Jesús retoma esa alegoría del Antiguo Testamento, con la parábola de la oveja perdida: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?”

Desde la antigüedad, hemos relacionado el corazón con el amor, porque cuando experimentamos un amor profundo sentimos cómo el corazón late con más intensidad, al punto que a veces sentimos que se nos quiere salir del pecho. Así late el Corazón humano de Jesús cada vez que se encuentra con uno de nosotros, después de habernos descarriado; como latió el corazón del padre misericordioso en la parábola del hijo pródigo al verlo acercarse a la distancia y salir corriendo a su encuentro: “Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.

Ese es el corazón de Jesús que nosotros adoramos, y cuya devoción celebramos hoy. “Demos gracias a Dios, nuestro Padre, por el infinito amor que nos ha mostrado en el Corazón de su Hijo Jesús” (de la Oración Colecta).

REFLEXIÓN PARA EL JUEVES 06-06-13

amaras-a-tu-projimo

La lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mc 12,28b-34) es la misma que contemplamos el viernes de la tercera semana de Cuaresma. Nos dice la Escritura que un escriba se acercó a Jesús y le preguntó cuál mandamiento es el primero de todos. Los escribas tenían prácticamente una obsesión con el tema de los mandamientos y los pecados. La Mitzvá contiene 613 preceptos (248 mandatos y 365 prohibiciones), y los escribas y fariseos gustaban de discutir sobre ellos, enfrascándose en polémicas sobre cuales eran más importantes que otros.

Como dijimos anteriormente, la respuesta de Jesús no se hizo esperar: “‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’ (Dt 6,4-5). El segundo es éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Lv 19,18). No hay mandamiento mayor que éstos”.

“Escucha…” Tenemos que ponernos a la escucha de esa Palabra que es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos (Hb 4,12-13), que nos interpela. Una Palabra ante la cual no podemos permanecer indiferentes. La aceptamos o la rechazamos. No se trata pues, de una escucha pasiva; Dios espera una respuesta de nuestra parte. Cuando la aceptamos no tenemos otra alternativa que ponerla en práctica, como los Israelitas cuando le dijeron a Moisés: “acércate y escucha lo que dice el Señor, nuestro Dios, y luego repítenos todo lo que él te diga. Nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica”. O como le dijo Jesús los que le dijeron que su madre y sus hermanos le buscaban: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8,21). Hay que actuar conforme a esa Palabra. No se trata tan solo de “creer” en Dios, tenemos que “creerle” a Dios y actuar de conformidad. El principio de la fe. Ya en otras ocasiones hemos dicho que la fe es algo que se ve.

¿Y qué nos dice el texto de la Ley citado por Jesús? “Amarás al Señor tu Dios”. ¿Y cómo ha de ser ese amar? “Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Que no quede duda. Quiere abarcar todas las maneras posibles, todas las facultades de amar. Amor absoluto, sin dobleces, incondicional. Corresponder al Amor que Dios nos profesa. Pero no se detiene ahí. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Consecuencia inevitable de abrirnos al Amor de Dios. El escriba lo comprendió: “amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Por eso Jesús le dice: “No estás lejos del Reino de Dios”.

La fórmula que nos propone Jesús es sencilla. Dos mandamientos cortos. Cumpliéndolos cumples todos los demás. La dificultad está en la práctica. Se trata de escuchar la Palabra y “ponerla en práctica”. Nadie dijo que era fácil (Dios los sabe), pero si queremos estar cada vez más cerca del Reino tenemos que seguir intentándolo.

Que no se diga que no intentamos…

REFLEXIÓN PARA EL MARTES 04-06-13

Al César lo que es del César

“Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios a Dios”. Con esta frase lapidaria culmina la lectura evangélica que nos propone la liturgia para hoy (Mc 12,13-17). Esta es una de esas frases bíblicas que compiten por el premio a la más citada.

Jesús acababa de desenmascarar a sus opositores con la parábola de “los labradores asesinos” que leímos ayer (Mc 12,1-12). Los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, “viendo que la parábola iba por ellos”, se habían escabullido avergonzados. Pero, como sucede siempre con las fuerzas del mal, estos no cejan en su empeño. Le enviaron unos fariseos y herodianos para tratar de “entramparlo” y ver si fallaba para poder acusarlo.

Luego de adularlo (“Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en lo que la gente sea, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente”), como preparando el camino para luego propinarle la zancadilla, le formulan la pregunta: “¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?” Una pregunta cargada, como todas las que siempre le formulan. Si contesta que sí, se echa en contra al pueblo que resiente la opresión política de parte del Impero Romano. Si contesta que no, se echa en contra a las autoridades romanas o, al menos a las autoridades de Herodes, quien actuaba como “monigote” del Imperio, y podían acusarlo de revolucionario, sedicioso, que fue lo que eventualmente lograron (por ese cargo le fabricaron un caso y lo condenaron a muerte).

