Te invitamos a ver y escuchar nuestra intervención en el programa Consuelo para el que sufre, con nuestra hermana Sheila Morataya. El mismo se transmitirá en vivo por Facebook Live, mañana lunes 14 de junio de 2021 a las 10:00 AM hora de Puerto Rico (09:00 AM hora del Centro de los EEUU) a través de Valora Radio.
Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. La Iglesia celebra esta solemnidad el viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés. En la piedad cristiana todo el mes de junio está dedicado al Corazón de Jesús.
Se ha dicho que los elementos esenciales de esta devoción “‘pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia’, pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado ‘el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo’”.
Esta devoción encuentra su fundamento en el misterio de la Encarnación. Por eso adoramos el Corazón de Cristo; porque es el corazón del Verbo encarnado, del cual brotó sangre y agua en la culminación del sacrificio máximo, el gesto de amor más formidable en la historia de la humanidad. Ese Corazón que fue capaz de sentir y prodigar el amor más profundo imaginable, Dios encarnado (Cfr. 1 Jn 4,8). Dios-Amor que, cumpliendo la voluntad del Padre se ofreció a Sí mismo para nuestra salvación. Sí; porque la voluntad del Padre es que todos nos salvemos.
El Evangelio de hoy (Jn 19,31-37) nos presenta a Jesús ya muerto, colgado del madero, y narra el momento cuando “uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua”. Es tanto lo que se ha escrito sobre el simbolismo de la sangre y el agua que brotaron del costado de Cristo, que nos limitaremos a reiterar la grandeza del Amor que brotó del Corazón de Jesús, que se ofreció a sí mismo como cordero sacrificial para el perdón de nuestros pecados.
La primera lectura, tomada del profeta Oseas (11,1b.3-4.8c-9), nos presenta la grandeza del Amor de Dios, que nos evoca aquél que solo una madre es capaz de sentir por el hijo de sus entrañas; el amor de “Dios-Madre”. Sí, porque cada vez que hablamos del Amor y la Misericordia que brotan del Corazón de Dios (encarnado en el corazón humano de Jesús), encontramos rasgos maternales inconfundibles.
Así, en este pasaje vemos a un Dios-Madre que se inclina sobre su hijo para amamantarlo: “Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer”.
Se trata de un amor gratuito, no fruto de ningún mérito de nuestra parte. Dios nos ama a cada uno de nosotros tal y como somos, como solo una madre puede hacerlo, con todos nuestros pecados, nuestras miserias. Por eso quiere nuestra salvación, por eso nos espera como el padre del hijo pródigo (Lc 15,11-32) para fundirse con nosotros en un abrazo, que tal parece quisiera llevarnos de vuelta a las entrañas maternas de donde salimos. Por eso ofreció a su Hijo en sacrificio por nosotros. Sí; por ti y por mí…
Hoy celebramos la Memoria obligatoria del
Inmaculado Corazón de María. La Iglesia, a través de la liturgia, nos recuerda
que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de su Madre. Por eso
celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y la conmemoración del
Inmaculado Corazón de María en días consecutivos, viernes y sábado de la semana
siguiente al domingo después de Corpus
Christi. Como dijo el papa Pablo VI: “María
es siempre el camino que conduce a Cristo”. Es a través del Inmaculado
Corazón traspasado de María que podemos llegar al Sagrado Corazón de su Hijo
amado. ¡A Jesús por María!
Ese corazón maternal que se conmovió ante el
problema de los novios en las bodas de Caná, propiciando el primer milagro de
su Hijo, está presto a conducirnos al corazón amoroso de su Hijo para que obre
el milagro de nuestra salvación.
Acercarnos al Corazón Inmaculado de María es
acercarnos al Sagrado Corazón de Jesús. Ambos laten al unísono; y a través de
ambos fluye la misma sangre. Recordemos que por el misterio de la Encarnación,
María de Nazaret concibió al Hijo de Dios en sus purísimas entrañas sin ayuda
de varón. Por tanto, la estructura genética (ADN) de ambos es idéntica. Así, la sangre que se vertió en la Cruz
fue también la sangre de María…
La lectura evangélica propia de la memoria (Lc
2,41-51), el episodio del Niño perdido y hallado en el templo, culmina diciendo
que “Su madre conservaba todo esto en su corazón”. María meditaba y conservaba
todos los misterios de su Hijo que se le iban revelando y, aunque no los
comprendía del todo, sabía que formaban parte de un plan que rebasaba su
entendimiento y los aceptaba como la voluntad del Padre.
