REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DECIMOCUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 06-07-15

Fe licidad

El tema de la fe sigue dominando la liturgia. Y la primera lectura de hoy (Gn 28,10-22a), continúa narrando la historia de la descendencia de Abraham, que es también el comienzo de la historia del pueblo de Israel, y la historia de nuestra fe, pues nosotros somos herederos de la fe de Abraham, a quien las tres grandes religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo e islam) llaman el “padre de la fe”.

En este pasaje Yahvé reitera a Jacob, el hijo de Isaac, las promesas que había hecho a Abraham al establecer su Alianza con él: “La tierra sobre la que estás acostado, te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré dondequiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido”. Jacob creyó en Yahvé y en su Palabra.

La lectura evangélica (Mt 9,18-26), por su parte, nos narra dos milagros de Jesús en los cuales resalta la fe de los recipientes del milagro: la revivificación de la hija de Jairo y la curación de la hemorroísa. Aunque Mateo no menciona el nombre del personaje, Marcos (cuya versión leíamos el domingo antepasado) y Lucas lo identifican por nombre en sus relatos paralelos. Mateo es bien parco en ambos relatos, mientras Marcos y Lucas se explayan en los detalles (Mc 5,21-42; Lc 40-56).

En el caso de la mujer que sufría flujos de sangre, ella tenía la certeza de que con solo tocar el manto de Jesús se curaría, y actuó conforme a lo que creía: se acercó entre la multitud hasta tocar el manto de Jesús. De eso se trata la fe. Por eso decimos que la fe es algo “que se ve”. La fe de aquella mujer le permitió recibir el milagro. Por eso la lectura nos dice que Jesús se volvió hacia ella y le dijo: “¡Ánimo hija! Tu fe te ha curado”. Y en aquel momento quedó curada.

El pasaje que leemos hoy comienza con Jairo (a quien él identifica como “un personaje”) diciéndole a Jesús que su hija había muerto, añadiendo: “Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá”. Nuevamente nos encontramos ante la importancia de la fe. Jairo creyó, y actuó conforme a lo que creía. Ante la muerte de su hija, realizó un acto de fe.

Al llegar Jesús a casa de Jairo encontró “a los flautistas y el alboroto de la gente” (signo de que la niña había muerto), y dijo a todos: “¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida”. Nos dice la lectura que todos se reían de Él, y que una vez echaron la gente, “entró Él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie”.

En ocasiones anteriores hemos dicho que no basta con creer (hasta el demonio “cree” en Dios), hay que actuar conforme a lo que creemos. Hay que “vivir” la fe. Entonces veremos manifestarse la gloria de Dios.

Señor yo creo, pero aumenta mi fe…

REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DUODÉCIMA SEMANA DEL T.O. (1) 26-06-15

Quiero, queda limpio

La primera lectura que nos ofrece la liturgia hoy (Gn 17,1.9-10.15-22) continúa narrando la historia de Abrán y la Alianza. El pasaje nos presenta el momento en que se sella definitivamente la Alianza entre Dios y Abrán, y su descendencia: “Tú guarda mi pacto, que hago contigo y tus descendientes por generaciones. Éste es el pacto que hago con vosotros y con tus descendientes y que habéis de guardar: circuncidad a todos vuestros varones”.

En la antigüedad toda alianza se sellaba con un signo que servía para recordar las obligaciones que se contraían por la misma. En este caso, como la Alianza iba a ser transmitida por herencia de la carne (“con vosotros y con tus descendientes”), Yahvé escogió un signo carnal: la circuncisión.

La lectura evangélica (Mt 8,1-4) nos presenta el primero de una serie de milagros de Jesús después de su discurso evangélico, que convierten en acción lo que ha expresado en su enseñanza. Y para ello Mateo escoge la narración de la curación de un leproso. Este hecho es significativo pues, como hemos señalado en otras ocasiones, Mateo escribe su relato evangélico para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo. Para los judíos la lepra era la más catastrófica de todas las enfermedades, pues no solamente iba carcomiendo lentamente a la persona, sino que la tornaba “impura” (por lo que le estaba prohibido tocarle, ni él podía tocar a nadie), lo que le impedía participar del culto y le excluía de toda convivencia social. Para evitar el contacto con la gente, tenía que llevar la ropa rasgada, desgreñada la cabeza, taparse “hasta el bigote”, e ir gritando: “¡Impuro, impuro!” (Lv 13,45). De hecho, se creía que la lepra era resultado del pecado.

