En la primera lectura de hoy (Os 2,16.17b-18.21-22), el profeta Oseas nos presenta la figura de Dios como amante de Israel. Más tarde, los “profetas mayores”, Jeremías, Isaías y Ezequiel retomarán esa figura de Dios-amante. Oseas nos presenta a Yahvé como el esposo-amante que se siente traicionado por su esposa infiel, que es el pueblo de Israel.
El mismo Oseas vivió en carne propia esa experiencia, pues Yahvé le ordenó casarse con una prostituta que le fue infiel: “Ve y cásate con una de esas mujeres que se entregan a la prostitución sagrada y ten hijos de esa prostituta. Porque el país se está prostituyendo al apartarse de Yahvé” (Os1,2).
El pasaje que nos ocupa hoy es parte de un cántico que ocupa casi todo el capítulo 2 del libro, que comienza con una denuncia y condena de la mujer infiel, para luego dar paso a ese coloquio amoroso lleno de perdón, misericordia y reconciliación. Es el reflejo del amor incondicional de Dios por nosotros, quien es capaz de seguir amándonos a pesar de nuestras infidelidades. Yahvé le dice a Oseas: “Vuelve a querer de nuevo a una mujer adúltera que hace el amor con otros, así como Yahvé ama a los hijos de Israel a pesar de que lo han dejado por otros dioses…” (3,1). Pero el pueblo de Israel no le hizo caso a Oseas, y continuó su decadencia, hasta culminar con la destrucción del reino del norte a manos de Asiria en el año 722 A.C.
¿Cuántas veces nos hemos “prostituido”, adorando otros “diosecillos” que nos apartan de nuestro Dios-esposo que es todo fidelidad? Pero Él nos sigue amando, “a pesar de que lo [hemos] dejado por otros dioses”. Y Él sigue esperándonos, como el esposo amante que espera a su esposa infiel para perdonarla y reconciliarse…
Se nos dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz, que es tan vigente hoy como lo fue cuando fue escrita. Prestemos atención a lo que nos dijo a través de Oseas, hace alrededor de 2,300 años: “Escuchen lo que dice Yahvé, hijos de Israel. Yahvé tiene un pleito pendiente con la gente de esta tierra, porque no encuentra en su país ni sinceridad, ni amor, ni conocimiento de Dios. Solo hay juramentos en falso y mentiras, asesinato y robo, adulterio y violencia, crímenes y más crímenes. Por eso el país está en duelo y están deprimidos sus habitantes” (4,1-3a).
¿Les resulta familiar esta descripción? ¿No es acaso una descripción de lo que está viviendo nuestro pueblo? Dios nos sigue hablando a través de su Palabra. ¡Escuchémosle!
La lectura evangélica (Mt 9,18-26), por su parte, nos presenta la versión de Mateo de un episodio que aparece en los tres sinópticos, con sus consabidas variantes (Cfr. Mc 5,21-43; Lc 8,40-56), y que combina dos milagros, la curación de la hija de Jairo, y la curación de la hemorroísa. En nuestra reflexión para el martes de la cuarta semana del T.O. comentamos la versión de Marcos.
Esta lectura nos recalca la importancia de la fe, que es algo más que creer en Dios, es creerle, creer en su Palabra salvífica. Ahí estriba tal vez el problema de nuestra sociedad actual. Puede que creamos que Dios “existe”, pero, ¿le creemos y actuamos de conformidad? Mientras no lo hagamos, estaremos “al garete”, a merced del maligno…
Señor, ¡aumenta mi fe!