De esta manera Lucas resalta la calidad de
discípulo-modelo en María, la que escucha la Palabra de su Hijo y la medita en
su corazón, fundiéndose amos corazones en uno. Eso permite a María seguir los
pasos de su Hijo como su perfecta discípula.
Aunque la devoción al Inmaculado Corazón de
María puede trazarse a los primeros siglos de la Iglesia, la misma se difundió
a partir del siglo XVII, promovida por San
Juan Eudes. No obstante, adquirió notoriedad cuando la Virgen de Fátima, en
una aparición a la vidente Lucía Martos en 1925 le dijo: “Nuestro Señor quiere
que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo
que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra….
Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se
comulgue el primer sábado de cada mes…. Si se cumplen mis peticiones, Rusia
se convertirá y habrá paz…. Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la
humanidad disfrutará de una era de paz”.
El 31 de octubre de 1942, en una ceremonia
solemne, el papa Pío XII consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María. El 4
de mayo de 1944, el mismo papa estableció oficialmente la conmemoración
litúrgica para la Iglesia universal. El papa san Juan Pablo II declaró que la
misma es de carácter obligatorio, es decir, que se celebra en todo el mundo.
“¡Llévanos a Jesús de tu mano! ¡Llévanos,
Reina y Madre, hasta las profundidades de Su Corazón adorable! ¡Corazón
Inmaculado de María, ruega por nosotros!”
Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado
Corazón de Jesús. La Iglesia celebra esta solemnidad el viernes posterior al
segundo domingo después de Pentecostés. En la piedad cristiana todo el mes de
junio está dedicado al Corazón de Jesús.
Se ha dicho que los elementos esenciales de
esta devoción “‘pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de
la Iglesia a lo largo de toda la historia’, pues, desde siempre, la Iglesia ha
visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los
sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto
en el Corazón del Verbo encarnado ‘el comienzo de toda la obra de nuestra
salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado
es un símbolo particularmente expresivo’”.
Esta devoción encuentra su fundamento en el
misterio de la Encarnación. Por eso adoramos el corazón de Cristo; porque es el
corazón del Verbo encarnado, del cual brotó sangre y agua en la culminación del
sacrificio máximo, el gesto de amor más formidable en la historia de la
humanidad. Ese Corazón que fue capaz de sentir y prodigar el amor más profundo
imaginable, Dios encarnado (Cfr. 1 Jn
4,8). Dios-Amor que, cumpliendo la voluntad del Padre se ofreció a Sí mismo
para nuestra salvación. Sí; porque la voluntad del Padre es que todos nos
salvemos.
Las lecturas que nos propone la liturgia para
hoy giran en torno al Amor que brota de ese Corazón de Jesús. Desde la primera
lectura (Dt 7,6-11), donde ya en el Antiguo Testamento se le dice al Pueblo de
Israel que “… el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser
vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino
que, por puro amor vuestro…”, hasta la segunda (1 Jn 4,7-16), en la que Juan
nos expresa la magnitud de ese Amor incondicional que logra su plenitud en la
persona de Jesús: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios
envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él. En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos
amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados”.
El Salmo (102) nos añade: “El Señor es
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata
como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”. La
Misericordia Divina es la manifestación más patente del Amor de Dios. La
palabra misericordia se deriva el latín miser (miserable, desdichado) y cor,
cordis, (corazón). Por tanto, la misericordia se refiere a la capacidad
de sentir, hacerse uno, con la desdicha de los demás. Tan grande es el Amor que
Dios nos tiene, que es capaz de abajarse y sentir nuestra miseria en su propio
corazón, haciéndose uno con nosotros.
Por eso nos dice en el Evangelio de hoy (Mt
11,25-30): “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os
aliviaré”. Es una invitación y una promesa que salen del Sagrado Corazón de
Jesús. Anda, acepta la invitación; Él nunca se retracta de sus promesas…
Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado
Corazón de Jesús. La Iglesia celebra esta solemnidad el viernes posterior al
segundo domingo después de Pentecostés. En la piedad cristiana todo el mes de
junio está dedicado al Corazón de Jesús.