Jesús, maestro del arte del debate, luego de desenmascararlos (“¿Por qué intentáis cogerme?”), utilizando su estilo habitual, pide que le traigan una moneda y les contesta con otra pregunta: “¿De quién es esta cara y esta inscripción?” Le contestaron: “Del César”. Es ahí cuando Jesús replica con su frase lapidaria.

Jesús nos está dando una lección de civismo; Él reconoce la necesidad de una autoridad civil, necesaria para que haya orden social, y nos pide que cumplamos con nuestros deberes ciudadanos (en Mt 17,27 Jesús manda a Pedro ir a pescar un pez, y le dice que pague el impuesto con la moneda que encontrase en la boca del primer pez). Pero aprovecha para recordarnos que no debemos mezclar ambos dominios. “Lo que es de Dios a Dios”.

La moneda que le muestran tiene una imagen humana, la del César. Por eso el César recibe lo que le es lo propio. Pero aun el emperador es imagen y semejanza de Dios, y su autoridad temporal proviene de Dios, o es permitida por Dios (Cfr. Jn 19,11). Dios tiene su propia esfera también, y esa esfera es prioritaria.

Si bien no debemos mezclar ambos dominios, tampoco debemos contraponerlos. No debemos identificar la religión con los intereses políticos, como tampoco inmiscuir los intereses políticos en la religión. El resultado es siempre desastroso. Crea una polarización en el pueblo en la que quien único pierde es la religión, pues a los políticos poco les importa, siempre que logren sus objetivos.

“Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios a Dios”.

 

REFLEXIÓN PARA LA SOLMENIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO 02-06-13

Corpus Christi

Hoy celebramos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, conocida por su nombre el latín: Corpus Christi. Esta solemnidad surge en la Iglesia universal mediante la bula “Transiturus” firmada por el papa Urbano IV el 8 de septiembre  de 1264, que la fijó para el jueves después de la octava de Pentecostés. No obstante, el origen de la celebración se relaciona con un Movimiento Eucarístico originado en la Abadía de Cornillón (Bélgica), de donde surgieron otras costumbres eucarísticas, como la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento y el uso de campanillas en la Santa Misa durante la elevación.

La liturgia para hoy nos presenta tres lecturas, todas relacionadas con la Eucaristía, el sacramento alrededor del cual gira toda la liturgia de la Iglesia, y en la que se hace presente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, quien antes de marcharse de este mundo, quiso dejarnos el regalo de su presencia (Cfr. Mt 28,20).

La primera lectura (Gn 14,18-20) nos presenta a Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, celebrando un rito de bendición con pan y vino en favor de Abram (todavía Yahvé no le había cambiado el nombre por “Abraham”). Muchos ven en este pasaje una prefiguración del sacrificio eucarístico que Jesús ofrecería siglos más tarde.

La segunda lectura (1 Cor 11,23-26) nos presenta la narración más antigua que conocemos sobre la institución de la Eucaristía, cuyas palabras todavía conservamos en nuestra liturgia eucarística: “Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía’”.

Jesús fue claro y directo en sus palabras: “Esto es mi cuerpo”; “la nueva alianza sellada con mi sangre”. Por eso hoy celebramos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no como algo que ocurrió en el pasado, sino como algo vivo, presente entre nosotros en las especies eucarísticas. ¡Jesús está vivo! Es una presencia “real y efectiva”, no simbólica ni metafórica. Por eso se puede reservar en el tabernáculo, y puede ser objeto de adoración, y llevada a los enfermos. Esto es un dogma de fe de nuestra Iglesia, algo que nos caracteriza como cristianos-católicos.

La liturgia ha escogido como pasaje evangélico para hoy la versión de Lucas de la multiplicación de los panes (Lc 9,11b-17), un episodio que aparece en los sinópticos y en Juan. Y aunque hay algunas variaciones menores en los cuatro relatos, todos coinciden en la multitud de personas, en la escasez de los alimentos, en la actitud de los discípulos, en el número de personas y, sobre todo, en el hecho de que Jesús, al igual que haría después en la última cena, antes de repartir los alimentos, pronunció la bendición sobre ellos.

Jesús satisfizo el hambre física de aquella multitud. Hoy en día, cada vez que el sacerdote, actuando “in persona Christi” pronuncia la bendición sobre las especies eucarísticas, Jesús mismo, su cuerpo, sangre, alma y divinidad, se “multiplica” para saciar nuestra hambre de Él y hacerse uno con nosotros.

Oremos para que el Espíritu Santo nos dé una auténtica hambre del Señor.