A pesar de eso, el leproso se atreve a acercarse a Jesús (un caso parecido, aunque más dramático que el de la mujer hemorroísa – Mc 5,25-34). Y en un acto de fe, se arrodilla ante Jesús y le dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. No le está pidiendo un “favor”. Dice “si quieres, puedes”, es decir, reconoce que para Jesús TODO es posible… también reconoce que no depende de él, sino de la voluntad de Dios, y está dispuesto a acatarla…

La respuesta de Jesús es tan inesperada como la osadía de aquél hombre. Convirtiendo en obra su predicación sobre la primacía del amor, “extendió la mano y lo tocó”. Algo impensado para un judío, pues la Ley declaraba también impuro al que tocara a un leproso. La compasión, el amor, por encima de todo. Ese acto sencillo de parte de Jesús le devolvió la dignidad a aquel hombre que había sido marginado de la sociedad.

Trato de imaginar cómo se sintió ante el toque tibio de la mano amorosa de Jesús al posarse sobre sus llagas… ¡Cuánto tiempo haría que su piel no sentía el contacto con otro ser humano! Entonces Jesús le dijo: “Quiero, queda limpio”. Su fe le había curado.

Y para demostrar que Él no había venido a abolir la Ley sino a darle plenitud, mandó al hombre a presentarse al sacerdote para que le declarara limpio de la lepra, según mandaba la Ley (Lv 14).

Señor, a veces mi alma está carcomida por el pecado, como la carne del leproso. Hoy me arrodillo ante ti y te digo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.

REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA 19-03-15

San José

Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María. Todas las lecturas giran en torno al linaje real, la estirpe de David, de la cual nacería el Mesías esperado.

La primera lectura, tomada del segundo libro de Samuel (7,4-5a.13-14a.16), establece la promesa de Yahvé Dios a David, de que de su descendencia saldrá aquél que “construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre”. De ahí que en el anuncio del ángel a María de Nazaret, este le dice: “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.

El Salmo (88), uno de los llamados salmos proféticos o mesiánicos, cita el libro de Samuel y, refiriéndose al futuro Mesías, afirma: “Él me invocará: ‘Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora’. Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable”.

La segunda lectura, tomada de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (4,13.16-18), nos remonta a la Alianza de Yahvé con Abraham, quien “creyó contra toda esperanza”, gracias a lo cual obtuvo para sí y su descendencia la promesa de heredar el mundo. “Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros”. Por eso a Abraham se le conoce como el “padre de todos los creyentes” y “padre de la fe”.

La lectura evangélica, tomada de san Mateo (1,16.18-21.24a), nos remite a la profecía de la primera lectura, al relatarnos que “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. Este pasaje es la culminación de la Genealogía de Jesús que abarca los versículos 1 al 17 del primer capítulo de Mateo. La genealogía abarca cuarenta y dos generaciones (múltiplo de 7) desde Abraham hasta Jesús (v. 17), pasando por el rey David, de cuya descendencia nacería el Mesías esperado.

Debemos recordar que Mateo escribe su relato evangélico hacia el año 80, en Jerusalén, para los judíos de Palestina convertidos al cristianismo, con el objetivo de probar que Jesús es el Mesías prometido. Por eso pasa el trabajo de establecer, de entrada, su nacimiento dentro de la estirpe de David. Esto se refleja también en el uso continuo de la frase “para que se cumpliese…”, a lo largo de todo su relato (en los primeros tres capítulos se repite seis veces). Es decir, su tesis es que en Jesús se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento relativas al futuro Mesías.

Culmina el relato con el anuncio del ángel a José, llamándole “hijo de David” y advirtiéndole que: “la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.

Felicidades a todos los José, Josefa y Josefina (incluyendo a mi adorada esposa), en el día de su santo patrono.