Se ha dicho que los elementos esenciales de
esta devoción “‘pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de
la Iglesia a lo largo de toda la historia’, pues, desde siempre, la Iglesia ha
visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los
sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto
en el Corazón del Verbo encarnado ‘el comienzo de toda la obra de nuestra
salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es
un símbolo particularmente expresivo’”.
Esta devoción encuentra su fundamento en el
misterio de la Encarnación. Por eso adoramos el corazón de Cristo; porque es el
corazón del Verbo encarnado, del cual brotó sangre y agua en la culminación del
sacrificio máximo, el gesto de amor más formidable en la historia de la
humanidad. Ese Corazón que fue capaz de sentir y prodigar el amor más profundo
imaginable, Dios encarnado (Cfr. 1 Jn
4,8). Dios-Amor que, cumpliendo la voluntad del Padre se ofreció a Sí mismo para
nuestra salvación. Sí; porque la voluntad del Padre es que todos nos salvemos.
Las lecturas para hoy nos presentan una vez
más la figura del Buen Pastor. Con esta figura se quiere representar lo
incapaces que somos de alcanzar la salvación sin la ayuda de Dios-Buen Pastor. Dios
nos ama con amor infinito y está empeñado en que ninguna de sus ovejas se
pierda. En la primera lectura, tomada de la profecía de Ezequiel (34,11-16), se
nos presenta a Dios-Buen Pastor, buscando Él mismo “en persona” a las ovejas
dispersas: “Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a
las heridas; curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las
apacentaré como es debido”. Vemos la ternura, el amor, reflejado en esta
figura. Recordemos que la voluntad de Dios es que todos nos salvemos.
En el Evangelio según san Lucas (15,3-7) que
nos brinda la liturgia de hoy, Jesús retoma esa alegoría del Antiguo
Testamento, con la parábola de la oveja perdida: “Si uno de vosotros tiene cien
ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras
la descarriada, hasta que la encuentra?”
Desde la antigüedad, hemos relacionado el
corazón con el amor, porque cuando experimentamos un amor profundo sentimos
cómo el corazón late con más intensidad, al punto que a veces sentimos que se
nos quiere salir del pecho. Así late el Corazón humano de Jesús cada vez que se
encuentra con uno de nosotros después de habernos descarriado; como latió el
corazón del padre misericordioso en la parábola del hijo pródigo al verlo
acercarse a la distancia y salir corriendo a su encuentro: “Os digo que así
también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que
por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
Ese es el corazón de Jesús que nosotros
adoramos, y cuya devoción celebramos hoy. “Sagrado Corazón de Jesús, en vos
confío”.
Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. La Iglesia celebra esta solemnidad el viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés. En la piedad cristiana todo el mes de junio está dedicado al Corazón de Jesús.
Se ha dicho que los elementos esenciales de esta devoción “‘pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia’, pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado ‘el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo’”.
Esta devoción encuentra su fundamento en el misterio de la Encarnación. Por eso adoramos el corazón de Cristo; porque es el corazón del Verbo encarnado, del cual brotó sangre y agua en la culminación del sacrificio máximo, el gesto de amor más formidable en la historia de la humanidad. Ese Corazón que fue capaz de sentir y prodigar el amor más profundo imaginable, Dios encarnado (Cfr. 1 Jn 4,8). Dios-Amor que, cumpliendo la voluntad del Padre se ofreció a Sí mismo para nuestra salvación. Sí; porque la voluntad del Padre es que todos nos salvemos.
Las lecturas que nos propone la liturgia para hoy giran en torno al Amor que brota de ese Corazón de Jesús. Desde la primera lectura (Dt 7,6-11), donde ya en el Antiguo Testamento se le dice al Pueblo de Israel que “… el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor vuestro…”, hasta la segunda (1 Jn 4,7-16), en la que Juan nos expresa la magnitud de ese Amor incondicional que logra su plenitud en la persona de Jesús: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados”.
El Salmo (102) nos añade: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”. La Misericordia Divina es la manifestación más patente del Amor de Dios. La palabra misericordia se deriva el latín miser (miserable, desdichado) y cor, cordis, (corazón). Por tanto, la misericordia se refiere a la capacidad de sentir, hacerse uno, con la desdicha de los demás. Tan grande es el Amor que Dios nos tiene, que es capaz de abajarse y sentir nuestra miseria en su propio corazón, haciéndose uno con nosotros.
Por eso nos dice en el Evangelio de hoy (Mt 11,25-30): “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Es una invitación y una promesa que salen del Sagrado Corazón de Jesús. Anda, acepta la invitación; Él nunca se retracta de sus promesas…
Hoy celebramos la Memoria obligatoria del Inmaculado Corazón de María. La Iglesia, a través de la liturgia, nos recuerda que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de su Madre. Por eso celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y la conmemoración del Inmaculado Corazón de María en días consecutivos, viernes y sábado de la semana siguiente al domingo después de Corpus Christi. Como dijo el papa Pablo VI: “María es siempre el camino que conduce a Cristo”. Es a través del Inmaculado Corazón traspasado de María que podemos llegar al Sagrado Corazón de su Hijo amado. ¡A Jesús por María!
Ese corazón maternal que se conmovió ante el problema de los novios en las bodas de Caná, propiciando el primer milagro de su Hijo, está presto a conducirnos al corazón amoroso de su Hijo para que obre el milagro de nuestra salvación.
Acercarnos al Corazón Inmaculado de María es acercarnos al Sagrado Corazón de Jesús. Ambos laten al unísono; y a través de ambos fluye la misma sangre. Recordemos que por el misterio de la Encarnación, María de Nazaret concibió al Hijo de Dios en sus purísimas entrañas sin ayuda de varón. Por tanto, la estructura genética (ADN) de ambos es idéntica. Así, la sangre que se vertió en la Cruz fue también la sangre de María…
La lectura evangélica propia de la memoria (Lc 2,41-51), el episodio del Niño perdido y hallado en el templo, culmina diciendo que “Su madre conservaba todo esto en su corazón”. María meditaba y conservaba todos los misterios de su Hijo que se le iban revelando y, aunque no los comprendía del todo, sabía que formaban parte de un plan que rebasaba su entendimiento y los aceptaba como la voluntad del Padre.
De esta manera Lucas resalta la calidad de discípulo-modelo en María, la que escucha la Palabra de su Hijo y la medita en su corazón, fundiéndose amos corazones en uno. Eso permite a María seguir los pasos de su Hijo como su perfecta discípula.
Aunque la devoción al Inmaculado Corazón de María puede trazarse a los primeros siglos de la Iglesia, la misma se difundió a partir del siglo XVII, promovida por San Juan Eudes. No obstante, adquirió notoriedad cuando la Virgen de Fátima, en una aparición a la vidente Lucía Martos en 1925 le dijo: “Nuestro Señor quiere que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra…. Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes…. Si se cumplen mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz…. Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era de paz”.
El 31 de octubre de 1942, en una ceremonia solemne, el papa Pío XII consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María. El 4 de mayo de 1944, el mismo papa estableció oficialmente la conmemoración litúrgica para la Iglesia universal. El papa Juan Pablo II declaró que la misma es de carácter obligatorio, es decir, que se celebra en todo el mundo.
“¡Llévanos a Jesús de tu mano! ¡Llévanos, Reina y Madre, hasta las profundidades de Su Corazón adorable! ¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!”
Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. La Iglesia celebra esta solemnidad el viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés. En la piedad cristiana todo el mes de junio está dedicado al Corazón de Jesús.
Se ha dicho que los elementos esenciales de esta devoción “‘pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia’, pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado ‘el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo’”.
Esta devoción encuentra su fundamento en el misterio de la Encarnación. Por eso adoramos el corazón de Cristo; porque es el corazón del Verbo encarnado, del cual brotó sangre y agua en la culminación del sacrificio máximo, el gesto de amor más formidable en la historia de la humanidad. Ese Corazón que fue capaz de sentir y prodigar el amor más profundo imaginable, Dios encarnado (Cfr. 1 Jn 4,8). Dios-Amor que, cumpliendo la voluntad del Padre se ofreció a Sí mismo para nuestra salvación. Sí; porque la voluntad del Padre es que todos nos salvemos.
Las lecturas para hoy nos presentan una vez más la figura del Buen Pastor. Con esta figura se quiere representar lo incapaces que somos de alcanzar la salvación sin la ayuda de Dios-Buen Pastor. Dios nos ama con amor infinito y está empeñado en que ninguna de sus ovejas se pierda. En la primera lectura, tomada de la profecía de Ezequiel (34,11-16), se nos presenta a Dios-Buen Pastor, buscando Él mismo “en persona” a las ovejas dispersas: “Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido”. Vemos la ternura, el amor, reflejado en esta figura. Recordemos que la voluntad de Dios es que todos nos salvemos.
En el Evangelio según san Lucas (15,3-7) que nos brinda la liturgia de hoy, Jesús retoma esa alegoría del Antiguo Testamento, con la parábola de la oveja perdida: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?”
Desde la antigüedad, hemos relacionado el corazón con el amor, porque cuando experimentamos un amor profundo sentimos cómo el corazón late con más intensidad, al punto que a veces sentimos que se nos quiere salir del pecho. Así late el Corazón humano de Jesús cada vez que se encuentra con uno de nosotros después de habernos descarriado; como latió el corazón del padre misericordioso en la parábola del hijo pródigo al verlo acercarse a la distancia y salir corriendo a su encuentro: “Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
Ese es el corazón de Jesús que nosotros adoramos, y cuya devoción celebramos hoy. “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”.
Hoy celebramos la Memoria obligatoria del Inmaculado Corazón de María. La Iglesia, a través de la liturgia, nos recuerda que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de su Madre. Por eso celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y la conmemoración del Inmaculado Corazón de María en días consecutivos, viernes y sábado de la semana siguiente al domingo después de Corpus Christi. Como dijo el papa Pablo VI: “María es siempre el camino que conduce a Cristo”. Es a través del Inmaculado Corazón traspasado de María que podemos llegar al Sagrado Corazón de su Hijo amado. ¡A Jesús por María!
Ese corazón maternal que se conmovió ante el problema de los novios en las bodas de Caná, propiciando el primer milagro de su Hijo, está presto a conducirnos al corazón amoroso de su Hijo para que obre el milagro de nuestra salvación.
Acercarnos al Corazón Inmaculado de María es acercarnos al Sagrado Corazón de Jesús. Ambos laten al unísono; y a través de ambos fluye la misma sangre. Recordemos que por el misterio de la Encarnación, María de Nazaret concibió al Hijo de Dios en sus purísimas entrañas sin ayuda de varón. Por tanto, la estructura genética (ADN) de ambos es idéntica. Así, la sangre que se vertió en la Cruz fue también la sangre de María…
La lectura evangélica propia de la memoria (Lc 2,41-51), el episodio del Niño perdido y hallado en el templo, culmina diciendo que “Su madre conservaba todo esto en su corazón”. María meditaba y conservaba todos los misterios de su Hijo que se le iban revelando y, aunque no los comprendía, sabía que formaban parte de un plan que rebasaba su entendimiento y los aceptaba como la voluntad del Padre.
De esta manera Lucas resalta la calidad de discípulo-modelo en María, la que escucha la Palabra de su Hijo y la medita en su corazón, fundiéndose amos corazones en uno. Eso permite a María seguir los pasos de su Hijo como su perfecta discípula.
Aunque la devoción al Inmaculado Corazón de María puede trazarse a los primeros siglos de la Iglesia, la misma se difundió a partir del siglo XVII, promovida por San Juan Eudes. No obstante, adquirió notoriedad cuando la Virgen de Fátima, en una aparición a la vidente Lucía Martos en 1925 le dijo: “Nuestro Señor quiere que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra…. Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes…. Si se cumplen mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz…. Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era de paz”.
El 31 de octubre de 1942, en una ceremonia solemne, el papa Pío XII consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María. El 4 de mayo de 1944, el mismo papa estableció oficialmente la conmemoración litúrgica para la Iglesia universal. El papa Juan Pablo II declaró que la misma es de carácter obligatorio, es decir, que se celebra en todo el mundo.
“¡Llévanos a Jesús de tu mano! ¡Llévanos, Reina y Madre, hasta las profundidades de Su Corazón adorable! ¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!”